Imaginario social y discurso psicoanalítico.

Por Rómulo Aguillaume Torres.

Quizás el título de mi trabajo podría haber sido la crisis del psicoanálisis en la postmodernidad y haberme sumado así, a la enésima reflexión sobre el tema. Decir que el psicoanálisis está en crisis no es decir mucho, la crisis del psicoanálisis es una parte de su identidad. El psicoanálisis siempre fue una disciplina en crisis, lo que, entre otras cosas, condicionó su marginalidad y su fuerza y hoy únicamente tendríamos que señalar en que consiste esa crisis, en algunos aspectos distinta a las anteriores y que, desde luego, no podemos despachar con el argumento de la resistencia al psicoanálisis únicamente.
En El libro negro del Psicoanálisis, si tuviéramos la paciencia de leerlo, encontraríamos muchas de las críticas posibles, algunas ya antiguas, pero que en definitiva marcan los niveles donde la supuesta crisis del psicoanálisis es más evidente:

  1. Como modelo teórico donde la neurociencia parece tener la última palabra.
  2. Como praxis clínico terapéutica donde lo conductual y la farmacología también tienen la última palabra.
  3. Por último, y lo que más se acercaría al tema de esta mesa: el discurso psicoanalítico ha dejado de ser subversivo al no encontrarse con una sociedad que, como a la que se dirigió Freud, cercenaba el campo de lo sexual.

Tres niveles críticos que salvo el último, han acompañado al psicoanálisis desde sus orígenes. El primero, que el modelo teórico es insolvente, a demostrar lo cual se dedicaron los distintos epistemólogos, desde Nagel a Grumbaun. La neurociencia parece el último constructo teórico y algunos psicoanalista se unen a ello de forma que ya hay algo que se llama neuropsicoanálisis, intento de abrazar ambas disciplinas y que en opinión de Eric Laurent (2000, p.66) puede ser el abrazo de la muerte. Y que el psicoanálisis no cura, que vienen repitiendo psiquiatras y conductistas desde su inefable teoría de la cura. Y la última y actual, a la que quiero centrar este trabajo, que el discurso psicoanalítico ha dejado de ser subversivo porque se encuentra con una sociedad, llamada postmoderna- a la que en buena parte ha contribuido a crear- reacia a ese discurso, por producir sujetos inaccesibles a la praxis psicoanalítica.
La necesidad de que lo social ocupe el lugar que le corresponde en la formación de la subjetividad no quedó resuelto con el celebre pasaje de Freud (1920): En la vida anímica individual- nos dice Freud- aparece integrado siempre, efectivamente, el otro, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado». El problema es como se integra el otro y a que se integra, quiero decir que la integración de los múltiples condicionantes en que el sujeto se encuentra: imaginario social, clase, tradición cultura, raza etc. deben hacerse posibles en el método, objeto y metapsicología psicoanalítica, esto es, que los supuestos paradigmas psicoanalíticos sean capaces de responder a las tensiones de lo social. En cualquier caso, “La socialización- dice Castoriadis- no es una simple adjunción de elementos exteriores a un núcleo psíquico que quedaría inalterado; sus efectos están inextricablemente entramados con la psique que sí existe en la realidad efectiva. Esto vuelve incomprensible la ignorancia de los psicoanalistas contemporáneos respecto de la dimensión social de la existencia humana”. (Castoriadis …)
Considerar las teorías y métodos psicoanalíticos en su relación con el imaginario social va a seguir siendo un tema ineludible y que en términos más cercanos a la clínica lo podríamos plantear como pregunta: “¿Cómo puede verse en el desarrollo del niño un proceso natural y, al mismo tiempo, la historia social de su formación? La tensión entre lo natural y lo sociocultural ha sido un buen referente que ha hecho evolucionar el psicoanálisis y enriquecerse en un gran número de corrientes y escuelas, que reflejan en su nacimiento y desarrollo las influencias de lo social y el cambio de sus imaginarios y, por otra parte los cambios internos que han alcanzado a su propio método. Crisis social y crisis del método marcan lo que para algunos es la crisis del psicoanálisis y para otros simplemente un nuevo momento de su desarrollo. En palabras de Jorge Ahumada, “La llamada “crisis del psicoanálisis” deriva de una crisis del pensar acerca de si en la sociedad global, crisis en cuya génesis juega un papel principal el pasaje desde la aculturación en el medio familiar y la cultura de lo escrito hacia la aculturación de los medios visuales, esto es, en realidad más y más “virtuales”. Y la otra causa de la crisis está en la actitud de las sociedades psicoanalíticas que difunden y banalizan los conceptos y abandonan el método. Hasta aquí la opinión de Ahumada.
También Cornelius Castoriadis desde posiciones epistemológicas distintas coincide en el diagnóstico social en su incidencia sobre el psicoanálisis. En este caso la aculturación se expresa como la ausencia de un imaginario social que facilite identificaciones que estarían en la base de la reflexibilidad, esto es de la función del pensamiento.
La crisis de la modernidad, de su imaginario y de sus significaciones y del sujeto antropológico que produjo ha marcado profundamente tanto el lugar que ocupa actualmente el psicoanálisis, los modelos teóricos en que se apoya y la práctica en que se sustenta. Crisis de la modernidad que podríamos resumir como el fallo en la credulidad ante el progreso y la verdad científica.
François Lyotard, definió la postmodernidad: “Simplificando al máximo- escribe Lyotard- defino lo postmoderno como la incredulidad ante las metanarraciones”. Y como ya sabemos, el conocimiento científico como fundamento del progreso y de la emancipación es la principal “metanarración” que queda cuestionada.
El objeto del conocimiento científico queda cuestionado y el proyecto epistemológico clásico cambia: “el campo de la epistemología clásica tal y como la entendemos en la actualidad surge de la idea de que la mente es capaz de crear representaciones que reflejen de forma exacta lo que está ahí afuera; el conocimiento pues, es posible en tanto la mente crea representaciones exactas al mundo exterior. (…) Pero esta idea básica, centro del proyecto epistemológico no es ya aceptada por muchos autores que consideran que “hay que abandonar la noción del conocimiento en cuanto representación exacta, que resulta posible gracias a procesos mentales especiales e inteligible gracias a una teoría general de la representación”. El problema es que sin ese imaginario de verdad y progreso, impregnándolo todo habría que preguntarse cual sería su sustituto. Para algunos la respuesta ya es conocida y esta entre nosotros: hemos pasado de un imaginario donde la verdad era posible a un imaginario donde la eficacia viene a ocupar su lugar. En tiempos de Freud el psicoanálisis era cuestionado desde criterios de cientificidad. En los tiempos actuales desde criterios de eficacia. El tipo antropológico ha pasado, del obsesivo meticuloso capaz de exterminar minuciosamente a millones de individuos, fundamentado en estudios profundos sobre la verdad empírica de la superioridad de tal raza, al individuo fragmentado de la postmodernidad. “…, en las condiciones de la postmodernidad, los sujetos se hallan constituidos en diferentes configuraciones con relación a las estructuras interpersonales de comunicación, las cuales promueven el uso defensivo de la negación y el antipensamiento. Opinan que vivimos en un mundo amenazador en el que la tecnología despersonaliza al individuo, el marketing vacía los objetos de significado y los sujetos se encuentran frente al constante dilema de discriminación entre lo que es real o irreal, dentro y fuera, la autenticidad y la inautenticidad, etc. Dado que las formas sociales y culturales ofrecen muy poca contención emocional y estabilidad personal, la ansiedad y la desesperación se incrementan forzosamente- podemos ver con facilidad cómo los síntomas de ansiedad son cada vez más y más frecuentes en las consultas médicas y psiquiátricas-, y nuestros recursos internos para hacernos cargo del sufrimiento psíquico disminuyen. Ello comporta una excesiva identificación proyectiva, con incremento de los objetos extravagantes y una disminución del significado y de la capacidad para elaborar sentimientos y pensamientos.
Sin embargo no es esta una opinión compartida por todos. E. Roudinesco piensa que “el sufrimiento psíquico se manifiesta hoy bajo la forma de la depresión”, aunque termina, igualmente haciendo del pensamiento, de la ausencia de reflexión la causa de su malestar. Así, el paciente actual, nos dice Roudinesco, “pasa del psicoanálisis, a la psicofarmacología y de la psicoterapia a la homeopatía sin tomarse tiempo para reflexionar acerca del origen de su desdicha”.
En una primera conclusión, si es que podemos concluir algo diríamos que la sociedad postmoderna produce un sujeto que no piensa , que no reflexiona, posiblemente porque la importancia de la temporalidad ha cambiado. Decía Viñar ayer, en una entrevista libre y amigable que tuvo la bondad de concedernos, que el sujeto actual vive en un presente omnipresente, que lo anula todo, que el pasado no existe, que las nuevas tecnologías ponen al sujeto en condiciones de inmediatez, que el futuro ya no es un proyecto, ni el pasado una palanca de experiencia. Si esto ha cambiado así, o en parte ha cambiado así, quiere decirse que la función reflexiva del pensamiento va desapareciendo, y que el psicoanálisis en tanto acción reflexiva, se encuentra en precario. Yo no estaría tan seguro de todo esto. Creo que el sujeto postmoderno sigue pensando, sigue deseando y que lo que ha cambiado es el contenido de su pensamiento y los placeres de sus deseos y, que como psicoanalistas debemos captar estos nuevos cambios. Ahora ya no estamos en una sociedad de lectores- dicen- y el deseo queda obturado en una sociedad de consumo- también dicen. Bueno, pues esa es la sociedad en la que estamos y en la que debemos trabajar.
El imaginario social tal cual es conceptualizado por Castoriadis incide de lleno en el psicoanálisis en tanto es definido como un “magma de significaciones imaginarias sociales” encarnadas en instituciones. Como tal, regula el decir y orienta la acción de los miembros de esa sociedad, en la que determina tanto las maneras de sentir y desear como las maneras de pensar. “El imaginario social provee a la psique de significaciones y valores, y a los individuos les da los medios para comunicarse y les dota de las formas de la cooperación: Es así, no a la inversa.” Quiere decirse que no es el sujeto surgiendo de la conflictiva edípica o narcisista quien construye lo social, sino a la inversa, una sociedad que excreta individuos conformados según su imaginario.
Charles Taylor en su libro Imaginarios sociales modernos – en el que es capaz de no nombrar ni una sola vez a Castoriadis, nos presenta el imaginario moderno occidental como surgiendo a través “de ciertas formas sociales, características de la modernidad occidental: la economía de mercado, la esfera pública y el autogobierno del pueblo. Entre otras.” Precisamente todas ellas fallando en estos momentos.
Falla la familia, falla el discurso político, falla la economía (llamada de mercado) etc. Me referiré al fallo de la familia. Hace unos meses tuvimos unos encuentros en Madrid sobre la crisis de la familia o, mejor dicho sobre las nuevas familias, LA FAMILIA Y SUS VINCULOS. NUEVAS PARENTALIDADES, así se llamaban las jornadas. Fueron unas Jornadas donde inevitablemente surgió el tema de la familia en conflicto porque, al parecer el que los homosexuales se casen y puedan adoptar hijos es una señal inequívoca de que la familia está en crisis.
Algo no está en crisis cuando esta establecido y es inamovible y en el caso de la familia esto no ocurrió nunca: entre la familia romana y la familia actual hay una gran diferencia y no podemos decir que el sufrimiento psíquico dependieran de una u otra organización familiar. Por tanto no es la crisis familiar lo determinante, sí parecería serlo las condiciones en que los valores o, en terminología de Castoriadis, las significaciones imaginarias sociales, fallan en la presencia en que cualquier sociedad demanda para facilitar los procesos identificatorios. Se quiere decir, que los apuntalamientos del proceso identificatorio en sus entidades socialmente instituidas ya sea la familia, la escuela o el trabajo, son elementos claves en la constitución de la subjetividad. Para Castoriadis cada sociedad produce su propio mundo creando las significaciones, los valores que le son propias y que tienen una función triple: estructuran las representaciones del mundo en general, designan las finalidades de la acción, lo que se puede y no se puede hacer y, por último crea los tipos de afectos característicos de esa sociedad. Representaciones, finalidades y afectos producirían sujetos antropológicamente diferentes. La novela de Jonathan Littel, Las benévolas, nos muestra un tipo antropológico, Max Aue, que solo se podría dar en un momento histórico como el de la Alemania nazi. Pero Max Aue no es un sujeto enfermo desde el punto de vista psicopatológico, por mucha repugnancia que nos produzca su figura. Es un sujeto antropológico no un sujeto psíquico. El sujeto antropológico deviene de la sociología, es el sujeto social, mientras el sujeto psíquico es anterior y hunde sus raíces no solo en lo social.
Permítaseme comentar algo más sobre el sujeto, tal y como se concibe desde el modelo de Castoriadis y que si parece tener cierto interés desde el punto de vista del psicoanálisis.
Cornelius Castoriadis hace un intento por fijar el sujeto que el estructuralismo extravía. “Los discursos sobre la muerte del hombre y el fin del sujeto- nos dice Castoriadis- no fueron nunca otra cosa que la cobertura pseudo-teórica de una evasión de la responsabilidad- por parte del psicoanalista, del pensador, del ciudadano”. A partir de esta posición crítica y de la dificultad de pensar el sujeto en su totalidad, después de la pluralidad de sujetos que el psicoanálisis introduce con sus instancias psíquicas, Castoriadis se pregunta ¿puede formularse una noción del sujeto que las recubra a todas y que no sea simplemente formal, es decir, más o menos vacía? (Id.)
La subjetividad se expresa en una multitud de regiones donde impera el para si, esto es, donde la relación con el mundo se manifestará con una finalidad básica de preservar “la especificidad, el ser aparte”
en este sentido describe Castoriadis cuatro regiones donde ese para si de la subjetividad se manifiesta: el para si de lo viviente, de lo psíquico, del individuo social y de la sociedad. Cuatro regiones que interactúan entre si pero que permanecen autónomas. Quizás restaríamos complejidad a todo ello si lo tradujéramos como el concepto de autoconservación freudiano, pero lo que a mi me interesa resaltar es esta posibilidad de estudiar la subjetividad en distintos niveles de su manifestación, sobre todo lo que se refiere a la existencia de un sujeto psíquico y otro social. Así “…estamos siempre frente a una realidad humana en la cual la realidad social (la dimensión social de esta realidad) recubre casi totalmente la realidad psíquica. Y, en un primer sentido, el “sujeto” se presenta como esta extraña totalidad, totalidad que es y no es una al mismo tiempo, composición paradójica de un cuerpo biológico, de un ser social (individuo socialmente definido), de una “persona” más o menos consciente, en fin, de una psique inconsciente (de una realdad psíquica y de un aparato psíquico) el todo supremamente heterogéneo y no obstante definitivamente indisociable. De tal forma se nos presenta el fenómeno humano, es frente a esta nebulosa que debemos pensar la pregunta por el sujeto” (Id.).
Castoriadis contempla la dificultad de unificar todos estos sujetos, obvia esta dificultad y define el sujeto del psicoanálisis como meramente proyecto. La necesidad de una interpretación va dirigida a un alguien que todavía no existe “ya que aquello a lo que se apunta a través de una cura es la transformación efectiva de alguien, ni previsible ni definible de antemano…” (Id.) Aquí el sujeto debe advenir, así como antes lo era el Yo. “Este sujeto no es simplemente real, no está dado, debe ser hecho y se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias. El fin del análisis es hacerlo advenir” (…) Este sujeto, la subjetividad humana, está caracterizado por la reflexividad (que no debe confundirse con el mero pensamiento) y por la voluntad o capacidad de acción deliberada, en el sentido pleno de este término”. (Id.)
Yo estaría de acuerdo solo a medias con este modelo de Castoriadis. La mitad con la que estoy de acuerdo es con la que concibe al sujeto como proceso y la mitad en la que estoy en desacuerdo es con que el fin del análisis pueda hacer advenir ese sujeto. Creo que esta concepción última del advenimiento de un sujeto se mantiene dentro de una lógica esencialista con la que el psicoanálisis, tanto freudiano como lacaniano, rompieron hace mucho tiempo. No es posible borrar la distancia que separa lo real de su simbolización, no es posible, pues, un sujeto real, un sujeto que pueda ser pensado más allá de su devenir. Y si debo ser sincero, tampoco sé si estoy muy de acuerdo con el concepto de proceso, que me da la impresión que se transforma en proyecto. No es lo mismo proceso que proyecto. Proyecto apunta a una finalidad, aunque se diga que es inalcanzable, y una finalidad tiende a obturar la distancia entre lo real de su simbolización. “Esta aspiración de abolirlo- nos dice S. Zizek- es precisamente la fuente de la tentación totalitaria. Los mayores asesinatos de masas y holocaustos siempre han sido perpetrados en nombre del hombre como ser armónico, de un Hombre Nuevo sin tensión antagónica”.
En cualquier caso, el sujeto psíquico por debajo del social y éste, recubriéndolo todo, nos devuelve una imagen donde el supuesto sujeto, del que nos habla Castoriadis, queda nuevamente sin sustantivar, pero sí delimitado en esferas e interrelaciones de gran valor heurístico.
¿Hasta que punto el sujeto psíquico puede sostener todo ese universo de significados que lo social pretende imponer? Es evidente que entre el sujeto social encarnado por Platón y el sujeto social actual hay enormes diferencias. Sin embargo ya no sería tan evidente la diferencia entre el sujeto psíquico en distintos momentos históricos. La evolución psíquica es muy lenta determinada posiblemente por factores biológicos, no así la evolución social. Quizá esa desarmonía sea la responsable de las dificultades psicológicas y de las llamadas enfermedades mentales. Quizás la compulsión a la repetición no sea más que la resistencia de lo psicológico a abandonar posiciones que el sujeto social plantea. O quizás el malestar en la cultura de Freud o el sujeto parlante de Lacan sean las expresiones del sufrimiento psíquico como característico del ser humano. La naturaleza impone límites a la cultura y ésta impone presiones a aquella. Este sujeto, que no es simplemente real que no está dado y que debe ser hecho y que se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias, nos permite anticipar que las condiciones son las del método psicoanalítico y las circunstancias las del imaginario social. Circunstancias como el deterioro progresivo del socialismo real, desde los años sesenta y su culminación en la caída del muro, no llegaron, sin embargo a afectar a ese supuesto sujeto psíquico. No nos encontramos con olas de suicidios, como hubiera sido lo esperable, sino con cambios en el imaginario social: la fragmentación y el escepticismo de la posición postmoderna, esto es una ideología del desencanto intelectual surgida del fracaso de la utopía.
Para Freud el factor último, más allá del cual no es posible ir, es donde debemos buscar, como psicoanalistas, el referente de lo psíquico. Un factor social nunca es un factor último, siempre puede ser reducido a una vicisitud pulsional y estas, a su vez, serán entendidas dinámicamente en la conflictiva edípica. La muerte del rey es la muerte del padre, que a su vez lo es por el deseo hacia la madre, que a su vez lo es por el plus de placer que representa, placer que ya marca una dimensión psíquica en que la descarga pulsional se expresa. Pero si la pulsión nos parece anticuada podemos acudir a las relaciones de objeto, las que se dan primariamente en el seno familiar. Este “familiarismo” pasaría a ser el referente último. Este modelo, aparentemente reduccionista, y que está en la base de la praxis psicoanalítica, no clausura ni mucho menos, un conocimiento que se abre a lo social precisamente a través del concepto de sublimación, aunque éste, el placer sublimatorio siempre fue un placer de segunda categoría incapaz de competir con el placer pulsional. Pero en tanto la realidad psíquica es la realidad del psicoanálisis y no la realidad social nos encontramos con una dificultad que esta en la base de todo este problema.
La mayoría de los trabajos psicoanalíticos en que lo social es un factor presente, traumático o no, siempre se organizan en la dirección de si el psiquismo puede o no elaborar esa característica social EL reduccionismo psicoanalítico siempre se impone como referente último.
Luis, 25 años, está en su último año de carrera. Se siente muy deprimido porque una asignatura se ha convertido en un problema infranqueable. Para los demás también, me dice, y se adentra en un alegato interminable en contra del sistema: “Claro, ahora con la crisis no interesa que salgan profesionales y es mejor tenernos entretenidos en la Facultad”. Tres sesiones más tarde- o quizás cuatro- Luis ha abandonado a ese sujeto social aguerrido, o al menos reivindicativo y se encuentra hablando de los enfrentamientos con su padre, un hombre silencioso y distante –posiblemente como el psicoanalista- que cuando deja de serlo se convierte en violento y arbitrario. El sujeto psíquico, el sujeto del psicoanálisis será el protagonista en los años venideros. La pregunta ¿Qué será de ese sujeto social rebelde y reivindicativo, sobrevivirá a su paso por el análisis?
Para terminar, aceptando que el psicoanálisis se fundó y desarrolló ignorando, en parte, sus determinantes sociales, sin embargo sí es cierto que se fundó una ciencia- con todas las comillas que queramos poner- que ha permitido una práctica de la cura- más comillas- y que continua siendo una herramienta de acercamiento a los cambios sociales en su posible incidencia sobre el sujeto psíquico. “¿Son fecundos los paradigmas del psicoanálisis para los nuevos enigmas que se avecinan?”, se preguntaba Silvia Bleichmar, reflexionando sobre los cambios sociales y científicos que vivimos: el cambio de sexos, el reconocimiento del matrimonio homosexual y la adopción dentro de él, las familias monoparentales, etc., etc. Y, también la pregunta complementaria ¿es posible, para el sujeto psíquico, la integración de todos los cambios que lo social y la cultura le demanden? Quiere decirse que ese podría ser un nuevo, o no tan nuevo, lugar del psicoanalista frente a lo social: ver la incidencia que sobre el sujeto psíquico operan los cambios sociales y denunciar los que son incompatibles con su desarrollo. Una posición científica con un poquito de ideología.

Vía: Centro Psicoanalítico de Madrid.
Enlace: https://www.centropsicoanaliticomadrid.com/publicaciones/revista/numero-17/imaginario-social-y-discurso-psicoanalitico/#:~:text=%E2%80%9CEl%20imaginario%20social%20provee%20a,lo%20social%2C%20sino%20a%20la

PROPÓSITOS DE AÑO NUEVO: querer o desear.

Por Laura Montero de Espinosa

Finalizamos un año e iniciamos otro. El tiempo no se detiene. Recuerdo que cuando era jovencita y me molestaba la mirada de alguien le preguntaba: ¿Qué pasa? (una forma de decir: ¿qué miras?) Y el otro contestaba: “El tiempo”; y la siguiente afirmación de mi parte era: “El tiempo no pasa, transcurre”. Pero independientemente de si pasa o transcurre, sabemos que no hay marcha atrás una vez ha transcurrido…una vez ha pasado.

Las reflexiones al finalizar un año son inevitables, son una mirada hacia qué ha pasado, qué hemos hecho y qué falta por hacer. Revisamos si lo que hicimos es lo que queríamos, si lo que el año anterior prometimos modificar se cambió, si aquello que prometimos lo hemos cumplido, si lo que tenemos en la actualidad queremos que permanezca o debemos dejarlo por la paz… por nuestra paz.

El tiempo transcurre y no espera. El tiempo tiene su propio ritmo e inercia, a veces parece que es veloz y no nos alcanza, y otras veces leeeento como si cayera en cuentagotas, pero es cuantificable con segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años… Ahora bien, por otra parte a lo que parece estamos obligados por la inercia cultural es a llevar a cabo en doce meses unos propósitos o pedir doce deseos. Muy diferentes vale decirse, el propósito del deseo sin embargo parecen confundirse (aquí hablo del deseo como a anhelo). Uno pide deseos como si fueran a salir de la lámpara mágica de Aladino, sin embargo no hay compromiso. Pide salud bebiendo refresco, alcohol y fumando, pide un cambio social quejándose de los manifestantes que cortan la calle para ejercer su derecho. Pide ir al gimnasio pero el soffing (deporte extremo de tirarse al sofá) es lo más arraigado. Pide amor y no es capaz de negociar ni modificar, solo de “soltar” y “dejar ir”. Los más sensatos hablan de propósitos porque esos son aquellos que se le echan todas las ganas, los ánimos son enormes pero quién sabe si lo lleven a cabo o no. Las puertas están abiertas para los pretextos venideros a su no realización con los: “es que no tengo tiempo”, “no tengo dinero”, “no he podido”, “no se han dado las cosas”. Y si, “las cosas” no suelen darse solas.

El inicio de año normalmente es cuando estamos obligados emocionalmente a estar bien, porque apenas empezamos. Parece un iniciar de cero, “tienes doce meses para cambiar algo”, pero si se mira atrás puede verse que durante años ha sido cíclico: inicio de año corresponde a todo el ánimo, mediados de diciembre para hacer un balance y despedirse de lo que no se hizo para volver a prometer al inicio de año. Algo falla, y es que la falta al igual que el tiempo, no perdona.

Resultado de imagen para deseos fin de año viñeta

Uno, como mencionaba debe hacer, está obligado a animarse, tiene que cambiar. Uno puede saber eso, no hace falta que lo anden sumiendo en la imposibilidad evidente de poder hacer un cambio. Pero no todo queda en la voluntad, en el querer. Querer no es poder, no nos engañemos. Nos hartamos de escuchar ese eslogan que solo te obliga a entrar en un espiral de creerte inútil por no conseguir algo que quisieras. A veces no se puede por factores económicos, otras veces por estado emocional. Pero hoy no hablaré del bucle económico imposibilitante. Sino del anhelar/querer y desear.

El sujeto quiere unos cambios, pero tal vez no los desea. El querer y desear, desde el psicoanálisis son dos cosas muy diferentes. El querer, el anhelar tiene que ver con lo consciente y el deseo tiene que ver con lo inconsciente. Decir adiós a un malestar, por incongruente que parezca, no es fácil. Es un malestar cómodo, una comodidad dolorosa pero esta ofrece algo bueno: lo familiar, la cotidianeidad. Uno puede querer salir de ese malestar pero el deseo no va hacia el mismo destino. Y es que como dice el refrán: “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Enfrentarse a un cambio, a lo desconocido es un riesgo, es para muchos un salto al vacío. No se sabe qué hay al fondo y el desconocimiento es justamente lo contrario a lo familiar, a lo cotidiano; y no a todos agrada ese toque de sorpresa. Además, este querer o no querer tomar el riesgo también depende de la historia del propio sujeto. Quiere separarse de lo doloroso, de lo que se repite, pero el deseo lo lleva a quedarse para mantener quien sabe qué en su historia y eso lo “protege” emocionalmente hablando y valdría la pena la discusión de si realmente protege (por ello el entrecomillado) o bien lo encamina al sufrimiento. Habrá quien se arriesgue por primera vez, habrá quien esté harto de arriesgarse y  “siempre” le salga mal, habrá quien nunca quiera tomar el riesgo y esté cómodo, habrá quien no ve el riesgo y vive constantes cambios, etc. No hay dos historias iguales, de la misma forma que el deseo no está a la luz siempre, solamente deja destellos que nos deslumbran y hacen que nos detengamos del camino del costumbrismo para comenzar con un: ¿Y si en vez de esto hiciera…? O ¿Por qué acostumbro a _____ si ya sé cómo termina eso?

El destello del deseo que provoca detenerse a mirar hacia otro lado es como los paréntesis en una frase que llevan a observar algo más que está ahí y merece la pena verlo, reflexionarlo. Y es que hay quien lee detenidamente los paréntesis para poder ser aclarado en algo, pero también hay quien se salta los paréntesis porque piensa que son aclaraciones poco importantes. De la misma forma hay quienes no quieren preguntarse ante los destellos o bien no está en su deseo detenerse a dicha reflexión.

La intimidad insoportable del amor

Por Luciano Lutereau*

Para el neurótico, deseo e intimidad son excluyentes. En la cotidianidad, el deseo inviste otros escenarios, fuga.

Una pareja puede conversar durante horas y fingir entrar en confianza y conocerse. Hablar de política, libros y música, presentarse los personajes familiares con anécdotas divertidas, o tristes; hasta que llega el momento de la verdad: ella tiene «superfinos», él va a buscar «con espermicida».

Resultado de imagen para deseo e intimidad

La «no relación sexual» es el efecto subjetivo que siempre se produce cuando llega el momento de los preservativos. Nadie es indiferente a la marca y color. Algo parecido pasa con los cigarrillos: se pueden fumar los de otro, por amor o necesidad, pero cada uno tiene los suyos. Como con el deseo, el forro es el forro del Otro (y a veces el Otro es un forro). Como dice un cuento de Cortázar: «Y después de hacer todo lo que hacen van volviendo a ser lo que no son». En este sentido, intimidad es mucho más que el mero encuentro de dos cuerpos.

Un fenómeno típico de las neurosis es la deserotización de la intimidad. Es algo corriente: en el mejor momento, cuando la vida se vuelve estable, la felicidad cotidiana demuestra su sabor amargo. Entonces el deseo inviste otros escenarios, hace su fuga hacia la irrealidad de la fantasía actuada. Para el neurótico, deseo e intimidad son excluyentes, porque la intimidad se desplaza hacia otros vínculos de intimidad forzada.

Esto es lo que permite el análisis: el artificio del amor de transferencia o, mejor dicho, la intimidad artificial de la transferencia. En ese desplazamiento, siempre se trata de una fantasía: de embarazo, de pérdida de libertad, de sofocación en la histeria femenina que seduce al impotente de turno; de la fantasía de goce de la oportunidad en el varón obsesivo que llega con hambre y ganas de dormir, demasiado cansado para intimar. La neurosis es una defensa respecto de la intimidad.

Asimismo, la distinción entre neurosis y psicosis no es entre dos modos de ser o esencias, sino entre dos formas de situarse respecto de la intimidad de una deuda. Psicótica es la manera de responder a una deuda imposible de saldar, para la que no existe pago y que, por lo tanto, puede pagarse hasta con la propia vida; es una deuda sin resto, o cuyo resto puede ser el sujeto mismo, como lo demuestra la transferencia que, en las psicosis, puede llevar a que paguen honorarios delirantes (a un analista «loco», ya que cree que su acto lo vale) o que puedan ir a sesión en cualquier momento sin condiciones (entonces pagan con tiempo). El neurótico, en cambio, resiste: olvida el pago, lo metaforiza como símbolo de amor, le añade ese regalo que el dinero no puede comprar, etc. En fin: parcializa la deuda o, mejor dicho, hace del pago la ocasión de una deuda filiatoria. Lo demuestra la histérica con sus fantasías de embarazo, el obsesivo con su búsqueda de autorización de la paternidad. El psicótico no puede transformar la deuda en filiación, por eso no tiene más remedio que crear una nueva raza (el paranoico) o un nuevo idioma (el esquizo).

Al primer tipo de deuda se lo llama «Madre», al segundo «Padre»; por eso a veces se habla de la captura del psicótico en el lazo materno, o bien es correcto decir que el padre es «el operador estructural de las neurosis». También habría que agregar que buena parte del análisis de un neurótico transita el lazo de la deuda materna, a quien no se le puede pagar la existencia, fundamento de la culpa más inhibitoria.

Por eso es corriente que los kleinianos hablen de «núcleo psicótico» en las neurosis. Es una idea teóricamente forzada, pero clínicamente muy justa. Lo importante, de cualquier modo, es que todas estas distinciones se basan en la intimidad del dispositivo, en el modo de leer el uso del tiempo y el dinero como vías del tratamiento. Si no, ¿de qué serviría hablar de neurosis y psicosis?

*Doctor en Filosofía y Doctor en Psicología, UBA, docente e investigador. Coordina la Licenciatura en Filosofía de UCES. Publicó los libros Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina (Galerna, 2016), Edipo y violencia. ¿Por qué los hombres odian a las mujeres? (Letras del Sur, 2017), y otros.

 

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/74633-la-intimidad-insoportable-del-amor

El deseo: el camino en la búsqueda de lo perdido

Por Alberto Isaac Mendoza Torres

Recapitulemos: entonces, en primer lugar, no existe en el humano el instinto, algo que se pueda satisfacer de manera directa, en lugar de eso existe la pulsión, que es, habíamos dicho con Freud, la frontera entre lo somático (el cuerpo) y la representación anímica o psíquica; y segundo que la demanda, instalada desde las primeras horas del nacimiento del producto humano, es un llamado, un grito, y en ese grito siempre hay un pedido de amor. Es justamente la demanda lo que hace advenir al sujeto, al sujeto deseante.

Justo en este punto me detengo y regreso un poco. La primera experiencia nutricia, conlleva no sólo el hecho de la alimentación, hay algo más, existe la experiencia, (podríamos decirlo con mayúsculas). La primera, la única, irrepetible, parodiada, pero nunca alcanzada. Se deja una huella mnémica en el infante, que habrá, que habremos de pasarnos toda la vida, buscando la calzadura que la tape (pero que bueno que no la encontramos).

Eso es el deseo. Una acción. La acción de buscar lo perdido. El paraíso del cual fuimos expulsados. El deseo es la fuente de la insatisfacción perenne. Es para Platón la fuerza motriz. Amor es, en consecuencia, el nombre para el deseo, dice en el Banquete. De igual manera el deseo es la piedra angular del Psicoanálisis.

Hay una viñeta que cuenta el psicoanalista José Tappan Merino, no sé si sea de su autoría, pero siempre se la escucho a él, y a quien escucho que la repite, se la adjudica a Tappan. Con esta viñeta tropicalizada podríamos dar cuenta sobre el deseo:

Está un padre luchón (pongámoslo en esos términos de mi cosecha) con su hija de cinco años, a la cual le pregunta: mi princesa, mi amor, mi vida, qué quieres comer. La niña le contesta helado, bombones y un hot cake. El padre, todo amoroso él, le insiste, no mi cielo, a ver, qué quieres comer. La niña le repite su menú y le agrega un chocolate. El padre, con cara de tristeza, de que se le ha roto el corazón, le suelta un: es que yo te preparé tu sopa de verduras que tanto te gusta, y tu hígado, y esta vez, para que no te cueste tanto trabajo comerlo, hasta lo he licuado. Y si no te comes lo que con tanto amor, empeño y dedicación ha preparado para ti, papi, tu héroe, tu compañerito para toda la vida, tu amigo siempre fiel, se va a poner triste, muy triste. A ver hija mía, qué quieres comer. Le repite. La niña abandona su lista de comida, jubilosa le responde, que quiere comer su sopa de verduras que tanto le encanta, y claro está, el hígado, que ahora hasta licuado se lo ha hecho. Desde luego pasa más de media hora y la niña no le da ni dos cucharadas a su sopa y ni un sorbo a su batido.

Podríamos fácilmente pensar: el chantaje funcionó, pero eso es muy banal. A la siguiente ves, ya no habrá necesidad que el padre recurra a este diálogo, la niña, a los seis, a los quince y a los 35 años pedirá de comer sopa de verdura e hígado encebollado. Será su platillo preferido y ni siquiera sabrá por qué. O no, tal vez en su vida quiera saber ni de verduras, en todas sus presentaciones, ni de res, toda. Y ni siquiera sabrá por qué. Aunque sí lo sepa. Desde luego quería comer esas chucherías, pero por sobre todas las cosas deseaba tener la mirada del padre.

Freud reconoce en este el corazón del problema del deseo. Porque el deseo está dirigido a otro como compañero de la satisfacción. Ese otro, dice Freud “fue, al mismo tiempo, su primer objeto satisfaciente, su primer objeto hostil y también su única fuerza auxiliar”.

Lacan tomará la fórmula hegeliana que define el deseo: “el deseo del hombre es el deseo del Otro”. Y eso que significa: regresemos a la niña de la viñeta antes descrita, ella desea ser el deseo del padre. Por eso decía que resulta paupérrimo pensar que es un chantaje, o que con terapia conductual podemos desaprender lo que hemos aprendido, que podemos tener una respuesta diferente al mismo estímulo. Porque si bien el deseo no tiene objeto, no es sin objeto.

El deseo no se satisface, se realiza, y está en relación con una falta. Uno no desea lo que ya tiene, desea siempre otra cosa. El sujeto desea, desea ante todo reconocimiento.

Sin duda alguna, como el deseo genera subjetividad este tema nos irá dando para rato. Sólo quisiera recordar otra viñeta, esperando que no se vea esto como psicoanálisis aplicado. Pero como está al alcance de la mano de todos, nos podría servir. En la película Mi Villano favorito, el niño Gru, sueña, nos dicen con robar la Luna. Pero en realidad quiere ser el deseo de la madre. Y no lo logra, por más que como niño dibuje, haga cascos, o ya de grande cohetes. Siempre hay en la madre, un deseo insatisfecho. Y él se mueve, toda la vida, en torno a ese deseo.

Tomado de: http://diariotiempo.mx/opinion/editorial-deseo-parte-3/

La demanda

Por Alberto Isaac Mendoza Torres

Partamos de lo que hablamos la semana pasada. En el humano no hay necesidad, entendida como el instinto animal, que se puede satisfacer con un objeto. Para tratar de comprender lo que ocurre, es que Freud construye el concepto de la pulsión.

El objetivo de lo que vengo platicándoles es poder acercarnos a eso que llamamos deseo, y cómo es que desde el psicoanálisis se puede tener una lectura interesante de lo que le pasa a Lupita, o de lo que el nené quiere ser cuando sea grande.

Tratemos de imaginar a este producto que la madre viene cargando en el vientre por espacio de nueve meses. Tiene una “vida” parasitaria, si me permiten el término y no ofendo mucho a las buenas conciencias. Nada de la vida le preocupa, y desde luego no le ocupa. Pero un buen día es expulsado del paraíso, con todo lo que esto implica.

Este producto, antes de nacer tenía necesidades que se satisfacían de manera directa. Pero ahora la cosa ha cambiado. Siente hambre, por primera y quizá única vez en su vida (quédense con esto, porque ya hablé de ello la semana pasada y volveré más adelante, sobre el punto). Y qué hace, este todavía cachorro humano. Llora.

La madre interpreta que ese es un llamado. Un llamado que ella, sólo ella y nadie más que ella es capaz de contestar. Le da pecho a su bebe, a su niñito, a su tesorito, a su amado. De esta manera él (o ella) recibe su primera experiencia nutricia. Pero sobre todo experimenta algo más. Que, de nueva cuenta, tal vez jamás volverá a sentir, quizá a parodiar.

Y vuelve a llamar (appel). Vuelve a apelar a la madre. Y ella gozosa vuelve a responder. Hasta el cansancio. O mejor dicho, responde con su vida, hasta la muerte. Hasta que ya no puede más. Y sin embargo puede más.

Llora el bebé, o mejor dicho grita (cri) el infante. Y la madre le vuelve a interpretar: ahora no tiene hambre, ahora tiene frío. Grita y dice la madre: tiene calor. Otro grito, y la madre sentencia: está aburrido hay que llevarlo a pasear. El viviente dejó su parte natural. Se ha vuelto un humano. Ha ingresado al registro de lo simbólico, gracias a la madre. Cri.

Debido a estas dotes interpretativas, es que en la sociedad nos atrevemos a decir: es el instinto materno lo que la lleva a reaccionar así. O mejor aún, y con mucha certeza, sentenciamos: nadie mejor que mi madre, para saber lo que quiero. Aunque no sea querer, sino desear.

El niño grita y tiene pecho. Pero sólo da dos o tres succiones y comienza el jugueteo con el pezón. Ya se envició, sólo quiere molestar. Dice el padre, cuando está y cumple su función, para separar al niño del goce de la madre.

Y aparece a temprana edad la máxima expresión de esta sociedad disciplinaria. Los premios y/o los castigos. Habrá quien le recomiende que deje llorar al niño, que de esa manera fortalece sus pulmones. Habrá quien le diga a la madre, que no permita que el niño llore ni un segundo, ahora que puede protegerlo de lo terrible que es la vida. Es decir, que gratifique o frustre sus llamados, su appele. Sus gritos, su cri.

La demanda se manifiesta con esos sonidos guturales. No son palabras reconocibles. Salvo por la madre. Cuando el bebé “empieza” a hablar, sólo es la madre quien logra “traducir” esas palabras. Que no son más que pedidos. Esta demanda, es demanda de amor. Bien lo saben los poetas.

Como dice Jaime Sabines en “Espero curarme de ti”: Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: “qué calor hace”, “dame agua”, “¿sabes manejar?”, “se hizo de noche”… Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho “ya es tarde”, y tú sabías que decía “te quiero”.)

Y la pregunta es ¿qué me quiere?

Tomado de http://diariotiempo.mx/opinion/opinion-la-demanda-alberto-isaac-mendoza-torres/

El deseo

Por Alberto Isaac Mendoza Torres

Llevo un par de semanas rozando un concepto fundamental en el psicoanálisis: el deseo. Cuando hablé de las dificultades que se enfrenta a la hora de elegir una carrera; o bien, cuando les conté que los sueños son cumplidores de deseos, desde la teoría freudiana.

De manera coloquial podemos confundir el deseo, como algo que necesitamos o que queremos tener, con más ímpetu que cualquier otra cosa que nos ofrezca la vida cotidiana. Así por ejemplo soñamos con la aparición del genio de la lámpara que nos conceda tres deseos, le decimos a nuestra pareja que la deseamos, o incluso le deseamos a alguien más: feliz viaje…y que no regrese.

Pero para tratar de acercarnos a lo problemático que es el deseo en el humano, es necesario que partamos por delimitar las diferencias que hay entre necesidad, demanda y deseo.

 

Abraham Maslow, uno de los, tal vez, máximos exponentes de la psicología humanista, hizo un planteamiento muy interesante. Nos habla que las acciones que realizamos los seres humanos, se basan en la satisfacción de necesidades, y no se puede pensar en un “avance” en el comportamiento de las personas, sino están satisfechas estas motivaciones. Nos hizo una pirámide muy bonita, que además como está coloreada, se ve bien coqueta. Dice Malsow que en la base se encuentra la motivación a satisfacer las necesidades fisiológicas, siendo la primera respirar. Aunque bueno, no sé si esta sea una necesidad que se satisfaga a voluntad.

Luego está la alimentación, el descanso y el sexo. Ya con estos tres conceptos tenemos para entreteneros un buen rato. Y es que a diferencia del animal, el humano no tiene estas tres “necesidades” como un instinto a satisfacer. Cuando decimos que tenemos hambre, no sólo la satisfacemos y punto. No comemos cualquier cosa, por más que digamos tengo tanta hambre que me comería hasta el plato, esto en realidad no ocurre. Siempre, siempre, buscamos mejor comer esto, que aquello. Incluso si decimos “tengo antojo de unos taquitos”, no comemos cualquier taquito. Recorremos media ciudad buscando el lugar que nos gusta, o mejor aún, el que nos recomendaron, o el que dicen está de moda, por su salsa, o sus meseras o el taquero mismo. En el animal sí ocurre la satisfacción directa, incluso hasta en los que están domesticados y humanizados. Tienen hambre y comen cualquier cosa que se mueva o no, incluso las heces.

Estamos cansados y no ocupamos cualquier lugar para descansar. Aunque digamos, estoy tan cansado que me podría dormir de pie. Y habrá quien lo haga, me dirán. Pero la mayoría esperamos a llegar a nuestra casa, en nuestra cama, con nuestras almohadas, dentro de nuestras colchas que huelen tan bien, porque acabamos de comprar el suavizante de esferas que anuncia la actriz de telenovelas. O bien nos conformamos con dormir en algún lugar conocido. Pero casi siempre nos resguardamos de que no nos vean, o que sólo nos vean aquellos a los que más confianza les tenemos. Aunque también habrá quien se duerma en el transporte público. Pero incluso ellos, aunque estén muy cansados, no se detienen a media calle, buscan un lugar con sombra, dan dos o tres vueltas en círculo  y se tumban. Como sí hacen los animales.

Y el sexo, uf, el sexo. Decía Michael Foucault que “todos los enigmas del mundo nos parecen leves en comparación con el minúsculo secreto del sexo”. ¿Cómo satisfacer la “necesidad” sexual? Otra vez, los animales lo tienen sin mayor complicación. Nos dicen los biólogos que hay épocas de apareamiento en dónde se juntan un macho y una hembra, con el único objetivo de la procreación. No hay citas previas. No hay cortejo, más que la mostración de que ambos son aptos para la procreación y aseguramiento de la continuidad de la especie. No hay enamoramiento. No hay salidas a cenar. No hay un espérate qué vas a pensar de mí. No hay un ¿y entonces qué somos? No hay jugueteos previos. No hay lencería o ropa sexy. No hay velas. No hay música. No hay que preocuparse por el mito del orgasmo a la par. Del “me duele la cabeza, mejor hoy no”. No hay preocupación por la eyaculación precoz o por la disfunción eréctil. No hay fantasía. No hay en quién estará pensando.  Incluso inventamos métodos para evitar el fin del sexo: la procreación. No hay una “necesidad” sexual que se satisfaga, en el humano.

Por eso Freud para diferenciar el instinto, de aquello que ocurre en los sujetos, recurre al concepto de pulsión. Y una pulsión, dice “nos aparece como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma”. O bien podríamos decir, acompañados de Freud, que la pulsión encuentra su fuente en lo orgánico y su meta en lo psíquico.

Les decía, es tan complejo esto del deseo en el humano, que por hoy, aquí le vamos a dejar. Sólo con la pequeña presunción de que hablamos de la necesidad. Y seguro que sentirán ya un poco de lo que es el deseo.

Tomado de: http://diariotiempo.mx/opinion/opinion-deseo-alberto-isaac-mendoza-torres/

Ana Simonetti: «El mercado tiene la habilidad de prever cualquier deseo»

 

Resultado de imagen para Ana Simonetti

El Centro de Investigación y Docencia de Salta, que forma parte del Instituto Oscar Massota II, viene realizando una serie de conferencias y jornadas de capacitación con los especialistas más renombrados del campo del psiconálisis de corte lacaniano. En ese marco, hace algunas semanas pasó por Salta la cordobesa Ana Simonetti, referente ineludible en lo que a dicha escuela refiere.
Simonetti brindó un curso de CAPACITACIÓN en el Centro de Investigación y Docencia, del que participó una treintena de profesionales y afines del área. Luego de ello le concedió una entrevista a El Tribuno, en la que se abordaron algunas consideraciones generales al respecto de conceptos clave de la obra de Lacan y su aplicación en la realidad actual, desafío permanente de las grandes teorías sociales que jalonaron el siglo XX.
«Lacan nos enseñó que la angustia es el único afecto que no engaña y eso, para el psicoanalista, es un índice real a atender en un tratamiento», asegura la especialista. Vincula las nociones teóricas con los cuerpos, y también aborda la responsabilidad de los medios de comunicación y otras instituciones en la CONSTRUCCIÓN de imaginarios sociales al respecto.

¿Qué es el cuerpo hoy en día? En referencia a muchos niveles, desde fuerza de trabajo hasta objeto de deseo, pasando por procesos de cosificación y como figura de distinción social…
El cuerpo para el psicoanálisis es radicalmente opuesto al organismo. El cuerpo de cada uno se hace por el lenguaje, por la palabra del otro que le habla o no al naciente.
De pequeño, el humano dice «tener un cuerpo». Es decir, el cuerpo es una posesión que se inicia en el «estadío del espejo» como llamó Lacan al momento en que el bebé se ve reflejado, el otro le habla y él se reconoce: ese soy yo, en un segundo momento. De entrada el del espejo es otro, lo que constituye la raíz de importantes patologías si no se produce el segundo momento. Esa imagen, así como las palabras y el afecto de los otros primordiales y también sus respuestas a ese impacto, producen marcas singulares para cada persona, constituyendo acontecimiento de cuerpo.
Esas marcas configurarán cómo cada hablante preste su cuerpo para ser objeto de cuidado, de castigo, de exhibición, de distinción, tal como usted lo menciona. El hoy de su pregunta es muy importante, «el cuerpo es un nuevo dios» al decir de Eric Laurent, psicoanalista francés de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, que tiene numerosos trabajos sobre el tema.

¿Cómo las angustias contemporáneas se manifiestan en el cuerpo? Consumos problemáticos y obesidad, entre otras expresiones…
Lacan nos enseñó que la angustia es el único afecto que no engaña. Y eso para el psicoanalista es un índice real a atender en un tratamiento.
Hoy nos encontramos con una angustia omnipresente que los seres hablantes la taponamos con los objetos de consumo. El mercado tiene la habilidad de anticiparse a cualquier deseo. Referido al cuerpo, responder a lo que es tener un hijo, por ejemplo, se hace sin saber si se lo desea: se congelan los óvulos, los embriones, etc. Hay mujeres que van al psicoanalista porque a pesar de esos tratamientos avanzados para la concepción, ésta no se produce. Cada mujer, de algún modo, sabe que en el impedimento influye también «su parte». A veces un tratamiento psicoanalítico encuentra a una mujer con el no deseo de hijo.

¿La expresión que cada cuerpo tiene queda anulada por el afán de uniformación de los cuerpos que imponen los regímenes de belleza física? ¿Qué actores sociales imponen esos regímenes?
La CIENCIA, con sus invenciones, y la tecnología a su servicio arrasaron con lo que en el siglo pasado eran los ideales de familia, de progreso, de profesiones, al producir a gran velocidad objetos diversos que exaltan el goce por sobre ideales o deseos.

Los estereotipos de belleza existen hace mucho tiempo, ¿por qué se exacerba el culto a esa estética en nuestros días?
Los medios de comunicación forman parte del mercado, películas de distintas épocas reflejan cómo se constituyeron en un cuarto poder en la civilización. A mi gusto, los medios, entre otras razones, quieren estar a la altura de esa velocidad de cambios, reflejarla, pero al mismo tiempo van dejando atrás su capacidad crítica, que los ciudadanos esperamos sea más independiente.

Además de los medios masivos, ¿qué otros actores sociales aportan a la construcción de esos estándares de belleza, bondad, salud, etc.?
Las instituciones tradicionales que contribuyen a la formación de los individuos, cada una con sus fines, ellas mismas han perdido autoridad y ellas mismas se extravían en los tiempos que corren. Van atrás de los cambios sin saber cuáles son sus sentidos. Por supuesto que no todas.
Hay corrientes que van más atentas a las necesidades reales de las sociedades. Los gobiernos otro tanto, con el poder que les confiere haber sido elegidos, pero vemos que es un asunto global la pérdida de crédito que tienen. Pasan al costado de los modos de goce, del sufrimiento o exaltación de los cuerpos, sin advertir que hay formas más humanas que la vigilancia, el control biológico. En fin, formas que consideren la singularidad, y el respeto por las diferencias.
El psicoanálisis, no solo como experiencia individual que permite a los hablantes reconocer su deseo y asumirlo, aporta a la civilización su interpretación y su acción que tiende a contribuir a una vida más digna en comunidad.
Fuente: http://www.eltribuno.info/ana-simonetti-el-mercado-tiene-la-habilidad-prever-cualquier-deseo-n773314

De la teoría a la comunidad 

Por José Sifontes

El Psicoanálisis es, entre otras cosas, una forma de entender la conducta y explicar el funcionamiento de la mente humana. La mente funciona de forma dinámica; todo está interrelacionado, lo externo con lo interno, lo pasado con lo presente. Freud mencionó tres áreas psíquicas principales: El Id, que contiene todos los instintos, impulsos y deseos. Se rige por el principio del placer y busca satisfacción inmediata, sin tener en cuenta factores morales o normas sociales. El Superego contiene todas las normas que asimilamos en la familia, en la escuela, en la religión y en la sociedad. Nos prohíbe hacer cosas censurables y nos indica la diferencia entre el bien y el mal. Entre el Id, que busca expresar los instintos, principalmente los sexuales y agresivos, y el Superego, que nos detiene, está el Ego. Éste tiene la tarea de mediar entre el Id y el Superego, entre los impulsos y las prohibiciones. Es a través del Ego que se llega a un acuerdo: el impulso puede ser satisfecho pero bajo determinadas reglas. 

Se nace con un Id pero el Superego se desarrolla poco a poco, a través de la educación y la socialización. Necesita de guías, de modelos, de parámetros sociales. Cuando de pequeños íbamos al cine y preguntábamos a nuestros padres quién era el bueno de la película, estábamos formando nuestro Superego. Con el tiempo no solo llegamos a conocer las normas, a poder diferenciar lo bueno de lo malo, sino que lo asimilamos de una forma más profunda, lo integramos a nuestra percepción del mundo y se vuelve un elemento clave de la conducta.
Puede haber extremos. Un Superego demasiado rígido coarta la libertad, lleva al dogmatismo, a la intolerancia, e incluso a la enfermedad. Uno demasiado débil conduce al egoísmo, a la falta de empatía y carácter, y a la conducta antisocial.
Trasladando estos elementos a la vida en sociedad se puede comprender las razones de ciertos problemas sociales y los elementos básicos para corregirlos. Sería simplista decir que con la teoría psicoanalítica se tiene ya una explicación para todo y que, por ejemplo, la conducta criminal únicamente se debe a una débil o torcida formación del Superego; pero al menos es un marco de referencia que nos ubica y nos permite tener indicios de qué está pasando y cuáles son las medidas que tienen sentido.
Un niño que crece en un hogar desintegrado, en un lugar insalubre, que abandona una escuela que de todos modos está en ruinas y que aprende del mundo en la calle junto a otros menores en iguales condiciones, ¿de dónde puede desarrollar un Superego que integre adecuadamente las normas sociales? Obviamente sus esquemas mentales serán incongruentes y sus percepciones de lo correcto, lo justo y lo bueno estarán significativamente distorsionadas.
¿Puede esto ser corregido? No sería psiquiatra si dijera que no. Pero no soy ingenuo y sé, que como en las enfermedades, depende de que el daño no esté tan arraigado o sea demasiado tarde. Las posibilidades de resocialización son mayores si se interviene en los casos menos severos y de forma temprana. No es cosa de dar psicoterapia a todos en riesgo sino de intervenir en las comunidades con lo esencial: mejores condiciones de salud, de educación y de ocupación productiva. Una comunidad con sus necesidades básicas cubiertas, ordenada y apoyada es formadora de superegos sanos. No se necesita ser psicoanalista para entender eso. 
*Médico psiquiatra y columnista de El Diario de Hoy

Fuente: http://www.elsalvador.com/articulo/editoriales/teoria-comunidad-117703

La era del deseo transparente

Cuerpo y psicoanálisis. El goce de la exhibición a través de las pantallas está transformando el erotismo. “Playboy” retiró los desnudos de su tapa: en la web está todo; Tinder es un catálogo humano. Sólo hay que clickear.

El cuerpo se encuentra hoy en crisis.” Este diagnóstico que nada tiene que ver con la medicina es del filósofo coreano alemán Byung Chul-Han, que no suele frecuentar la escena pública y que se mantiene alejado de los medios de comunicación. Y la preocupación, la inquietud, la curiosidad es compartida ampliamente desde geografías diversas. Hay un soporte común que cruza y une el horizonte de los cuerpos: las pantallas. La imagen allí representada ha transformado para siempre la concepción definida de lo que era un cuerpo para presentarlo hoy con un interrogante. La intimidad de los cuerpos ya no es tal, es espectáculo voluntario o no; está allí, habla sin ser preguntado; y viene a decir que las reglas del erotismo deben ser reescritas y las de la comunicación, reiniciadas.

Experiencias y situaciones que atraviesan generaciones distintas son las que provocan este llamado de atención donde se cruzan tecnología, filosofía, antropología y psicoanálisis.

El cuerpo, la relación con su entorno y con la mente, el alma, la psiquis son tema de análisis hoy en la academia del diván. El tema del X Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis realizado recientemente en Río de Janeiro tuvo como lema “El cuerpo hablante”. “¿Cómo no nos íbamos a formar, por ejemplo, la idea de una ruptura, si Freud inventó el psicoanálisis, por así decir, bajo la égida de la reina Victoria, parangón de la represión de la sexualidad, mientras que el siglo XXI conoce la difusión masiva de lo que se llama el porno y que es el coito exhibido, convertido en espectáculo, show accesible para cada cual en Internet con un simple click de mouse ?”, señaló el psicoanalista Jacques Alain Miller en la presentación del Congreso. Y allí agregó: “De Victoria al porno, no sólo hemos pasado de la interdicción al permiso, sino a la incitación, a la intrusión, a la provocación, al forzamiento. El porno, ¿qué es sino un fantasma filmado con la variedad apropiada para satisfacer los apetitos perversos en su diversidad? No hay mejor muestra de la ausencia de relación sexual en lo real que la profusión imaginaria del cuerpo entregado a darse y a engancharse”.

Ese espectáculo, ese show accesible para todo aquel conectado digital es el que ha puesto al cuerpo, a los cuerpos, al alcance de todos pero a través de todo tipo de soportes. El diálogo encontró en el brillo de las pantallas la posibilidad de fluir. Es que del otro lado hay una corporización permanente y –afortunadamente– a la distancia. Basta ver cómo esto le ha servido al capitalismo empresarial para resolver las reuniones de ejecutivos en tiempo y tamaño reales desde sus hogares o desde un hotel en Miami. O también, gracias a las imágenes que transmiten los drones, liquidar a un grupo de enemigos del Pentágono con un simple click y generar caras de asombro en las oficinas donde se toman las decisiones.

En este contexto emerge casi de modo grotesco la figura del hikikomori , una especie de ciudadano del futuro –ya hecho presente. Son jóvenes varones japoneses, que se encierran en una habitación de la casa de sus padres durante años, apenas tienen amigos y viven en sus habitaciones pendientes de todas las pantallas posibles. Pero ese panorama de cuerpos encerrados ya no es exclusivo de Japón, también se da en urbes como las de nuestro país, donde muchos preadolescentes arman su comunidad virtual en torno a juegos, videos y cine en la PC, plataformas, televisores y celulares. Son cuerpos ligados íntimamente a las pantallas. Adheridos. En muchos casos se da una sociabilización virtual que explora los bordes de las redes sociales.

El disfrute a la distancia es mayor que el de los cuerpos que se acercan. El roce no es fundamental. Un caso: un grupo de chicos de once años se despide de forma apresurada de un cumpleaños. Luego, cada uno en su casa se conecta y juega al Agar.io en red. Ahora los amigos se reencuentran, se hablan por Skype, se gritan pero nadie palmea a nadie.

Este juego tiene particularidades interesantes. El jugador empieza con una célula pequeña y tiene como objetivo crecer lo más posible. Para lograrlo debe mover su célula por el mapa para comer los pequeños puntos de colores que elevan su masa además de tragar otras células al colocarse directamente sobre ellas y evitar ser presa de otras mayores. El juego no es sólo para chicos, muchos adultos lo disfrutan al infinito, como Frank Underwood y su oponente político Will Conway en House of cards . La metáfora del poder también se dirime en una pantalla.

Eros en clave digital
El erotismo también se está repensando y el mercado toma nota. Muy pionera fue la actitud de la revista Playboy que decidió quitar los desnudos de su tapa. La guardavida deBaywatch Pamela Anderson fue la última en salir sin ropas en un número que fue casi una despedida del clásico erotismo para hombres en papel a color. “El ciclo que se traza entre el primer y el último desnudo no es sólo la historia corporativa de una revista, sino un auténtico archivo documental sobre las transformaciones sexoafectivas de las últimas décadas: mostrar un pezón era un gesto sin dudas osado en los años cincuenta; en el siglo veintiuno la osadía pareciera consistir en ejercer el derecho a no mirar”, explica Florencia Angilletta, investigadora del Conicet. Scott Flanders, director ejecutivo de Playboy , declaró al diario New York Times : “Ahora cualquiera está a sólo un click de todo acto sexual imaginable de manera gratuita”. Según Angilletta, Internet transformó el erotismo, lo diversificó y también lo puso contra sus propias cuerdas en un proceso complejo, que dialoga con el fenómeno de la “pornificación de la cultura”, como lo ha definido la socióloga Eva Illouz. Entre otras posibilidades, puede señalarse la pornografía amateur como la que millones de personas –provistas de una cámara digital– han filmado sus propios contenidos. En consecuencia Playboy ya no muestra chicas desnudas. Y hubo más decisiones similares: el calendario Pirelli suplantó sus clásicas imágenes de modelos desnudas o semidesnudas por las de mujeres destacadas públicamente, como Patti Smith o Serena Williams. Por otra parte, el concurso Miss Mundo ha dejado de incluir, dentro de su menú principal, el esperado desfile de las candidatas en traje de baño. El erotismo ya no es lo que era.

La era del deseo transparente

Según Eva Illouz hoy Internet contribuye a “la posición del individuo moderno como sujeto deseante que anhela ciertas experiencias, fantasea con diversos objetos o estilos de vida y vive en un universo imaginario o virtual”. Ella sostiene que el sujeto de hoy percibe cada vez más sus deseos y sentimientos de manera imaginaria a través de mercancías y de las imágenes que traen los medios al propio hogar. Su imaginación hoy está determinada por el mercado, el consumo y la cultura de masas, concluye.

Pero, tal vez, el proceso histórico que provocó la estrecha relación entre cuerpo y pantalla haya sido la forma de “modificar el estado de insatisfacción estructural, característica del sujeto de la modernidad”, señala Marcelo Mazzuca, psicoanalista, docente e investigador de la UBA. En cada interacción virtual se pone en suspenso la fisura insondable entre el yo y el mundo exterior. No está de más recordar que, de las tres fuentes de sufrimiento que Freud identificaba en El malestar en la cultura , era la relación con los demás –la distancia intersubjetiva como brecha constitutiva– la única imposible de cancelar. Continúa Mazzuca: “La función del tóxico (o de la pantalla adictiva) es la de enlazar el cuerpo pulsional y sexuado con la realidad que lo une a otro sujeto”, aunque ésta sea del orden de la fantasía. La ficción de “comunicación total” podría aliviar la ansiedad que provoca el vacío, al tiempo que estimula, en estas interacciones permanentes, la imposibilidad de desconexión.

Es a esos enlaces adonde apunta Tinder, la red social de contactos que permite a los usuarios comunicarse con otras personas en base a sus preferencias para charlar y concretar citas amorosas, sexuales. La antropóloga Paula Sibilia analiza la red y establece un anclaje con estos tiempos: “¿Por qué estar sujetos al azar, yendo una noche a un bar para conocer a alguien, cuando tenés la posibilidad de disponer de un catálogo completo? Como nos pasa con las vacaciones, o al comprar ropa o un auto. Es un modelo de acceso al otro que copia el modelo de mercado, o de supermercado. Y tenés todo lo posible, no como cuando comprás en un lugar y quizás el producto no existe o se acabó. No me sorprende que el modelo de mercado, al internalizarse y generalizarse tanto en cada uno de nosotros, haya llegado también al plano del deseo”. De todos modos, y aunque se anulen instancias, todavía queda un margen para la seducción. Para una segunda cita por lo menos.

La psicoanalista Silvia Ons nos recuerda que Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, dijo: “Hay que romper el lazo entre el secreto y lo íntimo, porque ese lazo es una herencia obsoleta del pasado”. Y que también Eric Schmidt, gerente general de Google, señaló: “La preocupación por preservar su vida privada ya no era de todos modos una realidad más que para los criminales”. Quienes gobiernan la Web profetizan con frialdad el devenir inmediato como el de la “era de la transparencia”, según Ons.

Del cuerpo al cadáver
Y ante el momento de duda, de transformación de la mirada erótica, hay placeres donde la perversión se enfoca en la tragedia, en la muerte, el horror que anestesia. Imágenes de cuerpos descabezados; cabezas que ruedan en una pista de baile mexicana luego de una balacera narco. La sociedad mexicana se acostumbró a estas imágenes en televisión, diarios, revistas, y también en persona, de cadáveres cortados, despedazados. Horror cotidiano, pérdida de la capacidad de asombro. En los últimos años la guerra entre los carteles de la droga, cada vez más fortalecidos, ha generado esta violencia desmedida: las cabezas devinieron símbolos de muerte y muerte en sí misma. Lo mismo ocurre con los cuerpos de los migrantes que se ahogan en el Mediterráneo y terminan arrojados en las playas europeas o africanas según como funcione la marea. Son cuerpos que forman parte de una exposición mediática con un rating deslumbrante. Algo de ellos nos aterra, nos importa y también nos seduce. De ese modo, estos pedazos o cuerpos estáticos circulan como mercancías. Fueron el envase de migrantes, refugiados, víctimas del narcotráfico, delincuentes buscados, personas secuestradas o desaparecidas. El terror también aumenta las audiencias para ver esos cuerpos quietos, no peligrosos, parias lejanos de nuestros hogares. Tanta fascinación por el espectáculo de la violencia también alimenta la pregunta sobre qué es lo erótico hoy.

Byung Chul-Han en La agonía del eros sostiene que “el neoliberalismo lleva a cabo una despolitización de la sociedad, y en ello desempeña una función importante la sustitución del eros por sexualidad y pornografía. Se basa en el deseo. En una sociedad del cansancio con sujetos del rendimiento aislados en sí mismos, también se atrofia por completo la valentía. Se hace imposible una acción común, un nosotros”. En la era de los deseos expuestos, las preguntas por el goce no logran una respuesta satisfactoria. Pero el cuerpo –afortunadamente– habla.

Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/deseo-transparente-cuerpo_0_1589241201.html

 

¿Por qué Playboy dejará de publicar desnudos completos?

No, el pionero de la revolución sexual Hugh Hefner no se ha vuelto un conservador, a pesar de sus 89 años.

La revista que lanzó su primera edición en 1953 con una Marilyn Monroe al natural tampoco abandonará el culto a la belleza femenina.

Lo que Playboy dejará de hacer es publicar imágenes de mujeres totalmente desnudas a partir de marzo de 2016.

«Pasada de moda»

Y no se trata de una postura moral. Es más bien económica.

El fácil acceso de pornografía en internet ha hecho que esas imágenes eróticas estén «trasnochadas», explicó el director ejecutivo de la publicación, Scott Flanders.

«Estás a un clic de cualquier acto sexual imaginable. Así que, a estas alturas, está muy pasado de moda«.

En una entrevista con el diario estadounidense New York Times, Flanders reveló que Hugh Hefner, fundador de la revista, estaba de acuerdo con la nueva propuesta.

 

Aunque algunas ediciones internacionales y el logo del conejo en perfil con corbatín siguen registrando ganancias, la edición de Playboy en Estados Unidos ya no es rentable.

La circulación ha caído desde un auge de 5,6 millones de ejemplares, en 1975, a unos 800.000 actuales.

Nueva demografía

Después de 62 años publicando fotos de mujeres en todas las poses posibles, en varios estados de desvestir, el nuevo diseño continuará mostrando imágenes provocadoras solo que ya serán aptas para menores.

Atrás quedarán las épocas en que la revista tenía que esconderse en un recoveco secreto del armario, o leerse camuflada dentro de una edición de «Mecánica Popular».

Ya no habrá que justificar su lectura con la excusa que «los artículos son muy interesantes».

El mercado al que apuntará es el del joven profesional y se podrá leer en la oficina.

Cuando salió la primera edición en 1953, con Marilyn Monroe, Hefner escribió: «Si eres un hombre entre los 18 y 80 años, Playboy es para ti».

Ahora, el objetivo son los hombres citadinos entre los 18 y los que están en sus años 30, un grupo demográfico altamente codiciado por los publicistas.

La nueva revista no descartará la columna de consejos sexuales pero será una «mujer sexualmente positiva» la que estará abordando el tema.

Continuará con su tradicional periodismo investigativo, ficción de calidad y entrevistas a fondo con personajes históricos tal como las hicieron con Martin Luther King Jr, Malcolm X y Jimmy Carter y que colocó a Playboy a la vanguardia cultural y política.

Incluirá, además, el trabajo de artistas visuales distribuido entre sus páginas, en parte porque investigaciones de mercado demuestran que a los jóvenes les gusta.

Crecimiento de la edición internet

El sitio internet de Playboy ya había desterrado la desnudez, en parte para tener acceso a las plataformas de las redes sociales como Facebook y Twitter.

Como resultado, su popularidad online ha crecido y el tráfico se ha cuadruplicado.

La revista que inició la apertura sexual y su gurú Hugh Hefner que «iluminó» a varias generaciones indicando la manera de vestir, de consumir, de divertirse y de relacionarse íntimamente, han caído por el peso de su propia revolución.

Mas no se puede interpretar como una simple capitulación a las fuerzas más atrevidas y asequibles de la pornografía en internet.

A Playboy les gustaría pensar que es más el pragmatismo que llega con la edad y la experiencia.

«Ya dimos la batalla y la ganamos», sentenció el director ejecutivo Scott Flanders alNew York Times.

 

Fuente:http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/10/151013_cultura_playboy_no_mas_mujeres_desnudas_wbm