Imaginario social y discurso psicoanalítico.

Por Rómulo Aguillaume Torres.

Quizás el título de mi trabajo podría haber sido la crisis del psicoanálisis en la postmodernidad y haberme sumado así, a la enésima reflexión sobre el tema. Decir que el psicoanálisis está en crisis no es decir mucho, la crisis del psicoanálisis es una parte de su identidad. El psicoanálisis siempre fue una disciplina en crisis, lo que, entre otras cosas, condicionó su marginalidad y su fuerza y hoy únicamente tendríamos que señalar en que consiste esa crisis, en algunos aspectos distinta a las anteriores y que, desde luego, no podemos despachar con el argumento de la resistencia al psicoanálisis únicamente.
En El libro negro del Psicoanálisis, si tuviéramos la paciencia de leerlo, encontraríamos muchas de las críticas posibles, algunas ya antiguas, pero que en definitiva marcan los niveles donde la supuesta crisis del psicoanálisis es más evidente:

  1. Como modelo teórico donde la neurociencia parece tener la última palabra.
  2. Como praxis clínico terapéutica donde lo conductual y la farmacología también tienen la última palabra.
  3. Por último, y lo que más se acercaría al tema de esta mesa: el discurso psicoanalítico ha dejado de ser subversivo al no encontrarse con una sociedad que, como a la que se dirigió Freud, cercenaba el campo de lo sexual.

Tres niveles críticos que salvo el último, han acompañado al psicoanálisis desde sus orígenes. El primero, que el modelo teórico es insolvente, a demostrar lo cual se dedicaron los distintos epistemólogos, desde Nagel a Grumbaun. La neurociencia parece el último constructo teórico y algunos psicoanalista se unen a ello de forma que ya hay algo que se llama neuropsicoanálisis, intento de abrazar ambas disciplinas y que en opinión de Eric Laurent (2000, p.66) puede ser el abrazo de la muerte. Y que el psicoanálisis no cura, que vienen repitiendo psiquiatras y conductistas desde su inefable teoría de la cura. Y la última y actual, a la que quiero centrar este trabajo, que el discurso psicoanalítico ha dejado de ser subversivo porque se encuentra con una sociedad, llamada postmoderna- a la que en buena parte ha contribuido a crear- reacia a ese discurso, por producir sujetos inaccesibles a la praxis psicoanalítica.
La necesidad de que lo social ocupe el lugar que le corresponde en la formación de la subjetividad no quedó resuelto con el celebre pasaje de Freud (1920): En la vida anímica individual- nos dice Freud- aparece integrado siempre, efectivamente, el otro, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado». El problema es como se integra el otro y a que se integra, quiero decir que la integración de los múltiples condicionantes en que el sujeto se encuentra: imaginario social, clase, tradición cultura, raza etc. deben hacerse posibles en el método, objeto y metapsicología psicoanalítica, esto es, que los supuestos paradigmas psicoanalíticos sean capaces de responder a las tensiones de lo social. En cualquier caso, “La socialización- dice Castoriadis- no es una simple adjunción de elementos exteriores a un núcleo psíquico que quedaría inalterado; sus efectos están inextricablemente entramados con la psique que sí existe en la realidad efectiva. Esto vuelve incomprensible la ignorancia de los psicoanalistas contemporáneos respecto de la dimensión social de la existencia humana”. (Castoriadis …)
Considerar las teorías y métodos psicoanalíticos en su relación con el imaginario social va a seguir siendo un tema ineludible y que en términos más cercanos a la clínica lo podríamos plantear como pregunta: “¿Cómo puede verse en el desarrollo del niño un proceso natural y, al mismo tiempo, la historia social de su formación? La tensión entre lo natural y lo sociocultural ha sido un buen referente que ha hecho evolucionar el psicoanálisis y enriquecerse en un gran número de corrientes y escuelas, que reflejan en su nacimiento y desarrollo las influencias de lo social y el cambio de sus imaginarios y, por otra parte los cambios internos que han alcanzado a su propio método. Crisis social y crisis del método marcan lo que para algunos es la crisis del psicoanálisis y para otros simplemente un nuevo momento de su desarrollo. En palabras de Jorge Ahumada, “La llamada “crisis del psicoanálisis” deriva de una crisis del pensar acerca de si en la sociedad global, crisis en cuya génesis juega un papel principal el pasaje desde la aculturación en el medio familiar y la cultura de lo escrito hacia la aculturación de los medios visuales, esto es, en realidad más y más “virtuales”. Y la otra causa de la crisis está en la actitud de las sociedades psicoanalíticas que difunden y banalizan los conceptos y abandonan el método. Hasta aquí la opinión de Ahumada.
También Cornelius Castoriadis desde posiciones epistemológicas distintas coincide en el diagnóstico social en su incidencia sobre el psicoanálisis. En este caso la aculturación se expresa como la ausencia de un imaginario social que facilite identificaciones que estarían en la base de la reflexibilidad, esto es de la función del pensamiento.
La crisis de la modernidad, de su imaginario y de sus significaciones y del sujeto antropológico que produjo ha marcado profundamente tanto el lugar que ocupa actualmente el psicoanálisis, los modelos teóricos en que se apoya y la práctica en que se sustenta. Crisis de la modernidad que podríamos resumir como el fallo en la credulidad ante el progreso y la verdad científica.
François Lyotard, definió la postmodernidad: “Simplificando al máximo- escribe Lyotard- defino lo postmoderno como la incredulidad ante las metanarraciones”. Y como ya sabemos, el conocimiento científico como fundamento del progreso y de la emancipación es la principal “metanarración” que queda cuestionada.
El objeto del conocimiento científico queda cuestionado y el proyecto epistemológico clásico cambia: “el campo de la epistemología clásica tal y como la entendemos en la actualidad surge de la idea de que la mente es capaz de crear representaciones que reflejen de forma exacta lo que está ahí afuera; el conocimiento pues, es posible en tanto la mente crea representaciones exactas al mundo exterior. (…) Pero esta idea básica, centro del proyecto epistemológico no es ya aceptada por muchos autores que consideran que “hay que abandonar la noción del conocimiento en cuanto representación exacta, que resulta posible gracias a procesos mentales especiales e inteligible gracias a una teoría general de la representación”. El problema es que sin ese imaginario de verdad y progreso, impregnándolo todo habría que preguntarse cual sería su sustituto. Para algunos la respuesta ya es conocida y esta entre nosotros: hemos pasado de un imaginario donde la verdad era posible a un imaginario donde la eficacia viene a ocupar su lugar. En tiempos de Freud el psicoanálisis era cuestionado desde criterios de cientificidad. En los tiempos actuales desde criterios de eficacia. El tipo antropológico ha pasado, del obsesivo meticuloso capaz de exterminar minuciosamente a millones de individuos, fundamentado en estudios profundos sobre la verdad empírica de la superioridad de tal raza, al individuo fragmentado de la postmodernidad. “…, en las condiciones de la postmodernidad, los sujetos se hallan constituidos en diferentes configuraciones con relación a las estructuras interpersonales de comunicación, las cuales promueven el uso defensivo de la negación y el antipensamiento. Opinan que vivimos en un mundo amenazador en el que la tecnología despersonaliza al individuo, el marketing vacía los objetos de significado y los sujetos se encuentran frente al constante dilema de discriminación entre lo que es real o irreal, dentro y fuera, la autenticidad y la inautenticidad, etc. Dado que las formas sociales y culturales ofrecen muy poca contención emocional y estabilidad personal, la ansiedad y la desesperación se incrementan forzosamente- podemos ver con facilidad cómo los síntomas de ansiedad son cada vez más y más frecuentes en las consultas médicas y psiquiátricas-, y nuestros recursos internos para hacernos cargo del sufrimiento psíquico disminuyen. Ello comporta una excesiva identificación proyectiva, con incremento de los objetos extravagantes y una disminución del significado y de la capacidad para elaborar sentimientos y pensamientos.
Sin embargo no es esta una opinión compartida por todos. E. Roudinesco piensa que “el sufrimiento psíquico se manifiesta hoy bajo la forma de la depresión”, aunque termina, igualmente haciendo del pensamiento, de la ausencia de reflexión la causa de su malestar. Así, el paciente actual, nos dice Roudinesco, “pasa del psicoanálisis, a la psicofarmacología y de la psicoterapia a la homeopatía sin tomarse tiempo para reflexionar acerca del origen de su desdicha”.
En una primera conclusión, si es que podemos concluir algo diríamos que la sociedad postmoderna produce un sujeto que no piensa , que no reflexiona, posiblemente porque la importancia de la temporalidad ha cambiado. Decía Viñar ayer, en una entrevista libre y amigable que tuvo la bondad de concedernos, que el sujeto actual vive en un presente omnipresente, que lo anula todo, que el pasado no existe, que las nuevas tecnologías ponen al sujeto en condiciones de inmediatez, que el futuro ya no es un proyecto, ni el pasado una palanca de experiencia. Si esto ha cambiado así, o en parte ha cambiado así, quiere decirse que la función reflexiva del pensamiento va desapareciendo, y que el psicoanálisis en tanto acción reflexiva, se encuentra en precario. Yo no estaría tan seguro de todo esto. Creo que el sujeto postmoderno sigue pensando, sigue deseando y que lo que ha cambiado es el contenido de su pensamiento y los placeres de sus deseos y, que como psicoanalistas debemos captar estos nuevos cambios. Ahora ya no estamos en una sociedad de lectores- dicen- y el deseo queda obturado en una sociedad de consumo- también dicen. Bueno, pues esa es la sociedad en la que estamos y en la que debemos trabajar.
El imaginario social tal cual es conceptualizado por Castoriadis incide de lleno en el psicoanálisis en tanto es definido como un “magma de significaciones imaginarias sociales” encarnadas en instituciones. Como tal, regula el decir y orienta la acción de los miembros de esa sociedad, en la que determina tanto las maneras de sentir y desear como las maneras de pensar. “El imaginario social provee a la psique de significaciones y valores, y a los individuos les da los medios para comunicarse y les dota de las formas de la cooperación: Es así, no a la inversa.” Quiere decirse que no es el sujeto surgiendo de la conflictiva edípica o narcisista quien construye lo social, sino a la inversa, una sociedad que excreta individuos conformados según su imaginario.
Charles Taylor en su libro Imaginarios sociales modernos – en el que es capaz de no nombrar ni una sola vez a Castoriadis, nos presenta el imaginario moderno occidental como surgiendo a través “de ciertas formas sociales, características de la modernidad occidental: la economía de mercado, la esfera pública y el autogobierno del pueblo. Entre otras.” Precisamente todas ellas fallando en estos momentos.
Falla la familia, falla el discurso político, falla la economía (llamada de mercado) etc. Me referiré al fallo de la familia. Hace unos meses tuvimos unos encuentros en Madrid sobre la crisis de la familia o, mejor dicho sobre las nuevas familias, LA FAMILIA Y SUS VINCULOS. NUEVAS PARENTALIDADES, así se llamaban las jornadas. Fueron unas Jornadas donde inevitablemente surgió el tema de la familia en conflicto porque, al parecer el que los homosexuales se casen y puedan adoptar hijos es una señal inequívoca de que la familia está en crisis.
Algo no está en crisis cuando esta establecido y es inamovible y en el caso de la familia esto no ocurrió nunca: entre la familia romana y la familia actual hay una gran diferencia y no podemos decir que el sufrimiento psíquico dependieran de una u otra organización familiar. Por tanto no es la crisis familiar lo determinante, sí parecería serlo las condiciones en que los valores o, en terminología de Castoriadis, las significaciones imaginarias sociales, fallan en la presencia en que cualquier sociedad demanda para facilitar los procesos identificatorios. Se quiere decir, que los apuntalamientos del proceso identificatorio en sus entidades socialmente instituidas ya sea la familia, la escuela o el trabajo, son elementos claves en la constitución de la subjetividad. Para Castoriadis cada sociedad produce su propio mundo creando las significaciones, los valores que le son propias y que tienen una función triple: estructuran las representaciones del mundo en general, designan las finalidades de la acción, lo que se puede y no se puede hacer y, por último crea los tipos de afectos característicos de esa sociedad. Representaciones, finalidades y afectos producirían sujetos antropológicamente diferentes. La novela de Jonathan Littel, Las benévolas, nos muestra un tipo antropológico, Max Aue, que solo se podría dar en un momento histórico como el de la Alemania nazi. Pero Max Aue no es un sujeto enfermo desde el punto de vista psicopatológico, por mucha repugnancia que nos produzca su figura. Es un sujeto antropológico no un sujeto psíquico. El sujeto antropológico deviene de la sociología, es el sujeto social, mientras el sujeto psíquico es anterior y hunde sus raíces no solo en lo social.
Permítaseme comentar algo más sobre el sujeto, tal y como se concibe desde el modelo de Castoriadis y que si parece tener cierto interés desde el punto de vista del psicoanálisis.
Cornelius Castoriadis hace un intento por fijar el sujeto que el estructuralismo extravía. “Los discursos sobre la muerte del hombre y el fin del sujeto- nos dice Castoriadis- no fueron nunca otra cosa que la cobertura pseudo-teórica de una evasión de la responsabilidad- por parte del psicoanalista, del pensador, del ciudadano”. A partir de esta posición crítica y de la dificultad de pensar el sujeto en su totalidad, después de la pluralidad de sujetos que el psicoanálisis introduce con sus instancias psíquicas, Castoriadis se pregunta ¿puede formularse una noción del sujeto que las recubra a todas y que no sea simplemente formal, es decir, más o menos vacía? (Id.)
La subjetividad se expresa en una multitud de regiones donde impera el para si, esto es, donde la relación con el mundo se manifestará con una finalidad básica de preservar “la especificidad, el ser aparte”
en este sentido describe Castoriadis cuatro regiones donde ese para si de la subjetividad se manifiesta: el para si de lo viviente, de lo psíquico, del individuo social y de la sociedad. Cuatro regiones que interactúan entre si pero que permanecen autónomas. Quizás restaríamos complejidad a todo ello si lo tradujéramos como el concepto de autoconservación freudiano, pero lo que a mi me interesa resaltar es esta posibilidad de estudiar la subjetividad en distintos niveles de su manifestación, sobre todo lo que se refiere a la existencia de un sujeto psíquico y otro social. Así “…estamos siempre frente a una realidad humana en la cual la realidad social (la dimensión social de esta realidad) recubre casi totalmente la realidad psíquica. Y, en un primer sentido, el “sujeto” se presenta como esta extraña totalidad, totalidad que es y no es una al mismo tiempo, composición paradójica de un cuerpo biológico, de un ser social (individuo socialmente definido), de una “persona” más o menos consciente, en fin, de una psique inconsciente (de una realdad psíquica y de un aparato psíquico) el todo supremamente heterogéneo y no obstante definitivamente indisociable. De tal forma se nos presenta el fenómeno humano, es frente a esta nebulosa que debemos pensar la pregunta por el sujeto” (Id.).
Castoriadis contempla la dificultad de unificar todos estos sujetos, obvia esta dificultad y define el sujeto del psicoanálisis como meramente proyecto. La necesidad de una interpretación va dirigida a un alguien que todavía no existe “ya que aquello a lo que se apunta a través de una cura es la transformación efectiva de alguien, ni previsible ni definible de antemano…” (Id.) Aquí el sujeto debe advenir, así como antes lo era el Yo. “Este sujeto no es simplemente real, no está dado, debe ser hecho y se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias. El fin del análisis es hacerlo advenir” (…) Este sujeto, la subjetividad humana, está caracterizado por la reflexividad (que no debe confundirse con el mero pensamiento) y por la voluntad o capacidad de acción deliberada, en el sentido pleno de este término”. (Id.)
Yo estaría de acuerdo solo a medias con este modelo de Castoriadis. La mitad con la que estoy de acuerdo es con la que concibe al sujeto como proceso y la mitad en la que estoy en desacuerdo es con que el fin del análisis pueda hacer advenir ese sujeto. Creo que esta concepción última del advenimiento de un sujeto se mantiene dentro de una lógica esencialista con la que el psicoanálisis, tanto freudiano como lacaniano, rompieron hace mucho tiempo. No es posible borrar la distancia que separa lo real de su simbolización, no es posible, pues, un sujeto real, un sujeto que pueda ser pensado más allá de su devenir. Y si debo ser sincero, tampoco sé si estoy muy de acuerdo con el concepto de proceso, que me da la impresión que se transforma en proyecto. No es lo mismo proceso que proyecto. Proyecto apunta a una finalidad, aunque se diga que es inalcanzable, y una finalidad tiende a obturar la distancia entre lo real de su simbolización. “Esta aspiración de abolirlo- nos dice S. Zizek- es precisamente la fuente de la tentación totalitaria. Los mayores asesinatos de masas y holocaustos siempre han sido perpetrados en nombre del hombre como ser armónico, de un Hombre Nuevo sin tensión antagónica”.
En cualquier caso, el sujeto psíquico por debajo del social y éste, recubriéndolo todo, nos devuelve una imagen donde el supuesto sujeto, del que nos habla Castoriadis, queda nuevamente sin sustantivar, pero sí delimitado en esferas e interrelaciones de gran valor heurístico.
¿Hasta que punto el sujeto psíquico puede sostener todo ese universo de significados que lo social pretende imponer? Es evidente que entre el sujeto social encarnado por Platón y el sujeto social actual hay enormes diferencias. Sin embargo ya no sería tan evidente la diferencia entre el sujeto psíquico en distintos momentos históricos. La evolución psíquica es muy lenta determinada posiblemente por factores biológicos, no así la evolución social. Quizá esa desarmonía sea la responsable de las dificultades psicológicas y de las llamadas enfermedades mentales. Quizás la compulsión a la repetición no sea más que la resistencia de lo psicológico a abandonar posiciones que el sujeto social plantea. O quizás el malestar en la cultura de Freud o el sujeto parlante de Lacan sean las expresiones del sufrimiento psíquico como característico del ser humano. La naturaleza impone límites a la cultura y ésta impone presiones a aquella. Este sujeto, que no es simplemente real que no está dado y que debe ser hecho y que se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias, nos permite anticipar que las condiciones son las del método psicoanalítico y las circunstancias las del imaginario social. Circunstancias como el deterioro progresivo del socialismo real, desde los años sesenta y su culminación en la caída del muro, no llegaron, sin embargo a afectar a ese supuesto sujeto psíquico. No nos encontramos con olas de suicidios, como hubiera sido lo esperable, sino con cambios en el imaginario social: la fragmentación y el escepticismo de la posición postmoderna, esto es una ideología del desencanto intelectual surgida del fracaso de la utopía.
Para Freud el factor último, más allá del cual no es posible ir, es donde debemos buscar, como psicoanalistas, el referente de lo psíquico. Un factor social nunca es un factor último, siempre puede ser reducido a una vicisitud pulsional y estas, a su vez, serán entendidas dinámicamente en la conflictiva edípica. La muerte del rey es la muerte del padre, que a su vez lo es por el deseo hacia la madre, que a su vez lo es por el plus de placer que representa, placer que ya marca una dimensión psíquica en que la descarga pulsional se expresa. Pero si la pulsión nos parece anticuada podemos acudir a las relaciones de objeto, las que se dan primariamente en el seno familiar. Este “familiarismo” pasaría a ser el referente último. Este modelo, aparentemente reduccionista, y que está en la base de la praxis psicoanalítica, no clausura ni mucho menos, un conocimiento que se abre a lo social precisamente a través del concepto de sublimación, aunque éste, el placer sublimatorio siempre fue un placer de segunda categoría incapaz de competir con el placer pulsional. Pero en tanto la realidad psíquica es la realidad del psicoanálisis y no la realidad social nos encontramos con una dificultad que esta en la base de todo este problema.
La mayoría de los trabajos psicoanalíticos en que lo social es un factor presente, traumático o no, siempre se organizan en la dirección de si el psiquismo puede o no elaborar esa característica social EL reduccionismo psicoanalítico siempre se impone como referente último.
Luis, 25 años, está en su último año de carrera. Se siente muy deprimido porque una asignatura se ha convertido en un problema infranqueable. Para los demás también, me dice, y se adentra en un alegato interminable en contra del sistema: “Claro, ahora con la crisis no interesa que salgan profesionales y es mejor tenernos entretenidos en la Facultad”. Tres sesiones más tarde- o quizás cuatro- Luis ha abandonado a ese sujeto social aguerrido, o al menos reivindicativo y se encuentra hablando de los enfrentamientos con su padre, un hombre silencioso y distante –posiblemente como el psicoanalista- que cuando deja de serlo se convierte en violento y arbitrario. El sujeto psíquico, el sujeto del psicoanálisis será el protagonista en los años venideros. La pregunta ¿Qué será de ese sujeto social rebelde y reivindicativo, sobrevivirá a su paso por el análisis?
Para terminar, aceptando que el psicoanálisis se fundó y desarrolló ignorando, en parte, sus determinantes sociales, sin embargo sí es cierto que se fundó una ciencia- con todas las comillas que queramos poner- que ha permitido una práctica de la cura- más comillas- y que continua siendo una herramienta de acercamiento a los cambios sociales en su posible incidencia sobre el sujeto psíquico. “¿Son fecundos los paradigmas del psicoanálisis para los nuevos enigmas que se avecinan?”, se preguntaba Silvia Bleichmar, reflexionando sobre los cambios sociales y científicos que vivimos: el cambio de sexos, el reconocimiento del matrimonio homosexual y la adopción dentro de él, las familias monoparentales, etc., etc. Y, también la pregunta complementaria ¿es posible, para el sujeto psíquico, la integración de todos los cambios que lo social y la cultura le demanden? Quiere decirse que ese podría ser un nuevo, o no tan nuevo, lugar del psicoanalista frente a lo social: ver la incidencia que sobre el sujeto psíquico operan los cambios sociales y denunciar los que son incompatibles con su desarrollo. Una posición científica con un poquito de ideología.

Vía: Centro Psicoanalítico de Madrid.
Enlace: https://www.centropsicoanaliticomadrid.com/publicaciones/revista/numero-17/imaginario-social-y-discurso-psicoanalitico/#:~:text=%E2%80%9CEl%20imaginario%20social%20provee%20a,lo%20social%2C%20sino%20a%20la

Élisabeth Roudinesco: «Si el psicoanálisis pierde su dimensión literaria, se convierte en mera psicoterapia»

Historiadora y psicoanalista, biógrafa de Lacan y de Freud, afirma que «los psicoanalistas perdieron la profundidad de la cultura freudiana» y que la crisis de su disciplina no es clínica, sino intelectual

 

Parecía sólo una cuestión de tiempo que la historiadora y psicoanalista Élisabeth Roudinesco (París, 1944) llegara a escribir la biografía de Sigmund Freud: es una de las mayores especialistas del mundo en la historia del psicoanálisis -autora del célebre Diccionario de psicoanálisis, entre otras obras- y ya había publicado la biografía de Jacques Lacan, elogiosamente recibida por el público y la crítica, y también por la cofradía psicoanalítica francesa.

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A pesar de que Freud en su tiempo y en el nuestro (Debate), acaparó elogios, ganó dos premios literarios, se perfila como la biografía definitiva y se está traduciendo a diecisiete lenguas, recibió el rechazo absoluto de los psicoanalistas franceses. «No les gustó nada la biografía de Freud porque no les gusta la historia, prefieren las leyendas. Se dedican a escribir, interpretar y sobreinterpretar cosas que nunca ocurrieron. Hay una negación total de los archivos, los datos y los acontecimientos», enfatiza Roudineso, discípula de Tzvetan Todorov, Michel de Certeau, Gilles Deleuze y Michel Foucault.

La apertura de documentos clasificados del fundador del psicoanálisis que se pusieron a disposición del público en 2010 (miles de cartas, textos y postales, e historias de 120 pacientes), reunidos en la Biblioteca del Congreso de Washington, coronó una faena en la que Roudinesco se venía concentrando desde hacía años: estudiar, escribir y enseñar Freud. En la elaboración de esta exhaustiva y documentada biografía, la escritora se aleja tanto de las hagiografías como de las leyendas negras, plagadas de rumores y mentiras, y se aferra con ahínco al dato y la evidencia para reconstruir la vida cotidiana de Freud, el entorno vienés, sus vínculos familiares y la etapa del exilio.

Freud logró crear una doctrina «a medio camino entre el saber racional y el pensamiento salvaje, entre la medicina del alma y la técnica de la confesión», afirma Roudinesco. Si el siglo XX fue el del psicoanálisis, el siglo XXI es el de las psicoterapias múltiples adoptadas y consumidas por las clases medias de los países democráticos en los que el psicoanálisis se expandió: tratamientos cortos para soluciones concretas e inmediatas. Roudinesco sabe que el psicoanálisis hoy está asediado y cercado por las neurociencias, el avance de la farmacología y el consumo de psicofármacos, y la proliferación de diversas psicoterapias.

«Para el conductivismo y las terapias actuales la voluntad individual es más potente que el peso del pasado», sostuvo en su paso por Buenos Aires, adonde llegó invitada por la Biblioteca Nacional, el Institut Français d’Argentine y Penguin Random House para participar de la inauguración del Centro Argentino de Historia del Psicoanálisis, la Psicología y la Psiquiatría de la Biblioteca Nacional y presentar también El inconsciente explicado a mi nieto (Libros del Zorzal).

Freud ya había sido biografiado por diversos autores. ¿Qué descubrió en estos archivos en Washington?

No hay primicias. Contrariamente a todos los rumores, no hay documentos que puedan cambiar radicalmente la visión de Freud. Todavía hay archivos que no están desclasificados, que atañen a los pacientes o de discípulos de Freud, cuyas familias aún no quieren que sus historias se revelen. Pero no creo que la apertura de esos archivos sobre pacientes produzca un cambio radical en la imagen que tenemos de Freud. Por el momento conocemos cincuenta casos, pero es posible que haya más de ciento veinte. Sería un trabajo muy interesante de hacer: investigar y explorar las historias de esos pacientes.

¿Qué privilegió en su búsqueda?

Las curiosidades. Hay muchísimos pequeños testimonios, cartas breves de gente que conoció a Freud y todos los archivos sobre el período de su exilio. Existe el testimonio de un librero en Viena que cuenta todos los libros que Freud iba a buscar, un encuentro con un desconocido en Roma, las entrevistas que le hicieron a Freud, hay de todo: es el depósito de toda esa memoria en movimiento.

Es curioso que Freud haya sido biografiado por norteamericanos e ingleses y no por franceses, en tanto Francia es el reino del psicoanálisis.

Soy la primera francesa en hacer este trabajo. No, no es curioso que esto pase. Desde hace cincuenta años los trabajos historiográficos son norteamericanos, anglófonos o alemanes, no son franceses. Y eso se debe a que los psicoanalistas franceses no se interesan por la historia, leyeron la biografía de Peter Gay o la de Ernest Jones pero ningún psicoanalista francés fue a los archivos de Washington. Ninguno. No se les ocurre. Uno puede ser psicoanalista e ir a los archivos aunque no quiera hacer una biografía. Pero no.

¿Pero por qué cree que su trabajo ha sido tan criticado por los psicoanalistas franceses?

No les gustó porque la cuestión central, que es la vida cotidiana de Freud, cómo vivía, su entorno vienés, no les interesa. Para ellos es «leo a Freud, tengo una transferencia con el texto y me quedo encerrado en Jones». Estudian los grandes casos de Freud – «el hombre de los lobos», «el hombre de las ratas»-, pero no estudian a las personas reales. Estudian sólo las interpretaciones de «los casos», no las personas. Ése el primer punto. No se interesan por la historia porque además consideran que es destructivo para la clínica, que hay que atenerse al texto.

¿Se abstraen totalmente del contexto y la época?

Bueno, saben que Freud es judío, saben generalidades y saben cosas de manera imprecisa, pero cometen muchos errores. En Francia se interpretan y sobreinterpretan acontecimientos que no ocurrieron y por lo tanto hubo un florecimiento de las leyendas. Por ejemplo, muchos psicoanalistas franceses ahora saben, gracias a mí, que Freud no dijo «les estamos trayendo la peste» cuando llegó a Estados Unidos. Ahora lo saben porque hace veinticinco años dije que Lacan fue el que contó eso. A pesar de esto hubo psicoanalistas que escribieron textos enteros para comentar frases que Freud nunca pronunció. Hay legiones de psicoanalistas que analizan la cuestión judía de Freud e interpretan el hecho de que sus hijos hayan sido circuncidados, pero sus hijos nunca fueron circuncidados. Incluso hubo debates e interpretaciones en torno a su fecha de nacimiento, cuando el documento dice que nació el 6 de mayo y no el 6 de marzo, como sostuvieron algunos y construyeron a partir de eso una historia equivocada. La fuerza de la negación del archivo es muy grande. Mi Freud no es el mismo que el de Peter Gay, pero en lo que atañe a los hechos, bueno, hay que establecerlos y el libro muestra las leyendas que fueron fabricadas a partir de los hechos que no sucedieron.

Freud fue el principal explorador del orden íntimo, del psiquismo. En ese sentido, encarnó una revolución. ¿Qué alcances tuvo esa exploración?

En esos años todo el mundo exploraba lo íntimo. La psicología se estaba desarrollando, por eso todos los eruditos de la época exploraban el orden íntimo, buscaban la clave. Lo que yo diría que fue totalmente nuevo en Freud es que en lugar de llevar a cada sujeto a una nosografía y reducirlo a una enfermedad del alma, Freud dijo: «Esto se parece a las tragedias griegas». Freud dio una dimensión mitológica a los problemas del orden íntimo y dijo: «Todos los neuróticos son príncipes, reyes, son Edipo y Hamlet». Freud les dio una suerte de dignidad mitológica y literaria y eso es mucho más interesante que el complejo de Edipo de la psicología. ¿Por qué? Porque les dio una dignidad a los enfermos. Lo que era increíble con Freud, según cuentan periodistas y escritores de la época, es que había una epidemia en Viena en la que todo el mundo se creía Edipo. Y cito un texto de un gran escritor, Elias Canetti, que va a Viena en 1921 en donde cuenta esa locura. Por eso también los ataques incesantes que recibió Freud. Se decía que estaba loco, se lo acusaba de hacer literatura y de inventar cosas que no existían, de confundir fantasía con realidad, y sobre todo de dar una dimensión mítica, política y mesiánica a su movimiento. Tenía discípulos pero no discípulos clásicos como tienen hoy los Departamentos de Psicología, esto es, alumnos de alumnos. Freud hizo un movimiento emancipador, hizo una internacional y creó un movimiento para cambiar el mundo.

Fue una generación obsesionada por la introspección que no vio venir la Primera Guerra Mundial, el nacionalismo y los horrores del siglo XX.

Absolutamente, es así.

Existe una crisis del psicoanálisis. ¿Cómo la caracterizaría? ¿De dónde vienen hoy los mayores cuestionamientos? ¿De las neurociencias, la proliferación de psicoterapias o del consumo de psicofármacos?

Las amenazas vienen de todos lados. Si se pierde la dimensión literaria y mitológica de Freud, es una psicología ordinaria. Hoy los psicoanalistas perdieron la profundidad de la cultura freudiana. Siguen considerándose superiores a los psicoterapeutas pero perdieron la cultura. Por eso hacen una defensa clínica del psicoanálisis y no tanto una defensa intelectual. Entonces, el psicoanálisis es atacado por el cientificismo que hoy le reprocha a Freud que el psicoanálisis no sea científico, algo que nunca fue; está la potencia de los medicamentos -la gente toma drogas- y la elección de psicoterapias breves. Si el psicoanálisis abandona la dimensión literaria y mitológica, si el psicoanálisis no reivindica ser algo superior en términos intelectuales, se convierte en una mera psicoterapia. Ésa es la verdadera crisis del psicoanálisis. Esta crisis es visible y lo es particularmente en Francia porque los psicoanalistas franceses caen de muy arriba.

¿En qué sentido lo dice?

En que todavía tienen la arrogancia de los que fueron maestros del mundo gracias a Lacan y ahora se ven reducidos a ser meros psicoterapeutas. Creo que los psicoanalistas latinoamericanos no caen de tan arriba porque jamás se montaron a nada y son mucho más pragmáticos. Como no conocieron directamente a los grandes maestros, es más sencillo. Y se adaptan.

Parecería que cada país, cada escuela, cada psicoanalista construye su propio Freud, una suerte de Freud a la carta. ¿Podría identificar algunas características de la práctica psicoanalítica en la Argentina?

En 1942 la Argentina se pensaba como la nueva Viena y creo que la característica del psicoanálisis en Buenos Aires es que es una cultura: Freud y el psicoanálisis son para la Argentina una práctica y una cultura que no están necesariamente ligadas a una neurosis o al hecho de «estar mal». Uno va a psicoanalizarse para conocerse y eso está muy bien. Además, en Buenos Aires, es una historia de familia y tiene que ver con las oleadas inmigratorias: acá siempre parece haber una esposa, un ex esposo, un tío, un primo psicoanalista o parientes que se han psicoanalizado.

Pero hoy en día difícilmente haya pacientes dispuestos a encarar un tratamiento psicoanalítico que dure veinte años y requiera diván tres veces por semana. ¿Qué cambios debería introducir el psicoanálisis para sobrevivir y reinventarse?

Hay gente que consume curas toda su vida: curas clásicas con diván, un poco de medicamentos, un poco de terapia corporal y meditación, psicoanálisis kleineano, psicoanálisis lacaniano. Son los pacientes modernos, bastante depresivos, que necesitan apoyos permanentes y pueden estar veinte años en análisis pero no de un trecho: van y vienen. Con el psicoanálisis se puede hacer todo. Creo que el psicoanálisis puede hacer algo mucho más corto: puede hacer psicoterapia pero con el espíritu del psicoanálisis. Se pueden resolver problemas en tres semanas. No es un análisis pero se trata con análisis. Los psicoanalistas acá y en otras partes han cambiado sus prácticas. En lugar de limitarse a la cura standard, al diván tres veces por semana, se ven obligados por los pacientes mismos a hacer otra cosa, porque los pacientes de hoy vienen y dicen «tengo tal problema», «quiero resolver tal problema», «¿cuánto tiempo?, «¿cuál es el precio?», «¿cuántas veces por semana?»

También hay una migración a terapias de vidas pasadas, constelaciones familiares y otras prácticas.

Todo se puede hacer, pero es mejor que esas prácticas sean encaradas por psicoanalistas, algo que no siempre sucede. Lo que yo digo es: hay que instalarse en todas las terapias pero con orientación psicoanalítica.

Biografía

Élisabeth Roudinesco nació en París en 1944. Se formó en la Escuela Freudiana de París como psicoanalista. Fue discípula de Todorov, De Certeau y Deleuze. Es investigadora en la Universidad de París VII. Es autora de Lacan, esbozo de una vida, Diccionario de psicoanálisis y Freud en su tiempo y en el nuestro.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/2062983-elisabeth-roudinesco-si-el-psicoanalisis-pierde-su-dimension-literaria-se-convierte-en-mera-psicoterapia

Todo lo que usted siempre quiso saber sobre Freud y nunca se atrevió a preguntarle a Slavoj Žižek

Freud en su tiempo y en el nuestro,
de Elisabeth Roudinesco. Debate,
Buenos Aires, 2015. 624 páginas.
Freud en su tiempo y en el nuestro, de Elisabeth Roudinesco. Debate, Buenos Aires, 2015. 624 páginas.

La mirada de Freud

Su cara en remeras, pósters, tazas, marcalibros; su nombre en miles de canciones, libros, películas. Sigmund Freud se convirtió pronto en una de las referencias más citadas del siglo XX y su poderío simbólico se extiende aún en el XXI. Es muy difícil que alguien no tenga aunque sea una vaga idea, un preconcepto acerca del maestro vienés, porque a través del planeta la sola mención de ese apellido es una clave para la broma, la argumentación o la polémica, cada vez que se habla de sexualidad se lo invoca y, al menos en forma de introducción, su doctrina (el psicoanálisis) es estudiada en todas las orientaciones humanísticas. Este año se cumplen a la vez 160 años de su nacimiento y 130 de la apertura de su consultorio para el tratamiento de la histeria. Freud en su tiempo y en el nuestro, publicado originalmente en 2014 por la historiadora y psicoanalista Elisabeth Roudinesco (autora de Historia del psicoanálisis), y en 2015 en cuidada traducción de Horacio Pons, se ofrece como un pretexto para introducirnos de lleno en el mundo y la obra de uno de los pensadores más geniales, controvertidos y vigentes de todos los tiempos.

Todo lo que usted siempre quiso saber sobre Freud y nunca se atrevió a preguntarle a Slavoj Žižek

Desde los novelistas Thomas Mann y Stephen Zweig, que lo admiraron y fueron sus amigos, hasta cineastas como Woody Allen, cuya obra se ha convertido en gran parte en un subtexto freudiano, la influencia de Herr Professor en las artes es tan abrumadora y su presencia en la cultura popular tan obvia que sin ella no podemos pensar, prácticamente, el arte del siglo XX, desde el surrealismo a John Banville o David Cronenberg, pasando por HD (Hilda Doolittle) y Gustav Mahler, que fueron sus pacientes. A favor o en contra -en la segunda posición, por ejemplo y repetidamente, Jorge Luis Borges y Vladimir Nabokov-, poetas, músicos y pintores acusaron las marcas de una teoría de profundidad inagotable y de alcance removedor. David Bowie, sin ir más lejos (y yendo, a la vez, lo más lejos que se puede ir con respecto a lo humano), sostenía, teorizando un neopaganismo que tiene su inicio más claro en el disco conceptual1.Outside (1995) pero que consolida en el luminoso Heathen (2002), que al triunvirato conformado por Friedrich Nietzsche, Albert Einstein y Freud le debíamos la destrucción de las bases de nuestra concepción tradicional del hombre y del mundo.

Es que hay una inmensa complejidad en esas tres figuras centrales, y la habilidad de Roudinesco es, justamente, señalar la contradicción vital que movía a Freud y que se volvió centro expansivo de su personalidad. Así, presenta a un hombre que vivió, como su admirado Doctor Fausto, en continuo debate. Que, siendo adepto de la Austria imperial y opositor ferviente al Tratado de Versalles -que dio fin a la Primera Guerra Mundial humillando a los vencidos y sobre todo a Alemania, con los resultados que ya conocemos-, patriarca de una familia numerosa y hombre de costumbres e ideas conservadoras (aunque, sin embargo, fue siempre contrario al sionismo y previó los peligros de la creación de Israel), que practicó y recomendaba la abstinencia y el reencauzamiento de la libido, contribuyó como ninguno antes a la destrucción del sistema familiar patriarcal y dio inicio a una revolución sexual sin precedentes, que tempranamente tuvo sus primeros ecos en el llamado Círculo de Bloomsbury, en el que participaban, entre otros, intelectuales tan dispares como el economista John Maynard Keynes y los escritores Virginia Woolf, EM Forster y Lytton Strachey, a cuyo hermano James debemos laStandard Version (la traducción al inglés de las Obras completas de Freud, publicada por la editorial Hogarth Press, del matrimonio Woolf y difusora de trabajos de los integrantes del Círculo). El padre del psicoanálisis, así, pudo ver en vida el afecto y el respeto que le tenían las principales mentes de su siglo, de HG Wells a Albert Einstein, y también el odio y el resentimiento de otros, que no se cansaron de llamarlo estafador y brujo o que, como Adolf Hitler, intentaron destruir su legado y su vida (de hecho, tres de sus hermanas murieron, ya ancianas, en Treblinka).

Tan fácil es saber “quién fue” Freud que se vuelve difícil, porque, en la misma medida en que sus libros saturan los anaqueles destinados a psicología de las librerías (compitiendo en volumen con los de su hijo rebelde, Jacques Lacan) y su figura se ha convertido en un comodín retórico (para el elogio o la denostación), su vida y su obra se han ido deformando, como en esos espejos raros de los parques de atracciones.

Freud y el Otro

En este contexto, Roudinesco ha logrado con Freud en su tiempo y en el nuestro un trabajo monumental que conjuga rigor científico, erudición y talento literario. Abre metafóricamente las puertas de Berggasse 19 (dirección de la casa vienesa de Freud) y, valiéndose del archivo de la Biblioteca del Congreso estadounidense, analiza, con un estilo muy cuidado y por momentos de gran belleza (sobre todo cuando se abandona a largas listas), la intimidad del hombre que cambió nuestra noción del ser. No cae, en ningún momento, en el chusmerío ni en la polémica infundada (y en este sentido parece un libro escrito contra Freud: el ocaso de un ídolo, de Michel Onfray), pero tampoco en la depuración de “inconsistencias” y de ciertas tradiciones presentes en su pensamiento (y, así, se contrapone a la pionera biografía escrita por Ernest Jones y al trabajo de edición de sus herederos, sobre todo en lo referido a las cartas), ni, afortunadamente, en la hagiografía que lo quiere una especie de semidiós que se dio a luz a sí mismo.

Por el contrario, el inmenso valor de la obra de Roudinesco estriba en la presentación de un Freud profundamente contradictorio, no sólo en su pensamiento con respecto a su accionar, sino dentro de su propia obra, fruto, en muchos sentidos, de la paradoja. De este modo se constituye en él un principio agónico (de lucha de contrarios) vivo e irresoluble, que es ni más ni menos que el gran motor del pensamiento humano. Toda la obra, desde un punto de vista literario, se puede pensar entonces planteada sobre ese eje temático, y la vida de Freud puede entenderse como una permanente dialéctica, no sólo en el sentido de Heráclito, sino también en el platónico de diálogo (y como prueba está su inmensa correspondencia, por ejemplo con su primer compañero de aventuras y luego enemigo Wilhem Fliess, con su discípulo disidente CG Jung, con su predilecto Sándor Ferenczi o con su admirada Lou Andreas-Salomé).

Hubo en Freud una matriz de pensamiento compleja y densa, en la que coexistieron la tradición de la Ilustración alemana (y, en algún sentido, también de la francesa), por un lado, y, por el otro, la del Sturm und Drang y el Romanticismo, pero también el espíritu del Renacimiento italiano (con su amor por Grecia), la fiebre de la egiptología despertada tras las conquistas napoleónicas, y el consecuente desarrollo teórico de la arqueología, la influencia siempre presente de la tradición judía, su fascinación por la obra de Charles Darwin y la zoología, así como su pasión por el ocultismo y lo esotérico y por la literatura y los mitos. Roudinesco rastrea el desarrollo de esa matriz, incorporando en él hechos biográficos que nunca son presentados meramente como causas o efectos, sino que se muestran en toda su complejidad. Así, a la vez que crea un retrato intenso y conmovedor del padre del psicoanálisis, en una edición sin fotografías que incluye 100 páginas de notas, una extensísima bibliografía (que en esta edición viene acompañada, cada vez que es posible, de una mención a la existencia de traducciones a nuestra lengua), la lista de pacientes, un detallado árbol cronológico y un útil índice onomástico, la autora presenta un mapa de la turbulenta historia en el período de la vida de Freud (1856-1939) y, en el Epílogo, un poco más allá, delineando los destinos de sus descendientes, entre ellos su hija Anna, psicoanalista que tuvo un papel central en el estudio de la infancia, y su nieto Lucian, uno de los pintores figurativos más interesantes del siglo XX.

En este sentido de idas y vueltas, de antagonismos y complementariedades, el penúltimo capítulo cobra una importancia fundamental porque opone, con habilidad, la figura de Freud con la de otro austríaco, su auténtica némesis: Hitler. Sin ser en ningún sentido indulgente, Roudinesco, que cuestiona al maestro su definición del psicoanálisis como una ciencia y, en un sentido estrecho, como “ideológicamente neutral”, opone no sólo dos hombres, dos cosmovisiones y dos vidas; opone dos posibilidades de lo humano. Una, basada en el amor a la cultura y en la creencia de que un mayor conocimiento supone un acercamiento a la verdad y a la libertad; la otra, apoyada en la pulsión de muerte y de destrucción, que se abandona al instinto de la horda y se consume en su perversión. Así, mientras la biógrafa psicoanalista traza una vida particular, la historiadora que también es Roudinesco plantea un contexto de relaciones, de acontecimientos históricos, de tradiciones y legados, en un sinuoso recorrido que toca varios de los puntos más altos del pensamiento universal.

(Re)leer a Freud

Con su obra Freud se propuso explorar el lado oscuro, subterráneo y prohibido del ser humano y crear, por medio de figuras clásicas (Edipo, Hamlet, Moisés), una mitología para el hombre moderno. Consecuentemente, esa obra (como las de Karl Marx y la de Nietzsche, por citar dos casos más o menos contemporáneos) tiene, más allá de su valor científico o filosófico, una inmensa calidad literaria, que ha hecho que el crítico Harold Bloom postule a su autor, por su prosa y su alcance popular, como el mayor de los escritores modernos. Así, en ninguna lista de libros básicos deberían faltar los fundacionales La interpretación de los sueños(1900) y El chiste y su relación con lo inconsciente (1905); el inagotableTótem y tabú (1913); Más allá del principio de placer (1920), Psicología de las masas y análisis del yo (1921) y El yo y el ello (1923) -que pueden funcionar casi como una trilogía sobre la anatomía estructural de la psique-; el fundamental El malestar en la cultura (1930) y el final e inmenso Moisés y la religión monoteísta (1939); ensayos literarios que deben ser leídos con los inmensos reparos necesarios ante las lecturas psicoanalíticas del arte, como Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci(1910), El Moisés de Miguel Ángel (1914) y Dostoievski y el parricidio(1928); o artículos como “Sobre los recuerdos encubridores” (1899), “Introducción del narcisismo” (1914), “Duelo y melancolía” (1917), “Lo ominoso” (1919) y “Fetichismo” (1927); y, por supuesto, descripciones de casos clínicos, como su “Análisis de la fobia de un niño de cinco años” y “A propósito de un caso de neurosis obsesiva” (1909), o “De la historia de una neurosis infantil” (1918).