Imaginario social y discurso psicoanalítico.

Por Rómulo Aguillaume Torres.

Quizás el título de mi trabajo podría haber sido la crisis del psicoanálisis en la postmodernidad y haberme sumado así, a la enésima reflexión sobre el tema. Decir que el psicoanálisis está en crisis no es decir mucho, la crisis del psicoanálisis es una parte de su identidad. El psicoanálisis siempre fue una disciplina en crisis, lo que, entre otras cosas, condicionó su marginalidad y su fuerza y hoy únicamente tendríamos que señalar en que consiste esa crisis, en algunos aspectos distinta a las anteriores y que, desde luego, no podemos despachar con el argumento de la resistencia al psicoanálisis únicamente.
En El libro negro del Psicoanálisis, si tuviéramos la paciencia de leerlo, encontraríamos muchas de las críticas posibles, algunas ya antiguas, pero que en definitiva marcan los niveles donde la supuesta crisis del psicoanálisis es más evidente:

  1. Como modelo teórico donde la neurociencia parece tener la última palabra.
  2. Como praxis clínico terapéutica donde lo conductual y la farmacología también tienen la última palabra.
  3. Por último, y lo que más se acercaría al tema de esta mesa: el discurso psicoanalítico ha dejado de ser subversivo al no encontrarse con una sociedad que, como a la que se dirigió Freud, cercenaba el campo de lo sexual.

Tres niveles críticos que salvo el último, han acompañado al psicoanálisis desde sus orígenes. El primero, que el modelo teórico es insolvente, a demostrar lo cual se dedicaron los distintos epistemólogos, desde Nagel a Grumbaun. La neurociencia parece el último constructo teórico y algunos psicoanalista se unen a ello de forma que ya hay algo que se llama neuropsicoanálisis, intento de abrazar ambas disciplinas y que en opinión de Eric Laurent (2000, p.66) puede ser el abrazo de la muerte. Y que el psicoanálisis no cura, que vienen repitiendo psiquiatras y conductistas desde su inefable teoría de la cura. Y la última y actual, a la que quiero centrar este trabajo, que el discurso psicoanalítico ha dejado de ser subversivo porque se encuentra con una sociedad, llamada postmoderna- a la que en buena parte ha contribuido a crear- reacia a ese discurso, por producir sujetos inaccesibles a la praxis psicoanalítica.
La necesidad de que lo social ocupe el lugar que le corresponde en la formación de la subjetividad no quedó resuelto con el celebre pasaje de Freud (1920): En la vida anímica individual- nos dice Freud- aparece integrado siempre, efectivamente, el otro, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado». El problema es como se integra el otro y a que se integra, quiero decir que la integración de los múltiples condicionantes en que el sujeto se encuentra: imaginario social, clase, tradición cultura, raza etc. deben hacerse posibles en el método, objeto y metapsicología psicoanalítica, esto es, que los supuestos paradigmas psicoanalíticos sean capaces de responder a las tensiones de lo social. En cualquier caso, “La socialización- dice Castoriadis- no es una simple adjunción de elementos exteriores a un núcleo psíquico que quedaría inalterado; sus efectos están inextricablemente entramados con la psique que sí existe en la realidad efectiva. Esto vuelve incomprensible la ignorancia de los psicoanalistas contemporáneos respecto de la dimensión social de la existencia humana”. (Castoriadis …)
Considerar las teorías y métodos psicoanalíticos en su relación con el imaginario social va a seguir siendo un tema ineludible y que en términos más cercanos a la clínica lo podríamos plantear como pregunta: “¿Cómo puede verse en el desarrollo del niño un proceso natural y, al mismo tiempo, la historia social de su formación? La tensión entre lo natural y lo sociocultural ha sido un buen referente que ha hecho evolucionar el psicoanálisis y enriquecerse en un gran número de corrientes y escuelas, que reflejan en su nacimiento y desarrollo las influencias de lo social y el cambio de sus imaginarios y, por otra parte los cambios internos que han alcanzado a su propio método. Crisis social y crisis del método marcan lo que para algunos es la crisis del psicoanálisis y para otros simplemente un nuevo momento de su desarrollo. En palabras de Jorge Ahumada, “La llamada “crisis del psicoanálisis” deriva de una crisis del pensar acerca de si en la sociedad global, crisis en cuya génesis juega un papel principal el pasaje desde la aculturación en el medio familiar y la cultura de lo escrito hacia la aculturación de los medios visuales, esto es, en realidad más y más “virtuales”. Y la otra causa de la crisis está en la actitud de las sociedades psicoanalíticas que difunden y banalizan los conceptos y abandonan el método. Hasta aquí la opinión de Ahumada.
También Cornelius Castoriadis desde posiciones epistemológicas distintas coincide en el diagnóstico social en su incidencia sobre el psicoanálisis. En este caso la aculturación se expresa como la ausencia de un imaginario social que facilite identificaciones que estarían en la base de la reflexibilidad, esto es de la función del pensamiento.
La crisis de la modernidad, de su imaginario y de sus significaciones y del sujeto antropológico que produjo ha marcado profundamente tanto el lugar que ocupa actualmente el psicoanálisis, los modelos teóricos en que se apoya y la práctica en que se sustenta. Crisis de la modernidad que podríamos resumir como el fallo en la credulidad ante el progreso y la verdad científica.
François Lyotard, definió la postmodernidad: “Simplificando al máximo- escribe Lyotard- defino lo postmoderno como la incredulidad ante las metanarraciones”. Y como ya sabemos, el conocimiento científico como fundamento del progreso y de la emancipación es la principal “metanarración” que queda cuestionada.
El objeto del conocimiento científico queda cuestionado y el proyecto epistemológico clásico cambia: “el campo de la epistemología clásica tal y como la entendemos en la actualidad surge de la idea de que la mente es capaz de crear representaciones que reflejen de forma exacta lo que está ahí afuera; el conocimiento pues, es posible en tanto la mente crea representaciones exactas al mundo exterior. (…) Pero esta idea básica, centro del proyecto epistemológico no es ya aceptada por muchos autores que consideran que “hay que abandonar la noción del conocimiento en cuanto representación exacta, que resulta posible gracias a procesos mentales especiales e inteligible gracias a una teoría general de la representación”. El problema es que sin ese imaginario de verdad y progreso, impregnándolo todo habría que preguntarse cual sería su sustituto. Para algunos la respuesta ya es conocida y esta entre nosotros: hemos pasado de un imaginario donde la verdad era posible a un imaginario donde la eficacia viene a ocupar su lugar. En tiempos de Freud el psicoanálisis era cuestionado desde criterios de cientificidad. En los tiempos actuales desde criterios de eficacia. El tipo antropológico ha pasado, del obsesivo meticuloso capaz de exterminar minuciosamente a millones de individuos, fundamentado en estudios profundos sobre la verdad empírica de la superioridad de tal raza, al individuo fragmentado de la postmodernidad. “…, en las condiciones de la postmodernidad, los sujetos se hallan constituidos en diferentes configuraciones con relación a las estructuras interpersonales de comunicación, las cuales promueven el uso defensivo de la negación y el antipensamiento. Opinan que vivimos en un mundo amenazador en el que la tecnología despersonaliza al individuo, el marketing vacía los objetos de significado y los sujetos se encuentran frente al constante dilema de discriminación entre lo que es real o irreal, dentro y fuera, la autenticidad y la inautenticidad, etc. Dado que las formas sociales y culturales ofrecen muy poca contención emocional y estabilidad personal, la ansiedad y la desesperación se incrementan forzosamente- podemos ver con facilidad cómo los síntomas de ansiedad son cada vez más y más frecuentes en las consultas médicas y psiquiátricas-, y nuestros recursos internos para hacernos cargo del sufrimiento psíquico disminuyen. Ello comporta una excesiva identificación proyectiva, con incremento de los objetos extravagantes y una disminución del significado y de la capacidad para elaborar sentimientos y pensamientos.
Sin embargo no es esta una opinión compartida por todos. E. Roudinesco piensa que “el sufrimiento psíquico se manifiesta hoy bajo la forma de la depresión”, aunque termina, igualmente haciendo del pensamiento, de la ausencia de reflexión la causa de su malestar. Así, el paciente actual, nos dice Roudinesco, “pasa del psicoanálisis, a la psicofarmacología y de la psicoterapia a la homeopatía sin tomarse tiempo para reflexionar acerca del origen de su desdicha”.
En una primera conclusión, si es que podemos concluir algo diríamos que la sociedad postmoderna produce un sujeto que no piensa , que no reflexiona, posiblemente porque la importancia de la temporalidad ha cambiado. Decía Viñar ayer, en una entrevista libre y amigable que tuvo la bondad de concedernos, que el sujeto actual vive en un presente omnipresente, que lo anula todo, que el pasado no existe, que las nuevas tecnologías ponen al sujeto en condiciones de inmediatez, que el futuro ya no es un proyecto, ni el pasado una palanca de experiencia. Si esto ha cambiado así, o en parte ha cambiado así, quiere decirse que la función reflexiva del pensamiento va desapareciendo, y que el psicoanálisis en tanto acción reflexiva, se encuentra en precario. Yo no estaría tan seguro de todo esto. Creo que el sujeto postmoderno sigue pensando, sigue deseando y que lo que ha cambiado es el contenido de su pensamiento y los placeres de sus deseos y, que como psicoanalistas debemos captar estos nuevos cambios. Ahora ya no estamos en una sociedad de lectores- dicen- y el deseo queda obturado en una sociedad de consumo- también dicen. Bueno, pues esa es la sociedad en la que estamos y en la que debemos trabajar.
El imaginario social tal cual es conceptualizado por Castoriadis incide de lleno en el psicoanálisis en tanto es definido como un “magma de significaciones imaginarias sociales” encarnadas en instituciones. Como tal, regula el decir y orienta la acción de los miembros de esa sociedad, en la que determina tanto las maneras de sentir y desear como las maneras de pensar. “El imaginario social provee a la psique de significaciones y valores, y a los individuos les da los medios para comunicarse y les dota de las formas de la cooperación: Es así, no a la inversa.” Quiere decirse que no es el sujeto surgiendo de la conflictiva edípica o narcisista quien construye lo social, sino a la inversa, una sociedad que excreta individuos conformados según su imaginario.
Charles Taylor en su libro Imaginarios sociales modernos – en el que es capaz de no nombrar ni una sola vez a Castoriadis, nos presenta el imaginario moderno occidental como surgiendo a través “de ciertas formas sociales, características de la modernidad occidental: la economía de mercado, la esfera pública y el autogobierno del pueblo. Entre otras.” Precisamente todas ellas fallando en estos momentos.
Falla la familia, falla el discurso político, falla la economía (llamada de mercado) etc. Me referiré al fallo de la familia. Hace unos meses tuvimos unos encuentros en Madrid sobre la crisis de la familia o, mejor dicho sobre las nuevas familias, LA FAMILIA Y SUS VINCULOS. NUEVAS PARENTALIDADES, así se llamaban las jornadas. Fueron unas Jornadas donde inevitablemente surgió el tema de la familia en conflicto porque, al parecer el que los homosexuales se casen y puedan adoptar hijos es una señal inequívoca de que la familia está en crisis.
Algo no está en crisis cuando esta establecido y es inamovible y en el caso de la familia esto no ocurrió nunca: entre la familia romana y la familia actual hay una gran diferencia y no podemos decir que el sufrimiento psíquico dependieran de una u otra organización familiar. Por tanto no es la crisis familiar lo determinante, sí parecería serlo las condiciones en que los valores o, en terminología de Castoriadis, las significaciones imaginarias sociales, fallan en la presencia en que cualquier sociedad demanda para facilitar los procesos identificatorios. Se quiere decir, que los apuntalamientos del proceso identificatorio en sus entidades socialmente instituidas ya sea la familia, la escuela o el trabajo, son elementos claves en la constitución de la subjetividad. Para Castoriadis cada sociedad produce su propio mundo creando las significaciones, los valores que le son propias y que tienen una función triple: estructuran las representaciones del mundo en general, designan las finalidades de la acción, lo que se puede y no se puede hacer y, por último crea los tipos de afectos característicos de esa sociedad. Representaciones, finalidades y afectos producirían sujetos antropológicamente diferentes. La novela de Jonathan Littel, Las benévolas, nos muestra un tipo antropológico, Max Aue, que solo se podría dar en un momento histórico como el de la Alemania nazi. Pero Max Aue no es un sujeto enfermo desde el punto de vista psicopatológico, por mucha repugnancia que nos produzca su figura. Es un sujeto antropológico no un sujeto psíquico. El sujeto antropológico deviene de la sociología, es el sujeto social, mientras el sujeto psíquico es anterior y hunde sus raíces no solo en lo social.
Permítaseme comentar algo más sobre el sujeto, tal y como se concibe desde el modelo de Castoriadis y que si parece tener cierto interés desde el punto de vista del psicoanálisis.
Cornelius Castoriadis hace un intento por fijar el sujeto que el estructuralismo extravía. “Los discursos sobre la muerte del hombre y el fin del sujeto- nos dice Castoriadis- no fueron nunca otra cosa que la cobertura pseudo-teórica de una evasión de la responsabilidad- por parte del psicoanalista, del pensador, del ciudadano”. A partir de esta posición crítica y de la dificultad de pensar el sujeto en su totalidad, después de la pluralidad de sujetos que el psicoanálisis introduce con sus instancias psíquicas, Castoriadis se pregunta ¿puede formularse una noción del sujeto que las recubra a todas y que no sea simplemente formal, es decir, más o menos vacía? (Id.)
La subjetividad se expresa en una multitud de regiones donde impera el para si, esto es, donde la relación con el mundo se manifestará con una finalidad básica de preservar “la especificidad, el ser aparte”
en este sentido describe Castoriadis cuatro regiones donde ese para si de la subjetividad se manifiesta: el para si de lo viviente, de lo psíquico, del individuo social y de la sociedad. Cuatro regiones que interactúan entre si pero que permanecen autónomas. Quizás restaríamos complejidad a todo ello si lo tradujéramos como el concepto de autoconservación freudiano, pero lo que a mi me interesa resaltar es esta posibilidad de estudiar la subjetividad en distintos niveles de su manifestación, sobre todo lo que se refiere a la existencia de un sujeto psíquico y otro social. Así “…estamos siempre frente a una realidad humana en la cual la realidad social (la dimensión social de esta realidad) recubre casi totalmente la realidad psíquica. Y, en un primer sentido, el “sujeto” se presenta como esta extraña totalidad, totalidad que es y no es una al mismo tiempo, composición paradójica de un cuerpo biológico, de un ser social (individuo socialmente definido), de una “persona” más o menos consciente, en fin, de una psique inconsciente (de una realdad psíquica y de un aparato psíquico) el todo supremamente heterogéneo y no obstante definitivamente indisociable. De tal forma se nos presenta el fenómeno humano, es frente a esta nebulosa que debemos pensar la pregunta por el sujeto” (Id.).
Castoriadis contempla la dificultad de unificar todos estos sujetos, obvia esta dificultad y define el sujeto del psicoanálisis como meramente proyecto. La necesidad de una interpretación va dirigida a un alguien que todavía no existe “ya que aquello a lo que se apunta a través de una cura es la transformación efectiva de alguien, ni previsible ni definible de antemano…” (Id.) Aquí el sujeto debe advenir, así como antes lo era el Yo. “Este sujeto no es simplemente real, no está dado, debe ser hecho y se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias. El fin del análisis es hacerlo advenir” (…) Este sujeto, la subjetividad humana, está caracterizado por la reflexividad (que no debe confundirse con el mero pensamiento) y por la voluntad o capacidad de acción deliberada, en el sentido pleno de este término”. (Id.)
Yo estaría de acuerdo solo a medias con este modelo de Castoriadis. La mitad con la que estoy de acuerdo es con la que concibe al sujeto como proceso y la mitad en la que estoy en desacuerdo es con que el fin del análisis pueda hacer advenir ese sujeto. Creo que esta concepción última del advenimiento de un sujeto se mantiene dentro de una lógica esencialista con la que el psicoanálisis, tanto freudiano como lacaniano, rompieron hace mucho tiempo. No es posible borrar la distancia que separa lo real de su simbolización, no es posible, pues, un sujeto real, un sujeto que pueda ser pensado más allá de su devenir. Y si debo ser sincero, tampoco sé si estoy muy de acuerdo con el concepto de proceso, que me da la impresión que se transforma en proyecto. No es lo mismo proceso que proyecto. Proyecto apunta a una finalidad, aunque se diga que es inalcanzable, y una finalidad tiende a obturar la distancia entre lo real de su simbolización. “Esta aspiración de abolirlo- nos dice S. Zizek- es precisamente la fuente de la tentación totalitaria. Los mayores asesinatos de masas y holocaustos siempre han sido perpetrados en nombre del hombre como ser armónico, de un Hombre Nuevo sin tensión antagónica”.
En cualquier caso, el sujeto psíquico por debajo del social y éste, recubriéndolo todo, nos devuelve una imagen donde el supuesto sujeto, del que nos habla Castoriadis, queda nuevamente sin sustantivar, pero sí delimitado en esferas e interrelaciones de gran valor heurístico.
¿Hasta que punto el sujeto psíquico puede sostener todo ese universo de significados que lo social pretende imponer? Es evidente que entre el sujeto social encarnado por Platón y el sujeto social actual hay enormes diferencias. Sin embargo ya no sería tan evidente la diferencia entre el sujeto psíquico en distintos momentos históricos. La evolución psíquica es muy lenta determinada posiblemente por factores biológicos, no así la evolución social. Quizá esa desarmonía sea la responsable de las dificultades psicológicas y de las llamadas enfermedades mentales. Quizás la compulsión a la repetición no sea más que la resistencia de lo psicológico a abandonar posiciones que el sujeto social plantea. O quizás el malestar en la cultura de Freud o el sujeto parlante de Lacan sean las expresiones del sufrimiento psíquico como característico del ser humano. La naturaleza impone límites a la cultura y ésta impone presiones a aquella. Este sujeto, que no es simplemente real que no está dado y que debe ser hecho y que se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias, nos permite anticipar que las condiciones son las del método psicoanalítico y las circunstancias las del imaginario social. Circunstancias como el deterioro progresivo del socialismo real, desde los años sesenta y su culminación en la caída del muro, no llegaron, sin embargo a afectar a ese supuesto sujeto psíquico. No nos encontramos con olas de suicidios, como hubiera sido lo esperable, sino con cambios en el imaginario social: la fragmentación y el escepticismo de la posición postmoderna, esto es una ideología del desencanto intelectual surgida del fracaso de la utopía.
Para Freud el factor último, más allá del cual no es posible ir, es donde debemos buscar, como psicoanalistas, el referente de lo psíquico. Un factor social nunca es un factor último, siempre puede ser reducido a una vicisitud pulsional y estas, a su vez, serán entendidas dinámicamente en la conflictiva edípica. La muerte del rey es la muerte del padre, que a su vez lo es por el deseo hacia la madre, que a su vez lo es por el plus de placer que representa, placer que ya marca una dimensión psíquica en que la descarga pulsional se expresa. Pero si la pulsión nos parece anticuada podemos acudir a las relaciones de objeto, las que se dan primariamente en el seno familiar. Este “familiarismo” pasaría a ser el referente último. Este modelo, aparentemente reduccionista, y que está en la base de la praxis psicoanalítica, no clausura ni mucho menos, un conocimiento que se abre a lo social precisamente a través del concepto de sublimación, aunque éste, el placer sublimatorio siempre fue un placer de segunda categoría incapaz de competir con el placer pulsional. Pero en tanto la realidad psíquica es la realidad del psicoanálisis y no la realidad social nos encontramos con una dificultad que esta en la base de todo este problema.
La mayoría de los trabajos psicoanalíticos en que lo social es un factor presente, traumático o no, siempre se organizan en la dirección de si el psiquismo puede o no elaborar esa característica social EL reduccionismo psicoanalítico siempre se impone como referente último.
Luis, 25 años, está en su último año de carrera. Se siente muy deprimido porque una asignatura se ha convertido en un problema infranqueable. Para los demás también, me dice, y se adentra en un alegato interminable en contra del sistema: “Claro, ahora con la crisis no interesa que salgan profesionales y es mejor tenernos entretenidos en la Facultad”. Tres sesiones más tarde- o quizás cuatro- Luis ha abandonado a ese sujeto social aguerrido, o al menos reivindicativo y se encuentra hablando de los enfrentamientos con su padre, un hombre silencioso y distante –posiblemente como el psicoanalista- que cuando deja de serlo se convierte en violento y arbitrario. El sujeto psíquico, el sujeto del psicoanálisis será el protagonista en los años venideros. La pregunta ¿Qué será de ese sujeto social rebelde y reivindicativo, sobrevivirá a su paso por el análisis?
Para terminar, aceptando que el psicoanálisis se fundó y desarrolló ignorando, en parte, sus determinantes sociales, sin embargo sí es cierto que se fundó una ciencia- con todas las comillas que queramos poner- que ha permitido una práctica de la cura- más comillas- y que continua siendo una herramienta de acercamiento a los cambios sociales en su posible incidencia sobre el sujeto psíquico. “¿Son fecundos los paradigmas del psicoanálisis para los nuevos enigmas que se avecinan?”, se preguntaba Silvia Bleichmar, reflexionando sobre los cambios sociales y científicos que vivimos: el cambio de sexos, el reconocimiento del matrimonio homosexual y la adopción dentro de él, las familias monoparentales, etc., etc. Y, también la pregunta complementaria ¿es posible, para el sujeto psíquico, la integración de todos los cambios que lo social y la cultura le demanden? Quiere decirse que ese podría ser un nuevo, o no tan nuevo, lugar del psicoanalista frente a lo social: ver la incidencia que sobre el sujeto psíquico operan los cambios sociales y denunciar los que son incompatibles con su desarrollo. Una posición científica con un poquito de ideología.

Vía: Centro Psicoanalítico de Madrid.
Enlace: https://www.centropsicoanaliticomadrid.com/publicaciones/revista/numero-17/imaginario-social-y-discurso-psicoanalitico/#:~:text=%E2%80%9CEl%20imaginario%20social%20provee%20a,lo%20social%2C%20sino%20a%20la

No soy feliz, doctor

Las visitas al psiquiatra por problemas cotidianos se han disparado. Los españoles piden ayuda farmacológica para afrontar divorcios, muertes familiares y malestar laboral. «La vida sin dolor ni enfermedad es imposible», advierten los especialistas
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Si no es lo mismo estar triste que deprimido, ¿por qué el abatimiento se combate con la administración de antidepresivos? Si uno está de duelo por la muerte de un ser querido, ¿es lo mejor tomarse un ansiolítico? Está claro que a los españoles ya no les intimida ir a la consulta del psiquiatra. Antes era un estigma acudir a un especialista de salud mental; ahora, en cambio, es lo más normal del mundo. Lo malo es que esas visitas están desvirtuando el trabajo de los psiquiatras, que han dado la voz de alarma. Cada vez más tienen que afrontar trastornos adaptativos, problemas de la vida cotidiana que generan sufrimiento, como divorcios, disputas conyugales o conflictos laborales, en detrimento de pacientes con esquizofrenia y otras enfermedades graves.

La medicalización de la conducta no conlleva consecuencias inocuas. El consumo de ansiolíticos en España se ha disparado, hasta el punto de que más de un 11% de la población los toma. Por añadidura, un 7,5% de los ciudadanos consume una dosis diaria de medicamentos específicos para atajar la depresión. Es algo preocupante, pues el uso de benzodiacepinas durante sólo dos semanas ya provoca dependencia. Los españoles toleran mal la frustración y recurren sin pensarlo demasiado a la ayuda de los psicofármacos como si fueran píldoras de la felicidad. «Los pacientes deben aceptar que la infelicidad y el sufrimiento forman parte de la vida», asegura Hilario Blasco-Fontecilla, psiquiatra del Hospital Puerta de Hierro de Madrid y autor del libro ‘Hacia un mundo feliz’, en que analiza esta y otras cuestiones.

Para el experto, desde que la OMS definió en 1946 la salud como el «estado de completo bienestar físico, mental, y social» se ha producido un terrible malentendido. Así, cada vez es más fácil confundir salud con felicidad. No en balde uno de los antidepresivos más celebres, el Prozac, se vendió como la ‘pastilla de la felicidad’.

La rabieta infantil ahora se trata como «desregulación disruptiva del estado de ánimo» «Vienen buscando la felicidad, que es un propósito de vida, no un motivo de consulta psiquiátrica» De 106 trastornos descritos en 1952 se ha pasado a 357

De pecados a trastornos

En una sociedad donde la psiquiatría cobra tanta influencia, todo malestar psíquico, desde el estrés a la nostalgia, es susceptible de engrosar la lista de enfermedades mentales. Se llega a un punto en que es difícil distinguir lo sano de lo patológico. «Los vicios y pecados capitales que habían conformado la visión del ser humano están siendo sustituidos por trastornos mentales. Así, el orgulloso pasa a sufrir una personalidad narcisista, quien es sociable y comunicativo se convierte en alguien con un trastorno de la personalidad desinhibida; el jugador es un ludópata y el tímido un ser con fobia social. La gula es hoy el trastorno por hiperfagia; y la bulimia, el trastorno de atracones», alega Joseba Achotegui, psiquiatra y profesor de las universidades de Barcelona y Berkeley (California).

Para Achotegui, parte de la culpa por este fenómeno lo tiene un modelo social hedonista y de consumo. «La gente cree que cada problema debe tener una solución inmediata. Cualquier emoción negativa se puede arreglar con un producto. Se debe abrir un debate, pues en psiquiatría no disponemos de una escala que deslinde qué es trastorno y qué enfermedad mental».

Es una paradoja, pero según aumenta la supervivencia humana y los avances tecnológicos, disminuye la fortaleza de la persona y lo que los psiquiatras llaman resiliencia, la capacidad para adaptarse a un entorno adverso. La sociedad moderna odia algo inherente a la naturaleza humana como es la incertidumbre, de modo que el malestar y la insatisfacción se psiquiatrizan. Lo comprueba a diario Beatriz Rodríguez Vega, jefa de Psiquiatría de Hospital La Paz. «La medicina genética y otros avances terapéuticos anuncian un mundo sin dolor ni enfermedad, lo cual es imposible. En el servicio de Urgencias nos encontramos con intentos de suicidio por pequeñas decepciones sentimentales o complicaciones en el trabajo. Vienen buscando la felicidad, que es un propósito en la vida, no un motivo de consulta psiquiátrica».

La industria farmacéutica, los medios de comunicación y una sociedad que gusta de los remedios fáciles conspiran para que acudamos a la consulta del psiquiatra. Prueba de ello es que las dolencias de la psique se multiplican. En 1952, el Manual Estadístico de Enfermedades Mentales de Estados Unidos, conocido como DSM, contenía 106 manifestaciones patológicas. En la quinta versión (DSM-5), recientemente publicada, ya se citan 357 trastornos de la misma índole. Este libro, que también se usa en España, tipificaba la rabieta como un trastorno mental más, según Blasco-Fontecilla. En concreto, el simple berrinche aparece catalogado como «desregulación disruptiva del estado de ánimo».

Con estas premisas no es extraño que todo se trate como enfermedad mental, desde la rebeldía de los adolescentes al regreso al trabajo tras unas prolongadas vacaciones. No es casualidad que en 2013 el primer motivo de consulta en los centros de salud mental de Madrid fueran los trastornos adaptativos.

Con todo, al paciente infeliz no se le echa con cajas destempladas de la consulta. «Si se aprecia un caso que no merece tratarse en el circuito público de salud, se intenta reconducir al paciente para que visite centros cívicos y desarrolle actividades comunitarias. Por lo demás, no soy partidaria de que las patologías graves las trate el psiquiatra y las leves el psicólogo», argumenta Rodríguez.

La tendencia a medicalizar todo conduce a enfoques erróneos. Fenómenos como el acoso escolar, el ‘mobbing’ o persecución laboral y el ‘burn-out’ o desgaste profesional son ejemplos de cómo ciertos fenómenos sociales son tratados por facultativos. En sí no es malo que el psiquiatra aborde las secuelas psíquicas de un problema, pero las soluciones a los conflictos sociales no se hallan en una píldora.

Diagnósticos sesgados

En su afán por incrementar las ventas, las compañías farmacéuticas presionan para que el viento les sople de cara. El psicoanalista británico Darian Leader es autor de un polémico ensayo en el que denuncia el crecimiento espectacular del trastorno bipolar por razones espurias. En su libro ‘Estrictamente bipolar’ explica las razones por las que esta enfermedad se ha convertido en la dolencia psiquiátrica de moda. Como las patentes de muchos medicamentos contra la depresión caducaban, las compañías del sector buscaron nuevos nichos de mercado. ¿Qué hacer? Alentaron investigaciones en las que se proponían modalidades leves de trastorno bipolar, con lo que la frecuencia de su diagnóstico aumentó un 2.000%. Por añadidura, ahora no está mal visto ser un ‘poco bipolar’, que confiere un estatus de persona creativa y apasionada, como en su día estar algo ‘depre’ era de buen tono.

Es llamativo. Al mismo tiempo que crece la demanda de atención psiquiátrica por motivos un tanto banales, se produce el hecho contrario: hay enfermedades mentales graves que no se tratan. «La mitad de los pacientes con depresión endógena no reciben atención farmacológica. Lo mismo sucede con pacientes no diagnosticados de trastorno bipolar, psicosis y otras patologías graves», lamenta el jefe de Psiquiatría del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, Jerónimo Sáiz.

http://www.hoy.es/sociedad/feliz-doctor-20170905001432-ntvo.html

Encuentro y desencuentro

Ante la angustia de la pérdida, el análisis revela un resultado paradójico, su carácter constitutivo. La desaparición de la experiencia pone en cuestión los diagnósticos tradicionales. La obsesión no es la duda blanda de la conveniencia.

Por Luciano Lutereau *

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La ilusión capitalista es la de que existe el individuo que ofrece libremente su fuerza de trabajo en el mercado. El correlato de esta ilusión en el amor es la creencia de que dos personas pueden encontrarse y no estar atravesadas por una historia, duelos pendientes, el presente transversal de lo que no ocurrió con otras personas, el encuentro que siempre supone desencuentro. Es fácil no ser capitalista en lo ideológico, no tanto en el amor.

De una época a otra. Para el obsesivo, una especie del pasado, el conflicto central de su neurosis era cómo autorizar un deseo a partir de la confrontación con la ley de un padre terrible. Para el varón de nuestro tiempo, el conflicto es cómo soportar el amor por un padre que no es ejemplo de nada, humillado y rescatado por el amor del hijo. Es una diferencia clínica, pero también generacional, basada en transformaciones socio‑históricas que precarizaron el lugar del varón en el mundo del trabajo.

«Hacer‑algo‑para» es una estructura que «sirve» para evitar un conflicto. El refugio en la utilidad, como una forma de evitar la pérdida, sacarle a todo algún provecho, es la moral contemporánea que aniquiló a las neurosis, con sus propias armas, la del obsesivo: la degradación del deseo a la demanda, no para que el deseo reprimido retorne, con la fuerza del síntoma, sino para que sea deseo de demanda. Ya van quedando pocos neuróticos, ganan los cálculos de conveniencia.

Hay una forma, claramente posmoderna, de resolver la angustia de ante la pérdida, decir cosas como «bueno, algún día se iba a terminar», «eso ya estaba perdido de antemano», etc. Son formas habituales de la obsesión, con las cuales el neurótico rechaza el síntoma y, por lo tanto, adopta (se adapta) a una posición conformista. En lugar de atravesar la pérdida y perder la pérdida, que es el movimiento del análisis, prefiere el consuelo de la resignación. ¡Qué problema cuando es el analista quien usa ese espíritu posmo para intervenir y dice cosas como que «todo no se puede», «siempre algo se pierde» u otras fórmulas de manual, todas igualmente insoportables, igualmente leves. Ante la angustia de la pérdida, el análisis revela un resultado paradójico, su carácter constitutivo, como dice la canción de Rosario Bléfari: «Lo que se pierde en una tarde, lo que se gana de una vez». El psicoanálisis que me interesa tiene menos tango y más canciones.

La desaparición de la experiencia pone en cuestión los diagnósticos tradicionales. Freud pensó sus categorías en un mundo en el que todavía pasaban cosas, en el que se vivía y, por ejemplo, un neurótico se iba tres meses a unas termas a ver qué pasaba. Hoy en día perdimos el sentido de la transición, del pasaje, la salud de pasar de una cosa a otra. Un niño deja de hacer algo porque no le sale, y eso no habla de su intolerancia a la frustración, sino de que no disfruta de explorar, de ver qué ocurre después. Es el mismo aburrimiento que agobia a la mujer casada que empieza una historia con un compañero de trabajo. «¡Conflicto!», podría pensar el desprevenido y diagnosticar duda obsesiva entre el marido y el amante. Ni siquiera. Es simple: la única manera de sostener ese trabajo es erotizando la escena, con un deseo que despierte un poco. El deseo no como causa, sino como recurso onanista. El típico «pajerismo» de las oficinas. Esta erotización de la vida cotidiana es una defensa desesperada contra el aburrimiento, cuando ya no hay mejor que vivir.

Hace poco conversaba con un amigo que me contaba de su duda entre dos mujeres. Una le gustaba mucho, la otra también; sólo un ligero aspecto de la primera no terminaba de convencerlo. Piensa, además, que la segunda también tiene un rasgo que no lo convence del todo, pero es algo propio de las mujeres. «Es que soy muy obse«, dice y yo pienso que si en lugar de mujeres hubiéramos estado hablando de la oferta de Coto en lácteos (ni siquiera en vinos) ese fin de semana o de cómo votan los argentinos, hubiera sido lo mismo. La obsesión es un síntoma fuerte, no es la duda blanda de la conveniencia. Neurótico no es quien elige el mal menor, la opción en la que picás como un pececito el anzuelo que te hicieron creer era dorado. A mi amigo, se lo dije, le faltan agallas para neurotizarse; aunque el neurótico sea cobarde, al menos es digno, no se baja el precio ante el conflicto, como sí hace el narcisista, cobarde y ventajero. Y después de esta declaración pedimos nuestra segunda cerveza artesanal en el happy hour.

* Psicoanalista, Doctor en Filosofía y Doctor en Psicología por la UBA. Coordina la Licenciatura en Filosofía de UCES. Autor de Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina(Galerna, 2016), Edipo y violencia. Por qué los hombres odian a las mujeres (Letras del Sur, 2017) y El goce de la mirada (Nube Negra, 2018).

 

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/94292-encuentro-y-desencuentro

El dolor de existir no se suprime con fármacos, sino indagando en la historia personal

La psicoanalista Myriam Soae dará un curso sobre melancolía, el viernes y el sábado. También se presentará un libro sobre la feminidad

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«La melancolía es una noción muy abarcativa que condensa la historia de las afecciones humanas desde los griegos hasta nuestros días. Podemos decir que un estado melancólico es una tristeza profunda, un dolor de existir, una parálisis del deseo, que puede sobrevenir ante una pérdida o no tener una causa específica», resumió la psicoanalista Myriam Soae, que dará un curso el viernes y el sábado en esta ciudad.

Figuras de la Melancolía se titula el seminario que se iniciará el viernes a las 17.30 en la Fundación de Estudios Avanzados de Tucumán, Salta 597. Continuará el sábado a las 10.30 y estará destinado a todo público.

El mismo viernes a las 20.30, en la mencionada Fundación, se presenterá el libro Encanto de Erizo, Feminidad en la hystoria, de Graciela Musachi. Los comentarios estarán a cargo de Soae, Diego Perez Collado y Ofelia Wyngaard. Por informes dirigirse a facebook.com/fundaciondeestudiosavanzados o al teléfono 381 5304234.

Depresión, bipolaridad, palabras alternativas

Soae explicó que la ciencia intenta borrar la semántica de la palabra melancolía bajo los términos «depresión» o «bipolaridad», pero el término no se deja reabsorber por las nuevas clasificaciones sino que insiste en retornar, en la literatura, en el arte, en la filosofía.

«Considero que indagar su lugar en esos otros campos, permite despojarla de la connotación patológica que empuja a borrarla, anulando también la sensibilidad subjetiva que conlleva -afirmó-. Por el contrario, interesarnos por su historia, abre la posibilidad de entender de qué modo, en diferentes épocas, el sujeto experimentó un estado tan humano como la tristeza en sus diferentes dimensiones. A la vez es una noción que encierra la historia de la locura en occidente y sus diversos tratamientos. El psicoanálisis heredó las preguntas sobre la melancolía y la indaga desde sus inicios. También me parece fundamental seguir esas derivas dentro de ese campo».

– ¿Qué implica hablar de melancolía hoy?

– Implica devolverle la dignidad a esa palabra, que algunos estudiosos la describen como un cristal con sus múltiples facetas. Es sacarla del terreno de lo mórbido a suprimir. La depresión es la epidemia del siglo XXI, o sea que el ser humano padece del dolor de existir, de las pérdidas, del sinsentido ante la anulación del deseo. La terapéutica actual, en consonancia con los valores sociales que rigen hoy en día, especialmente el ideal del hombre productivo, la suprime con el fármaco. Esa vía, única en ciertos países desarrollados, implica dejar de lado la historia de aquel que consulta, la coyuntura ante la cual emerge su padecimiento y el valor del modo de expresarlo a través de sus palabras. Por el contrario, el psicoanálisis aloja ese sufrimiento, no sólo para extraer un saber sobre el mismo sino, y por sobre todo, para ayudarlo a encontrar una solución singular.

PERFIL

Myriam Soae es psicoanalista, Miembro de la Fundación René Descartes de Buenos Aires donde participa regularmente de las actividades de enseñanza, investigación y clínica del psicoanálisis. Es también miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.

 

Fuente: http://www.lagaceta.com.ar/nota/751526/actualidad/dolor-existir-no-se-suprime-farmacos-sino-indagando-historia-personal.html

¿Por qué es tan necesario dar sepultura a los seres queridos fallecidos?

Enterrar a los muertos ha sido, desde hace milenios, de suma importancia para el sujeto. En la Grecia y Roma antiguas “Se temía la muerte menos que a la privación de la sepultura” (De Coulanges) como lo vemos bien, por ejemplo, en la Antígona de Sófocles. Este es un paso muy importante después de la muerte de un ser querido, que otorga al sujeto las herramientas simbólicas para tramitar el sinsentido que la muerte comporta.

Con Sigmund Freud podemos decir que permite la posibilidad de hacer un duelo por un objeto perdido y que “una vez [el duelo] haya renunciado a todo lo perdido se habrá agotado por sí mismo y nuestra libido quedará nuevamente en libertad de sustituir los objetos perdidos por otros nuevos.” Esto, como podemos ver, es relevante para que la vida continúe, teniendo brillo para aquellos que han perdido algo o a alguien.

Cuando no se tiene un cuerpo para enterrar, ese objeto y su memoria, queda en una especie de deriva, capturado por la duda de su paradero

Pero, cuando no se tiene un cuerpo para enterrar, ese objeto –que era el otro, el muerto– y su memoria, queda en una especie de deriva, capturado por la duda de su paradero. Los testimonios de los familiares y amigos que aún se preguntan por el paradero de su ser querido desaparecido durante una guerra, dictadura o régimen represivo y violento, y los de quienes los han encontrado nos enseñan esto.

Testimonios alrededor del mundo, en Argentina, México, El Salvador, Chile, España, Guatemala, solo por nombrar algunos que conozco, confluyen en el mismo punto: encontrar a un desaparecido y darle sepultura permite librarse de la incertidumbre y empezar a hacer un duelo.

Encontrar a un desaparecido y darle sepultura permite librarse de la incertidumbre y empezar a hacer un duelo

La sepultura, no por ella misma si no en tanto ella contiene el cuerpo del muerto, es el viraje que el psicoanalista Jacques Lacan marca del paso del hombre a lo que llamó “ser hablante”: “Quién no sabe el punto crítico con el que nosotros fechamos en el hombre al ser hablante: la sepultura, es decir, donde, de una especie se afirma que, al contrario de cualquier otra, el cuerpo muerto conserva ahí lo que le daba al viviente el carácter: cuerpo.”

Encontrar a sus muertos para darles sepultura es una tarea que tienen aún pendiente millares de personas y de asociaciones en todo el mundo dedicadas a buscarlos. Sobre todo lo tienen pendiente los estados de los países que de momento no lo permiten, que no quieren recuperar la memoria dejando en el tintero propuestas de leyes que abrirían no solo puertas para encontrar si no también fosas y rincones en el territorio que conservan dentro de sí a muchas personas sin entierro.

Fotografía fechada el 01 de noviembre de 2017 que muestra a familiares de asesinados y desaparecidos durante el conflicto armado en El Salvador.
Fotografía fechada el 01 de noviembre de 2017 que muestra a familiares de asesinados y desaparecidos durante el conflicto armado en El Salvador. (Rodrigo Sura / EFE)

Abrir la vía para encontrar a los desaparecidos permitiría tejer, con ayuda de las palabras, un borde a ese no saber infinito que se abre ante la incertidumbre, la duda, la espera, que no puede tratarse sin tener el cuerpo, la osamenta del ser querido para enterrar. Sí, quizás para dar paso al sinsentido de la muerte. Pero entonces será un sinsentido distinto, delimitado por la palabra, los símbolos y ritos que acompañan un entierro. Los desaparecidos de las guerras, las dictaduras y de los discursos represivos deben regresar para que quienes los buscan puedan dejarlos ir como los muertos que son, con historia y nombre.

 

Fuente: http://www.lavanguardia.com/vida/20171103/432542281496/por-que-es-tan-necesario-dar-sepultura-a-los-seres-queridos-fallecidos.html

¿Hablar del suicidio, provoca suicidios?

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“Thirteen Reasons Why” (Trece Razones Para) es el título de un libro para adolescentes que se publicó hace 10 años, bajo la firma de Jay Asher. Ahora ha causado revuelo porque su impacto ha sido mucho mayor gracias al sistema de televisión on demand Netflix.

Si usted no ha leído el libro o visto la serie, le advierto que está a punto de leer un par de  spoilers. Desde luego el principal no es difícil de adivinar, de hecho está en todas las sinopsis y ha sido el objetivo de los análisis psicológicos de los últimos meses: el suicidio de la protagonista Hannah.

Si a esto le sumamos que en redes sociales ha circulado el “Blue Whale” o “Reto de la ballena azul”, hoy tenemos más que trece razones para hablar del suicidio. Aunque a mi parecer, más que problematizar el suicidio, lo que he visto es el impulso de la censura. Censurar el concepto, como si esto nos pusiera a salvo. A salvo de qué, me pregunto. ¿De morir?, ¿de suicidarnos?, ¿de que los jóvenes no piensen en el suicidio?, ¿es diferente el suicidio infantil, al juvenil, al de las personas en edad “madura” o en los llamados de la tercera edad?, ¿por qué en unos sí y en otros no?

Recientemente fue publicado en la revista especializada en psicología Psyciencia, un artículo de María Eugenia Parla, de la Universidad de Buenos Aires, en el que propone a la prevención, como una manera de hacer frente a lo que considera apologías del suicidio. ¿Se puede prevenir, no el suicidio, sino una sola de las conductas humanas?

Ella cita que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las conductas suicidas van desde la ideación y el intento, hasta el suicidio  consumado. Entonces la ideación suicida abarca el deseo de morir, pregunto, pero nadie responda en voz alta, sino lo vayan a tachar de suicida y lo vayan a querer medicar, para evitar que lo consume, ¿alguien no ha tenido una sola vez en su vida el deseo de morir? Suicida es, según la máxima autoridad de salud en el mundo,  tener la representación del suicidio. Por favor, les voy a pedir que no piensen en elefantes… ¿en qué pensaron?

La autora de este artículo, especialista en psicología cognitivo-conductual y la tan de moda neuropsicología, asegura que el 95% de los que se suicidan padecen de algún trastorno mental  (primera etiqueta) y ella ubica en los trastornos mentales a la depresión, el alcoholismo y la esquizofrenia, en ese orden.

Pero además dice, quizá sea el otro 5% suicida, hay factores sociales que llevan a las personas a pensar en atentar contra su vida. Qué bella palabra, atentar contra la vida. Como si no hiciéramos eso cada que nos subimos al transporte público temiendo que en el siguiente asalto perdamos la vida. Es decir atentamos contra nuestra vida al subirnos al transporte público. Bueno, en esta esfera se encuentran factores como crisis económicas, ¿alguien se habrá salvado de alguna?, o ¿los ricos no se suicidan?, aislamiento social ¿pasar tanto tiempo en el Smartphone no es un tipo de aislamiento social?, malas relaciones interpersonales ¿quién tiene sólo buenas relaciones interpersonales, es más, qué es una buena relación interpersonal?, haber sido criado en un ambiente caótico –alguien se salva- violento y negligente, fracaso escolar –sólo los que sacan diez no se suicidan- y presión social – a qué se referirá con presión social: al estudia, se buen hijo, saca buenas calificaciones, no tomes, toma, no te drogues, drógate, cásate, no te cases, trabaja, ten hijos, quiéreles siempre, cómprate una casa, cómprate un auto, viaja, lee quince minutos al día, haz ejercicio, déjate la barba, córtatela. Casi nadie experimenta eso.

Si es cierto lo que dice la neuropsicóloga María Eugenia Parla, con base en lo que clasifica la Organización Mundial de la Salud, entonces todos somos suicidas. Y para qué habríamos de prevenir algo que ya somos. Es decir, cómo prevenir que la lluvia moje o que el fuego queme.

No hablen del suicidio, porque a los jóvenes se les incita a suicidarse.

Emil Cioran, escritor y filósofo ruso, decía que “vivir con la idea del suicidio es estimulante”, era considerado un apologista del suicidio. Vivía con la idea de suicidarse quizá desde los cinco años de edad, pero se le arraigó a los veinte. Sin embargo, murió a los 84 años, víctima del Alzheimer en un hospital. En contraparte, otro filósofo, Gilles Deleuze, quien siempre estuvo en contra del suicidio, acabó arrojándose desde la ventana de su apartamento. Esto pone en entredicho que hablar de suicidio provoca que te suicides y que defender la vida evitará que atentes contra tu vida.

La poeta Argentina Alejandra Pizarnik, también tenía en claro que un día se suicidaría, aunque no pensaba en eso todos los días. Tenía la posibilidad de escribir sobre su congoja, e incluso era escuchada, por su amigo Julio Cortázar. A quien le escribió una de sus últimas cartas antes de morir.  Cortázar claro que la escuchó, como sólo él sabía hacerlo. Y le propuso aplazar su decisión, también como sólo él podía proponerle. Nada impidió que se matara. ¿Entonces se puede prevenir?

A lo largo de la serie nos dicen que Hannah tiene 13 razones para suicidarse. Pero en realidad es una. Después de todo el tiempo de colocarse como víctima del acoso escolar y la violación, es quizá cuando llega ante el consejero escolar, que muestra cuál es su verdad. La verdad que es única en los suicidas.

 

Facebook: Alberto Isaac Mendoza Torres

Twitter: @AlbertoIMendoza

Instagram: albertoisaacmendozat

Tomado de http://diariotiempo.mx/opinion/opinion-trece-razones-suicidio-la-censura-alberto-isaac-mendoza-torres/

Ansiedad, tristeza y vergüenza no es lo que una madre espera sentir luego de dar a luz , y sin embargo…

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Dolor, miedo, ansiedad, tristeza y vergüenza no es lo que una madre espera sentir luego de dar a luz a su bebé. Al menos, no es lo que la sociedad parece esperar de ella. Sin embargo, se estima que una de cada cinco mujeres en Estados Unidos sufre de depresión postparto. A pesar de que esta condición es más común de lo que se cree, todavía está marcada por el estigma social que evita, muchas veces, que las madres pidan ayuda a tiempo.

La depresión postparto no es, en cambio, tan usual como el llamado “baby blues” que la mayoría de las madres -cerca del 70%- experimenta durante la primera semana luego de parir. Mientras el baby blues conlleva cambios de humor, tristeza y problemas para dormir, entre otros síntomas, la depresión postparto se caracteriza por la persistencia de estos síntomas, que pueden aparecer en diferentes momentos luego de haber tenido al bebé; entre seis semanas y seis meses después.

Las madres que sufren depresión postparto también dicen sentirse desconectadas con su hijo o hija, tener problemas para pensar y tomar decisiones, falta de energía y pensamientos de vergüenza o culpa. Según explicó a Univision Noticias Jean Ko, epidemióloga en el departamento de salud materna e infantil del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), los síntomas también incluyen pensar que la vida no vale la pena, sentirse culpable por no ser una buena madre, preocupares excesivamente por el bebé y creer, por ejemplo, que alguien se lo va a llevar o lastimar.

Más común de lo que se piensa

En 2011, entre 7 y 19% de las mujeres reportaron sufrir síntomas de depresión postparto, según cifras del CDC. Algunos estudios también sugieren que los hombres pueden sufrir depresión postparto, aunque esto sigue siendo investigado.

Sentir tanto dolor puede hacer que la madre quiera terminar con su vida o incluso la de su bebé, por no ver otra alternativa. Si bien es una posibilidad, el infanticidio no es tan común en la depresión postparto como en la psicosis postparto, cuando tiene lugar una separación de la realidad, explicó Peter Schmidt, jefe de la sección de endocrinología de comportamiento del Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH).

Las mujeres son más proclives a sufrir depresión postparto si ya cuentan con una historia de depresión o depresión postparto, o si han sufrido depresión o ansiedad durante el embarazo. Según CDC, otros factores de riesgo incluyen falta de apoyo social, tensión en la pareja, tener un bebé prematuro o que tuvo que ser hospitalizado, haber tenido un embarazo con complicaciones «incluyendo infertilidad-, tener más de un bebé o haber perdido un bebé.

Si bien algunos estudios indican que el bajo nivel socioeconómico puede ser un factor de riesgo, es difícil determinar si este es “una causa o una consecuencia” de la depresión postparto, dijo Ko. Según Schmidt, del NIMH, la depresión postparto está presente en todas las clases sociales y se da a nivel internacional.

En muchos casos, el estigma que rodea a la depresión postparto, el miedo de las mujeres a ser juzgadas y la presión social por ser buena madre puede hacer que la mujer no sea honesta acerca de la situación que vive y, por ende, no busque ni reciba el tratamiento adecuado. Cuando esto sucede, la depresión postparto puede convertirse en una condición crónica, haciendo que sea aún más difícil de tratar.

En su columna en Quartz, Maureen Shaw, quien sufrió depresión postparto y logró tratarse a tiempo, reflexiona acerca de esa presión social que la mantuvo en silencio durante meses. “Es irónico que haya sufrido en silencio precisamente porque no quería ser etiquetada como una mala madre”, escribe. “De hecho”, agrega, “me di cuenta de que admitir mi lucha contra la depresión postparto no me hace una mala madre; negarme el cuidado sí lo hace”.

Tomado de http://www.univision.com/noticias/depresion/la-depresion-postparto-cuando-la-maternidad-se-convierte-en-tabu

Las mascotas como coterapeutas

El contacto con una persona deprimida no es fácil, incluso para los psicoterapeutas. Imagínese una sesión terapéutica en la que un perro retoza alegremente alrededor del paciente y con la mirada le expresa que quiere ser acariciado. Esto puede aliviar la situación considerablemente y es por eso que a menudo se utilizan mascotas como coterapeutas.

«Especialmente en el tratamiento de trastornos de ansiedad y depresión se pueden lograr grandes resultados con terapia asistida con animales», señala Arno Deister, médico jefe del Centro de Medicina Psicosocial del hospital de Itzehoe, en Alemania.

«Por ejemplo, personas que sufren depresiones tienen dificultades de establecer contacto con otras personas y generar confianza», explica Deister.

Un perro es entonces una buena manera de romper la barrera, siempre y cuando tanto el paciente como el terapeuta hayan tenido en el pasado experiencias positivas con este tipo de mascotas. El animal actúa como un «abridor de puertas» entre ambos.

Que los animales pueden influenciar en el estado de ánimo de las personas está confirmado empíricamente, señala Deister en referencia al estudio estadounidense sobre depresión y zooterapia de 2007.

«Las personas depresivas, pero también los ancianos y enfermos mejoran su estado de ánimo cuando tienen contacto con los animales», indica sostiene Deister, presidente de la Sociedad Alemana de Psiquiatría Psicosomática y Neurología (DGPPN).

Los animales también ayudan a personas con trastornos de ansiedad. «El que tiene miedo está tenso y un animal ayuda a la relajación», señala el especialista.

Un estudio realizado en 2009 con niños autistas reveló que estos estaban más dispuestos a comunicarse después de una clase de equitación. Y en otra serie de estudios del año 2006 se demostró que la terapia asistida con animales también puede resultar positiva en pacientes con demencia. Asímismo, hay evidencias de que los animales reducen el estrés en las personas.

«El paciente ni siquiera tiene que tener algún tipo de vínculo con la mascota», asegura la bióloga Cornelia Drees, que emplea animales en su trabajo.

Uno de los secretos del efecto que provocan los animales sobre los seres humanos podría ser que los animales no emiten juicios de valor. «Aceptan a las personas con todas sus fortalezas y debilidades», sostiene Deister, presidente de la Sociedad Alemana de Psiquiatría Psicosomática y Neurología (DGPPN).

Además de las terapias, también existen las denominadas intervenciones asistidas por animales, es decir, actividades que se realizan con animales.

Drees es especialista en este tipo de intervenciones asistidas. Ella visita residencias para personas mayores o con discapacidad, jardines de infantes o escuelas.

La especialista invita a los participantes a que se unan en un círculo. Los animales -cobayos, perros, conejos o gallinas- están en el centro. Mientras Drees les cuenta de dónde viene cada mascota, lo que le gusta y no le gusta, va observando el comportamiento de los pacientes y por cuál de los animales se sienten más atraídos. Luego les da tareas específicas, que pueden ser por ejemplo «acariciar a un conejillo de Indias para hacerlo feliz».

El paciente fortalece su autoestima cuando nota que con sus caricias el animal se siente cómodo. Sin embargo, también es importante que se preste atención al bienestar del animal.

«Solo animales relajados y contentos pueden tener un efecto positivo en las personas», asegura Drees.

Tomado de http://www.debate.com.mx/salud/Ansiedad-o-depresion-Aliviate-con-terapias-con-animales-20170222-0185.html

Los casos de depresión aumentan un 18 % en el mundo en la última década

Cuando un joven presenta síntomas de depresión, hay que buscar ayuda de inmediato.

El estado depresivo

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Por Paula García

El corre-corre, los problemas de la vida cotidiana, deudas, hijos, trabajo, estudio y sumado a eso las exigencias sociales, los compromisos en cada aspecto de la vida, mezclado con luces, villancicos y aguinaldo pueden convertirse en una receta peligrosa cuando lo que sucede dentro de sí se guarda, no se comparte y se considera poco importante o sin sentido compartir nuestro estado de ánimo con aquellos que consideramos cercanos.

Es impresionante como padecimientos psicológicos y emocionales, se van mezclando con jergas populares, expresiones como “padezco de nervios”, “tengo ataques de ansiedad”, “es estrés”,” parezco bipolar”, o el más conocido de todos “estoy deprimido “, entre muchos otros se repiten sin tener la más mínima noción de lo que se está diciendo, sostenidos por una etiqueta falsa para no afrontar lo que realmente nos ocurre.

Si bien es cierto existen casos diagnosticados por profesionales en psicología o psiquiatría, también es cierto que hay muchos otros que andan por la calle pavoneando etiquetas que no les pertenecen y que si supieran lo que realmente están diciendo probablemente se retractarían rápidamente.

En mi experiencia he descubierto que aquellas personas que por lo general han sido diagnosticadas y tienen conciencia de sus limitantes y situaciones especiales, tratan de adecuar sus vidas para pasar casi desapercibidos por el entorno social que por muy abierto y comprensivo que se diga, los tabúes y creencias erróneas sobre las psicopatologías siguen asustando y persiguiendo el juicio de muchos, por lo tanto muchas personas que viven con el diagnóstico de una psicopatología suelen ocultarlo.

Cada padecimiento psiquiátrico cuenta con una serie de criterios que una vez probado con pruebas especiales, se pueden buscar opciones en ocasiones farmacológicas en otras soluciones psicoterapéuticas o en algunos casos ambas cosas para poder generar calidad de vida, por tanto cuando una persona sin un diagnóstico vive o experimenta algunas emociones específicas no significa que tenga una psicopatología, no se ha vuelto loca/o ni será tachado socialmente si pide ayuda.

Lo anterior debido a que actualmente los índices de suicidio van en aumento  y una de sus problemáticas más grandes es que en muchas ocasiones la persona experimentó por largo tiempo un estado depresivo y lo vivió en silencio, lo que hace que poco a poco se intensifiquen los síntomas y aumente el riesgo de un intento  de autoeliminación o en otros casos se empiecen a dar conductas autodestructivas en exceso como tomar mucho alcohol, drogas, fumar, comer desmedidamente o dormir, entre otras.

Los estados depresivos suelen aparecer de manera silenciosa y nacen por razones claras o posterior a un evento específico que fue lo suficientemente significativo como para iniciar la crisis, esto significa que cuando surge un estado depresivo hay muchos ciclos inconclusos y lo que la persona percibe como el inicio es en realidad la gota que ha derramado el vaso emocionalmente hablando.

La diferencia es que al ser un estado las personas necesitan darse el permiso de sentir y de buscar acompañamiento  y ayuda a tiempo, aunque sienta que no tiene sentido contar lo que pasa o lo que siente, en ocasiones podría ser necesario una medicación temporal si el médico lo considera adecuad, pero no significa que no se va a mejorar, sino que es un tiempo de reestructuración psíquica, de tener paciencia y asumir la responsabilidad de eso que le está haciendo sentirse mal para evitar pensamientos irracionales o de escape que suelen estar relacionados con excesos o con ideas suicidas.

Todo estado depresivo puede servir para replantearse ideas y proyectos, pero no se recomienda tomar decisiones pues es como cuando se ordena algo, es necesario hacer un desorden, lo mismo sucede en nuestro inconsciente que para poner en orden los pensamientos y emociones ocupa reestructurar  y recalcular opciones, solo que si no logro descubrir que estoy atravesando un estado depresivo podría sentir que este estado se va a quedar así y que no pasará, pero lo que es seguro es que sí va a pasar y lo único que necesita es enfocar su energía en cuestionarse si esto que hoy le ocurre o nubla su pensar es sano o tóxico y si siente que no puede con tanta presión solo recuerde que usted es más grande que sus pensamientos y que pedir ayuda a tiempo puede ahorrarles muchas complicaciones a usted y a lo suyos.

 

Tomado de: http://www.laprensalibre.cr/Noticias/detalle/95290/un-silencioso-enemigo:-el-estado-depresivo