JACQUES LACAN Y LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD

Sermón pronunciado por Marc-François Lacan a la memoria de su hermano, el 10 de septiembre de 1981 en la iglesia Saint Pierre du Gros aillou.

Jacques Lacan ha hablado. ¿Por qué?
Para el saber, ¿es preciso escuchar a aquellos que, desde su muerte, hablan menos de él que de su propia posición con relación a él? No es el medio adecuado.
Lo que es preciso, es recordar quién era. Era un hombre; este hombre buscaba la verdad; el camino que abría para buscarla era la palabra.


EL HOMBRE
Las ciencias del hombre son sin duda nombradas así porque nos enriquecen de un saber sobre diversas funciones del hombre; de esta manera, nos permiten enmascarar y olvidar nuestra ignorancia del hombre mismo, nuestra inatención al hecho de que cada hombre es un misterio. Un misterio que permanece insondable.
Jacques Lacan, es primero un hombre, atento al hombre, a su realidad siempre inaccesible, a su deseo cuyo carácter propio es no estar nunca satisfecho.
En el mundo intelectual, se le clasificaba ya como psicoanalista, ya como filósofo, incluso como poeta, o también como estructuralista, surrealista, actor…; la lista podría continuar.
Pero es ante todo un hombre, del cual no es suficiente decir que era humano.
Su contribución al psicoanálisis, por muy importante que fuera, no permite decir quién era. Al contrario, es porque era ese hombre único, de nombre Jacques Lacan, como pudo poner de relieve el descubrimiento inaugurado por Freud: el del inconsciente. Tal puesta en valor que el colectivo de los psicoanalistas lo acogió con emoción.
¿Pero qué es el inconsciente? Al oír esta palabra, cada uno se preocupa por definirlo. ¿Qué revela esta preocupación? La mayoría de las veces indica menos una búsqueda de la claridad, que la huida de un misterio que inquieta y que, sin embargo, caracteriza la vida psíquica en su realidad.
El inconsciente escapa a toda definición; designa al hombre mismo en esta dimensión de su misterio que no le concede ninguna toma de contacto a su consciencia.
Hablar al hombre del inconsciente, es recordarle lo que (él) se aplica en olvidar; es salvarlo de este olvido de que todo está organizado para favorecer(lo) en este final del siglo veinte. Es recordarle en efecto que su centro está en otra parte que en sí mismo. Es hacerle descubrir que el camino a seguir no es el que Descartes inauguró.

“Pienso, luego existo.”

Esta deducción sobre la que Descartes se apoya ¿va a permitirle conocer este “Yo” que piensa? Lacan replicó “No soy lo que pienso”. La verdad así formulada brota del descubrimiento del inconsciente, dicho de otra manera, del hombre mismo. El reconocimiento del inconsciente permite al hombre tener acceso a su realidad; lejos de encerrarse en los límites de su vida consciente, debe abrirse a una relación que lo constituye, a una relación con el Otro.
Tal relación suscita una búsqueda: la búsqueda de la verdad, de la verdad sobre el Otro e inseparablemente, de la verdad sobre el hombre, constituido por su relación al Otro.


LA VERDAD
Jacques Lacan: un hombre; por lo tanto un buscador de verdad.
La verdad. Lo que designa esta palabra da miedo. Cada cual como Pilatos, reacciona diciendo: ¿Qué es la verdad? Y se va sin esperar la respuesta.
Lacan descubrió, gracias a Freud, el medio de entender la respuesta. “Freud, escribe él, supo dejar, bajo el nombre de inconsciente, hablar a la verdad.”
Dejar hablar a la verdad. He aquí el medio, el único, de conocerla. Ningún saber da acceso a este conocimiento. Escuchar la verdad es lo único necesario. Si la consciencia puede oír la verdad, a menudo se cierra. El inconsciente es la voz de la verdad reprimida; más precisamente es la vía, es decir el camino por el cual pasa, cuando el hombre ha rehusado
oírla.
Aquí ocupa el lugar la intervención del psicoanalista. Se calla; pero invita a hablar, para intentar oír la verdad que va a pasar por caminos inesperados, la verdad que va tal vez a parir el hombre que habla, no sin dolor.
Lo que Lacan invita a escuchar al psicoanalista, ¿es el enfermo? Es más bien la verdad que este ha reprimido, la verdad de su deseo. Es este tipo de escucha la que funda su método de psicoanalista.
Se trata de escuchar la verdad para decirla. Pero Lacan sabe “que es imposible decir toda la verdad, es por este imposible como la verdad se relaciona con la realidad.
Lo real es efectivamente inaccesible en su plenitud. Nosotros lo reducimos a lo que sabemos. Pero podemos abrirnos al conocimiento de reales y responder así al deseo profundo que nos constituye. Mutilar este deseo nos pone enfermos, psicológicamente, o espiritualmente. La salud, como la santidad, exige que busquemos la verdad, y, para eso, que la escuchemos hablar.


LA PALABRA
Nosotros podemos responder aquí a nuestra pregunta inicial, “¿Por qué Jacques Lacan habla? “ Porque habla todavía después de su muerte.
Se le ha reprochado su estilo, y la oscuridad que lo caracteriza. Él replica: “Bastarán diez años para que lo que escribo quede claro para todos.”

En efecto cada vez que un hombre es portador, no de un saber para comunicar, sino de una palabra que invita a buscar la verdad y, por eso, a escucharla, tropieza con un rechazo que se enmascara a menudo detrás de una acusación: “Lo que él dice es imposible de comprender.” (Cf Evangelio según S. Juan 6,60)
Lacan sólo ha hablado para otra cosa, para abrir la puerta de la Palabra que viene de otra parte, que es la Palabra del Otro y cuyo inconsciente pone de manifiesto su presencia; esta presencia es real y se manifiesta en su realidad por el miedo que provoca, y el rechazo a escuchar que es el fruto de este miedo.
Entonces, en la obra escrita de Lacan ¿Qué hay que buscar? ¿Una enseñanza oral inacabada y fijada? En absoluto, lo que hay que descubrir, es un hombre en busca de verdad, verdad que es el tesoro evocado en la fábula: había que cruzar el campo para encontrar un tesoro escondido. El tesoro pertenece a aquellos que aprenden por experiencia que este tesoro no es nada que se pueda poseer.
Porque la felicidad del hombre, es desear abrirse a la Palabra del Otro. Este deseo es suscitado por una presencia sin la cual el hombre ya no es él mismo y gracias a la cual brota de él una palabra que da testimonio de la verdad, una palabra que expresa su deseo siempre nuevo de la fuente de su vida de hombre.
La palabra de Jacques Lacan inquieta a los hombres a los que obliga a salir de su falsa paz, haciendo la verdadera pregunta, la pregunta siguiente. Efectivamente no: tengo que preguntarme: “¿Qué poseer o qué saber para convertirme en un hombre?” La verdadera pregunta, es: “¿Quién me llama a encontrar en su búsqueda el sentido de mi vida?”

Marc François Lacan
Monje benedictino

Traducción : Ángela Moratal.
Junio 2009 en Gandía, Valencia, España.

¿Qué queremos, justicia o venganza?

Por Alberto Isaac Mendoza Torres

En las últimas semanas me ha rondado una duda: ¿qué buscamos como individuos y como sociedad?, ¿será que en verdad queremos justicia, o buscamos venganza, hasta sus últimas consecuencias y las últimas gotas de sangre?

Nos enfrentamos -como siempre- a situaciones de inseguridad verdaderamente graves. Negarlo sería oficioso. Pareciera que los crímenes de odio se han disparado, principalmente contra las mujeres. Y que hoy podemos perder la vida por reaccionar con miedo ante un asalto para que se nos quite la cartera con unos cuantos pesos y un teléfono que aún no ha sido pagado.

Escucho a la gente hablar de todo lo que se debería hacer para acabar con la inseguridad pública, y con una de sus manifestaciones más lamentables: el homicidio de mujeres. Y en todas ellos detecto una gran carga de deseos de revancha.

Del mismo modo cuando escucho agravios personales, como los pleitos entre parejas, las ofensas hacia personas desconocidas en la vía pública, o los abusos por parte de un comerciante hacia alguien que adquirió un bien o servicio, no veo que haya deseos de que el daño sea reparado, sino de que se desate la furia en contra del agresor. De que reciba su merecido, que será siempre mayúsculo al daño provocado.

La justicia es el mayor de los eufemismos. Es decir, la expresión más suave para decir algo que puede ser tabú, como cuando nos referimos a las personas de la tercera edad, así, para no llamarlos viejos, porque hoy eso es políticamente incorrecto. Y lo políticamente correcto es la moral de nuestros días.

Aprendimos y repetimos sin cansancio que justicia es dar a cada quien lo que le corresponde. ¿Pero qué es lo que le corresponde a cada quién?, y es más, ¿quién dice que es eso y no otra cosa lo que le corresponde?

Los individuos renuncian a la violencia en favor del Estado, para garantizar que cierta estabilidad se mantenga. Y que sea mediante las leyes, las ordenanzas, los decretos los reglamentos, como la vida de las personas pueda ser regulada, tanto en lo público como en lo privado. Por eso sabemos que, si alguien retoma su violencia, y rompe estas reglas, estos mandamientos, tendrá una sanción, se castigará el cuerpo e incluso el alma. Hay pecados capitales y pecados veniales. Pero ninguna acción se queda libre de castigo, o de premio.

Si decides que la luz roja que te marca el alto en la esquina es un impedimento para conseguir lo que quieres -como llegar no tan tarde a tu trabajo, por ejemplo-, te saltas esa señal. Estás advertido que puede venir otro conductor con los mismos pensamientos que tú y tener un accidente que puede dañarte el auto o incluso provocarte lesiones, leves o de gravedad. Y si eso no ocurre, pero hay un agente vial cerca, que ve lo que hiciste, te multará, bajo una tasa de castigo que es completamente arbitraria. ¿Pero quién asegura que pagar 300 o 500 pesos por esa infracción vial es lo justo? Quién tiene la certeza de que el infraccionado, una vez que reciba el castigo económico no volverá jamás en su vida a ignorar la ley vial. Si provocó un accidente y daños a terceros, qué castigo podría ser el justo. Cómo se repara el daño, si es que hubo una persona muerta, o resultó con lesiones que le impiden volver a trabajar de por vida. Seguramente el afectado, y los suyos, querrán un castigo ejemplar para el infractor. No bastará con cumplir lo que dice el tabulador de infracciones. Que se refunda en la cárcel. Es la expresión más benevolente que podemos escuchar en estos casos. Escucharla, aunque no se diga, para no dejar de ser políticamente correctos.

La filósofa judía Hanna Arendt, pidió al semanario “The New Yorker”, que le permitiera cubrir como corresponsal el juicio al nazi Adolf Eichmann en Jerusalén. Quedó tan impactada por la manera en que Eichmann respondía a los cuestionamientos de los jueces, que llegó a crear el concepto de la “banalidad del mal”. Es decir, no se necesita ser un monstruo, un desquiciado, para cometer crímenes. Basta incluso con seguir órdenes, como todo buen empleado.

Arendt nos enseñó que el mal vive en nuestras casas. Desde luego que esta postura molestó mucho a los judíos, porque lo menos que esperaban de ella es que lapidara al nazi juzgado. Tal y como lo hizo el tribunal que lo juzgó en Jerusalén. Hanna Arendt, fue condenada, perseguida y sancionada por su propia comunidad. Evidentemente no buscaban justicia sino venganza.

Tal y como nos llega a ocurrir en los actos del día a día, ¿en realidad queremos justicia?, ¿no será que lo que en verdad deseamos es la venganza?, pero no lo aceptamos por temor a no ser políticamente correctos.

 

Publicado originalmente en: http://diariotiempo.mx/entretenimiento/opinion-queremos-justicia-venganza/

¿Por qué es tan necesario dar sepultura a los seres queridos fallecidos?

Enterrar a los muertos ha sido, desde hace milenios, de suma importancia para el sujeto. En la Grecia y Roma antiguas “Se temía la muerte menos que a la privación de la sepultura” (De Coulanges) como lo vemos bien, por ejemplo, en la Antígona de Sófocles. Este es un paso muy importante después de la muerte de un ser querido, que otorga al sujeto las herramientas simbólicas para tramitar el sinsentido que la muerte comporta.

Con Sigmund Freud podemos decir que permite la posibilidad de hacer un duelo por un objeto perdido y que “una vez [el duelo] haya renunciado a todo lo perdido se habrá agotado por sí mismo y nuestra libido quedará nuevamente en libertad de sustituir los objetos perdidos por otros nuevos.” Esto, como podemos ver, es relevante para que la vida continúe, teniendo brillo para aquellos que han perdido algo o a alguien.

Cuando no se tiene un cuerpo para enterrar, ese objeto y su memoria, queda en una especie de deriva, capturado por la duda de su paradero

Pero, cuando no se tiene un cuerpo para enterrar, ese objeto –que era el otro, el muerto– y su memoria, queda en una especie de deriva, capturado por la duda de su paradero. Los testimonios de los familiares y amigos que aún se preguntan por el paradero de su ser querido desaparecido durante una guerra, dictadura o régimen represivo y violento, y los de quienes los han encontrado nos enseñan esto.

Testimonios alrededor del mundo, en Argentina, México, El Salvador, Chile, España, Guatemala, solo por nombrar algunos que conozco, confluyen en el mismo punto: encontrar a un desaparecido y darle sepultura permite librarse de la incertidumbre y empezar a hacer un duelo.

Encontrar a un desaparecido y darle sepultura permite librarse de la incertidumbre y empezar a hacer un duelo

La sepultura, no por ella misma si no en tanto ella contiene el cuerpo del muerto, es el viraje que el psicoanalista Jacques Lacan marca del paso del hombre a lo que llamó “ser hablante”: “Quién no sabe el punto crítico con el que nosotros fechamos en el hombre al ser hablante: la sepultura, es decir, donde, de una especie se afirma que, al contrario de cualquier otra, el cuerpo muerto conserva ahí lo que le daba al viviente el carácter: cuerpo.”

Encontrar a sus muertos para darles sepultura es una tarea que tienen aún pendiente millares de personas y de asociaciones en todo el mundo dedicadas a buscarlos. Sobre todo lo tienen pendiente los estados de los países que de momento no lo permiten, que no quieren recuperar la memoria dejando en el tintero propuestas de leyes que abrirían no solo puertas para encontrar si no también fosas y rincones en el territorio que conservan dentro de sí a muchas personas sin entierro.

Fotografía fechada el 01 de noviembre de 2017 que muestra a familiares de asesinados y desaparecidos durante el conflicto armado en El Salvador.
Fotografía fechada el 01 de noviembre de 2017 que muestra a familiares de asesinados y desaparecidos durante el conflicto armado en El Salvador. (Rodrigo Sura / EFE)

Abrir la vía para encontrar a los desaparecidos permitiría tejer, con ayuda de las palabras, un borde a ese no saber infinito que se abre ante la incertidumbre, la duda, la espera, que no puede tratarse sin tener el cuerpo, la osamenta del ser querido para enterrar. Sí, quizás para dar paso al sinsentido de la muerte. Pero entonces será un sinsentido distinto, delimitado por la palabra, los símbolos y ritos que acompañan un entierro. Los desaparecidos de las guerras, las dictaduras y de los discursos represivos deben regresar para que quienes los buscan puedan dejarlos ir como los muertos que son, con historia y nombre.

 

Fuente: http://www.lavanguardia.com/vida/20171103/432542281496/por-que-es-tan-necesario-dar-sepultura-a-los-seres-queridos-fallecidos.html

Vivir entre sismos o ¿qué hacemos con el miedo que sentimos?

Por Alberto Isaac Mendoza Torres 

Vivimos sin lugar a duda momentos difíciles tras los sismos registrados en nuestro país, que han ocasionado casi 350 muertos. No perdamos de vista que fueron dos los sismos con víctimas mortales que resentimos durante este mes. El del 7 y el del 19. Claro que el del 19 es quizá el que más impacto ha provocado en el imaginario colectivo. Por una razón fundamental, quizá el origen de los males que hoy nos aquejan, como sociedad y puede que hasta como individuos: la repetición.

Este sismo repite, o reactualiza, la herida profunda que causó en los mexicanos el terremoto del 19 de septiembre de 1985. Se repite una tragedia 32 años después. Y las televisoras no pararon de repetir las imágenes de desolación y destrucción de la Ciudad de México, casi por 24 horas los dos días siguientes, hasta que el caso de Frida Sofía les estalló en la cara.

El sismo que hoy nos aqueja, algo repite.

Decía que atravesamos momentos difíciles, a consecuencia de este fenómeno natural, porque así lo he escuchado, no sólo en la clínica, sino también en las pláticas de lo cotidiano. Y lo que he leído, también, en las redes sociales.

¿Cómo nos estamos comportando en estos días? Podría decirse que como se comporta la masa ante fenómenos de naturaleza similar. Podríamos decir que asistimos a la puesta en escena de dos obras, por un lado, la coloquialmente llamada psicosis colectiva, aunque su término sea inexacto, nos sirve para poder nombrar lo que estamos sintiendo; y por el otro a una catarsis, esta sí puede ser, de hecho, lo es desde sus orígenes, colectiva.

Hay un temor generalizado, ante la posibilidad siempre presente, y siempre real, de que vuelva a temblar, y que, en el siguiente movimiento telúrico, seamos nosotros los que quedemos atrapados en los escombros y no podamos salir. Esta es una realidad. Pero no sólo por los que ha pasado en los últimos días, sino porque los temblores son fenómenos que no hemos podido predecir. Ahí está una gran herida narcisista para la humanidad. En esta época de dispositivos, de gran avance tecnológico, de viajes a Marte, no podemos decir con exactitud cuándo va a temblar. Seguimos sin dominar la naturaleza. No tener el control de lo que va a pasar en nuestras vidas nos angustia, y pensar en ello nos angustia el doble.

¿Dónde nos estamos poniendo? Claramente se puede ver que estamos recurriendo a la sugestión y a la catarsis para tratar de curarnos. Por redes sociales he visto que se convoca a cadenas de oración, a determinadas horas. Y cada vez son más cadenas. No sé si en verdad se hagan. Pero lo que también he visto es que se reproducen los mensajes de índole religioso. Esa es la sugestión. Claro que calma. La alternativa de que haya un poder superior que va a velar por nosotros, calma. El problema es que toda sugestión es temporal, y por eso se requiere recurrir a ella una y otra vez, cada vez más, porque la pequeña dosis de sugestión que funcionó en un inicio ya no es suficiente. La angustia siempre gana. Y el otro camino que estamos siguiendo es la catarsis. Como en las buenas representaciones teatrales griegas. La ayuda comunitaria, la movilización de los hoy heroicos millennials, sirve como abreacción, es decir como una descarga de emociones y afectos ligados a recuerdos, recuerdos traumáticos. Todo este llamado a la solidaridad, claro que cumple con una función de ayuda. Pero sobre todo de ayuda para quien la da. Porque si se hiciera principalmente pensando en las comunidades y en las personas afectadas, no nos lanzaríamos tan rápidamente a entregar despensas, medicinas o ropa.

Porque lo peor de la emergencia viene en un par de semanas, en unos meses. Después cientos van a necesitar donde vivir, porque los albergues se van a levantar, pero sus casas no. Y en ese momento ya nadie, lo puedo firmar, se acordará de ellos, o quizá sí, pero sólo unos pocos.

Durante esta emergencia se ofreció mucho apoyo, incluso psicológico. Es la primera vez que veo que se ofrece este auxilio, y que incluso se pide. Podríamos decir que hay un reconocimiento a que hay heridas que en el cuerpo no se ven de entrada, que son las llamadas dolencias emocionales, que, si no atendemos, tendrán de nuevo su expresión, en ese receptáculo que llamamos cuerpo.

¿Entonces, qué hacemos? Desde luego es buena idea transitar por la sugestión y por la abreacción. Pero si nos quedamos en este estadio, es difícil que algo podamos lograr, más allá de la analgesia. ¿Sirven las recetas de qué hacer en esta emergencia emocional, aquellas que dicen no veas más noticias, ten pensamientos positivos, haz deporte, come frutas y verduras? Sí, pero temporalmente.

Porque claro que el terremoto nos provoca miedo, pero siempre el miedo, como cualquier dolencia es personal. Se trata de una representación subjetiva. Cada individuo ha colocado en este fenómeno natural, o en cualquier otro, su propia carga de afectos, recuerdos, y emociones. Es decir, lo que representó el sismo del 19 de septiembre, para cada uno de los que está leyendo este artículo, es algo muy diferente, a lo que representó para mí, por ejemplo. Yo, quedé atrapado entre los escombros de un viejo edificio en un sismo de 1999. Y después de eso en cada sismo podría o no repetírseme esa escena. Fue mi propio análisis, lo que me ha llevado a colocarme en una posición distinta ante cada temblor. Es decir, fue la posibilidad de hablar de esa representación y de las demás con las que estaba ligado, lo que hoy me pone en un lugar diferente.

Por eso deseo que este sismo les haya revelado las grietas personales de su estructura psíquica, y que se den la posibilidad de hablar de ellas. No sólo para efectos catárticos o de sugestión. Sino para poder hacer algo diferente. Colocarse en otro escenario.

 

Tomado de http://diariotiempo.mx/opinion/editorial-vivir-sismos-hacemos-miedo-sentimos/

El duelo nos humaniza, el arte puede hacer rituales funerarios

Doris Salcedo, ayer, en el Hay Festival de Segovia
Doris Salcedo, ayer, en el Hay Festival de Segovia

 

La artista colombiana Doris Salcedo (Bogotá, 1958), que utiliza la escultura y la instalación para abordar escenarios conflictivos donde confluyen la violencia y sus víctimas, ha explicado hoy en Segovia que se ocupa del dolor sin pensar en la identidad o nacionalidad de quien lo padece.

En una conversación con el periodista Jesús Ruiz Mantilla, durante el Hay Festival de Segovia, en la capilla del antiguo Palacio de Enrique IV, hoy Museo Esteban Vicente, ha explicado que trata de recoger la idea de la precariedad de la vida.

Ha añadido que todas las vidas son precarias aunque ha lamentado que haya personas que fallezcan sin ritual, lo que es una muestra de que no importan a la sociedad.

Salcedo ha centrado su intervención en su última obra «Palimpsesto», realizada por encargo del Museo Reina Sofía, en la cual homenajea a los migrantes ahogados mientras tratan de cruzar el Mediterráneo, que inaugura el próximo 6 de octubre en el Palacio de Cristal del Retiro, en Madrid.

«Palimpsesto» hace referencia a todas aquellas personas que han fallecido ahogadas durante los últimos veinte años tratando de emigrar de sus pueblos de origen con la esperanza de una vida mejor y con mayores libertades.

«El duelo nos humaniza», ha sentenciado quien está reconocida como una de las artistas más destacadas de su generación, cuya obra ha sido objeto de una importante retrospectiva en el Museo de Arte Contemporáneo de Chicago y se ha mostrado en museos y centros de arte de todo el mundo a lo largo de las dos últimas décadas.

De ahí que haya considerado que al llevar a cabo un ritual funerario, en esta ocasión a través del arte, se gana, el duelo pasa a ser un reconocimiento social y político porque, según ha opinado, «una vez reconocida la vida, los seres salen del anonimato».

Belleza y dignidad

Mientras que la meta de la violencia es dejar marca, según la escultora, la del arte es todo lo contrario, devolverle la forma, ha sostenido Salcedo, para quien la belleza y la dignidad van juntas.

Con obras también en las que plasma la crueldad que se ha vivido en el conflicto registrado en Colombia, ha explicado que, en primer lugar, su trabajo parte de una investigación, para continuar con un lado poético, herramienta esencial, y una buena práctica de la técnica en la que trabaja las formas.

No obstante, ha aclarado que «el arte no sólo representa la violencia, sería obsceno, hay que encontrar una manera de hacerlo sin violencia».

En «Palimpsesto», una propuesta de la que algunas de las obras han sido mostradas en imágenes durante la charla, a la que ha asistido el embajador de Colombia, Alberto Furmanski, la creadora ha trabajado con un equipo de 30 personas durante cinco años.

La escultora emplea materiales cotidianos y objetos personales que con frecuencia se tornan siniestros para evocar la ausencia de aquellos con quienes se relacionan, o a quien pertenecieron: desaparecidos, refugiados, asesinados, olvidados…

La superficie del edificio del Palacio de Cristal quedará totalmente cubierta con 192 paneles de los que, por medio de una ingeniería hidráulica, brotará agua componiendo los nombres de algunos de los miles de refugiados que han muerto ahogados intentando llegar a las costas de Europa. «Es la idea fantasmagórica» del agua que pone nombres a estas víctimas, ha reflexionado Salcedo.

 

Tomado de http://www.abc.es/cultura/arte/abci-doris-salcedo-humanizar-dolor-traves-arte-201709250112_noticia.html?platform=hootsuite

“Nunca se escribió tanto sobre la imposibilidad de escribir”

El novelista vuelve a deslumbrar con la segunda parte de la trilogía que inició con La parte inventada y que cerrará con La parte recordada. Libros que, según él, tratan sobre el tema “más transgresor y perturbador” que hay en este momento, que es leer y escribir.

Por Silvina Friera

«Y hacer memoria es un poco soñar con los ojos abiertos, ¿no? Por eso, cuando uno se va quedando sin sueños lo primero que pierde es la memoria (…) Si no sueñas con cosas fuera de este mundo acabas olvidando todas las cosas de este mundo. Del mismo modo en que si no sueñas con los muertos, esos muertos no pueden ascender a la categoría de fantasmas, no pueden retornar ya nunca como sueños despiertos”. Rodrigo Fresán, ese narrador desmesurado, tóxico y genial, lo hizo una vez más: vuelve a deslumbrar con La parte soñada (Literatura Random House), una novela en tres movimientos –sueño, ensueño, sinsueño–, “un libro con todos los tiempos al mismo tiempo que, al ser vistos simultáneamente, producen una imagen de la vida que es hermosa y sorprendente y profunda”. El texto de 587 páginas destila una inquietante tristeza frente al horizonte de la muerte. Antes de despedirse, se anuncia que habrá un tercer libro más –La parte recordada, que se integrará a la corriente torrencial que inició con La parte inventada– porque inventar, soñar y recordar son como “las tres cara de la memoria”.

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Literatura y memoria

Fresán, que vive en Barcelona desde 1999, cuenta a PáginaI12 que cuando le preguntan de qué tratan esos libros suele contestar que del tema “más transgresor y perturbador” que hay en este momento, que es leer y escribir. “Los referentes y los héroes célebres que tiene el libro, que pueden ser (Vladimir) Nabokov, Emily Brontë y Bob Dylan en este, o (Francis Scott) Fitzgerald en el anterior, son escritores que trabajaron muy bien la reescritura de sí mismos para convertirse en personajes de sí mismos; algo muy tentador y riesgoso que a veces no sale mal literariamente, pero sale muy mal existencialmente, como en el caso de (Jack) Kerouac, (Ernest) Hemingway o Fitzgerald, que terminaron casi aniquilados por sus propios mitos. Nabokov y Brontë son dos extremos absolutos de una misma conducta: una es completamente salvaje, intuitiva y loca, y el otro es como una especie de científico total, muy cerebral. Eran dos genios, cada uno a su manera”.

–En La parte soñada se plantea que el exescritor de algún modo no lo fue nunca, porque cuando se deja de escribir se pierde condición y raza. ¿Por qué es un tema que lo obsesiona tanto el hecho de dejar de escribir?

–Supongo que tiene que ver con el caso de Salinger, que pasó mucho más años de exescritor, aunque él decía que estaba escribiendo, pero todavía no ha aparecido ninguna evidencia y yo empiezo a dudar de que vaya a aparecer. Siempre es una fantasía dejar de escribir. Cuando uno decide ser escritor –y yo lo decidí muy joven, lo decidí incluso antes de saber leer y escribir–, que es una decisión bastante demencial, se pregunta qué pasa si dejo de ser escritor o me retiro, como dijo Philip Roth, acompañado de la idea de la edad y del cansancio. Es una curiosidad muy grande que tengo cómo será no ser escritor, porque nunca no lo fui. No soy consciente de un pasado anterior en el que haya querido ser Batman, el crack de la selección o quizá presidente. En mi infancia todavía había una fantasía presidencial en algunos niños raros o muy buenos alumnos. Es una duda, una curiosidad, un día poder levantarme y salir a la calle, y ya no ser escritor.

–¿La idea del exescritor podría estar vinculada con lo que Enrique Vila-Matas planteó como el síndrome de Bartleby?

–No exactamente. Me parece que todos los escritores de Bartleby están potenciados por su celebridad y por su fama, aunque sea oscura. El exescritor de mi libro no está contento con lo que le sucede, no es feliz. Sólo quisiera volver a escribir. Hay una paradoja tanto en La parte inventada, La parte soñada como en La parte recordada, que es la que estoy escribiendo ahora –el ciclo completo tendrá unas 2000 páginas–, y es que nunca se escribió tanto sobre no escribir o la imposibilidad de escribir. En muchas disciplinas artísticas y científicas primero se formula la teoría y luego se la lleva a la práctica. Creo que la literatura pasa primero por la práctica y la práctica genera teoría. Me parece una paradoja interesante que se escriba tanto sobre la imposibilidad de escribir.

–En un momento en que se escribe más que nunca…

–Y se lee más que nunca. Mi infancia estuvo marcada por la advertencia de que la televisión hacía mal a la lectura. Ahora la lectura le hace mal a la lectura, porque se lee todo el tiempo, pero se está malgastando la lectura viendo fotos de gatitos o de lo que comió al mediodía la mejor amiga. Me da tristeza que la gente lea muchísimo y llegue cansadísima a la noche y diga: “Ufff cómo leí hoy”, pero no porque estuvo intentando leer Moby Dick o el Ulises de Joyce o En busca del tiempo perdido, sino porque va perdiendo el tiempo, que no es lo mismo que en busca del tiempo perdido.

–¿Por qué la realidad está sobrevalorada?

–La realidad está sobrevalorada en tanto material literario. Para mí, está sobrevalorada en tanto escritor, no como lector. Como lector, puedo disfrutar de muchas novelas realistas, pero a la hora de sentarme a escribir no me interesa mucho. En los grandes hitos o monumentos de la novela realista, como Madame Bovary o Ana Karenina, la realidad no se organiza tan prolijamente y tan dramáticamente bien. Un escritor mucho más realista es William Burroughs en cuanto a saltos, elipsis y libres asociaciones que todo Tolstói. Me gusta mucho eso que decía Nabokov, que todos hemos pactado una realidad común para no volvernos locos.

–¿Qué es una novela realista hoy?

–Es muy difícil saberlo, porque buena parte de nuestras vidas suceden en un dominio virtual online, que no deja de ser la realidad, pero no es la realidad tal como la entendíamos hasta ahora. Curiosamente, la vida online ahora está más cerca del sueño que de estar despierto, porque la gente inventa, miente, cambia; es como la socialización absoluta de fantasías muy privadas que antes las compartías con tu psicoanalista o con la persona que dormía al lado tuyo.

–Hay una pregunta que se formula en La parte soñada: ¿en qué tiempos viven los sueños? Recogiendo este interrogante, ¿en qué tiempo vive la novela?

–Creo que en todos los tiempos al mismo tiempo. Cuando escribí La parte inventada, no pensé que iba a ser una trilogía, no estaba en mis planes. Después me di cuenta de que no podía alejarme de la voz narradora, que me gustaba mucho ese efecto que conseguí de que una novela escrita en tercera persona parezca que está escrita en primera persona todo el tiempo. Y me dije que iba a escribir un segundo libro, que generó inmediatamente la idea de un tercero. Me gustaba la idea de una trilogía no al uso con un principio, un transcurso y un final, que siguiera un recorrido tipo El señor de los anillos. Digo que no son precuelas ni secuelas, sino que son “durantecuelas” que transcurren en un mismo plano.

–Las historias que se cuentan en la primera y la segunda novela, ¿van a tener un cierre en La parte recordada?

–Sí, me he impuesto que se sepa qué pasó con el hijo de Penélope, que se sepa de una buena vez quién es la chica que se cae en la piscina, que la vengo arrastrando desde La velocidad de las cosas. Es el momento de contármelo a mí, yo quiero saberlo. En octubre se va a reeditar Historia argentina y había pensado escribir un texto nuevo que enlazara ese libro con estos. Lo hice, pero me di cuenta de que desequilibraba por completo Historia argentina, y ese texto va a pasar a La parte recordada. Pero en La parte soñada está Historia argentina en el libro Industria Nacional y hay como una especie de jueguito nabokoviano ahí. Hay un libro de Nabokov, que todo el mundo coincide que es el peor, que es el último, ¡Mira los arlequines!, donde reescribe toda su vida y cambia todos los títulos de sus libros, y yo hago un poco ese juego. Pero vuelvo aclarar, una vez más, que el exescritor no soy yo.

–¿Por qué se confunde al narrador de una novela con el escritor?

–No tengo padres desaparecidos ni una hermana loca que es una mega estrella universal de la literatura; son más las diferencias que las similitudes. Pero las taras, las fobias y las simpatías están bastante. Una vez alguien me dijo una cosa que me dejó temblando: “Casi nunca leo libros”. Le pregunté por qué no leía y le dije que se estaba perdiendo algo muy interesante. Y me contestó: “No leo porque no me gusta que me mientan”. Me quedé como helado. Primero pensé que era un pensamiento estúpido, pero después me di cuenta de que a los lectores nos gusta que nos mientan, ¿no? Tal vez es la forma más noble e inofensiva de la mentira, aunque también mucha gente se ha vuelto loca por los libros. La gente piensa que leer tiene que dejarle algo, que tiene que aprender algo de la realidad y que una historia puramente imaginada es como una pérdida de tiempo. Pero para mí es todo lo contrario: es una puerta de escape.

–En un momento de la novela se dice que se lee “para saberse vivo, para vivir”. ¿Por qué se lee?

–En términos prácticos, creo que se lee porque es muy divertido, es una de las actividades más económicas, al alcance de todos. Si tuviste un poquito de suerte en la vida y empezás a leer desde los 5 años, podés ir volviéndote más sofisticado como lector, pero podés continuar leyendo asilvestradamente hasta que te mueras y está todo bien. Uno lee para poder vivir otras cosas, esa es la función social de la lectura. Ya tengo 53 años y no creo que me vaya a enrolar en un buque ballenero con un capitán loco para perseguir una ballena, pero sin embargo puedo hacerlo, si tengo ganas. Ya lo hice varias veces y puedo volver a hacerlo otra vez más. Uno lee para perderse y para encontrarse.

–”Una vez Penélope había leído que la diferencia entre ficción y realidad era que una novela explicaba que ‘ella hizo esto porque’ mientras que la vida se limitaba a decir que ‘ella lo hizo’; que los libros son el sitio donde todo queda claro mientras que en la vida poco y nada acaba resultando comprensible”, se lee en La parte soñada. Quizá el problema de esta frase es creer que el libro es algo cerrado y comprensible, cuando en verdad se parece más a la vida, ¿no?

–Sí, estoy de acuerdo, pero entiendo cómo Penélope llegó a convertirse en eso. No todo lo que piensa Penélope lo pienso yo, porque tendría problemas muy graves (risas). Me gustaría ser multimillonario como Penélope con mis libros, todo lo demás es bastante complicadito, porque hay un hecho monstruoso que no quiero revelar; pero lo que hacen ellos dos de chicos es una cosa bastante bestial. Ese tipo de pensamientos puede ayudar a mucha gente en problemas, que se convence de que las respuestas que no te da la vida tal vez están en un libro. En el caso de Penélope, encontró ese libro, que es como el Corán o la guía telefónica. Puedo entender que Cumbres borrascosas sea un libro así para alguien; es un libro muy extraño y muy curioso.

–De hecho, se lo define en la novela como un libro anticuado y vanguardista al mismo tiempo.

–Sí, las obras maestras son anticuadas y vanguardistas. El otro día estaba leyendo lo que dijo Jean Cocteau sobre En busca del tiempo perdido: “No se parece a nada que haya leído y me recuerda a todo lo que más me gusta que leí”. Si uno consigue ese efecto, no necesita nada más; es el efecto de todos los grandes clásicos.

–”Ahora el libro es casi lo que menos importa… Ahora escribir parece ser apenas el prólogo y quieren que seas como un político o un predicador y que opines sobre todo”, se afirma en la novela. ¿Por qué se le demanda al escritor una función que no le corresponde, la de opinar de todo? 

–Hay que opinar de todo, y viajar y exponerse. En términos ideales, sería genial que hubiera ferias y festivales de lectores, donde se juntaran los lectores y se vendieran libros. Hago una humilde proposición para que se funde el primer festival de lectores y que los lectores viajen por el mundo y se conozcan con otros. Me gusta pensar que la mejor versión de mí mismo es mi obra, mi libro. Que viaje el libro. No me gusta salir de casa, no me gusta viajar. Siempre digo la misma frase: cada vez me gusta más escribir y cada vez menos ser escritor. Cuando sale un libro, tengo que viajar y apoyarlo un poco. Hay muchos que se aprovechan de esa idea de que el escritor solo quiere salir de su casa y que está con la valija hecha para conocer gente y bailar. He visto cosas en festivales, como dice el replicante de Blade Runner, que tú no podrías imaginar (risas). Si te gusta leer y escribir, tiene que gustarte estar solo y en silencio. Curiosamente, los ambientes dedicados a la literatura suelen ser bastante ruidosos. No quiero quedar como un misántropo loco…

–¿Por qué está el fantasma de la muerte acechando en La parte soñada?

–Yo nací clínicamente muerto, por eso muchos de mis libros empiezan por el final. La muerte se convierte en otra cosa a partir del momento en que tenés un hijo, porque tu ausencia lo puede llegar a marcar de una manera muy bestial. Juan Ignacio Boido me decía que le parece que son libros que están impregnados de una gran tristeza. Lo curioso es que los escribí muy feliz. No puedo contar el final de La parte recordada, pero la idea de la muerte va a estar mucho más presente. No hay maniobra de final más eficaz que la muerte.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/33255-nunca-se-escribio-tanto-sobre-la-imposibilidad-de-escribir

«El deseo de muerte y el de vida moran juntos en nuestro interior. La muerte es la pareja natural del amor». -Entrevista a Freud.

La entrevista fue realizada por George Sylvester Viereck en la residencia de verano de Freud, en Sermering, en los Alpes austríacos. Ya llevaba una prótesis en la mandíbula para facilitar la articulación. Para él, era un motivo desgaste y de irritación constante. Sin embargo, expresa que ya tiene 70 años y que no se rebela contra el orden universal. Ha disfrutado de la compañía de los suyo y de los amigos e incluso: En un par de ocasiones he dado con un ser humano que casi llegaba a comprenderme. ¿Qué más se puede pedir?

Cuando el entrevistador le señala que con motivo de su septuagésimo aniversario, excepto su propia Universidad (la de Viena), todo el mundo se había unido para tributarle un homenaje, Freud responde que no aspira a la gloria póstuma. Afirma que sólo le preocupa el futuro de sus hijos ya que la guerra prácticamente acabó con los ahorros de toda su vida.

– Me interesa mucho más esta planta que nada de lo que pueda suceder cuando yo esté muerto.

Cuando Sylvester Viereckr lo acusa de pesimista, responde:

 – En absoluto. No permito que ninguna reflexión filosófica eche a perder el placer que me procuran las cosas sencillas de la vida. No piensa en la vida después de la muerte ni en la inmortalidad terrenal.

– Cuando uno percibe el egoísmo que subyace a toda conducta humana, no siente el menor deseo de renacer. La vida, aun moviéndose en círculo, seguiría siendo la misma. Incluso suponiendo que el eterno retorno de las cosas, como diría Nietzsche, nos revistiera con nuestro envoltorio mortal, ¿de qué nos serviría sin el recuerdo? No existiría vínculo alguno entre el pasado y el futuro. Por lo que a mí respecta, me satisface saber que la eterna molestia de vivir llega finalmente a término. Nuestra vida se compone, necesariamente, de una serie de compromisos. Es una lucha sin fin entre el ego y su entorno. El deseo de prolongar la vida más allá de lo natural me parece tremendamente absurdo. …No hay razón para que deseemos vivir más tiempo, pero son muchos los motivos para que queramos hacerlo con la menor cantidad posible de incomodidades. Yo soy razonablemente feliz porque agradezco la ausencia de dolor y disfruto de los pequeños placeres de la vida, de la presencia de mis hijos y de mis flores. …Es posible que la propia muerte no sea una necesidad biológica. Tal vez muramos porque deseamos hacerlo. Del mismo modo que en nuestro interior conviven simultáneamente el odio y el amor por una persona, toda vida combina el deseo de supervivencia con un ambivalente deseo de aniquilación. Igual que una goma elástica tiene tendencia a recuperar su forma original, la materia viva, consciente o inconscientemente, anhela conseguir de nuevo la inercia total y absoluta de la existencia inorgánica. El deseo de muerte y el de vida moran juntos en nuestro interior. La muerte es la pareja natural del amor. Juntos gobiernan el mundo. Ése es el mensaje que transmite mi libro Más allá del principio de placer. En sus orígenes, el psicoanálisis asumía que el amor era lo más importante. En la actualidad sabremos que la muerte es igualmente importante. A nivel biológico, cada ser vivo, por intensamente que arda en él el fuego de la vida, tiende al nirvana, anhela que la fiebre llamada vida llegue a su fin, volver al seno de Abraham. ¡Tal deseo puede disfrazarse mediante circun-loquios, pero al final el destino último de la vida es su propia extinción!.”

El entrevistador le señala que su filosofía es autodestructiva y podría, por lógica, llevar al suicidio colectivo. La respuesta de Freud sigue redondeando su posición:

 ”- La humanidad no se decide por el suicidio porque su naturaleza aborrece el camino directo hacia su objetivo. La vida debe completar su ciclo existencial. En todo ser normal, el deseo de vivir es suficientemente intenso para contrarrestar el deseo de morir, aunque, en última instancia, este acaba siendo el más poderoso. Podemos jugar con la idea de que la muerte nos alcanza porque la deseamos. Tal vez pudiésemos vencer a la muerte de no ser por el aliado con el que cuenta dentro de nosotros mismos. En ese sentido, podríamos decir que toda muerte es un suicidio encubierto.

Cuando el frío los hace entrar a la casa, Sylvester Viereckr le pregunta sobre qué tema está trabajando.

 – Escribo una defensa del psicoanálisis secular, el psicoanálisis tal y como lo practican los profanos. Se pretende ilegalizar la práctica de cualquier tipo de análisis por parte de personas que no son médicos en ejercicio. La historia, esa vieja plagiaria, se repite a sí misma siempre que hay un descubrimiento. Inicialmente los doctores se oponen denodadamente a toda verdad nueva; inmediatamente después intentan monopolizarla. …Algunos de mis mejores discípulos no son profesionales de la medicina.

-¿Se ha analizado usted alguna vez, profesor Freud?

 -Desde luego. El psicoanalista debe analizarse constantemente. Al analizarnos aumenta nuestra capacidad para analizar a otros. El psicoanalista es como el chivo expiatorio de los hebreos. Los demás depositan en él sus pecados. Ha de ejercitar su arte a fondo para desembarazarse de las cargas que se le imponen.

El entrevistador le comenta que, para él, el psicoanálisis necesariamente induce en quienes lo practican el espíritu de la caridad cristiana ya que “Tout comprendre c’ est tout
pardonner” (comprenderlo todo es perdonarlo todo). Freud responde desde la indignación y desde la guerra en curso:

 -En absoluto. Comprenderlo todo no es perdonarlo todo. El psicoanálisis no sólo nos enseña qué podemos tolerar, sino también qué debemos rehuir. Nos dice qué es necesario exterminar. Tolerar el mal no es en absoluto un corolario del conocimiento. …Mi idioma es el alemán. Mi cultura, mis logros, son alemanes. Intelectualmente me consideré alemán hasta que percibí que los prejuicios antisemitas iban en aumento en Alemania y Austria. A partir de entonces dejé de considerarme alemán. Prefiero definirme como judío.

La respuesta lleva a una reflexión compleja: De alguna manera me sentí defraudado por su observación. A mi modo de ver, el espíritu de Freud debía volar más alto, por encima de cualquier prejuicio racial, y debía permanecer al margen de todo rencor personal. No obstante, su indignación, su justa cólera, le hacían humanamente mucho más atractivo. ¡Aquiles habría sido insoportable de no ser por su talón!

En otro momento del diálogo, ante una pregunta sobre el proceso terapéutico Freud establece que: -Un análisis serio lleva al menos un año. Puede requerir incluso dos o tres.”

Cuando Sylvester Viereckr afirma que saber que todos alojamos en el corazón a un salvaje, un criminal, una bestia, no nos hace más felices, Freud responde: -¿Qué tiene en contra de las bestias? Yo prefiero con mucho la compañía de los animales a la de las personas. …Porque resultan mucho más sencillos. No tienen una personalidad dividida, no sufren la desintegración del ego que surge del intento del hombre de adaptarse a unos cánones de civilización demasiado enaltecidos para sus mecanismos intelectuales y psíquicos. El salvaje, como la bestia, es cruel pero está exento de la mezquindad propia del ser civilizado. La mezquindad es el modo que tiene el hombre de vengarse de la sociedad por las restricciones que ésta le impone. Es el sentimiento vengativo que anima al reformista y al chismoso. Un salvaje puede cortarnos la cabeza, devorarnos, torturarnos, pero nos ahorrará los pequeños y continuos aguijonazos que a veces hacen que la vida en una comunidad civilizada resulte casi intolerable. Los hábitos e idiosincrasias más desagradables del hombre, su falsedad, su cobardía, su falta de respeto, son engendros de una adaptación incompleta a una civilización compleja. Son el resultado del conflicto entre nuestros instintos y nuestra cultura. ¡Cuánto más satisfactorias resultan las sencillas e intensas emociones de un perro que agita el rabo cuando está contento o ladra para manifestar su irritación! Las emociones del perro recuerdan a las de los héroes de la antigüedad. Quizá sea ése el motivo por el que inconscientemente bautizamos a nuestros perros con nombres de antiguos héroes, como Aquiles o Héctor.

En otro momento, Sylvester Viereck plantea una inquietud: -Tengo la impresión de que la estructura científica que usted ha erigido es altamente elaborada. Sus elementos fijos parecen inamovibles.”

 – Esto es sólo el comienzo. No soy más que un principiante. He tenido éxito en lo que se refiere a desenterrar monumentos hundidos en el substrato de la mente, pero donde yo he encontrado unos pocos templos otros pueden descubrir un continente.

En ese contexto, la siguiente pregunta gira alrededor del énfasis de Freud en el sexo.

 -Le responderé con las palabras del gran poeta Walt Whitman: «Todo nos faltaría si nos faltara el sexo». No obstante, ya le he explicado que en la actualidad concedo prácticamente la misma importancia a lo que reside «más allá» del placer: la muerte, la negación de la vida. El deseo explica por qué algunos hombres aman el dolor: ¡es un paso hacia la aniquilación! Explica por qué el ser humano busca el sosiego, por qué los poetas se muestran agradecidos de que: 

‘Sean quienes sean los dioses, que la vida no sea para siempre,
que los muertos no vuelvan a levantarse jamás,
que incluso el río más exhausto llegue a verterse en algún lugar en el mar’.”

La entrevista se desplaza hacia la relación entre el psicoanálisis y la literatura.

 -También ha recibido mucho de la literatura y la filosofía. Nietzsche fue uno de los primeros psicoanalistas. Es sorprendente hasta qué punto su intuición se anticipó a nuestros descubrimientos. Nadie más ha sido tan profundamente consciente de la dualidad de las motivaciones de la conducta humana y de la prevalencia del principio de placer a pesar de constantes vaivenes. Su Zaratustra dice:

 ’La aflicción grita: ¡Muerte!
Pero el placer anhela la eternidad;
ansia la implacable, profunda eternidad’.”

-Usted también es poeta, además de científico. La literatura americana se basa en el psicoanálisis.

 -Lo sé. Le agradezco el cumplido, pero me asusta mi popularidad en Estados Unidos. El interés norteamericano en el psicoanálisis no profundiza lo bastante. La popularización conduce a una aceptación superficial sin mediar una investigación seria. La gente no hace más que repetir frases que aprende en el teatro o la prensa. ¡Creen comprender el psicoanálisis porque pueden hacerse eco de su jerga como si fueran loros! Prefiero el estudio, más intenso, que se hace del psicoanálisis en los centros europeos… Estados Unidos fue el primer país en reconocerme oficialmente. La Clark University me concedió un titulo honorífico cuando aún sufría el ostracismo en Europa. Sin embargo, Estados Unidos ha hecho pocas aportaciones originales al estudio del psicoanálisis… Los norteamericanos son agudos generalizadores, pero rara vez son pensadores creativos. Lo que es más, la profesión médica estadounidense, al igual que la austríaca, intenta apropiarse de este campo. Puede resultar fatal para el desarrollo del psicoanálisis dejarlo exclusivamente en manos de los médicos. La formación médica es con igual frecuencia un obstáculo y una ventaja en el ejercicio del psicoanálisis. Desde luego, es un obstáculo cuando ciertas convicciones científicas, comúnmente aceptadas, arraigan demasiado profundamente en la mente de los estudiantes.

Al despedirse del periodista, Freud expresa su preocupación por no dejar que las implicaciones de la teoría, del entorno de guerra y de su propia enfermedad creen una visión demasiado triste de la vida.

 -No me haga parecer un pesimista. No desprecio al mundo. Mostrar desprecio al mundo es sólo una forma más de adularlo para obtener reconocimiento y fama. No, no soy pesimista, no mientras tenga a mis hijos, mi esposa y mis flores. Afortunadamente -añadió son- riente-, las plantas carecen de temperamento y no tienen complejidades. Adoro mis flores. Y no me siento desdichado. Al menos, no más que otros.”

Entrevista realizada para ’Glimpses of the Great’ en 1930, Traducción de Antonio Resines. Publicada en México, en la Revista El País Semanal, número 1,017, Domingo, 24 de marzo de 1996, pp. 153-158. Hacemos una síntesis del texto por considerarlo de interés histórico.

Fuente: http://www.subjetividadycultura.org.mx