Imaginario social y discurso psicoanalítico.

Por Rómulo Aguillaume Torres.

Quizás el título de mi trabajo podría haber sido la crisis del psicoanálisis en la postmodernidad y haberme sumado así, a la enésima reflexión sobre el tema. Decir que el psicoanálisis está en crisis no es decir mucho, la crisis del psicoanálisis es una parte de su identidad. El psicoanálisis siempre fue una disciplina en crisis, lo que, entre otras cosas, condicionó su marginalidad y su fuerza y hoy únicamente tendríamos que señalar en que consiste esa crisis, en algunos aspectos distinta a las anteriores y que, desde luego, no podemos despachar con el argumento de la resistencia al psicoanálisis únicamente.
En El libro negro del Psicoanálisis, si tuviéramos la paciencia de leerlo, encontraríamos muchas de las críticas posibles, algunas ya antiguas, pero que en definitiva marcan los niveles donde la supuesta crisis del psicoanálisis es más evidente:

  1. Como modelo teórico donde la neurociencia parece tener la última palabra.
  2. Como praxis clínico terapéutica donde lo conductual y la farmacología también tienen la última palabra.
  3. Por último, y lo que más se acercaría al tema de esta mesa: el discurso psicoanalítico ha dejado de ser subversivo al no encontrarse con una sociedad que, como a la que se dirigió Freud, cercenaba el campo de lo sexual.

Tres niveles críticos que salvo el último, han acompañado al psicoanálisis desde sus orígenes. El primero, que el modelo teórico es insolvente, a demostrar lo cual se dedicaron los distintos epistemólogos, desde Nagel a Grumbaun. La neurociencia parece el último constructo teórico y algunos psicoanalista se unen a ello de forma que ya hay algo que se llama neuropsicoanálisis, intento de abrazar ambas disciplinas y que en opinión de Eric Laurent (2000, p.66) puede ser el abrazo de la muerte. Y que el psicoanálisis no cura, que vienen repitiendo psiquiatras y conductistas desde su inefable teoría de la cura. Y la última y actual, a la que quiero centrar este trabajo, que el discurso psicoanalítico ha dejado de ser subversivo porque se encuentra con una sociedad, llamada postmoderna- a la que en buena parte ha contribuido a crear- reacia a ese discurso, por producir sujetos inaccesibles a la praxis psicoanalítica.
La necesidad de que lo social ocupe el lugar que le corresponde en la formación de la subjetividad no quedó resuelto con el celebre pasaje de Freud (1920): En la vida anímica individual- nos dice Freud- aparece integrado siempre, efectivamente, el otro, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado». El problema es como se integra el otro y a que se integra, quiero decir que la integración de los múltiples condicionantes en que el sujeto se encuentra: imaginario social, clase, tradición cultura, raza etc. deben hacerse posibles en el método, objeto y metapsicología psicoanalítica, esto es, que los supuestos paradigmas psicoanalíticos sean capaces de responder a las tensiones de lo social. En cualquier caso, “La socialización- dice Castoriadis- no es una simple adjunción de elementos exteriores a un núcleo psíquico que quedaría inalterado; sus efectos están inextricablemente entramados con la psique que sí existe en la realidad efectiva. Esto vuelve incomprensible la ignorancia de los psicoanalistas contemporáneos respecto de la dimensión social de la existencia humana”. (Castoriadis …)
Considerar las teorías y métodos psicoanalíticos en su relación con el imaginario social va a seguir siendo un tema ineludible y que en términos más cercanos a la clínica lo podríamos plantear como pregunta: “¿Cómo puede verse en el desarrollo del niño un proceso natural y, al mismo tiempo, la historia social de su formación? La tensión entre lo natural y lo sociocultural ha sido un buen referente que ha hecho evolucionar el psicoanálisis y enriquecerse en un gran número de corrientes y escuelas, que reflejan en su nacimiento y desarrollo las influencias de lo social y el cambio de sus imaginarios y, por otra parte los cambios internos que han alcanzado a su propio método. Crisis social y crisis del método marcan lo que para algunos es la crisis del psicoanálisis y para otros simplemente un nuevo momento de su desarrollo. En palabras de Jorge Ahumada, “La llamada “crisis del psicoanálisis” deriva de una crisis del pensar acerca de si en la sociedad global, crisis en cuya génesis juega un papel principal el pasaje desde la aculturación en el medio familiar y la cultura de lo escrito hacia la aculturación de los medios visuales, esto es, en realidad más y más “virtuales”. Y la otra causa de la crisis está en la actitud de las sociedades psicoanalíticas que difunden y banalizan los conceptos y abandonan el método. Hasta aquí la opinión de Ahumada.
También Cornelius Castoriadis desde posiciones epistemológicas distintas coincide en el diagnóstico social en su incidencia sobre el psicoanálisis. En este caso la aculturación se expresa como la ausencia de un imaginario social que facilite identificaciones que estarían en la base de la reflexibilidad, esto es de la función del pensamiento.
La crisis de la modernidad, de su imaginario y de sus significaciones y del sujeto antropológico que produjo ha marcado profundamente tanto el lugar que ocupa actualmente el psicoanálisis, los modelos teóricos en que se apoya y la práctica en que se sustenta. Crisis de la modernidad que podríamos resumir como el fallo en la credulidad ante el progreso y la verdad científica.
François Lyotard, definió la postmodernidad: “Simplificando al máximo- escribe Lyotard- defino lo postmoderno como la incredulidad ante las metanarraciones”. Y como ya sabemos, el conocimiento científico como fundamento del progreso y de la emancipación es la principal “metanarración” que queda cuestionada.
El objeto del conocimiento científico queda cuestionado y el proyecto epistemológico clásico cambia: “el campo de la epistemología clásica tal y como la entendemos en la actualidad surge de la idea de que la mente es capaz de crear representaciones que reflejen de forma exacta lo que está ahí afuera; el conocimiento pues, es posible en tanto la mente crea representaciones exactas al mundo exterior. (…) Pero esta idea básica, centro del proyecto epistemológico no es ya aceptada por muchos autores que consideran que “hay que abandonar la noción del conocimiento en cuanto representación exacta, que resulta posible gracias a procesos mentales especiales e inteligible gracias a una teoría general de la representación”. El problema es que sin ese imaginario de verdad y progreso, impregnándolo todo habría que preguntarse cual sería su sustituto. Para algunos la respuesta ya es conocida y esta entre nosotros: hemos pasado de un imaginario donde la verdad era posible a un imaginario donde la eficacia viene a ocupar su lugar. En tiempos de Freud el psicoanálisis era cuestionado desde criterios de cientificidad. En los tiempos actuales desde criterios de eficacia. El tipo antropológico ha pasado, del obsesivo meticuloso capaz de exterminar minuciosamente a millones de individuos, fundamentado en estudios profundos sobre la verdad empírica de la superioridad de tal raza, al individuo fragmentado de la postmodernidad. “…, en las condiciones de la postmodernidad, los sujetos se hallan constituidos en diferentes configuraciones con relación a las estructuras interpersonales de comunicación, las cuales promueven el uso defensivo de la negación y el antipensamiento. Opinan que vivimos en un mundo amenazador en el que la tecnología despersonaliza al individuo, el marketing vacía los objetos de significado y los sujetos se encuentran frente al constante dilema de discriminación entre lo que es real o irreal, dentro y fuera, la autenticidad y la inautenticidad, etc. Dado que las formas sociales y culturales ofrecen muy poca contención emocional y estabilidad personal, la ansiedad y la desesperación se incrementan forzosamente- podemos ver con facilidad cómo los síntomas de ansiedad son cada vez más y más frecuentes en las consultas médicas y psiquiátricas-, y nuestros recursos internos para hacernos cargo del sufrimiento psíquico disminuyen. Ello comporta una excesiva identificación proyectiva, con incremento de los objetos extravagantes y una disminución del significado y de la capacidad para elaborar sentimientos y pensamientos.
Sin embargo no es esta una opinión compartida por todos. E. Roudinesco piensa que “el sufrimiento psíquico se manifiesta hoy bajo la forma de la depresión”, aunque termina, igualmente haciendo del pensamiento, de la ausencia de reflexión la causa de su malestar. Así, el paciente actual, nos dice Roudinesco, “pasa del psicoanálisis, a la psicofarmacología y de la psicoterapia a la homeopatía sin tomarse tiempo para reflexionar acerca del origen de su desdicha”.
En una primera conclusión, si es que podemos concluir algo diríamos que la sociedad postmoderna produce un sujeto que no piensa , que no reflexiona, posiblemente porque la importancia de la temporalidad ha cambiado. Decía Viñar ayer, en una entrevista libre y amigable que tuvo la bondad de concedernos, que el sujeto actual vive en un presente omnipresente, que lo anula todo, que el pasado no existe, que las nuevas tecnologías ponen al sujeto en condiciones de inmediatez, que el futuro ya no es un proyecto, ni el pasado una palanca de experiencia. Si esto ha cambiado así, o en parte ha cambiado así, quiere decirse que la función reflexiva del pensamiento va desapareciendo, y que el psicoanálisis en tanto acción reflexiva, se encuentra en precario. Yo no estaría tan seguro de todo esto. Creo que el sujeto postmoderno sigue pensando, sigue deseando y que lo que ha cambiado es el contenido de su pensamiento y los placeres de sus deseos y, que como psicoanalistas debemos captar estos nuevos cambios. Ahora ya no estamos en una sociedad de lectores- dicen- y el deseo queda obturado en una sociedad de consumo- también dicen. Bueno, pues esa es la sociedad en la que estamos y en la que debemos trabajar.
El imaginario social tal cual es conceptualizado por Castoriadis incide de lleno en el psicoanálisis en tanto es definido como un “magma de significaciones imaginarias sociales” encarnadas en instituciones. Como tal, regula el decir y orienta la acción de los miembros de esa sociedad, en la que determina tanto las maneras de sentir y desear como las maneras de pensar. “El imaginario social provee a la psique de significaciones y valores, y a los individuos les da los medios para comunicarse y les dota de las formas de la cooperación: Es así, no a la inversa.” Quiere decirse que no es el sujeto surgiendo de la conflictiva edípica o narcisista quien construye lo social, sino a la inversa, una sociedad que excreta individuos conformados según su imaginario.
Charles Taylor en su libro Imaginarios sociales modernos – en el que es capaz de no nombrar ni una sola vez a Castoriadis, nos presenta el imaginario moderno occidental como surgiendo a través “de ciertas formas sociales, características de la modernidad occidental: la economía de mercado, la esfera pública y el autogobierno del pueblo. Entre otras.” Precisamente todas ellas fallando en estos momentos.
Falla la familia, falla el discurso político, falla la economía (llamada de mercado) etc. Me referiré al fallo de la familia. Hace unos meses tuvimos unos encuentros en Madrid sobre la crisis de la familia o, mejor dicho sobre las nuevas familias, LA FAMILIA Y SUS VINCULOS. NUEVAS PARENTALIDADES, así se llamaban las jornadas. Fueron unas Jornadas donde inevitablemente surgió el tema de la familia en conflicto porque, al parecer el que los homosexuales se casen y puedan adoptar hijos es una señal inequívoca de que la familia está en crisis.
Algo no está en crisis cuando esta establecido y es inamovible y en el caso de la familia esto no ocurrió nunca: entre la familia romana y la familia actual hay una gran diferencia y no podemos decir que el sufrimiento psíquico dependieran de una u otra organización familiar. Por tanto no es la crisis familiar lo determinante, sí parecería serlo las condiciones en que los valores o, en terminología de Castoriadis, las significaciones imaginarias sociales, fallan en la presencia en que cualquier sociedad demanda para facilitar los procesos identificatorios. Se quiere decir, que los apuntalamientos del proceso identificatorio en sus entidades socialmente instituidas ya sea la familia, la escuela o el trabajo, son elementos claves en la constitución de la subjetividad. Para Castoriadis cada sociedad produce su propio mundo creando las significaciones, los valores que le son propias y que tienen una función triple: estructuran las representaciones del mundo en general, designan las finalidades de la acción, lo que se puede y no se puede hacer y, por último crea los tipos de afectos característicos de esa sociedad. Representaciones, finalidades y afectos producirían sujetos antropológicamente diferentes. La novela de Jonathan Littel, Las benévolas, nos muestra un tipo antropológico, Max Aue, que solo se podría dar en un momento histórico como el de la Alemania nazi. Pero Max Aue no es un sujeto enfermo desde el punto de vista psicopatológico, por mucha repugnancia que nos produzca su figura. Es un sujeto antropológico no un sujeto psíquico. El sujeto antropológico deviene de la sociología, es el sujeto social, mientras el sujeto psíquico es anterior y hunde sus raíces no solo en lo social.
Permítaseme comentar algo más sobre el sujeto, tal y como se concibe desde el modelo de Castoriadis y que si parece tener cierto interés desde el punto de vista del psicoanálisis.
Cornelius Castoriadis hace un intento por fijar el sujeto que el estructuralismo extravía. “Los discursos sobre la muerte del hombre y el fin del sujeto- nos dice Castoriadis- no fueron nunca otra cosa que la cobertura pseudo-teórica de una evasión de la responsabilidad- por parte del psicoanalista, del pensador, del ciudadano”. A partir de esta posición crítica y de la dificultad de pensar el sujeto en su totalidad, después de la pluralidad de sujetos que el psicoanálisis introduce con sus instancias psíquicas, Castoriadis se pregunta ¿puede formularse una noción del sujeto que las recubra a todas y que no sea simplemente formal, es decir, más o menos vacía? (Id.)
La subjetividad se expresa en una multitud de regiones donde impera el para si, esto es, donde la relación con el mundo se manifestará con una finalidad básica de preservar “la especificidad, el ser aparte”
en este sentido describe Castoriadis cuatro regiones donde ese para si de la subjetividad se manifiesta: el para si de lo viviente, de lo psíquico, del individuo social y de la sociedad. Cuatro regiones que interactúan entre si pero que permanecen autónomas. Quizás restaríamos complejidad a todo ello si lo tradujéramos como el concepto de autoconservación freudiano, pero lo que a mi me interesa resaltar es esta posibilidad de estudiar la subjetividad en distintos niveles de su manifestación, sobre todo lo que se refiere a la existencia de un sujeto psíquico y otro social. Así “…estamos siempre frente a una realidad humana en la cual la realidad social (la dimensión social de esta realidad) recubre casi totalmente la realidad psíquica. Y, en un primer sentido, el “sujeto” se presenta como esta extraña totalidad, totalidad que es y no es una al mismo tiempo, composición paradójica de un cuerpo biológico, de un ser social (individuo socialmente definido), de una “persona” más o menos consciente, en fin, de una psique inconsciente (de una realdad psíquica y de un aparato psíquico) el todo supremamente heterogéneo y no obstante definitivamente indisociable. De tal forma se nos presenta el fenómeno humano, es frente a esta nebulosa que debemos pensar la pregunta por el sujeto” (Id.).
Castoriadis contempla la dificultad de unificar todos estos sujetos, obvia esta dificultad y define el sujeto del psicoanálisis como meramente proyecto. La necesidad de una interpretación va dirigida a un alguien que todavía no existe “ya que aquello a lo que se apunta a través de una cura es la transformación efectiva de alguien, ni previsible ni definible de antemano…” (Id.) Aquí el sujeto debe advenir, así como antes lo era el Yo. “Este sujeto no es simplemente real, no está dado, debe ser hecho y se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias. El fin del análisis es hacerlo advenir” (…) Este sujeto, la subjetividad humana, está caracterizado por la reflexividad (que no debe confundirse con el mero pensamiento) y por la voluntad o capacidad de acción deliberada, en el sentido pleno de este término”. (Id.)
Yo estaría de acuerdo solo a medias con este modelo de Castoriadis. La mitad con la que estoy de acuerdo es con la que concibe al sujeto como proceso y la mitad en la que estoy en desacuerdo es con que el fin del análisis pueda hacer advenir ese sujeto. Creo que esta concepción última del advenimiento de un sujeto se mantiene dentro de una lógica esencialista con la que el psicoanálisis, tanto freudiano como lacaniano, rompieron hace mucho tiempo. No es posible borrar la distancia que separa lo real de su simbolización, no es posible, pues, un sujeto real, un sujeto que pueda ser pensado más allá de su devenir. Y si debo ser sincero, tampoco sé si estoy muy de acuerdo con el concepto de proceso, que me da la impresión que se transforma en proyecto. No es lo mismo proceso que proyecto. Proyecto apunta a una finalidad, aunque se diga que es inalcanzable, y una finalidad tiende a obturar la distancia entre lo real de su simbolización. “Esta aspiración de abolirlo- nos dice S. Zizek- es precisamente la fuente de la tentación totalitaria. Los mayores asesinatos de masas y holocaustos siempre han sido perpetrados en nombre del hombre como ser armónico, de un Hombre Nuevo sin tensión antagónica”.
En cualquier caso, el sujeto psíquico por debajo del social y éste, recubriéndolo todo, nos devuelve una imagen donde el supuesto sujeto, del que nos habla Castoriadis, queda nuevamente sin sustantivar, pero sí delimitado en esferas e interrelaciones de gran valor heurístico.
¿Hasta que punto el sujeto psíquico puede sostener todo ese universo de significados que lo social pretende imponer? Es evidente que entre el sujeto social encarnado por Platón y el sujeto social actual hay enormes diferencias. Sin embargo ya no sería tan evidente la diferencia entre el sujeto psíquico en distintos momentos históricos. La evolución psíquica es muy lenta determinada posiblemente por factores biológicos, no así la evolución social. Quizá esa desarmonía sea la responsable de las dificultades psicológicas y de las llamadas enfermedades mentales. Quizás la compulsión a la repetición no sea más que la resistencia de lo psicológico a abandonar posiciones que el sujeto social plantea. O quizás el malestar en la cultura de Freud o el sujeto parlante de Lacan sean las expresiones del sufrimiento psíquico como característico del ser humano. La naturaleza impone límites a la cultura y ésta impone presiones a aquella. Este sujeto, que no es simplemente real que no está dado y que debe ser hecho y que se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias, nos permite anticipar que las condiciones son las del método psicoanalítico y las circunstancias las del imaginario social. Circunstancias como el deterioro progresivo del socialismo real, desde los años sesenta y su culminación en la caída del muro, no llegaron, sin embargo a afectar a ese supuesto sujeto psíquico. No nos encontramos con olas de suicidios, como hubiera sido lo esperable, sino con cambios en el imaginario social: la fragmentación y el escepticismo de la posición postmoderna, esto es una ideología del desencanto intelectual surgida del fracaso de la utopía.
Para Freud el factor último, más allá del cual no es posible ir, es donde debemos buscar, como psicoanalistas, el referente de lo psíquico. Un factor social nunca es un factor último, siempre puede ser reducido a una vicisitud pulsional y estas, a su vez, serán entendidas dinámicamente en la conflictiva edípica. La muerte del rey es la muerte del padre, que a su vez lo es por el deseo hacia la madre, que a su vez lo es por el plus de placer que representa, placer que ya marca una dimensión psíquica en que la descarga pulsional se expresa. Pero si la pulsión nos parece anticuada podemos acudir a las relaciones de objeto, las que se dan primariamente en el seno familiar. Este “familiarismo” pasaría a ser el referente último. Este modelo, aparentemente reduccionista, y que está en la base de la praxis psicoanalítica, no clausura ni mucho menos, un conocimiento que se abre a lo social precisamente a través del concepto de sublimación, aunque éste, el placer sublimatorio siempre fue un placer de segunda categoría incapaz de competir con el placer pulsional. Pero en tanto la realidad psíquica es la realidad del psicoanálisis y no la realidad social nos encontramos con una dificultad que esta en la base de todo este problema.
La mayoría de los trabajos psicoanalíticos en que lo social es un factor presente, traumático o no, siempre se organizan en la dirección de si el psiquismo puede o no elaborar esa característica social EL reduccionismo psicoanalítico siempre se impone como referente último.
Luis, 25 años, está en su último año de carrera. Se siente muy deprimido porque una asignatura se ha convertido en un problema infranqueable. Para los demás también, me dice, y se adentra en un alegato interminable en contra del sistema: “Claro, ahora con la crisis no interesa que salgan profesionales y es mejor tenernos entretenidos en la Facultad”. Tres sesiones más tarde- o quizás cuatro- Luis ha abandonado a ese sujeto social aguerrido, o al menos reivindicativo y se encuentra hablando de los enfrentamientos con su padre, un hombre silencioso y distante –posiblemente como el psicoanalista- que cuando deja de serlo se convierte en violento y arbitrario. El sujeto psíquico, el sujeto del psicoanálisis será el protagonista en los años venideros. La pregunta ¿Qué será de ese sujeto social rebelde y reivindicativo, sobrevivirá a su paso por el análisis?
Para terminar, aceptando que el psicoanálisis se fundó y desarrolló ignorando, en parte, sus determinantes sociales, sin embargo sí es cierto que se fundó una ciencia- con todas las comillas que queramos poner- que ha permitido una práctica de la cura- más comillas- y que continua siendo una herramienta de acercamiento a los cambios sociales en su posible incidencia sobre el sujeto psíquico. “¿Son fecundos los paradigmas del psicoanálisis para los nuevos enigmas que se avecinan?”, se preguntaba Silvia Bleichmar, reflexionando sobre los cambios sociales y científicos que vivimos: el cambio de sexos, el reconocimiento del matrimonio homosexual y la adopción dentro de él, las familias monoparentales, etc., etc. Y, también la pregunta complementaria ¿es posible, para el sujeto psíquico, la integración de todos los cambios que lo social y la cultura le demanden? Quiere decirse que ese podría ser un nuevo, o no tan nuevo, lugar del psicoanalista frente a lo social: ver la incidencia que sobre el sujeto psíquico operan los cambios sociales y denunciar los que son incompatibles con su desarrollo. Una posición científica con un poquito de ideología.

Vía: Centro Psicoanalítico de Madrid.
Enlace: https://www.centropsicoanaliticomadrid.com/publicaciones/revista/numero-17/imaginario-social-y-discurso-psicoanalitico/#:~:text=%E2%80%9CEl%20imaginario%20social%20provee%20a,lo%20social%2C%20sino%20a%20la

El sufrimiento actual: manifestaciones del inconsciente

El sufrimiento actual: manifestaciones del inconsciente

 

Christian Gómez, analista y director de enseñanzas de la Asociación de Psicoanálisis de Misiones, coordinador del instituto Oscar Masotta, delegación Posadas visitó Misiones Online, y reflexionó la realidad actual y las manifestaciones del inconsciente.

 

¿Qué es el inconsciente?

Oscar Masotta decía que es un saber no sabido. Es decir un saber que me habita pero del cual pareciera ser que no dispongo. En términos de Jacques Lacan, el dice que es el capitulo censurado de mi historia, o sea que ya involucra un mecanismo que es la censura que Freud llamaba represión. O se aquello que falta para que yo pueda completar el hilo de mi discurso consciente, que es el cual habito todos los días. Sin embargo ese saber censurado está escrito en otro lado. No está olvidado, no está perdido, sino que existe y retorna en los síntomas.

 

¿Cómo se manifiestan esos síntomas?

 

Los síntomas se pueden manifestar por ejemplo en el cuerpo, es decir que de un modo, podemos decir que el inconsciente está escrito en el cuerpo. Por ejemplo en la histeria. Donde el cuerpo histérico puede ser tomado como un mensaje del inconsciente que se puede descifrar.

 

¿Hay una insatisfacción ahí? ¿Cómo se comprende esto?

 

Al revés. Los síntomas son la satisfacción inconsciente de esos deseos que están reprimidos, censurados. Por eso los síntomas pueden ser a veces difíciles de quitar, pero nosotros creemos, constatamos día a día que los síntomas se desvanecen a partir de su desciframiento simbólico.  Es decir que, ese cuerpo histérico es un cuerpo que hay que interpretar, está hecho de palabras y esas palabras que se descifran a partir del dispositivo analítico, el síntoma, se desarma. Pierde eficacia, digamos así. La pregunta sería ¿qué hay a cambio?  O sea, ahí donde estaba el síntoma, que puede ser un malestar, puede ser un displacer como decíamos la vez pasada pero que es también desde el otro punto de vista del inconsciente, una satisfacción, la satisfacción de un deseo como ocurre también con los sueños, que son un deseo cumplido, dice Freud.

 

¿Un mensaje?

 

Un mensaje, pero ese mensaje es un deseo que se cumple cuando alguien sueña.

 

¿Esa sería una manifestación del inconsciente?

 

Esa sería una manifestación del inconsciente: el sueño. El sueño es un mensaje que el inconsciente le envía al sujeto y en ese mensaje hay un deseo que se cumple. Se cumple. No es que se realizaría. En ese mensaje está el deseo realizándose, en el sueño. El psicoanálisis dice que ¿Los deseos se satisfacen?  Si. ¿De qué manera? De manera indirecta. En el sueño, en los síntomas, en los documentos de archivo histórico de los cuales dispongo, cuando por ejemplo recurro a mi infancia o en los modos también que tengo de hablar y con los cuales hago un estilo de vida.

 

¿Hay como una referencia que uno usa en el recuerdo…quizás en algo que se puede transformar como una fantasía?

 

En la fantasía, que es un modo de hacer con el deseo y la satisfacción, hay también una articulación directa con los síntomas. Es decir que si yo empiezo la experiencia analítica con aquello que no marcha, que decíamos la vez pasada, lo que no marcha en la vida de las personas, que aparece como un displacer que no me puedo explicar, que no sé porqué me habita pero me habita, es lo que ahora dije como el capitulo censurado. En ese lugar donde falta algo, ese lugar está ocupado por estos síntomas que es lo que no marcha, el displacer…

 

¿Y qué hace al psicoanálisis ahí?

 

Bueno, si yo empiezo a interpretar, es decir, por la experiencia analítica, interpreto los síntomas, voy a encontrar que están conectados con modos muy privados de satisfacción que son las fantasías. Las fantasías ya no las dice alguien con tanta soltura como los síntomas, porque los síntomas al producir displacer, son aquello que alguien quiere que deje de habitarlo. Mientras que las fantasías son un placer.

 

¿Sensaciones? ¿Algún tipo de angustia o inconformidad?

 

La angustia está conectada con el fracaso de todo esto. Si todo esto está montado de un modo eficaz para el sujeto, vela la angustia. Por lo tanto, el momento indicado en donde alguien puede acudir a un psicoanalista, nosotros constatamos que es cuando generalmente todo este montaje del que estamos hablando fracasa. Y entonces la angustia aparece de un modo real. Habitando la vida de alguien y produciendo un efecto de desconcierto, de sinsentido, de desorientación, que es un poco lo que tal vez ocurre hoy en día. Que ese otro costado- porque la angustia la satisfacción, el displacer del que vos preguntabas recién- son otro costado del inconsciente. Es decir que el inconsciente es como una moneda que tiene dos caras. Una cara habla al modo de la retórica, como decíamos la vez pasada, habla en los síntomas, habla en los sueños, se puede descifrar como un jeroglífico, es decir que es un mensaje que puede estar encriptado o cualquier metáfora que sirva para pensar en algo que se descifra. Una cifra que hay que descifrar. Viene bien para entender ese inconsciente que habla… que habla en uno. Pero tiene otra cara el inconsciente que es silenciosa y que es esa satisfacción que pude ser un displacer que alguien constata, que por más esfuerzo que haga, lo sigue habitando, insiste. Y nosotros con este dispositivo que poner a hablar al síntoma, creemos que de a poco podemos conectar ese inconsciente, con algo de ese costado mudo de insatisfacción donde decimos, habita algo que Freud llamaba pulsión.

 

Fuente: http://misionesonline.net/2018/04/16/sufrimiento-actual-manifestaciones-del-inconsciente/

Una sociedad sin límites produce sujetos rendidos

Por Alberto Isaac Mendoza Torres

Hace algún tiempo, dando clases a alumnos de Secundaria, intentaba mostrar los riesgos que lleva seguir este imperativo moderno de que no hay límites. Claro que los hay. Estamos limitados. No todo lo podemos hacer. Hablar de esto, desde luego que enoja. Causa comezón.

Un alumno me cuestionó. A ver profesor, dígame una sola cosa que el hombre no pueda hacer. Repetí mentalmente su pregunta, y a la vez que me daban miedo las implicaciones de tan fuerte sentencia, respondí con un sencillo: volar. El hombre no puede volar. Desde luego ha inventado mecanismos para poder hacerlo. Pero nadie puede subir a la azotea de un quinto piso, y lanzarse al vacío, seguro de que volará, por el simple hecho de que cuenta con su voluntad inquebrantable e ilimitada. O guiado por la romántica idea, de que como lo ha deseado con todas sus fuerzas, el Universo entero conspirará en su favor y le saldrán alas como pájaro, y podrá al fin, ser libre, volar.

Se repite mucho, todos los días, que no hay límites. Que los límites nos los imponemos nosotros mismos. Desde luego que sobre esta creencia extendida, hay muchas consecuencias. Pero hoy les quiero hablar de las que se generan entre las personas y su relación con la producción, que no con el trabajo. Ambos conceptos son diferentes, e incluso deberían ser mutuamente excluyentes. Pero el discurso del capital, las ha reunido para que se confundan y puedan generar ese plus, del que hoy les comento.

Hace poco vi en Twitter un post del tan alabado couching, de un tal Seth Godin, que a la letra dice: “En vez de preguntarte ¿Cuándo serán tus próximas vacaciones? Mejor constrúyete una vida de la que no necesites escapar”. Uff, qué fuerte me parece la vida.

Este filósofo coreano, del que ya les he hablado en alguna ocasión. Byung Chul-Han, tiene un texto interesante sobre lo que él llama “La sociedad del cansancio”. En el expone, que el hombre de la modernidad, ya no necesita ser explotado por un amo, porque lo que hoy ocurre es que él mismo se explota. Es interesante la visión que tiene del mundo, sobre todo porque viene de una cultura oriental, y estudia a la occidental.

En México tenemos tiendas que trabajan las 24 horas, los siete días de la semana. En España por ejemplo, hasta hace unos años esto era impensable. Como el hecho de que los mismos supermercados abrieran en días feriados. En México si se goza de un día de asueto podemos ir a la compra sin ningún remordimiento. Porque siempre habrá alguien que esté trabajando. Y ni siquiera para nosotros. Trabaja para él mismo.

Recuerdo que no hace mucho las estaciones de radio concluían sus transmisiones al filo de la media noche, con el himno nacional. Hoy se transmite las 24 horas del día. También los periódicos dejaban de circular en los días feriados. Pero ya no ocurre lo mismo. Los canales de televisión, iniciaban transmisiones por ahí del medio día. Hoy tenemos igual, canales especializados, en programación para niños, jóvenes y adultos, que podemos ver no importa la hora. Y no qué decir del internet, que nos ofrece la posibilidad de ver nuestro programa favorito a la hora que queramos. No necesitamos esperar una semana para el siguiente capítulo. Hoy organizamos maratones para acabar una serie en Viernes Santo. Y todo gracias a que no hay límites.

Así como hace poco la metáfora para explicar lo humano provenía de la animalidad y del mito de la digestión. Hoy nos intentamos explicar lo que somos a través de la informática. Queremos que nos reseteen para poder estar en nuestra configuración de fábrica. Tomamos vitaminas para estar al 100. ¿Qué significa estar al 100? Quizá sea para no fallar. Que no nos falle el hígado, que no nos falle el corazón, que no nos falle el apetito sexual. No podemos fallar. Porque no hay límites. Los límites nos los ponemos nosotros. Desde luego que esto no es inocente, y no puede sino ocasionar perturbaciones entre los sujetos, que tenemos un cuerpo, y que como todo cuerpo es limitado.

En la clínica esto tiene implicaciones, porque cada vez hay más personas que se dicen “deprimidas”. Es decir que están por debajo de lo que otros esperan de ellas, y de lo que ellas creen que pueden lograr. Etimológicamente la palabra depresión, significaría “la presión que se ejerce de arriba, y que algo hace decaer”. Es decir, no es inherente al sujeto la depresión. Es la imposibilidad de cumplir con lo imposible: el sin límites.

Byung Chul-Han, dice que no hay depresión. Que lo que en realidad habría es una sociedad rendida por el rendimiento. El problema es que uno no se puede cansar, no hay espacio para el ocio, para las vacaciones, para la contemplación. Siempre hay que dar un plus, un extra. Para tener valor, en esta sociedad rendida.

Tomado de: http://diariotiempo.mx/opinion/opinion-la-sociedad-rendida-alberto-isaac-mendoza-torres/

Nunca nuestro cuerpo es más nuestro que cuando nos duele

Nefando

Si algo es impreciso para el lenguaje es el dolor. Nefando de la ecuatoriana Mónica Ojeda nos muestra la genealogía de esa imprecisión a partir de la infancia. Con un sentido firme y una estructura fragmentada la novela revela lo decible del dolor en los umbrales movedizos del deseo que sostiene la pornografía infantil. Desde un apartamento con seis jóvenes el lenguaje busca emerger con códigos, con imágenes, con juegos, con ficción para lanzar contra el piso la beatitud construida sobre el oficio de ser niños.

Un espacio, seis habitantes: a través de los conocimientos en programación del Cuco, los hermanos Terán: Irene, Emilio y Cecilia, se crea Nefando, un video juego producto de una paternidad que exigió a la niñez de estos hermanos portarse bien haciendo las tareas, facilitando la sodomización entre otras actividades del oficio que Kiki Ortega, la escritora, imagina para tres de sus personajes principales desarrollados, encerrada en las escamas de su cuarto bajo el título Pornovela hype, mientras que Iván, un becario FONCA que lacera su pene, se pregunta por qué desde su infancia convencionalmente buena, distinta a la de los hermanos Terán o a la de los personajes de Kiki, se desdobla en lo que él considera abominable.

Si “Una fracción de nuestro pasado es funcional en nuestro pensamiento” (George Steiner), lo es para que estos seis compañeros de piso desarrollen una filosofía del dolor impuesta por sus destinos desprendidos de lo extraordinario, lejos de lo común, de la experiencia, esa que solo se corresponde con la palabra y el relato para facilitar la repetición: logro de la cotidianidad que no alcanza el dolor, porque no es convencional, verbalizarlo ni sentirlo. Nefando nos propone quitarle su extrañeza al dolor, convertirlo en experiencia que pueda ser expuesta por el lenguaje, como en algún momento lo intentó Kiki:

“Nunca nuestro cuerpo es más nuestro que cuando nos duele. Recuerdo que una vez escribí un ensayo para la prepa en el que intenté explicar lo que sentí cuando me rompí la pierna izquierda. Estaba hasta la madre de no poder decir mi dolor. Yo era la única chamaca en clases que se había roto algo por eso nadie sabía cuánto me había dolido y cuánto me había costado no gritar. La cosa es que me encontré vacía de palabras. No podía decirlo. Jamás en toda mi chingada vida me había sentido tan frustrada. A mi mente sólo venían metáforas imprecisas: explosión, desgarramiento, ardor, y cada una de ellas correspondía a una realidad ajena a la de mi experiencia” (p. 81).

¿Qué es la infancia y la adolescencia para el dolor? Son los sujetos de la experiencia. Tanto Mónica Ojeda como Osvaldo Lamborghini, escritor explorado por uno de los personajes de Kiki, reconocen que nombrar las llagas es nombrar la carne que falta. Irene, Emilio y Cecilia lo saben porque la dejaron incrustada en las filosas cercas de la niñez. El abuso infantil que los hermanos Terán recibieron para la empresa pornográfica de su padre busca verbalizarse con otro código, el informático. El lenguaje de la programación que permite crear Nefando como juego de video es la opción lingüística que no emerge de las palabras de la realidad sociológica compartida por los hermanos, por el mundo. Asimismo, cada cultura, según Giorgio Agamben, emerge de la modificación de una determinada experiencia del tiempo. Lo que Nefando como obra literaria y como videojuego intentan decir es que ningún lenguaje está a la altura del dolor que pretenden reproducir. Y de ello sabe cualquier sobreviviente.

No estamos ante una novela sobre adolescentes suicidas porque lo que nos propone Mónica Ojeda, como decía Walter Benjamin, es “organizar el pesimismo”. Dar clic a la memoria como lo haríamos en un videojuego de computadora, ubicar los puntos estratégicos donde recuperarnos frente al desgaste que nos produce perseguir la victoria y travestirnos en luciérnagas cuya intermitencia distrae al otro de la totalidad del tiempo, porque en la iluminación discontinua somos imagen aleatoria e imagen imaginada que sobrevive en la oscuridad, porque, como diría Georges Didi-Huberman a propósito de Pier Paolo Pasolini: “la danza de las luciérnagas se efectúa precisamente en el corazón de las tinieblas”. Y es de esta manera que en “la convivencia” los personajes, sobrevivientes de su infancia, forman una constelación atraídos por su propia bioluminiscencia.

Tomado de: http://www.el-nacional.com/noticias/entretenimiento/alfabeto-del-dolor_187592

Inconsciente, cuerpo y sínt(h)oma

¿Cómo ubica hoy el psicoanálisis estas tres dimensiones: inconsciente, cuerpo y síntoma, a poco más de un siglo del descubrimiento freudiano? En un recorrido que va de los casos clínicos a los conceptos, intentaremos dar respuesta a esta interrogación, que será el eje de nuestro curso.

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El artista que siempre nos lleva la delantera, ubica de entrada las dos  dimensiones que estos conceptos comportan y lo dice de este modo:

«Todo cuerpo es un texto, todo texto es también un cuerpo. Bien leído

muestra la grieta, el punto por donde podría romperse…»(1)

Ese texto, del que Freud se hace agudo lector a partir de su encuentro con las histéricas, inaugura el descubrimiento del inconsciente. Lacan, que sabe leer a Freud, retoma en su enseñanza este inconsciente en una nueva dimensión, que no es la de un saber no sabido sino de borde frente a un imposible de saber. La grieta del poema que es vacío, agujero, misterio, punto de real, unión de la palabra y el cuerpo.

Los padecimientos actuales evidencian esta dimensión que hay que saber leer bien, ya que son del orden del acto, donde la envoltura formal, teorías e interrogaciones del sujeto, brillan por su ausencia. Esta dimensión de goce, donde el desamparo estructural que nos habita se muestra a cielo abierto de manera descarnada, más allá de qué estructura clínica se trate. La vía del psicoanálisis implica poder preservar la dimensión de lo indecible.

Nos interesa investigar el poder de la palabra en su dimensión de creación, de encuentro siempre contingente con el acto del analista, interrogarnos acerca del modo en que se pone en juego la dimensión de la transferencia hoy.

(1) Mercedes Alvarez. El cuerpo Intacto. NY 2016. (2)J.C. Indart, Inédito.

 

* Docente Miembro EOL. Colaborador Tomás Verger, Participante EOL Sección Rosario. En agendapsi.

 

Fuente: Inconsciente, cuerpo y sínt(h)oma

¿Qué son los «síntomas contemporáneos»?

Por Graciela Sobral*

En la clínica de esta época surgen cierto tipo de síntomas que llamamos «síntomas contemporáneos», que muchas veces ocultan la estructura subjetiva y que, más que mostrar un significado reprimido para el sujeto muestran un nudo opaco de goce que no admite preguntas. El sujeto no se pregunta por lo que le pasa y el síntoma aparece más claramente del lado de una solución de goce, alejado de lo simbólico.

Entonces a partir de los años 70 hablamos de discurso capitalista, de síntomas contemporáneos, del sinthome, de la «cosificación» del sujeto: efecto de la producción de subjetividad que determina el neoliberalismo.

Si el sujeto de los años 50 se movía con soltura en relación al lenguaje y trataba de que la verdad de sus síntomas fuera revelada, esa posición no es la que caracteriza al sujeto actual, que es menos dado a la interrogación subjetiva. Aun los que somos mayores vamos cambiando en el sentido de la época, entre otras cosas, por ejemplo, también vamos firmemente adheridos a nuestros gadgets como si lo hubiéramos hecho toda la vida.

En mi práctica clínica, hay un tipo de casos que ilustra bien este anudamiento de la sociedad actual y los síntomas contemporáneos: la anorexia. Decimos anorexia pero, evidentemente, no todas las anorexias son iguales. A grandes rasgos podemos pensarlas en relación a los dos tipos de síntomas que hemos descrito. Hay una anorexia que se inscribe en la lógica del síntoma metafórico, freudiano. Es un síntoma que tiene en cuenta al Otro, que se dirige a él. Se trata del sujeto neurótico, por ejemplo una joven histérica, que hace un síntoma anoréxico pero éste no constituye ni el centro de su vida ni de su ser, se inscribe más en la línea de un mensaje dirigido al Otro. Puede padecer anorexia durante un tiempo más o menos largo pero en este caso la anorexia se comportaría como cualquier otro síntoma, sería susceptible de ser interpretada y podría perder su virulencia o desaparecer más o menos fácilmente cuando su valor en relación a la demanda y el deseo se esclarezca.

En cambio, hay otros casos que muestran una estructura diferente. Cuando hablaba de los síntomas contemporáneos decía que en muchos casos éstos ocultan la estructura, que puede ser una neurosis o una psicosis. Ahora bien, no es lo mismo tratar un síntoma en una neurosis que en una psicosis. El síntoma en la neurosis tiene la capacidad de desplegar una verdad y de ser interpretado. En la psicosis, en cambio, es mejor no intervenir directamente sobre el síntoma o no tratar de contrariarlo porque es posible que éste cumpla una función de suplencia, es decir que el propio síntoma constituya un anudamiento, algo que le permita al sujeto seguir adelante con lo insoportable, con el horror. El sujeto neurótico tiene un recurso para hacer con lo imposible que es la significación fálica. El psicótico, no. Frente a determinado encuentro con lo real el psicótico, al no disponer de algo que vele lo real, puede desencadenarse o, en el mejor de los casos, puede hacer un síntoma que evite el desencadenamiento.

Como hemos dicho, hay toda una suerte de síntomas que proliferan actualmente, los llamados síntoma contemporáneos (anorexias, bulimias, toxicomanías, agresividad, etc.) que pueden estar cumpliendo esta función. Los sujetos están cada vez más desabonados del inconsciente, cada vez tienen menos recursos simbólicos. En ese sentido podemos hablar de la abolición subjetiva.

En estos días una joven paciente me contaba un episodio que puede ser interesante para ilustrar esta cuestión. No se trata de una paciente anoréxica pero frente a un acontecimiento trágico de su vida, del que le cuesta hablar, comenzó a preocuparse por su imagen, a verse gorda. Esto le ocurre durante el transcurso del verano pero ella no contó nada en sesión. Lo cuenta ahora, el día en que se dio cuenta de que mientras padecía este temor a engordar, en el transcurso de 3 meses, íle mandó 1000 fotos a su novio! No se trata aquí de presentar el caso pero me pareció interesante pensar, por un lado, que usa el síntoma «verse gorda» en lugar de hablar de lo que le pasa y, por otro, que frente a esta carencia en lo simbólico, aparece la prevalencia de la imagen tan característica de nuestra época tecnológica. í1000 selfies en lugar de una palabra!

Entonces, para concluir, el malestar en la cultura actual, el discurso del neoliberalismo empuja al sujeto a esa posición de sujeto abolido. Un sujeto que es dócil frente al discurso capitalista y su capacidad para producir subjetividades, subjetividades «artificiales», podríamos decir, que no están en consonancia con lo verdadero del sujeto sino con los significantes de la época o con los ideales impuestos, que luego resultan insostenibles. Más allá del ejemplo de la anorexia que es muy interesante porque tiene dos patas (la del síntoma metafórico, más vinculado al deseo y la del síntoma epocal, más vinculado al goce) esto que estamos señalando lo vemos a diario, sujetos que hacen carreras universitarias que en realidad no les interesan, que tienen novias o esposas que no les gustan, que no saben por qué han tenido una vida que no deseaban realmente. Se trata de sujetos que no se hacen responsables de su lugar de sujeto y deponen su deseo. Gozar, se goza. Lo difícil es desear y sostener un deseo que nos permita disfrutar.

En muchos casos el psicoanálisis puede servir para que el sujeto se encuentre con sus deseos más íntimos y se responsabilice de ellos, para emprender una vida orientada desde dentro (de sí) y no desde fuera.

El psicoanálisis nos puede ofrecer una gran ventaja terapéutica y su teoría, por otro lado, nos muestra de qué manera el sujeto actual puede verse atrapado en unas redes que lo posterguen subjetivamente.

*Miembro ELp y AMP. Madrid. Fragmento de «La abolición subjetiva en el mundo actual» del blog de la autora.