«Hiperconexión»: el problema no es la tecnología, sino el borramiento de los adultos

Por Beatriz Janin *

Los cambios en la tecnología, pero también en los vínculos humanos, suscitan nuevos modos de comunicación, nuevas formas de vinculación por parte de niños y adolescentes. La irrupción de la hiperconexión produce efectos en la constitución subjetiva. Fernando Mires (La revolución que nadie soñó o la otra posmodernidad, Libros de la Araucaria, Santiago de Chile) define el “modo de producción microelectrónico” como “un orden basado en un conjunto tecnológico específico que impone su lógica y sus ritmos al contexto social de donde se originó, que organiza y regula relaciones de producción y de trabajo, pautas de consumo e inclusive el estilo cultural predominante de vida”. Los avances tecnológicos suponen una apertura, una posibilidad de conexión con el mundo que es absolutamente novedosa y enriquecedora. Poder comunicarse casi instantáneamente con el resto del mundo amplía el universo, pero trae aparejadas también otro tipo de angustias y soledades. Sitios como Facebook muestran la intimidad expuesta y borran los límites entre lo público y lo privado. El narcisismo y la existencia misma se sostienen en la cantidad de seguidores que se tiene en la red, aunque no sepamos nada de ellos.

Zygmunt Bauman (Sobre la educación en un tiempo líquido) dice que se piensa en los jóvenes como otro mercado para ser adocenado y explotado. El objetivo es ejercitarlos para que se conviertan en consumidores: “Utilizando la fuerza adicional de una cultura que comercializa todas y cada una de las facetas de la vida de los niños, mediante Internet y las varias redes sociales, y con las nuevas tecnologías de los media como los teléfonos móviles, el objetivo de los grupos corporativos apunta a una inversión masiva de los jóvenes en el mundo del consumo por unos caminos más directos y extensivos de los que jamás habíamos visto en el pasado. Un estudio reciente de la Kaiser Family Fundation descubrió que la gente joven de edades comprendidas entre los 8 y los 18 años pasa en estos momentos más de siete horas y media al día con los teléfonos, ordenadores, televisiones y otros artefactos electrónicos, en comparación con las menos de seis horas y media de hace cinco años. Si a esto le añadimos el tiempo adicional que invierten los jóvenes en mandar textos, hablar con sus teléfonos móviles o realizar múltiples tareas al mismo tiempo, tales como ver la televisión mientras se ponen al día en Facebook, entonces la cantidad de horas sube a una media de un total de once horas diarias”.

El tiempo ha tomado un lugar diferente. No sólo todo es urgencia, sino que en el terreno de las comunicaciones se acabaron los tiempos de espera. Ya nadie espera la llegada de la carta, porque el correo electrónico es inmediato, y esto lleva a que se espere una respuesta también inmediata. Con el WhatsApp uno puede saber si el destinatario del mensaje recibió la información y hasta si la leyó y está escribiendo una respuesta. Se sabe si el otro está o no “conectado”. Y es frecuente escuchar en las/los adolescentes la queja: “Estaba conectado pero no me contestó”. Todo se supone en un “ya ahora”, sin tiempo de reflexión. La urgencia domina la actividad cotidiana y se piensa que todos estamos permanentemente pendientes de los mensajes de los otros. Una cuestión que nos debe llevar a preguntarnos por los efectos en las relaciones humanas de esta conexión permanente con las pantallas. ¿Cuáles son las desconexiones que acarrea? ¿O podremos estar con múltiples relaciones simultáneas? Hay una irrupción del otro que se presenta a través de señales sin cuerpo, como una presencia continua. Esta presencia, ¿conlleva un decaimiento de la fantasía?, ¿resta espacio a la imaginación?

El filósofo italiano Franco Berardi (Generación postalfa. Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires, 2007) atribuye a una sociedad en la que el problema es la hiperexpresividad, la hipervisión, el exceso de visibilidad, la explosión de la infosfera y la sobrecarga de estímulos info-nerviosos, los problemas de atención en la infancia. La rapidez de los estímulos a los que los niños están sujetos los deja sin posibilidades de procesarlos, así como carentes de elementos para procesar sus propios pensamientos despertados por esos estímulos. Considera que la constante excitación de la mente por parte de flujos neuroestimulantes lleva a una saturación patológica, que desemboca en dificultades para atender a un estímulo durante más de unos segundos: “La aceleración de los intercambios informativos ha producido y está produciendo un efecto patológico en la mente humana individual y, con mayor razón, en la colectiva. Los individuos no están en condiciones de elaborar conscientemente la inmensa y creciente masa de información que entra en sus ordenadores, en sus teléfonos portátiles, en sus pantallas de televisión, en sus agendas electrónicas y en sus cabezas”.

El niño queda entonces solo frente a un exceso de estímulos que no puede metabolizar, en un estado de excitación permanente. La motricidad, con el dominio del propio cuerpo y del mundo, es una vía posible para tramitar esa excitación y transformarla, pero el movimiento suele estar sancionado, lo que lleva a que el niño quede acorralado por el exceso de estímulos y la intolerancia de los otros frente a la excitación desencadenada.

Franco Berardi dice de las generaciones actuales: “En la época celular-cognitiva la mente infantil se forma en un ambiente mediático totalmente diferente respecto del de la humanidad moderna, y experimenta el tiempo según una modalidad fragmentaria y recombinante. No flujos de tiempo continuo, sino paquetes de tiempo-atención. Conexiones puntuales, ámbitos operativos separados”.

Baño de lenguaje

Considero que esta situación no sólo provoca niños hiperactivos sino que es fundamental para pensar las dificultades en la adquisición del lenguaje con las que nos encontramos cotidianamente. Más que un mundo de palabras, les ofrecemos un universo de imágenes, en el que los flujos de información son muy veloces y en los que no hay tiempo para el pensamiento.

Dice Maud Mannoni (Intervenciones en la clínica psicoanalítica con niños, Noveduc, Buenos Aires, 2013): “La mutación tecnológica a la que Europa arrastra hoy al mundo va acompañada de un vuelco de mentalidades, diría, incluso, de un cambio de civilización. El que ahora se construye es un mundo esquizofrénico e inhumano, un mundo donde el valor mercantil, la productividad, se lleva, a su paso, el ser del hombre. En este universo de máquinas, de microcomputadoras, ya no hay lugar para lo imprevisto. Peor aún, lo imprevisto y la fantasía perturban”.

Me pregunto si este predominio de lo tecnológico y los medios audiovisuales no tiene algo que ver con esta supuesta epidemia de niños autistas, denominados así en gran medida porque tienen retraso en la adquisición del lenguaje. Sabemos que un niño aprende a hablar en tanto está inmerso en un “baño de lenguaje”; es imprescindible que se le hable (y no solamente que hablen delante de él) y que, aun cuando hable, su lenguaje tiene características peculiares; nadie pretende que un nene chiquito conjugue correctamente los verbos ni que utilice preposiciones ni conjunciones. Pero ¿cómo aprende a hablar? Infinidad de ejemplos muestran que no depende de un simple proceso madurativo.

Frente a la tensión de necesidad, así como frente al dolor, el bebé grita o llora y es la madre la que va a otorgarle a esa descarga el sentido de un llamado. Las palabras de los adultos, vividas en principio como ruidos, van siendo ligadas al placer y al displacer, tomando el valor de caricias o palizas. El cuerpo va siendo erotizado, se abren recorridos, zonas privilegiadas de placer. Hay un ritmo que se va construyendo a través de los cuidados maternales. El niño emite sonidos que le producen placer en su repetición misma. No hay palabras ni sentido. Es la emisión vocal, ligada a la audición del sonido, lo que se reitera en un juego autoerótico. Juego madre-hijo que pasa de la repetición de sílabas a un laleo que imita la melodía de una frase. Todos recordarán alguna escena en la que una mamá, embelesada con su chiquito, hace una suerte de música en un movimiento especular con el niño. Juego amoroso en el que el niño, identificándose primariamente con el otro que lo libidiniza, va constituyendo un yo, que no se diferencia claramente del funcionamiento pulsional, si bien implica un primer grado de organización de las sensaciones corporales. La diferencia entre este intercambio con otro humano y el estar escuchando las palabras-ruidos del televisor o de la computadora es absoluta: con el televisor o la computadora no hay baño de lenguaje, sino de sonidos que no se dirigen a él, que no toman en cuenta sus ritmos ni sus laleos. Son imágenes y ruidos. Por el contrario, la voz materna funciona, en las palabras de Piera Aulagnier (La violencia de la interpretación. Amorrortu, Buenos Aires, 1977) como “atributo sonoro del pecho, voz cuya presencia se convertirá para el fantaseante en signo del deseo materno, tanto si la zona auditiva experimenta placer como si no lo experimenta”. Y como consecuencia el silencio puede ser equivalente a una palabra destructiva, intolerable. Pensemos en los adultos conectados con celulares, computadoras, etcétera, y en todos los silencios que esto acarrea. Y las diferencias entre la voz materna, como los fragmentos sonoros emitidos por la madre de los que el niño se puede apropiar en tanto elementos que lo remiten a un vínculo amoroso, y los fragmentos sonoros que emite un aparato.

El niño repite las palabras maternas. Nombra, suponiendo que el nombre es una cosa o parte de la cosa misma. Se nombra, hablando de sí en tercera persona. Pero también nombra a la madre, como modo de tenerla, de recuperarla omnipotentemente. Ya no es ma-ma-ma como repetición placentera, sino mamá, modo de poseerla. El niño se va diferenciando y a la vez intenta anular las diferencias. En ese sentido, la palabra separa y liga. El niño va a intentar dominar todo aquello vivido como afuera, exterior a sí y por ende hostil. La palabra tiene entonces el valor de expulsar lo vivido como displacentero y a la vez recuperar el objeto amado.

La madre, como un rasgo más de su poder, nombra al mundo. Pero además significa los sonidos que el niño emite, otorgándoles un sentido que posibilita la ligazón entre la representación-cosa y la emisión del sonido. Así, pa-pa-pa se transforma en papá, “gua” en agua y el mundo se va poblando de palabras a partir de sonidos que él emite y los otros significan. Este poder de significar los sonidos que el niño emite es fundamental, porque nadie habla si supone que no hay a quien dirigirse. Las máquinas, en cambio, no otorgan sentido a los intentos comunicativos del niño.

Por último, también son los otros los que mostrarán las fallas de ese lenguaje íntimo, marcando la necesidad de sujetarse a las reglas del lenguaje social para ser comprendido. Punto importante en la constitución subjetiva, en tanto golpe al narcisismo: el lenguaje no es inventado por cada uno sino que tiene reglas que debemos acatar. El lenguaje preexiste al individuo y por ende es algo a adquirir, a incorporar, pero esa incorporación se da en un juego de pasiones. Pasiones que el lenguaje se empeñará en traducir, pero también en constreñir en tanto sujeción a un orden diferente. Si un niño está horas frente a aparatos, ¿a qué tipo de estímulos queda expuesto? ¿qué consecuencias tiene ese exceso de estímulos visuales? El preconsciente visual tiene claras diferencias con el verbal: por ejemplo, no permite representar abstracciones ni enlaces complejos. En ese sentido, supone una cierta pobreza representacional. Por eso pienso que el uso particular que se hace de los medios como la televisión y la computadora incide en la multiplicación de dificultades en la adquisición del lenguaje, en tanto los niños quedan expuestos durante muchas horas a ese tipo de estímulos.

Es claro que las máquinas, aunque hablen, no le hablan a uno. No hay con quién erotizar el lenguaje, como cuando el niño hace “la, la…” y hay otro que le contesta del mismo modo. Las máquinas tampoco otorgan al niño posibilidades de discernir de dónde sale la voz, como cuando intentan aferrar las palabras tocando la boca del que emite el sonido. Frente al televisor, ¿a quién señalar cada objeto e ir preguntando el nombre de las cosas? Y esto también habla de la diferencia entre jugar con la computadora con el niño, acompañándolo en sus dudas y sus experiencias, y dejarlo solo con aparatos.

Por su parte, los adolescentes han tenido siempre su propio lenguaje, como modo de armar un universo discursivo propio, diferente del de los adultos. Hoy en día éste se confunde con el de la tecnología. Son ellos los que mejor manejan los nuevos términos y los que recrean los modos de decir. Y esto abre posibilidades creativas, pero también, como plantea Marcelo Viñar: “El despliegue de la secuencia narrativa está sustituido, reemplazado: por el acto o por una palabra explosiva, un decir evacuativo, sin espesor, sin pausas ni espera”. Si la adolescencia es el momento en el que la diferenciación de los padres con el pasaje a la exogamia es la clave, construir un lenguaje propio, de difícil acceso para los adultos puede facilitar la distancia generacional.

Seguramente, los adolescentes no esperan que los adultos compartan con ellos su mundo, sino que necesitan el sostenimiento de las diferencias. Esto aparece claramente cuando vemos que, apenas los adultos nos apropiamos de un modo virtual de comunicación, los adolescentes cambian y comienzan a usar otro. Pero también tenemos que pensar que son muchos los que se encierran en las máquinas y las utilizan como modo de sortear el obstáculo que plantea el otro humano: prefieren manejar un aparato, que se puede apagar a voluntad, antes que intercambiar con otros que plantean exigencias a veces imposibles de tolerar.

En definitiva, el problema no es la tecnología, sino el borramiento de los adultos, el quiebre de los vínculos humanos y la indiferenciación niño-adulto y adolescente-adulto, en un mundo en el que se supone que todos debemos responder a las exigencias del mercado, lo que deja poco espacio para el intercambio libidinal.

* Directora de la Especialización en Psicoanálisis con Niños en UCES.

Tomado de: http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-278722-2015-08-06.html

Psicoanálisis y arte, ante el malestar subjetivo

Por Adriana Valmayor *

En el Hospital Elizalde, durante muchos años, atendí de modo individual a pacientes de distintas edades, niños y adolescentes, con diagnósticos de neurosis, psicosis, autismo. Cierta rutina de días y horarios hacía que los niños, los jóvenes y sus padres se encontraran semana a semana en la sala de espera del servicio: los lazos entre padres, y en ocasiones entre los jóvenes, se iban dando espontáneamente durante la espera. Así, en 2009, surgió la idea de armar un taller de arte donde tuvieran inclusión los lazos que se esbozaban en la sala contigua al consultorio. Predominaría el teatro, como manera de habilitar de un modo enmarcado y continente, las posibilidades expresivas, a nivel simbólico, del cuerpo, de los procesos necesarios para pasar a la creación de ficciones atemperantes del malestar subjetivo.

Los profesionales intervinientes en el grupo son psicoanalistas, artistas o ambas cosas, y están en interlocución con los analistas de cada niño o joven, que muchas veces son también intervinientes en los grupos. Si bien en un comienzo trabajamos con dos o tres grupos diferentes, organizados de acuerdo con las edades (niños o adolescentes) o con el nivel de dificultad en el establecimiento del lazo con el otro, fuimos advirtiendo que era factible armar un sólo grupo que los alojara a todos: sin distingo por grupo etario, ni por diagnósticos clasificatorios y encasilladores, ni por el grado más o menos posibilitado de hacer lazo. Era un gran desafío, una apuesta a la subjetividad, a la singularidad y a nuestra capacidad de escucha, acompañamiento e invención de intervenciones.

La idea era que ni los talleres de arte plástica, ni los de juego teatral o de literatura (ya sea de narrativa oral o de escritura) armaran sus grupos discriminando sujetos por edad, nivel intelectual, grado de “locura” o capacidad de trabajo, al menos en sus inicios. Sin embargo como nuestra intención no es “enseñar” algún arte, sino sostener un eje clínico e intervenir sobre la subjetividad regulando goce y posición, decidimos realizar una pequeña entrevista de admisión a los padres que acudían con sus hijos, así como establecer uno o dos talleres “de prueba”: ¿consentía el joven a un trabajo grupal?, ¿era de su agrado?, ¿lo deseaba?, ¿mantenía alguna relación con el arte y, si no, se podía apostar a lograrlo? Los resultados han sido positivos y gratamente sorprendentes.

Al mismo tiempo se armó un grupo al que podían asistir voluntariamente los padres. Año a año observamos su consentimiento y la producción positiva en el ámbito grupal en relación a los temas que surgen espontáneamente, con el acompañamiento de los psicoanalistas intervinientes, la escucha atenta y respeto por las diferencias. Las intervenciones facilitan el lazo de tono solidario, la reflexión acerca de la función paterna y materna, la sintomatización, y muchas veces la demanda de análisis, que es alojada y recibida.

Actualmente nuestro taller es visitado semana a semana por niños/as o jóvenes de entre 11 y 16 años, derivados desde algunos servicios medicoclínicos del hospital, del servicio de internación (ya sea salud mental o clínica pediátrica), por colegas psicólogos, psicopedagogos o psiquiatras de nuestro servicio, y por referencia espontánea. En modo paralelo funciona el grupo de padres o familiares a cargo de los chicos.

El taller migró de la exclusividad del juego teatral a las artes, combinándose: plástica y música, lectura de cuentos e ilustración, diversos encuentros de reflexión acompañados de actividad plástica o escritura (por ejemplo, los derechos de niñas, niños y adolescentes, “Ni Una Menos”, bullying, violencia escolar o familiar, todos temas que han sido traídos por los participantes), talleres de comics, radio, sesiones de proyección de cortos con reflexión posterior y talleres libres, a la espera del deseo de ellos, sin dejar de articular en esta combinación el valioso recurso del teatro.

Apostamos a la posibilidad de improvisación, que –como la asociación libre en el dispositivo del análisis– nunca es azarosa. Preservamos la consigna de no establecer lazos de docencia ni de autoridad competente en ningún área del arte, ni intentar la interpretación analítica. A la hora del taller, todos trabajamos, todos creamos o participamos a nuestro modo; no puede haber observadores.

Caperucita

En cierta ocasión, la actividad se inició con la lectura de una versión contemporánea del cuento de Caperucita Roja. La versión hacía énfasis en el final del relato, presentando una súbita modificación del cuento clásico que lo transformaba en un relato burlesco: ridiculizaba la figura del lobo y daba la victoria a Caperucita. Antes de leer el final, uno de los miembros del equipo pregunta si recuerdan la versión clásica; los chicos asienten y comienzan a interpretar a los personajes, improvisando el diálogo. Finalmente se devela el misterio: alguien muestra el final de la versión actual. ¡Sorpresa! Caperucita engaña al lobo. Luego, se propone que cada uno haga como el autor y piense en un final posible.

–El lobo andaba por ahí, se estaba por comer un gato cuando la vio, y el lobo pensó: “Jojojo, ¡agarro a esta niñita y me hago un estofado!” –dice E, de 13 años.

–Dijo el lobo –dice F, de 13 años, adoptando una voz de lobo–: “Ahora voy a atrapar a esta pibita y la engullo”… ¡glup!

–El lobo era urbano, se subió al auto y la tocó con el auto gritándole: “¡Soy el Lobooooo!” –sugiere E, de 12 años.

–El lobo tenía un arma, la apuntó con la mira y… –agrega F.

–¿Y cómo se las ingenió Caperucita? –pregunta uno de los intervinientes.

–Cuando el lobo abrió la boca, le dijo que tenía mal aliento, le dio un caramelo vencido y, aahhjjjj…, lo intoxicó –dice M, de 10 años.

–No: le dio un caramelo y se atragantó –propone B, de 12 años.

–Como vino el guardaparque, la salvó –dice un profesional interviniente.

–Sí, pero como el guardaparque es protector de los animales, antes de abrirle la panza al lobo le dio una inyección de anestesia –dice M.

–¿Y entonces?

–Lo operó, sacó a la abuela y a Caperucita de la panza y le colocó unas piedras especiales de antibiótico –dice M.

–Claro, ese lobo nunca más atacará a una persona: se va a mirar la cicatriz de la panza… –dice un interviniente.

–El lobo era un gil –dice F.

–Ella se salvó y le dijo: “¡Creído!” –dice L, de13 años.

De esta manera, cada uno fue elaborando un final propio, pensando una solución inédita para Caperucita. A este taller (después advertimos que coincidió con el acto de Ni Una Menos) lo titulamos “A cada lobo le llega su Caperucita”.

La apuesta ética es el respeto por la diversidad subjetiva; buscar el detalle clínico de cada niño o joven; recibir el significante que cada uno suelta, para ponerlo a trabajar. Esto, por parte del equipo, requiere: el propio análisis de cada uno, la relación de cada uno con algún campo del arte, la advertencia acerca de la tentación de intentar la posición del analista. Nuestra posición es la del analizante y, en las reuniones de equipo, las significaciones propias otorgadas a cuestiones de los participantes son puestas a trabajar con el fin de pasarlas a un registro que sea de utilidad para la tarea. Conformamos un grupo de intervinientes que investiga y se dedica al psicoanálisis. Trabajar grupalmente fue durante mucho tiempo un obstáculo para el psicoanálisis de la orientación lacaniana, hasta que la última enseñanza de Lacan nos condujo a pensar la posibilidad de hacerlo; sobre todo, y a mi gusto, a partir de su noción de los “cuatro discursos”.

El objetivo general del taller es que el modo de gozar de cada sujeto se torne más amable, que permita disminuir el malestar del exceso y establecer lazos más atemperados de los que trae al llegar. Esto aumenta la eficacia del tratamiento individual de cada integrante.

El grito

Durante uno de los talleres se les pregunta a los chicos: “¿Qué pintores conocen? ¿Cuál les gusta más?”.

–A mí, ese pintor que hizo los relojes que se derriten me parece un trucho. No me gusta –dice F.

–¿Y cuál te gusta a vos? –pregunta un profesional interviniente.

–¿A mí? Ese que grita… –titubea, logra recordar el nombre:– El grito me gusta.

–¿Cómo es?

Dudando, con dificultad para enhebrar las palabras, F termina por decir:

–Es una mujer, sobre un puente , con la boca muy abierta gritando alaridos.

–¿Qué pudo haberle pasado?

–Mmm… la violaron o… –se hace un gran silencio.

–¿Las mujeres gritan sólo en esas situaciones?

–No. También creo que puede ser un grito de desesperación por una guerra. De dolor.

Hablábamos de Edvard Munch.

En otro taller, M, de 15 años, graffitero, decía:

–A través del arte callejero expresás todo lo que sentís.

–Es estúpido porque arruinan la pared –contesta F, de 13 años, que había estado escuchándolo atentamente.

F sostiene que son dibujos sin valor. Para F, las cosas que tienen valor son las que se pueden comprar o vender. ¿Qué valor podría tener un graffiti?

M le responde:

–Si te sentís bien, agregas más colores. Podés decir todo lo que sentís en un dibujo.

El arte callejero de M aparece como respuesta al malestar de la cultura de su tiempo. Para F, esa respuesta no dice nada, no tiene valor artístico. Tiene valor solo lo que se puede consumir como objeto a ser comprado y todo lo que queda por fuera lo denomina “trucho”.

Surge, entonces, la pregunta: ¿qué es, para nosotros, el arte?

En el proyecto “Miró”, referido a Joan Miró, investigamos sobre la vida del artista. Supimos que enfermó cuando tuvo que dejar de pintar para ir a trabajar a una droguería. Sólo recuperó su salud cuando pudo volver a pintar. Charla de taller:

–¿Qué se necesita para pintar?

Algunos dicen que pinceles, otros dicen que un lugar con buena luz.

–Inspiración –dice J, de 13 años.

¿Y qué es la inspiración?, le preguntamos.

–Lo que nos anima –contesta.

¿A quién pertenecen los objetos de la cultura?

Si Joan Miró pintó y sus cuadros y se murió, ¿de quién son los cuadros?

–De la familia, del museo que los compró… ¡de todos!

Si alguien anónimo escribió Caperucita Roja, ¿de quién es Caperucita Roja?

–Mmm…, de todos. Porque la conoce todo el mundo.

–La cultura es de todos. Como la sombra de un árbol –concluye uno de los chicos.

“Sinthome”

En los últimos tiempos nos hemos servido de la lectura de la última enseñanza de Lacan, entendiendo que envuelve y enriquece al primero sin anular sus conceptos fundamentales: inconsciente, repetición, transferencia, pulsión; ni deja de lado la rigurosidad del diagnóstico de estructura que es brújula del armado del dispositivo de la cura, la transferencia y modos de intervención posibles. Dicho recorrido, aún en sus inicios podríamos decir, nos posibilitó seguir paso a paso la transformación de la concepción de sujeto para pasar al concepto de parletre, el modo de conceptualizar al cuerpo como imaginario, simbólico y real, la distinción entre inconsciente transferencial e inconsciente real, entre otras cosas.

Cito a Lacan en el Seminario XXIII El Sinthome: “El padre es un síntoma, o un sinthome, como ustedes quieran. Plantear el lazo enigmático de lo imaginario, lo simbólico y lo real supone la existencia del síntoma. Existe la posibilidad de unir los tres registros ¿Por qué? Por el sinthome, el cuarto”.

Pasar de la idea de que el Nombre del Padre decide la estructura según su presencia y eficacia o no, a la pluralización de los nombres del padre y la consiguiente concepción de lo que es la suplencia de esta función, ha posibilitado ampliamente entender por qué nuestra actividad con el grupo podía reunir sin una divisoria de aguas tajante a la estructura neurótica y psicótica, y ¿por qué no? según el nivel de trabajo analítico realizado al momento de llegar, la inclusión de jóvenes autistas. Se trata entonces de, atentos al detalle de cada uno en su singularidad ir al encuentro de algún elemento significante soltado por el sujeto y acogido por nosotros, acompañando la consolidación de algún elemento que opere como anudador de la estructura, es decir, alguna invención que sirva de elemento organizador, atemperador del goce invasivo, posibilitador del lazo más amable al mundo y al otro en general.

Si el lenguaje es una elucubración posterior al impacto de lalangue en el cuerpo, momento contingente, no sabido y enigmático, si todos tratamos de ingeniárnosla con nuestro cuerpo a partir de esta contingencia inaugural, los diversos modos de apropiarse del campo del lenguaje y de la función palabra, dan cuenta de un origen estructural común, un ser “todos locos”. En el sentido de que dicha elucubración es delirante, pues ¿hay verdad que no tenga estructura de ficción? ¿Hay verdad única y no relativa?

El concepto de Sinthome, concepto dinámico y único, viene a borrar la distinción entre neurosis y psicosis. Y este es, por lo tanto, el principal fundamento de la heterogeneidad de subjetividades en nuestro taller de artes combinadas.

Pensamos que el traumatismo de lalangue nos iguala en un punto de inicio a partir del cual cada uno habrá de arreglárselas a su manera con eso que lo habita, esas palabras que lo empujarán a elucubrar un saber hacer con lo real del cuerpo, del sexo y del goce.

Cito a J.A. Miller en Sutilezas Analíticas, seminario de 2008: “Y si abandonamos la tipología, si pasamos a la singularidad, vemos en ese nivel que todo el mundo está loco, lo que significa además que lo real miente a todo el mundo, que la verdad es mentirosa para todo el mundo.

La incidencia del sinthome es profundamente desestructurante, borra las fronteras del síntoma y del fantasma, de la neurosis y de la psicosis”. (Cap IV, Todo el Mundo es Loco, págs 76/77).

Podemos entonces, además de sostener y fundamentar la heterogeneidad de convivencia en nuestro taller, dar cuenta de por qué elegimos trabajar a partir del arte.

No es nuestra intención, no lo ha sido nunca, armar grupos de terapéutica grupal, ni de reflexión o enseñanza acerca de algún tópico complicado de la vida en general (al estilo de la escuela para padres, por ejemplo). Tampoco es nuestra idea la de talleres de entretenimiento, o de arte en general. No nos habita el deseo de enseñar, ya que no tenemos nada que enseñar acerca del vivir mejor o de cómo pasar el tiempo con el arte. Más bien es lo contrario! Parados en la ética del deseo, formados a través de nuestros respectivos análisis y de su verificación en sus efectos, nuestro eje es la clínica psicoanalítica de la orientación lacaniana, dirigida a lo real. Se los está invitando a preguntar, advierto, acerca de por qué un taller que combina las diversas expresiones del arte.

Consideramos que el arte es la experiencia humana que, por excelencia, da cuenta de las posibilidades de invención del sujeto. Con esto no nos referimos sólo al proceso creativo, que podría entenderse como una serie de procedimientos del pensamiento y de la acción del cuerpo, tendientes a crear algo que la norma cultural consideraría bello, o acorde con una estética consensuada por la cultura positivamente. Ya eso no estaría nada mal, por cierto.

No obstante, hablamos de invención en el sentido de la creación a partir de elementos existentes en el sujeto (significantes) de algo de un orden nuevo, a través de elementos expresivos, ya sea la palabra, lo gráfico, el accionar corporal, los sonidos… de objetos, elementos o modos del decir o resolver nuevos, que suponen que el sujeto al hablar goza, que es su cuerpo el que goza y que, del modo que logre hacerlo, hará un arte. La obra artística, en este sentido, incluye, envuelve el modo singular de goce del sujeto y el objeto que procura dicho goce.

Abonado o no del inconsciente, una obra, exenta de su utilidad, fuera del sentido esperado por consenso, es una invención. Puesta material de lo más propio. Cito nuevamente a J. Lacan en el Seminario XXIII, “La Pista de Joyce”: “Qué es un saber hacer? Es el arte, (en el sentido de) el artificio, lo que da al arte del que se es capaz un valor notable, porque no hay Otro del Otro que lleve al Juicio Final”.

Nuestra función en el taller es entonces, mediante los elementos que la cultura provee, alojar la singularidad de cada uno sosteniendo un espacio habilitador de lo creativo y del lazo al otro, para que cada uno pueda, si consiente, producir, a su manera, algo propio. Tornando, de este modo, cada vez más soportable la mirada y la intervención de los otros.

* Cordinadora del Taller de Artes Combinadas del Servicio de Salud Mental del Hospital General de Niños Pedro de Elizalde.

Tomado de http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-279707-2015-08-20.html

De cómo Freud se volvió investigador y escritor

Por Edgardo Cozarinsky 

Influencias. Para su teoría del psicoanálisis, Freud se basó en figuras literarias que van desde W. Jensen hasta Shakespeare.

Para su teoría del psicoanálisis, Freud se basó en figuras literarias que van desde W. Jensen hasta Shakespeare. |Foto: Cedoc Perfil

El joven Freud pasó un año en Trieste, dedicado en gran parte a la disección de anguilas en el intento de determinar su sexo y su modo de reproducción. La incógnita ya había preocupado a Aristóteles y a Plinio el Viejo, a quienes inspiró las más fantásticas hipótesis. Años después de que el sabio vienés fuese derrotado por los misterios de la ictiología y se consagrara a los del inconsciente humano se supo que la anguila nace hermafrodita y sólo al madurar realiza el viaje casi inverosímil desde el Mediterráneo o el Báltico hasta el Mar de los Sargazos, en cuyas profundidades define su género sólo para el acto de la procreación. Allí muere y su cría cumple la proeza de volver a aguas europeas. Entre las cualidades que los clásicos atribuían al hermafrodita era, bajo la aparente fragilidad, una resistencia sobrehumana.

Imaginemos al joven graduado de 21 años que en 1877 se iniciaba en la investigación. Sigmund Freud publicó un artículo en las Actas de la Academia Imperial de Ciencias que los historiadores de la ciencia, y en particular de la psiquiatría, consideran capital para entender su formación como escritor y como científico. Su título: “Observaciones sobre la configuración y estructura fina de los órganos lobulados de anguilas descritos como testículos”.

Freud llegó a Trieste becado por Carl Claus, catedrático en Viena, discípulo de Darwin y creador de una estación de biología marina en la ciudad que por aquel entonces era puerto principal del Imperio Austro-Húngaro. El proyecto del joven Freud era encontrar los nunca vistos testículos de la anguila. Un par de años antes, el investigador polaco Simon Syrkis había identificado como los desconocidos testículos un órgano par, lobulado, acanalado, en la cavidad abdominal de la anguila. Freud diseccionó unas cuatrocientas anguilas, encontró los órganos descriptos por Syrkis pero no pudo demostrar que fueran testículos.

Cincuenta y tres años más tarde: del joven de 1877 al maestro en 1930. En 1927 la ciudad de Frankfurt había creado el Premio Goethe, concedido anualmente a “una personalidad cuya influencia creadora sea digna del homenaje a la memoria de Goethe”. Los primeros premiados fueron el poeta Stefan George, el médico, misionero y músico Albert Schweitzer, y el filósofo Leopold Ziegler. Freud fue elegido como destinatario del premio correspondiente a 1930. En las consideraciones del jurado puede leerse: “Con el método estricto de la ciencia natural, y al mismo tiempo en una osada interpretación de los símiles acuñados por los poetas, su labor investigadora se ha abierto una vía de acceso hacia las fuerzas pulsionales del alma. Su psicología no sólo ha estimulado y enriquecido la ciencia médica, sino también las representaciones de artistas y pastores de almas, historiadores y educadores”.

Freud no pudo recibir personalmente la distinción por hallarse enfermo y fue su hija Anna, quien leyó su mensaje en la ceremonia: “Yo pienso que Goethe no habría desautorizado el psicoanálisis de manera tan inamistosa como tantos de nuestros contemporáneos. En varios aspectos se le había aproximado, por su propia intelección discernió mucho de lo que luego pudimos corroborar, y numerosas concepciones que nos han valido crítica y burlas son sustentadas por él como algo evidente”. Y cita fragmentos donde Goethe propone que los primeros lazos afectivos de la criatura van a ser transmutados en los amores del adulto, donde confía, siguiendo la intuición de Aristóteles, en la sabiduría que revelan los sueños.

De vuelta al fracaso del joven Freud en Trieste. En aquellos años aún no se había descubierto que las anguilas desarrollan los testículos durante la travesía hacia el Mar de los Sargazos, donde se reproducen. Por lo tanto, no era posible hallar testículos en las anguilas de Europa: era necesario el cruce del Atlántico para que la anguila hermafrodita se hiciera macho.

Freud iba a basar su teoría y práctica del psicoanálisis tanto en “casos” clínicos como en figuras literarias, desde Jensen hasta Shakespeare; su correspondencia con Stefan Zweig revela hasta qué punto sabía que la literatura suele ser más elocuente que las palabras pronunciadas desde un diván. El Premio Goethe fue el único que recibió en vida y no parece injusto que fuera un premio literario.

Entrego a un ensayista la hipótesis siguiente: el fracaso temprano en la detección de los testículos de la anguila echó una larga sombra (o una luz inédita) sobre el futuro estudioso de la castración y la histeria, que iba a elaborar sutiles métodos e instrumentos de disección aplicados al alma humana. Y no parece injusto que el tema termine en literatura: a partir de Homero, Borges recordó que los dioses dan desdichas a los hombres para que éstos tengan tema de poesía

Fuente: http://www.perfil.com/cultura/Sigmund-Freud-y-las-anguilas-20150919-0056.html

El arte de sublimar

Por Carlos Kuri

  

El procedimiento de plegar el arte sobre el psicoanálisis produce una serie de efectos en el psicoanálisis, permite una mayor precisión acerca de la divergencia entre síntoma (represión) y sublimación (estética); y además ofrece una nueva ocasión de establecer una crítica al ‘psicoanálisis aplicado al arte’ (incluida las versiones lacanianas).
Cuando Freud indaga el ‘recuerdo infantil de Leonardo da Vinci’ no desarrolla un análisis del sujeto a partir de la obra ﷓entre la obra y el sujeto hay un eslabón perdido﷓; extrae en cambio aspectos de la obra y los pone en conexión con relatos biográficos, recuerdos infantiles, anotaciones circunstanciales. Fragmentos ajenos a lo estético: no explora la obra en tanto que obra, sino que la circunscribe a un trozo significante enlazado a otros significantes. La formulación de Masotta, aunque en relación con la literatura, me ha parecido adecuada: «Freud necesitaba menos practicar el psicoanálisis sobre la obra literaria, que usar la literatura para probar la verdad de sus teorías. (En un sentido) una obra de arte le interesaba sólo cuando a nivel de los contenidos él podía observar sus propios conceptos».
El criterio de concebir la pintura, la literatura y hasta la música como ‘lenguajes’, en el sentido de ‘lenguaje de una obra’, ha desconsiderado frecuentemente la cuestión acerca de la noción de lenguaje que se invoca. ¿Se trata del mismo lenguaje que cuando se dice: ‘el lenguaje es condición del inconsciente’ o el lenguaje de los sueños? ¿Qué licencia de los términos ingresa en la expresión lenguaje del arte? Cuando el psicoanálisis se aproxima al arte se impone un paréntesis de la pregunta rectora del psicoanálisis: ¿qué significa eso? La pregunta por la significación, por más que la tratemos desde el significante o, en la pretendida actualidad del goce, para interrogar su límite, vertebra la praxis psicoanalítica. Por el contrario, la ruina de la significación que el arte proyecta elijo decirla con esta idea de Macedonio Fernández: la música es la miseria de la motivación, el músico no dice por qué gime, si porque perdió dinero o porque recuerda su pasado. Tal la célebre proposición de Susan Sontag: Contra la interpretación, apuntando a producir abstinencia ante la fórmula: «¿no ves que X es en realidad, o significa en realidad A?». Atacando en definitiva a la confusión de la obra con el documento o el jeroglífico. El arte es Simbulus interruptus. De allí que encontremos ‘definiciones’ laboriosas: el arte como inteligible pero intraducible; el arte con sintaxis pero sin semántica.
El problema de lo estético se decide en la instauración de un cuerpo, en la excitación del nervio óptico, en la pulsación de la voz del poema («la prueba de la poesía es física», decía Borges), esto es, pasa por lo pulsional y no por el sujeto del inconsciente. El ejemplo, poco conceptual pero sí ilustrativo, lo ofrece el baile: cada música requiere un cuerpo específico para su danza: inventa un cuerpo y con él, una cartografía voluptuosa e inédita. Una música ‘incuba pasiones’ que no existían; una narración, aunque nos resulte más indirecto, también parece cumplir con esta condición de lo estético. El cuerpo de La metamorfosis de Kafka nos pone a ras del piso, en la visión inhumana pero física de un bicho a punto de ser aplastado o en la aliviada percepción que hace desde el techo. Allí parece apelarse a un estado de la lengua que se extingue en el instante mismo en que inerva al cuerpo.
Una estética de lo pulsional es aquella que le presta atención al modo en que las pulsiones (la sensación estética) cambian por la fuerza de un color, de una sinfonía; y a las contorsiones que sufre el lenguaje para captar fuerzas irrepresentables. En este sentido es que esa operación inventada inconclusamente por Freud, la sublimación, es formativa de la percepción.
* Fragmento de su libro Estética de lo pulsional. Lazo y exclusión entre psicoanálisis y arte, reeditado por Letra Viva. Kuri es psicoanalista y director de la Maestría en Psicoanálisis en Facultad de Psicología de la UNR.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/21-51189-2015-09-24.html

El 14% de la población presenta trastornos de ansiedad en Michoacán (México)

Morelia, Michoacán.- La única institución civil en el estado que brinda atención a personas con padecimientos mentales se encuentra al límite de su capacidad de internamiento y casi el cincuenta por ciento de los pacientes no tienen familiares o éstos no les brindan apoyo responsablemente. Beatriz Rocha Aguado, directora de la institución “Sumando Esfuerzos”, indicó que actualmente tienen internadas a 35 personas con padecimientos mentales, de las cuales cinco no tienen familiares y diez los tienen pero no se responsabilizan de brindarles cuidado. Esos 35 internos representan que la institución está al límite de su capacidad, lo cual imposibilita en este momento el acceso para los aproximadamente cincuenta enfermos más que están en lista de espera, cinco de ellos con un requerimiento urgente de internamiento.
  
Explicó que quienes reciben servicios en Sumando Esfuerzos son pacientes que ya estuvieron internos en el Hospital Psiquiátrico “José Torres Orozco”, pero que no pueden permanecer ahí por tiempo prolongado. A la institución fundada hace ocho años acuden hombres y mujeres del estado y otras entidades del país con padecimientos mentales, principalmente esquizofrenia, retraso mental y trastorno bipolar, de todos los estratos sociales, desde profesionistas hasta analfabetas. Según información proporcionada por Misael Tapia Orozco, psiquiatra adscrito al Centro Michoacano de Salud Mental (Cemisam), Michoacán presenta cada vez mayor incidencia en lo que respecta a padecimientos mentales. Se estima que el catorce por ciento de la población llega a presentar trastornos de ansiedad, y el uno por ciento esquizofrenia o bipolaridad. El profesionista evidenció que las instituciones especializadas en la atención de este tipo de enfermedades en el estado se encuentran por debajo de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), pues sólo hay dos instituciones de atención a enfermos mentales, el Hospital Psiquiátrico, que brinda servicios de internamiento; y el Centro Michoacano de Salud Mental (Cemisam), cuyos servicios se limitan a la consulta externa. Anuncian primer gran carnaval Libertad De-Mente Con el propósito de visibilizar el tema de la salud mental y que éste ocupe un mejor lugar entre las prioridades de quienes tienen la posibilidad de instrumentar políticas públicas, en el marco de la celebración del Día Mundial de la Salud Mental se anunció el Primer Gran Carnaval Libertad De-Mente, que se efectuará el próximo 10 de octubre, a partir de las 16:00 horas, en la Plaza de Armas de esta ciudad. María Guadalupe Quezada, representante del Colectivo detalló que el recorrido iniciará en la Plaza de Armas rumbo a la Calzada Fray Antonio de San Miguel, para concluir en la Plaza Jardín Morelos, donde se realizarán presentaciones artísticas por parte de integrantes del Colectivo de Trabajadores del Arte y la Cultura de Michoacán (Cotacum) y usuarios internos de la Institución Sumando Esfuerzos, a partir de las 18:00 horas. Con la incorporación de actividades culturales en las que se involucren personas con padecimientos mentales se pretende abrir canales de expresión que ayuden a sobrellevar el sufrimiento psíquico y evitar periodos prolongados de reclusión. En corto Previo al Primer Gran Carnaval Libertad De-Mente en la Casa para las Organizaciones Civiles, ubicada en avenida Morelos Norte 328, a partir de las 16:00 horas se programaron las siguientes sesiones de cine debate y mesas de discusión: Jueves 24 de septiembre se efectuará la mesa de debate “perspectivas críticas en salud” con la presencia del doctor Roger Sáenz médico del Hospital Psiquiátrico “José Torres Orozco”, el doctor Raúl García, director de la Facultad de Psicología y Marcela Morales perteneciente al Colectivo Vulva Sapiens. Viernes 25, segunda mesa de discusión con el tema “arte y locura” con la intervención de los escritores Ali Torruco y Caliche Caroma, y el director de la Compañía Teatral Foro 4, Sergio Camacho. Jueves 1 de octubre, la presentación de cine-debate a cargo del profesor de la Facultad de Historia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Javier Dosil Mancilla, con la película “Los Idiotas”, y l jueves 8 de octubre la presentación de la película “Atrapado Sin Salida” por parte del director de la Facultad de Psicología, Raúl García.

Fuente: http://www.cambiodemichoacan.com.mx/nota-264844

Encuentran tres cartas inéditas de Sigmund Freud 

Buenos Aires, 24 sep (EFE).- Tres cartas inéditas del padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, serán exhibidas desde mañana en la ciudad argentina de Rosario tras ser halladas y traducidas por expertos que digitalizaban el archivo personal del psiquiatra español Ángel Garma, confirmó hoy a Efe uno de los investigadores.El hallazgo fue a comienzos de este año, cuando Soledad Cottone, Ana Bloj, Guillermo Ferragutti y Melisa Barrera, integrantes del Centro de Estudios Históricos del Psicoanálisis en la Argentina de la Universidad Nacional de Rosario, ordenaban documentos pertenecientes a Garma, cedidos para la investigación por su hija Carmen, luego de que el psicoanalista falleciera.

  
«La hipótesis más fuerte que barajamos es que el austríaco Theodor Reik, discípulo de Freud y profesor de Garma, se las cedió a su alumno luego de que se terminara su formación académica, a modo de regalo simbólico», detalló a Efe el investigador José Ignacio Allevi, quien se encargó de averiguar cuál era el contenido del descubrimiento epistolar.

Sin embargo, en otra teoría, un poco menos romántica, los investigadores también creen que pueden haber sido compradas por Garma a modo de colección.

El historiador explicó que el proceso hasta que el descubrimiento estuviera listo para exhibirse fue largo.

«La correspondencia estaba escrita en sütterlin, una caligrafía utilizada en el Imperio austrohúngaro que sólo era conocida dentro de ese territorio, por lo que tuvimos que enviarlas a Europa para que fueran traducidas al alemán por personas que conocieran ese dialecto», agregó.

Una vez transcritas del idioma germano al español, los investigadores pudieron averiguar que las cartas, fechadas en 1911, 1916 y 1917, eran respuestas de Freud a pacientes que le hacían consultas por casos particulares, aunque no se conoce la identidad de esas personas.

Allevi aseguró que ya se hicieron los estudios correspondientes para determinar la originalidad de las misivas, y que las pruebas son «la firma de Freud» y «el membrete de su estudio de psicoanálisis».

La muestra abrirá mañana, viernes, en el Espacio Cultural Universitario de la Universidad Nacional de Rosario, y el sábado habrá un panel de discusión acerca de digitalización y catalogación a cargo de Mariano Plotkin, Sandra Fernández y Alejandro Dagfal, profesionales del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina.

Además de las tres cartas, se exhibirán más documentos relevantes del archivo personal de Garma, que incluyen notas, material académico y fotos de psicoanalistas.
Fuente: http://www.lavanguardia.com/cultura/20150924/54435467132/exhibiran-en-argentina-cartas-ineditas-de-sigmund-freud.html

La trepanación y sus misterios

En1970, Amanda Feilding, una inglesa de 27 años, se hizo a sí misma un agujero en la zona frontal de la cabeza con la ayuda de un torno eléctrico de dentista. El orificio craneal le permitiría alcanzar un nivel de conciencia superior, según preconizaba desde hacía más de una década el doctor holandés Bart Hughes, mentor del movimiento a favor de la trepanación -la perforación intencionada del cráneo valiéndose de un instrumento- y fundador de la Religión Evolucionista. Tras buscar infructuosamente durante cuatro años un cirujano que llevara a cabo la operación, Feilding se armó de valor para perforarse la calavera delante del espejo del cuarto de baño. Su esposo, Joey Mellen, profesor de la Universidad de Oxford y hoy también trepanado, grabó en vídeo la temeraria intervención que, dicho sea de paso, pudo costarle la vida.

t3

Satisfecha con los resultados, Feilding viajó en 2002 a una clínica de México para que esta vez un cirujano le efectuara un segundo taladro en el lado derecho del cráneo. En la actualidad, esta mujer dirige una galería de arte en la calle londinense de King?s Road y se ha estrenado en la arena política local para reclamar que este tipo de trepanaciones sean realizadas de forma gratuita por la Seguridad Social de su país. Su petición se argumenta en la teoría de la evolución craneal lanzada en 1962 por el doctor Hughes, que venía a decir que la adquisición de la postura erguida por nuestros antepasados se tradujo en una merma del flujo sanguíneo en la masa encefálica, debido a la fuerza de la gravedad. Para compensar este déficit, algunas estructuras cerebrales menguaron su capacidad funcional en favor de otras. Para el holandés, la trepanación libera al cerebro de su claustro óseo, reduce la presión intracraneana a los niveles de nuestra infancia, aumenta el flujo de sangre en los capilares y, como consecuencia de estos reajustes, nuestra mente «adquiere una óptima actividad cognitiva».

Sus colegas coetáneos recibieron la fabulosa teoría con escepticismo y tacharon a Hughes de lunático. Los neurólogos modernos piensan igual e indican que este tipo de intervención carece de fundamento médico, resulta muy peligrosa y no pasa de ser una forma de automutilación. Pero a pesar de las advertencias, se estima que centenares de personas llevan el cráneo horadado para alcanzar el prometido nirvana mental o simplemente para aliviar las cefaleas crónicas y ciertos trastornos de la mente que se muestran rebeldes a la terapia convencional. Feilding, además, asegura que miles de personas visitan su sitio en Internet para solicitarle cómo contactar con un cirujano que realice este tipo de operación.

t2

Mientras los entusiastas de la trepanación esperan liberar sus mentes a través de orificios en la bóveda craneal, los arqueólogos tratan de comprender qué es lo que impulsó a los hombres primitivos a practicar esta intervención en personas vivas, así como en cadáveres. La trepanación aparece en una época muy concreta de la evolución humana que coincide con el periodo Neolítico, hace entre 4.000 y 2.400 años. Tal vez surgió mucho antes, como apuntaba un artículo publicado en la revista Nature de mayo de 1997. En él, un equipo francogermano describe dos trepanaciones en un cráneo hallado en el yacimiento de Ensisheim (Alsacia), que tiene una edad de 7.000 años. Las perforaciones, que se localizan en el hueso frontal y entre los parietales, fueron efectuadas cuando el individuo estaba vivo.

Ahora bien, el mayor auge de la  trepanación ocurre en el periodo Eneolítico, que comienza hacia el año 2400 a. de C. y concluye 700 años más tarde. ¿Pero qué impulsó a nuestros ancestros a horadar de repente su bóveda craneana? ¿Cómo lo hacían? ¿Era una cruel tortura, una burda cirugía o una experiencia trascendental? «Estamos ante unos de los enigmas más fascinantes de la antropología», señala el profesor Miguel Botella, director del Departamento de Antropología Física de la Universidad de Granada.

«No sabemos con certeza las motivaciones que indujeron a los pueblos prehistóricos a trepanarse. Pienso que en la mayoría de los casos tenía un trasfondo cultural y a lo sumo obedecía a razones rituales -mágico-religiosas- que ignoramos. En muy pocas situaciones tendría, como algunos defienden, una indicación terapéutica, pues excepcionalmente las perforaciones coinciden con una lesión susceptible de ser considerada una cirugía postraumática.» Por otro lado, cuesta creer- que las gentes del Neolítico tuvieran unos mínimos conocimientos neurológicos. «Fue imposible -dice el profesor Botella- que relacionaran una pérdida del habla, la ceguera o la hemiplejía con un tumor u otra lesión cerebral. ¿Sabían que una parálisis del lado derecho del cuerpo se corresponde con un accidente neuronal en el lado izquierdo del cerebro? No. Culturas más modernas, como la egipcia, situaban las funciones intelectivas y anímicas en el corazón; y otras, como la sumeria, en el hígado.» El mismo Aristóteles afirmó en el siglo III a. de C. que la conciencia reside en la bomba cardíaca.

t4

Quienes comparan las trepanaciones prehistóricas con la neurocirugía moderna, que agujerea el cráneo para intervenir en el cerebro, pueden estar equivocados. «Resulta curioso resaltar -añade el profesor Botella- que la mayoría de las trepanaciones aparece en cráneos de adultos varones -rara vez se encuentran en niños y son muy poco frecuentes en mujeres-, así como que los orificios se localizan preferentemente en el parietal y el lado izquierdo del cráneo. Esta ubicación obedece sencillamente a que resulta más cómoda para el trepanador, sobre todo si es diestro.» La decantación por el lado siniestro hace que se tambalee la tesis de que los agujeros se realizaban para dejar escapar a los malos espíritus causantes de cefaleas recurrentes. Los neurólogos saben que las jaquecas no tienen predilección por manifestarse en uno de los hemicráneos y, además, son más comunes en el sexo femenino.

Pero para John Verano, antropólogo de la Universidad de Tulane, en Nueva Orleans, la trepanación constituye una «cirugía de emergencia». Al menos esto es así para los pueblos precolombinos. Tras estudiar 650 cráneos de hace entre 2.400 y 500 años encontrados en la región andina, desde el límite norte del Perú hasta el sur de Bolivia, Verano ha llegado a la conclusión de que las técnicas trepanadoras evolucionaron en este continente para atajar los traumas craneales, sobre todo las fracturas causadas por heridas de flechas, piedras y otras armas arrojadizas.

Mediante la técnica de ensayo y error, nuestros ancestros aprendieron a horadar el hueso craneal sin llegar a tocar las meninges, las membranas que protegen la masa encefálica (ver infografía en pág. anterior). Hasta la Edad del Bronce, la cirugía se realizaba con instrumentos líticos y tal vez sin ningún tipo de anestésico. Es probable que el sujeto soportara estoicamente los 10 ó 15 minutos que duraba la intervención. Ésta, por cierto, no resulta excesivamente cruenta: el hueso, las meninges y el cerebro son indoloros. «En el Neolítico, el 30 por 100 de los trepanados sobrevivía a la intervención. Se trata de un nivel de mortalidad bajo, si se compara con el cosechado en las trepanaciones romanas y medievales, donde sólo sobrevivía el 1 por 100. El secreto del éxito de los prehistóricos radica en que trabajaban, sin saberlo,  en unas mejores condiciones higiénicas, lo que disminuía de forma considerable el riesgo de infección», explica el profesor Botella.

t1

En épocas como la romana y el Medievo se utilizaban diferentes trépanos, instrumentos de metal para horadar el hueso. Tras su empleo, eran lavados con agua y guardados para la siguiente intervención, lo que constituía un vehículo de infecciones. «Los hombres prehistóricos, sin embargo, usaron puntas o cuchillos de sílex. Éstos también podían estar contaminados, pero se convertían en un objeto estéril durante el proceso de trepanación», comenta el antropólogo granadino. Y añade: «Simulando la operación en cadáveres actuales, he comprobado que la presión del instrumento de piedra sobre el hueso hace que se desprendan esquirlas y polvillo de sílex que hacen que los filos del trépano lítico queden más o menos limpios de gérmenes.»

Este tipo de cirugías craneales surgió por distintas causas en diferentes tiempos y culturas, y ha persistido hasta tiempos muy recientes e incluso hasta la actualidad en pueblos primitivos de África -Mauritania, Kenia- Sudamérica -Perú, Chile-, islas del Pacífico -Polinesia, Melanesia- y los Balcanes en Europa. Sin embargo, como asegura el doctor Domènec Campillo, del Laboratorio de Paleontología de la Universidad de Barcelona, en su libro Introducción a la paleontología, las trepanaciones prehistóricas «coexistieron con las que, con una base científica, se describen en el Corpus hipocraticus, que son seguidas por Galeno, persisten en el Mediterráneo y no desaparecen hasta las postrimerías del siglo XIX, cuando con Harvey Cushing se inicia la neuro-cirugía moderna.»

Enrique M. Coperías en: muyinteresante.es