Imaginario social y discurso psicoanalítico.

Por Rómulo Aguillaume Torres.

Quizás el título de mi trabajo podría haber sido la crisis del psicoanálisis en la postmodernidad y haberme sumado así, a la enésima reflexión sobre el tema. Decir que el psicoanálisis está en crisis no es decir mucho, la crisis del psicoanálisis es una parte de su identidad. El psicoanálisis siempre fue una disciplina en crisis, lo que, entre otras cosas, condicionó su marginalidad y su fuerza y hoy únicamente tendríamos que señalar en que consiste esa crisis, en algunos aspectos distinta a las anteriores y que, desde luego, no podemos despachar con el argumento de la resistencia al psicoanálisis únicamente.
En El libro negro del Psicoanálisis, si tuviéramos la paciencia de leerlo, encontraríamos muchas de las críticas posibles, algunas ya antiguas, pero que en definitiva marcan los niveles donde la supuesta crisis del psicoanálisis es más evidente:

  1. Como modelo teórico donde la neurociencia parece tener la última palabra.
  2. Como praxis clínico terapéutica donde lo conductual y la farmacología también tienen la última palabra.
  3. Por último, y lo que más se acercaría al tema de esta mesa: el discurso psicoanalítico ha dejado de ser subversivo al no encontrarse con una sociedad que, como a la que se dirigió Freud, cercenaba el campo de lo sexual.

Tres niveles críticos que salvo el último, han acompañado al psicoanálisis desde sus orígenes. El primero, que el modelo teórico es insolvente, a demostrar lo cual se dedicaron los distintos epistemólogos, desde Nagel a Grumbaun. La neurociencia parece el último constructo teórico y algunos psicoanalista se unen a ello de forma que ya hay algo que se llama neuropsicoanálisis, intento de abrazar ambas disciplinas y que en opinión de Eric Laurent (2000, p.66) puede ser el abrazo de la muerte. Y que el psicoanálisis no cura, que vienen repitiendo psiquiatras y conductistas desde su inefable teoría de la cura. Y la última y actual, a la que quiero centrar este trabajo, que el discurso psicoanalítico ha dejado de ser subversivo porque se encuentra con una sociedad, llamada postmoderna- a la que en buena parte ha contribuido a crear- reacia a ese discurso, por producir sujetos inaccesibles a la praxis psicoanalítica.
La necesidad de que lo social ocupe el lugar que le corresponde en la formación de la subjetividad no quedó resuelto con el celebre pasaje de Freud (1920): En la vida anímica individual- nos dice Freud- aparece integrado siempre, efectivamente, el otro, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado». El problema es como se integra el otro y a que se integra, quiero decir que la integración de los múltiples condicionantes en que el sujeto se encuentra: imaginario social, clase, tradición cultura, raza etc. deben hacerse posibles en el método, objeto y metapsicología psicoanalítica, esto es, que los supuestos paradigmas psicoanalíticos sean capaces de responder a las tensiones de lo social. En cualquier caso, “La socialización- dice Castoriadis- no es una simple adjunción de elementos exteriores a un núcleo psíquico que quedaría inalterado; sus efectos están inextricablemente entramados con la psique que sí existe en la realidad efectiva. Esto vuelve incomprensible la ignorancia de los psicoanalistas contemporáneos respecto de la dimensión social de la existencia humana”. (Castoriadis …)
Considerar las teorías y métodos psicoanalíticos en su relación con el imaginario social va a seguir siendo un tema ineludible y que en términos más cercanos a la clínica lo podríamos plantear como pregunta: “¿Cómo puede verse en el desarrollo del niño un proceso natural y, al mismo tiempo, la historia social de su formación? La tensión entre lo natural y lo sociocultural ha sido un buen referente que ha hecho evolucionar el psicoanálisis y enriquecerse en un gran número de corrientes y escuelas, que reflejan en su nacimiento y desarrollo las influencias de lo social y el cambio de sus imaginarios y, por otra parte los cambios internos que han alcanzado a su propio método. Crisis social y crisis del método marcan lo que para algunos es la crisis del psicoanálisis y para otros simplemente un nuevo momento de su desarrollo. En palabras de Jorge Ahumada, “La llamada “crisis del psicoanálisis” deriva de una crisis del pensar acerca de si en la sociedad global, crisis en cuya génesis juega un papel principal el pasaje desde la aculturación en el medio familiar y la cultura de lo escrito hacia la aculturación de los medios visuales, esto es, en realidad más y más “virtuales”. Y la otra causa de la crisis está en la actitud de las sociedades psicoanalíticas que difunden y banalizan los conceptos y abandonan el método. Hasta aquí la opinión de Ahumada.
También Cornelius Castoriadis desde posiciones epistemológicas distintas coincide en el diagnóstico social en su incidencia sobre el psicoanálisis. En este caso la aculturación se expresa como la ausencia de un imaginario social que facilite identificaciones que estarían en la base de la reflexibilidad, esto es de la función del pensamiento.
La crisis de la modernidad, de su imaginario y de sus significaciones y del sujeto antropológico que produjo ha marcado profundamente tanto el lugar que ocupa actualmente el psicoanálisis, los modelos teóricos en que se apoya y la práctica en que se sustenta. Crisis de la modernidad que podríamos resumir como el fallo en la credulidad ante el progreso y la verdad científica.
François Lyotard, definió la postmodernidad: “Simplificando al máximo- escribe Lyotard- defino lo postmoderno como la incredulidad ante las metanarraciones”. Y como ya sabemos, el conocimiento científico como fundamento del progreso y de la emancipación es la principal “metanarración” que queda cuestionada.
El objeto del conocimiento científico queda cuestionado y el proyecto epistemológico clásico cambia: “el campo de la epistemología clásica tal y como la entendemos en la actualidad surge de la idea de que la mente es capaz de crear representaciones que reflejen de forma exacta lo que está ahí afuera; el conocimiento pues, es posible en tanto la mente crea representaciones exactas al mundo exterior. (…) Pero esta idea básica, centro del proyecto epistemológico no es ya aceptada por muchos autores que consideran que “hay que abandonar la noción del conocimiento en cuanto representación exacta, que resulta posible gracias a procesos mentales especiales e inteligible gracias a una teoría general de la representación”. El problema es que sin ese imaginario de verdad y progreso, impregnándolo todo habría que preguntarse cual sería su sustituto. Para algunos la respuesta ya es conocida y esta entre nosotros: hemos pasado de un imaginario donde la verdad era posible a un imaginario donde la eficacia viene a ocupar su lugar. En tiempos de Freud el psicoanálisis era cuestionado desde criterios de cientificidad. En los tiempos actuales desde criterios de eficacia. El tipo antropológico ha pasado, del obsesivo meticuloso capaz de exterminar minuciosamente a millones de individuos, fundamentado en estudios profundos sobre la verdad empírica de la superioridad de tal raza, al individuo fragmentado de la postmodernidad. “…, en las condiciones de la postmodernidad, los sujetos se hallan constituidos en diferentes configuraciones con relación a las estructuras interpersonales de comunicación, las cuales promueven el uso defensivo de la negación y el antipensamiento. Opinan que vivimos en un mundo amenazador en el que la tecnología despersonaliza al individuo, el marketing vacía los objetos de significado y los sujetos se encuentran frente al constante dilema de discriminación entre lo que es real o irreal, dentro y fuera, la autenticidad y la inautenticidad, etc. Dado que las formas sociales y culturales ofrecen muy poca contención emocional y estabilidad personal, la ansiedad y la desesperación se incrementan forzosamente- podemos ver con facilidad cómo los síntomas de ansiedad son cada vez más y más frecuentes en las consultas médicas y psiquiátricas-, y nuestros recursos internos para hacernos cargo del sufrimiento psíquico disminuyen. Ello comporta una excesiva identificación proyectiva, con incremento de los objetos extravagantes y una disminución del significado y de la capacidad para elaborar sentimientos y pensamientos.
Sin embargo no es esta una opinión compartida por todos. E. Roudinesco piensa que “el sufrimiento psíquico se manifiesta hoy bajo la forma de la depresión”, aunque termina, igualmente haciendo del pensamiento, de la ausencia de reflexión la causa de su malestar. Así, el paciente actual, nos dice Roudinesco, “pasa del psicoanálisis, a la psicofarmacología y de la psicoterapia a la homeopatía sin tomarse tiempo para reflexionar acerca del origen de su desdicha”.
En una primera conclusión, si es que podemos concluir algo diríamos que la sociedad postmoderna produce un sujeto que no piensa , que no reflexiona, posiblemente porque la importancia de la temporalidad ha cambiado. Decía Viñar ayer, en una entrevista libre y amigable que tuvo la bondad de concedernos, que el sujeto actual vive en un presente omnipresente, que lo anula todo, que el pasado no existe, que las nuevas tecnologías ponen al sujeto en condiciones de inmediatez, que el futuro ya no es un proyecto, ni el pasado una palanca de experiencia. Si esto ha cambiado así, o en parte ha cambiado así, quiere decirse que la función reflexiva del pensamiento va desapareciendo, y que el psicoanálisis en tanto acción reflexiva, se encuentra en precario. Yo no estaría tan seguro de todo esto. Creo que el sujeto postmoderno sigue pensando, sigue deseando y que lo que ha cambiado es el contenido de su pensamiento y los placeres de sus deseos y, que como psicoanalistas debemos captar estos nuevos cambios. Ahora ya no estamos en una sociedad de lectores- dicen- y el deseo queda obturado en una sociedad de consumo- también dicen. Bueno, pues esa es la sociedad en la que estamos y en la que debemos trabajar.
El imaginario social tal cual es conceptualizado por Castoriadis incide de lleno en el psicoanálisis en tanto es definido como un “magma de significaciones imaginarias sociales” encarnadas en instituciones. Como tal, regula el decir y orienta la acción de los miembros de esa sociedad, en la que determina tanto las maneras de sentir y desear como las maneras de pensar. “El imaginario social provee a la psique de significaciones y valores, y a los individuos les da los medios para comunicarse y les dota de las formas de la cooperación: Es así, no a la inversa.” Quiere decirse que no es el sujeto surgiendo de la conflictiva edípica o narcisista quien construye lo social, sino a la inversa, una sociedad que excreta individuos conformados según su imaginario.
Charles Taylor en su libro Imaginarios sociales modernos – en el que es capaz de no nombrar ni una sola vez a Castoriadis, nos presenta el imaginario moderno occidental como surgiendo a través “de ciertas formas sociales, características de la modernidad occidental: la economía de mercado, la esfera pública y el autogobierno del pueblo. Entre otras.” Precisamente todas ellas fallando en estos momentos.
Falla la familia, falla el discurso político, falla la economía (llamada de mercado) etc. Me referiré al fallo de la familia. Hace unos meses tuvimos unos encuentros en Madrid sobre la crisis de la familia o, mejor dicho sobre las nuevas familias, LA FAMILIA Y SUS VINCULOS. NUEVAS PARENTALIDADES, así se llamaban las jornadas. Fueron unas Jornadas donde inevitablemente surgió el tema de la familia en conflicto porque, al parecer el que los homosexuales se casen y puedan adoptar hijos es una señal inequívoca de que la familia está en crisis.
Algo no está en crisis cuando esta establecido y es inamovible y en el caso de la familia esto no ocurrió nunca: entre la familia romana y la familia actual hay una gran diferencia y no podemos decir que el sufrimiento psíquico dependieran de una u otra organización familiar. Por tanto no es la crisis familiar lo determinante, sí parecería serlo las condiciones en que los valores o, en terminología de Castoriadis, las significaciones imaginarias sociales, fallan en la presencia en que cualquier sociedad demanda para facilitar los procesos identificatorios. Se quiere decir, que los apuntalamientos del proceso identificatorio en sus entidades socialmente instituidas ya sea la familia, la escuela o el trabajo, son elementos claves en la constitución de la subjetividad. Para Castoriadis cada sociedad produce su propio mundo creando las significaciones, los valores que le son propias y que tienen una función triple: estructuran las representaciones del mundo en general, designan las finalidades de la acción, lo que se puede y no se puede hacer y, por último crea los tipos de afectos característicos de esa sociedad. Representaciones, finalidades y afectos producirían sujetos antropológicamente diferentes. La novela de Jonathan Littel, Las benévolas, nos muestra un tipo antropológico, Max Aue, que solo se podría dar en un momento histórico como el de la Alemania nazi. Pero Max Aue no es un sujeto enfermo desde el punto de vista psicopatológico, por mucha repugnancia que nos produzca su figura. Es un sujeto antropológico no un sujeto psíquico. El sujeto antropológico deviene de la sociología, es el sujeto social, mientras el sujeto psíquico es anterior y hunde sus raíces no solo en lo social.
Permítaseme comentar algo más sobre el sujeto, tal y como se concibe desde el modelo de Castoriadis y que si parece tener cierto interés desde el punto de vista del psicoanálisis.
Cornelius Castoriadis hace un intento por fijar el sujeto que el estructuralismo extravía. “Los discursos sobre la muerte del hombre y el fin del sujeto- nos dice Castoriadis- no fueron nunca otra cosa que la cobertura pseudo-teórica de una evasión de la responsabilidad- por parte del psicoanalista, del pensador, del ciudadano”. A partir de esta posición crítica y de la dificultad de pensar el sujeto en su totalidad, después de la pluralidad de sujetos que el psicoanálisis introduce con sus instancias psíquicas, Castoriadis se pregunta ¿puede formularse una noción del sujeto que las recubra a todas y que no sea simplemente formal, es decir, más o menos vacía? (Id.)
La subjetividad se expresa en una multitud de regiones donde impera el para si, esto es, donde la relación con el mundo se manifestará con una finalidad básica de preservar “la especificidad, el ser aparte”
en este sentido describe Castoriadis cuatro regiones donde ese para si de la subjetividad se manifiesta: el para si de lo viviente, de lo psíquico, del individuo social y de la sociedad. Cuatro regiones que interactúan entre si pero que permanecen autónomas. Quizás restaríamos complejidad a todo ello si lo tradujéramos como el concepto de autoconservación freudiano, pero lo que a mi me interesa resaltar es esta posibilidad de estudiar la subjetividad en distintos niveles de su manifestación, sobre todo lo que se refiere a la existencia de un sujeto psíquico y otro social. Así “…estamos siempre frente a una realidad humana en la cual la realidad social (la dimensión social de esta realidad) recubre casi totalmente la realidad psíquica. Y, en un primer sentido, el “sujeto” se presenta como esta extraña totalidad, totalidad que es y no es una al mismo tiempo, composición paradójica de un cuerpo biológico, de un ser social (individuo socialmente definido), de una “persona” más o menos consciente, en fin, de una psique inconsciente (de una realdad psíquica y de un aparato psíquico) el todo supremamente heterogéneo y no obstante definitivamente indisociable. De tal forma se nos presenta el fenómeno humano, es frente a esta nebulosa que debemos pensar la pregunta por el sujeto” (Id.).
Castoriadis contempla la dificultad de unificar todos estos sujetos, obvia esta dificultad y define el sujeto del psicoanálisis como meramente proyecto. La necesidad de una interpretación va dirigida a un alguien que todavía no existe “ya que aquello a lo que se apunta a través de una cura es la transformación efectiva de alguien, ni previsible ni definible de antemano…” (Id.) Aquí el sujeto debe advenir, así como antes lo era el Yo. “Este sujeto no es simplemente real, no está dado, debe ser hecho y se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias. El fin del análisis es hacerlo advenir” (…) Este sujeto, la subjetividad humana, está caracterizado por la reflexividad (que no debe confundirse con el mero pensamiento) y por la voluntad o capacidad de acción deliberada, en el sentido pleno de este término”. (Id.)
Yo estaría de acuerdo solo a medias con este modelo de Castoriadis. La mitad con la que estoy de acuerdo es con la que concibe al sujeto como proceso y la mitad en la que estoy en desacuerdo es con que el fin del análisis pueda hacer advenir ese sujeto. Creo que esta concepción última del advenimiento de un sujeto se mantiene dentro de una lógica esencialista con la que el psicoanálisis, tanto freudiano como lacaniano, rompieron hace mucho tiempo. No es posible borrar la distancia que separa lo real de su simbolización, no es posible, pues, un sujeto real, un sujeto que pueda ser pensado más allá de su devenir. Y si debo ser sincero, tampoco sé si estoy muy de acuerdo con el concepto de proceso, que me da la impresión que se transforma en proyecto. No es lo mismo proceso que proyecto. Proyecto apunta a una finalidad, aunque se diga que es inalcanzable, y una finalidad tiende a obturar la distancia entre lo real de su simbolización. “Esta aspiración de abolirlo- nos dice S. Zizek- es precisamente la fuente de la tentación totalitaria. Los mayores asesinatos de masas y holocaustos siempre han sido perpetrados en nombre del hombre como ser armónico, de un Hombre Nuevo sin tensión antagónica”.
En cualquier caso, el sujeto psíquico por debajo del social y éste, recubriéndolo todo, nos devuelve una imagen donde el supuesto sujeto, del que nos habla Castoriadis, queda nuevamente sin sustantivar, pero sí delimitado en esferas e interrelaciones de gran valor heurístico.
¿Hasta que punto el sujeto psíquico puede sostener todo ese universo de significados que lo social pretende imponer? Es evidente que entre el sujeto social encarnado por Platón y el sujeto social actual hay enormes diferencias. Sin embargo ya no sería tan evidente la diferencia entre el sujeto psíquico en distintos momentos históricos. La evolución psíquica es muy lenta determinada posiblemente por factores biológicos, no así la evolución social. Quizá esa desarmonía sea la responsable de las dificultades psicológicas y de las llamadas enfermedades mentales. Quizás la compulsión a la repetición no sea más que la resistencia de lo psicológico a abandonar posiciones que el sujeto social plantea. O quizás el malestar en la cultura de Freud o el sujeto parlante de Lacan sean las expresiones del sufrimiento psíquico como característico del ser humano. La naturaleza impone límites a la cultura y ésta impone presiones a aquella. Este sujeto, que no es simplemente real que no está dado y que debe ser hecho y que se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias, nos permite anticipar que las condiciones son las del método psicoanalítico y las circunstancias las del imaginario social. Circunstancias como el deterioro progresivo del socialismo real, desde los años sesenta y su culminación en la caída del muro, no llegaron, sin embargo a afectar a ese supuesto sujeto psíquico. No nos encontramos con olas de suicidios, como hubiera sido lo esperable, sino con cambios en el imaginario social: la fragmentación y el escepticismo de la posición postmoderna, esto es una ideología del desencanto intelectual surgida del fracaso de la utopía.
Para Freud el factor último, más allá del cual no es posible ir, es donde debemos buscar, como psicoanalistas, el referente de lo psíquico. Un factor social nunca es un factor último, siempre puede ser reducido a una vicisitud pulsional y estas, a su vez, serán entendidas dinámicamente en la conflictiva edípica. La muerte del rey es la muerte del padre, que a su vez lo es por el deseo hacia la madre, que a su vez lo es por el plus de placer que representa, placer que ya marca una dimensión psíquica en que la descarga pulsional se expresa. Pero si la pulsión nos parece anticuada podemos acudir a las relaciones de objeto, las que se dan primariamente en el seno familiar. Este “familiarismo” pasaría a ser el referente último. Este modelo, aparentemente reduccionista, y que está en la base de la praxis psicoanalítica, no clausura ni mucho menos, un conocimiento que se abre a lo social precisamente a través del concepto de sublimación, aunque éste, el placer sublimatorio siempre fue un placer de segunda categoría incapaz de competir con el placer pulsional. Pero en tanto la realidad psíquica es la realidad del psicoanálisis y no la realidad social nos encontramos con una dificultad que esta en la base de todo este problema.
La mayoría de los trabajos psicoanalíticos en que lo social es un factor presente, traumático o no, siempre se organizan en la dirección de si el psiquismo puede o no elaborar esa característica social EL reduccionismo psicoanalítico siempre se impone como referente último.
Luis, 25 años, está en su último año de carrera. Se siente muy deprimido porque una asignatura se ha convertido en un problema infranqueable. Para los demás también, me dice, y se adentra en un alegato interminable en contra del sistema: “Claro, ahora con la crisis no interesa que salgan profesionales y es mejor tenernos entretenidos en la Facultad”. Tres sesiones más tarde- o quizás cuatro- Luis ha abandonado a ese sujeto social aguerrido, o al menos reivindicativo y se encuentra hablando de los enfrentamientos con su padre, un hombre silencioso y distante –posiblemente como el psicoanalista- que cuando deja de serlo se convierte en violento y arbitrario. El sujeto psíquico, el sujeto del psicoanálisis será el protagonista en los años venideros. La pregunta ¿Qué será de ese sujeto social rebelde y reivindicativo, sobrevivirá a su paso por el análisis?
Para terminar, aceptando que el psicoanálisis se fundó y desarrolló ignorando, en parte, sus determinantes sociales, sin embargo sí es cierto que se fundó una ciencia- con todas las comillas que queramos poner- que ha permitido una práctica de la cura- más comillas- y que continua siendo una herramienta de acercamiento a los cambios sociales en su posible incidencia sobre el sujeto psíquico. “¿Son fecundos los paradigmas del psicoanálisis para los nuevos enigmas que se avecinan?”, se preguntaba Silvia Bleichmar, reflexionando sobre los cambios sociales y científicos que vivimos: el cambio de sexos, el reconocimiento del matrimonio homosexual y la adopción dentro de él, las familias monoparentales, etc., etc. Y, también la pregunta complementaria ¿es posible, para el sujeto psíquico, la integración de todos los cambios que lo social y la cultura le demanden? Quiere decirse que ese podría ser un nuevo, o no tan nuevo, lugar del psicoanalista frente a lo social: ver la incidencia que sobre el sujeto psíquico operan los cambios sociales y denunciar los que son incompatibles con su desarrollo. Una posición científica con un poquito de ideología.

Vía: Centro Psicoanalítico de Madrid.
Enlace: https://www.centropsicoanaliticomadrid.com/publicaciones/revista/numero-17/imaginario-social-y-discurso-psicoanalitico/#:~:text=%E2%80%9CEl%20imaginario%20social%20provee%20a,lo%20social%2C%20sino%20a%20la

“La pregunta ¿por qué me querés? sólo puede responderse mintiendo”

Mariano López, las neurosis en el amor

Docente e investigador, se dedicó a estudiar con una mirada psicoanalítica el fenómeno del amor, que siempre es sintomático, explica. “Lo que el otro encuentra en mí no es exactamente yo”, señala. El amor y la angustia, el amor ideal, el deseo y su falta, el amor en el análisis.

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Por Oscar Ranzani

Uno de los temas esenciales en la vida de cualquier ser humano es el amor que, según cómo cada sujeto lo experimente, puede ser el motor de empuje para lograr plenitud personal o bien transformarse en el mascarón de proa de un penoso naufragio sentimental. Motivo de charlas interminables entre amigos para entender la opinión de quienes se conocen de años, el amor siempre da lugar a un debate fecundo para desentrañar el actuar de la pareja de alguno/a de ellos/as. Es también el amor una de las palabras que más resuenan en el diván desde que el psicoanálisis se propuso indagar en el universo inconsciente de las personas. Pero, ¿por qué el amor es siempre sintomático para el psicoanálisis? El analista Mariano López señala a PáginaI12 que “eso es un descubrimiento freudiano que, hoy en día, tiene incluso toda su importancia política porque el descubrimiento de Freud consiste en que no hay una norma en cuanto al encuentro de dos cuerpos”, según explica este docente e investigador en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires de las materias Psicopatología, Clínica de adultos y Usos del síntoma. Miembro del Foro Analítico del Río de la Plata y de la Internacional de los Foros-Escuela de Psicoanálisis de los Foros del Campo Lacaniano (IF-EPFCL), López se dedicó a estudiar con rigurosidad analítica el fenómeno del amor, un tema convocante para cualquier individuo con sólo nombrar esa palabra de tan solo cuatro letras que puede dar lugar a una vida dichosa como también a dolorosos desequilibrios emocionales.

Parte de su investigación sobre “el” tema del ser humano –tal vez el más importante antes que la muerte– la plasmó en el libro que coescribió con la psicoanalista Cecilia Tercic en El deseo como destino. Acerca del amor y la sublimación (Ed. Letra Viva). Pero López también suele establecer su mirada psicoanalítica sobre el amor en las conferencias “El amor en las neurosis” de la materia Psicopatología de la Facultad de Psicología, que suelen ser muy concurridas todos los años y que son motivo de un aplauso colectivo al finalizar cada una de ellas. López retoma la idea de que el amor es siempre sintomático para el psicoanálisis: “Es un descubrimiento que Freud realizó justamente a partir de haberse encontrado con la variabilidad en los seres humanos de la elección, en principio, de su objeto amoroso. Los planteó en textos como, por ejemplo, Tres ensayos sobre teoría sexual. “Ahí Freud lo planteó como perversiones y se encontró con que no hay norma. Tampoco hay un objeto natural. Tal vez hoy en día decir: ‘No hay un objeto natural’ es algo que tiene su aceptación, pero en los tiempos de Freud claramente fue algo disruptivo. Que el amor sea sintomático, en principio, parte de que no hay un objeto adecuado para todos como especie. No hay eso. Sin embargo, hay algo que suple lo que no hay: lo podríamos llamar síntoma.”

–¿La elección de un objeto de amor es inconsciente o qué otros factores intervienen?

–Es siempre inconsciente. La pregunta por la determinación del objeto de amor es un clásico: “¿Por qué me querés?” Es una pregunta que sólo puede responderse mintiendo. Desconocemos cuáles son los motivos, las causas que hacen que cada uno elija un objeto distinto, aunque en algunos casos algo de eso puede situarse. Hay casos famosos, donde Freud pudo situar una condición erótica. Eso puede decir algo en cuanto a la elección del objeto, a que un cuerpo sea atraído por otro cuerpo. Después hay que distinguir al amor de eso. Una cosa es la atracción de un cuerpo por otro cuerpo y otra cosa es el fenómeno amoroso, en términos de decidir permanecer cierto tiempo con ese alguien al que nuestro cuerpo nos atrajo.

–¿O sea que no se puede responder la pregunta acerca de qué es lo que hace que un sujeto se   enamore?

–Se pueden decir algunas cosas. En principio, hay determinaciones; es decir, que existe lo que Freud llamó “las condiciones de amor” y que son condiciones que se producen a partir de la fijación de la pulsión a algún objeto. Freud estableció condiciones de amor en términos reales, donde ubicamos particularmente la fijación de la pulsión. En términos imaginarios, también: Freud habló de las imago, por ejemplo, maternas y paternas. Y también en ciertos rasgos significantes. Es decir que sabemos que hay determinaciones del objeto de amor. La elección no es azarosa, pero el azar tiene un lugar en la construcción de esas condiciones de amor. Una vez que eso se establece, en la elección del objeto hay determinación, pero en la constitución de las condiciones de amor interviene el azar. Podemos decir algunas cosas respecto a las elecciones amorosas, pero el amor siempre es algo del cual no se puede decir del todo. No se pueden construir determinaciones absolutas. A eso me refería con que siempre hay algo del misterio del amor que se mantiene, incluso aun en el amor de transferencia.

–¿Qué diferencia hay entre amar y estar enamorado, según el psicoanálisis?

–No sé si en el psicoanálisis tenemos una diferenciación formal teórica entre el fenómeno del amor y el estar enamorado. En general, se suele llamar enamoramiento a cierto primer momento en el encuentro amoroso. Y se suele usar la expresión del amor para algo que puede trascender ese momento donde se produce, tal vez, el efecto ilusorio de que hay complementariedad, que la elegida es la persona perfecta para uno, que no hay desencuentro. Evidentemente, para que el amor pueda trascender ese primer momento más ligado a la idealización se requiere que algo del síntoma del otro pueda soportarse e incluso, en cierta manera, ponerse en relación con el propio inconsciente.

–Usted menciona el tema de la complementariedad y, en ese sentido, el mito de la media naranja no existe porque para el psicoanálisis no hay complementariedad en una relación, ¿no?

–Para el psicoanálisis no hay complementariedad en ninguna relación. Eso tiene que ver con lo que me preguntaba anteriormente: ¿Por qué para el psicoanálisis el amor es siempre sintomático? Decía antes que es algo también político del psicoanálisis. Y me parece que hoy en día el psicoanálisis tiene una posición política en cuanto a sostener que el amor es siempre sintomático porque hay ciertas teorías y corrientes que, de alguna manera, plantean que el amor podría ser algo armonioso, en donde se pueda dialogar (algo que hoy está muy en boga) tranquilamente, sin pasiones, sin enojos. El amor no tiene mucho que ver con eso. En el amor, el desencuentro está presente todo el tiempo. El amor es el encuentro de dos seres irremediablemente distintos. Entonces, que no haya complementariedad es para el psicoanálisis una posición política que es enseñada por los analizantes a los analistas. Nosotros, los psicoanalistas aprendemos del amor fundamentalmente por nuestro análisis, pero también por lo que nos encontramos de nuestros analizantes. Entonces, que el amor sea siempre sintomático también implica esta idea de la no complementariedad. Ahí hay dos. Y algo fundamental para el psicoanálisis es que dos no hacen uno. Y el desencuentro es fundamentalmente el signo de que ahí hay dos. El desencuentro es siempre angustiante. Por eso, la angustia no es un fenómeno que hay que separar del fenómeno amoroso. Incluso, no es algo que el psicoanálisis combata ni elimine. La angustia tiene para los seres hablantes una función de orientación que nos sirve justamente para orientar nuestro deseo. El deseo no es algo que podamos decir: “Quiero tal o cual cosa”. El deseo no es articulable del todo en la palabra. Y la angustia puede servir para que alguien haga otra cosa que la que hace el neurótico porque éste frente a lo angustiante, a la angustia de castración, de lo que podría perderse, retrocede. Sin embargo, se podría hacer otra cosa distinta: como plantea Lacan, frente a la angustia se le pueda arrancar su certeza. Para los psicoanalistas, la angustia porta una certeza. Y es la certeza de que ahí hay algo que vale la pena. Lacan nos enseña que no engaña. En tanto afecto que no engaña, el ser hablante podría hacer otro uso de la angustia que no sea retroceder sino darle su valor, su sentido de orientación, más para avanzar que para retroceder. Y digo lo de la angustia porque el uso que hacen otras disciplinas de la angustia o lo que hacen con la angustia es intentar que desaparezca: medicar o sugestionar para que no haya angustia. Es lo que impera hoy en día: cuando hay angustia hay desencuentro y “Eso no va más”, “Hay que cambiar por otro objeto”. Es la lógica del mercado: cambiemos por otro objeto, fantaseemos con que hay otro que funciona mejor, nuevo modelo más afín con nosotros.

–¿Cómo puede incidir un análisis para romper con la fijación del objeto amoroso que no satisface?

–Un análisis incide sobre las elecciones amorosas. El deseo no siempre se dirige a lugares interesantes para los sujetos. Lacan hablaba de deseos locos, de deseos que se sostienen solamente en una prohibición; es decir, que alguien podría desear algo sólo porque otro se lo prohíbe. Eso, tal vez, no es muy interesante para alguien. Entonces, un análisis incide sobre el deseo. Y eso tiene consecuencias a nivel de los objetos de amor.

–¿Cómo el análisis incide sobre eso? 

–Bueno, todo el dispositivo analítico está construido sobre la base de repartir dos lugares: el del analizante y el del analista. En esa repartición, el único sujeto es el analizante. Y para el lugar del analista queda el lugar de objeto. Esto quiere decir que es colocado ahí, solito, por el analizante. Es lo que Freud llamó la dinámica de la transferencia. El analista queda en el lugar de objeto, como en cualquier otra relación, sólo que el analista soporta ese lugar. Encarnar ese lugar de objeto permite que el analizante, en ese contexto de la transferencia, pueda desplegar todas sus fantasías y todas sus repeticiones. Y no es a partir solamente del relato. Freud descubrió que ese otro registro en donde transcurre un análisis no es el del relato sino del plano que se actúa con el analista, de lo que se actúa sin saber con el analista. Entonces, Freud dijo que el analista puede maniobrar con la transferencia, incidir en eso que se repite. Es incidir por el acto mismo del analista en algo que está ocurriendo en ese momento con él. Ningún objeto va a satisfacer del todo, pero eso no quiere decir que alguien no pueda elegir un objeto mucho más satisfactorio que otro. ¿Cómo el análisis puede incidir sobre eso? Porque esas insatisfacciones se reiteran con el analista, porque al ser esas condiciones de amor repetitivas el analista entra dentro de la serie y se convierte en un objeto más con el cual el analizante repite. Entonces, el espacio fundamental para poder intervenir y cambiar algo de esas elecciones, en las cuales el sujeto padece, se produce a partir del fenómeno transferencial, que es esa repetición en acto que ocurre con el analista y que Freud llamó neurosis de transferencia. El dispositivo analítico monta un artificio que luego es fundamental que se desarme. Por eso Freud decía que el analizante se va a enfermar también del analista. El analista va a ser un elemento más de esos síntomas. Lacan luego dijo que eso es la otra mitad del síntoma. Y eso es lo que hace que pueda tener alguna incidencia.

–¿Qué lectura puede hacer sobre el amor ideal que sienten algunas personas o sobre la idealización del amor?

–Lo que pasa es que la idealización del amor varía con el tiempo. ¿Cuál es el amor ideal? ¿Es estar toda la vida juntos y llegar a viejitos juntos? No sé si hoy es esa la versión imperante del amor ideal. Primero habría que ver si hoy en día el amor está tan idealizado. Sin duda, tiene un lugar fundamental, pero esa versión del amor para toda la vida no sé si hoy está tan idealizada. Me parece que hoy hay algo más de los encuentros, el “hasta que dure”, “hasta que funcione”. Hay algo de la temporalidad en relación a los lazos amorosos que ya es distinta, incluso jurídicamente: la gente puede separarse, volver a juntarse… Por eso, hay algo del amor ideal o del ideal del amor que va cambiando de acuerdo a los tiempos aun cuando uno no se lo proponga sino que estamos siempre bajo ciertos discursos que nos determinan y hacen que nuestras elecciones respondan a algo como los ideales de una época, de un momento. Tal vez hoy en día estamos en crisis con los ideales.

–¿Siempre hay un amante y un amado o se puede revertir esa polaridad?

–No siempre. Lacan habló de la metáfora del amor, en donde lo que el amante demanda es hacer de sí el amado. Entonces, la metáfora del amor para Lacan es que esos lugares se inviertan. No necesariamente en las relaciones uno es el amado y otro es el amante sino que esos lugares cambian, rotan.

–¿Por qué cree que es posible que haya parejas que duren muchos años a pesar de la falta de deseo?

–Tal vez no es porque hay falta de deseo, porque ¿qué quiere decir que hay falta de deseo? ¿Qué hay falta de deseo sexual entre ellos?

–Por ejemplo.

–Lo que pasa es que el deseo es algo que el neurótico sostiene fundamentalmente en la fantasía. Entonces, una pareja podría no tener encuentros sexuales y eso no quiere decir que el deseo no esté presente. Justamente, hay que distinguir el deseo del acto. Puede haber muchísimo deseo sexual, pero un deseo sexual que pase por la mente, por la fantasía, incluso por los síntomas mismos. Para el psicoanálisis, el síntoma es algo que encarna el deseo, donde el deseo se encuentra presente. El neurótico es un ser altamente deseante, pero justamente la dificultad que tiene es la de poner ese deseo en acto, en eso que le interesa. Entonces, una pareja podría permanecer muchísimo tiempo junta por muchas razones, pero no quiere decir que el deseo no esté presente. Este puede estar en otros lugares, en otras cosas, con otros, pero fundamentalmente en el campo de la fantasía. La particularidad del neurótico es que su posición en el deseo es la fantasía y su dificultad es poner en acto algo de eso.

–¿Cualquier sujeto puede amar a una persona y desear a otra?

–Eso lo ubicaría en la estructura psíquica del obsesivo. En el texto Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa Freud planteó fundamentalmente eso en el hombre. Entonces, está la división entre la mujer amada y la puta. Amar a una y desear a otra es una problemática que yo pondría del lado del obsesivo.

–¿Cuál es la diferencia entre el objeto de amor y el objeto de deseo?

–La diferencia fundamental es que el objeto de amor es un objeto total. En cambio, el objeto de deseo para Lacan es lo que llamó objeto a, que ya no es un objeto total, sino parcial. Esto trae múltiples consecuencias. En principio, la diferencia entre el objeto de amor y el objeto de deseo hace que ya, en términos de deseo, uno ame en el otro algo más que el otro, algo que no es exactamente así como “mi mujer, sus características, sus particularidades”, sino algo más cercano a un rasgo. Además, ese objeto de deseo, a diferencia del objeto de amor hace que el otro se vuelva un poquito menos especial porque “como amo en el otro algo más que el otro” no es exactamente que “lo amo a él y no podría amar a ningún otro en el mundo” sino que “yo podría amar a otros”, en tanto otros podrían encarnar ese objeto que es una condición más propia que una particularidad del otro. Lacan decía que el objeto a es generalizable. El generalizable es opuesto a la característica de uno, solo, único, singular, especial. Que además es lo que Lacan llamó “El callejón sin salida del amor”. Y es que para ser amado hay que ser deseado. Pero cuando uno es deseado queda reducido a ese objeto. Eso puede hacer que alguien que es amado también se angustie. Por eso, tal vez hay algo del amor que desafía un poco el narcisismo. Es la paradoja del amor: uno va en la búsqueda del encuentro amoroso para encontrar cierta consistencia para el propio ser, ser algo para el otro, ser reconocido por el otro, y eso, en general, falla. Justamente, no falla porque algo esté mal, porque algo en la pareja no funcione sino que falla porque hay algo estructuralmente fallado. Y tiene que ver con algo que empezamos hablando: el amor es siempre sintomático. Y como es siempre sintomático, lo que el otro encuentra en mí no es exactamente yo. Entonces, yo no encuentro demasiada consistencia en eso sino lo contrario: más bien me desarma. Y por eso puede angustiarme. Decía que es paradójico porque uno cree que va a “ser para el otro”, “que el otro me reconozca”, y cuando pasa el tiempo del enamoramiento se van cayendo las máscaras del amor. Y uno se va encontrando que uno no es único, especial, que hay desencuentros, que el otro no completa.

–¿Qué diferencias podría señalar finalmente entre el amor de un neurótico y el de un sujeto que pasó por la experiencia del análisis?

–Un análisis abre la posibilidad de curarse de la enfermedad neurótica, esto es de devolverle a quien lo emprende la chance de tomar otra posición frente a las elecciones que más le conciernen. Allí donde Freud descubrió que en la causa del síntoma está el elegir no elegir, su invención reabre la oportunidad de elegir con la consecuente pérdida que implica ese término. Pero no sólo de pérdida se trata la elección sino también de la ganancia de una satisfacción más directa, menos costosa que las vueltas metonímicas por los equívocos significantes que ocurre cuando el hombre traiciona su deseo. Saberse objeto, con todo lo que esto implica, saca al neurótico de su indeterminación y produce, entre otras cosas, que deje de esperar recibir su ser del Otro. La pregunta que se impone es: si el amor es justamente el intento de dar consistencia al ser por la vía de ser para el Otro, ¿cómo pensar el amor de un sujeto tratado? ¿Es que el sujeto que ha concluido su análisis ya no ama? No parece ser la liquidación del amor la perspectiva que Lacan tiene del fin de análisis. Un análisis debiera servir para dar un asomo de vida al amor, amor que en el Seminario 21 es caracterizado como un medio-decir, o más bien como dos medio-decires que no se recubren, como la conexidad entre dos saberes en tanto que ellos son irremediablemente distintos. ¡Irremediablemente distintos!

 

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/101606-la-pregunta-por-que-me-queres-solo-puede-responderse-mintien

El costo de los cuerpos perfectos

Por Alberto Isaac Mendoza Torres

En 1994 salió una película cuyo título original en inglés era “The Road to Wellville”. Se trata de la adaptación de una novela del mismo nombre escrita por Thomas Coraghessan Boyle, en la que narra la historia del doctor, nutriólogo y activista de la salud John Harvey Kellogg. Sí, el mismo que junto con su hermano inventó el cereal para el desayuno, y que hoy ya es un genérico los “corn flakes”.

Kellogg dirigió un sanatorio creado por miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, que combinaba aspectos de un santuario, un spa, un gimnasio, un hospital y un hotel. Los métodos empleados por John Harvey para que los clientes -la mayoría de ellos ricos y famosos- recuperaran la salud incluían: irrigación colónica, estímulos eléctricos, ejercicio, vegetarianismo y abstinencia sexual.

Pues bien, en México esta película que narra esa historia fue vendida como “Cuerpos Perfectos”. Y sin duda es más acorde que el título de “El Camino a Wellville”.

Se me estaba olvidando comentarles que este episodio de la historia de la salud se centra a principios del siglo XX, justamente en los albores del psicoanálisis. Mientras en Europa se probaban métodos “contra la histeria”, tan revolucionarios como el “masaje pélvico” que no era otra cosa que la estimulación manual de los genitales femeninos por el doctor, hasta que la mujer llegaba al orgasmo. Este “paroxismo histérico”, desde luego que cansaba a los médicos que lo practicaban, por eso idearon un mecanismo para reproducir en masa esta cura. Y bueno, ese dispositivo es el hoy amigable dildo.

No conozco los casos clínicos atendidos por el Dr. Kellogg, y aunque tuviera acceso a los expedientes, necesitaría escuchar a los pacientes para conocer la particularidad de su dolencia. Sin embargo la película muestra que un pareja llega a ese sanatorio luego de sufrir una pérdida familiar. Es decir manifiestan un malestar psíquico que buscan curar a través del cuerpo. Pero no se trata de cualquier tratamiento con el cuerpo. Se trata de crear cuerpos perfectos.

El cuerpo, ya lo hemos visto otras veces, es el lugar en donde los conflictos psíquicos tienen su campo de batalla. Y como inventamos resolver estas disputas no es sin consecuencias. Como tampoco lo es el hecho de que la clínica del Dr. Kellogg haya sido fundada por esta secta religiosa. El cuerpo es un templo, es sagrado, es decir está consagrado a los dioses. Los humanos no podríamos disponer de ellos, no podemos profanarlos, y sin embargo lo hacemos. Eso sí, siempre guiados bajos los mandamientos de la religión en turno. Hoy es el liberalismo.

Podemos moldear cuerpos perfectos en gimnasios que nos dicen que el ejercicio es una religión. Religión sí, pero con muchas sectas. Los moldeamos con fármacos o con intervenciones quirúrgicas, que ignoran el papel del brujo y su palabra, para trabajar sólo con lípidos, sangre y vísceras, como restos de lo humano que un día fuimos.

El cuerpo hoy toma el trono en el Reino de la imagen. Y bien valdría advertir que una imagen siempre es falsa.

Tomado de http://diariotiempo.mx/opinion/opinion-cuerpos-perfectos/

Estamos sujetados a una deuda eterna

Por Alberto Isaac Mendoza Torres

Hace unas semanas, una buena amiga publicó en Facebook, ahí donde la vida real ocurre, un poema que tituló: “Permiso para estar”. En él habla sobre esta (im)posibilidad de estar en el mundo, sin tener que cumplir las exigencias de la sociedad.

En uno de los versos lanza un: “estoy cansada”.

“Estoy cansada.

De producir, como si solo eso fuera lo importante,

De servir, ¡ja, “servir” como si fuera una cosa!

De dar un servicio, como si YO pudiera

dar al otro eso que nos falta.”

De trabajar a cambio de dinero,

a cambio de mi salud,

mi piel, mis entrañas y mi tiempo,

como si valiera lo mismo que lo primero”

El poema, todo, vale la pena leerlo, pero me quedo con este fragmento del cansancio para lo que hoy quiero platicarles. Ya les había hablado con anterioridad sobre lo que Byun Chul-Han dice de esta sociedad del rendimiento. Que estamos rendidos, de tener que – como dice el poema – trabajar a cambio de dinero, hipotecando la salud, las entrañas y el tiempo.

Estamos rendidos, vale. Pero ¿por qué entonces seguimos enganchados a esos trabajos en donde dejamos la salud, la piel y las entrañas, y en donde somos ninguneados? Rebajados a esa cosa, que sirve, y que en tanto cosa, puede servir más. Puede dar ese plus, que siempre es ganancia para el dueño del capital. Y trabajamos hasta estar quemados por el sol.

Desde luego que en esto, como en todo lo humano, la singularidad es lo que cuenta. Sin embargo, quizá se podría compartir una raíz común: la condición del hombre endeudado. Estamos endeudados todos. Tenemos todo, pero no todo está pagado. Le debemos a la de la comida, a la de los cosméticos, a la de los zapatos por catálogo, debemos la tarjeta de crédito, la hipoteca de la casa, la letra del auto, el seguro médico. Y cada día de paga, además de ser el tiempo de la purificación con los acreedores, también es el de la renovación de la promesa de que podremos seguir endeudándonos.

Vaya manera de vivir.

El filósofo italiano Maurizio Lazzarato tiene un libro interesante, “La Fábrica del hombre endeudado”. En él hace una revisión importante, desde Nietzsche y Foucault, sin olvidar desde luego a Marx, sobre la deuda. Y aunque pudiera parecer que estos tiempos tardíos de la modernidad están produciendo al hombre endeudado, como una manera de hacer sujeto, de hacer subjetividad. Quizá es desde la propia génesis de esta civilización occidental, que están puestas las condiciones para que esto sea así. Y el neoliberalismo solamente ha potenciado lo que ahí ya estaba.

En la tradición cristiana, desde que nacemos, tenemos esta condición de deudores. El pecado original, le llaman. No hay una criatura pura. Ya tiene mácula, aunque no haya disfrutado, de eso que lo creó, pero ya le debe a su creador. Y hay que trabajar toda una vida, para regresar al paraíso, del que dicen fue expulsado, por lo que otros se comieron.

Esta deuda eterna del cristianismo permitió sistemas económicos como el feudalismo, en donde el trabajador era agradecido por tener un trabajo para poder pagarle a quien le empleaba. Y no hay que irse a esa edad tan obscura. Hace poco más de un siglo, las tiendas de raya en México, reproducían con eficacia este esquema. Hoy, hay que ser agradecidos al nivel de la genuflexión, si pagan puntual, un trabajo que ya hicimos con anterioridad.

Gilles Deleuze y Félix Guattari en “El Anti-edipo” sostienen que “el deudor, (en virtud de un contrato), le da como prenda al acreedor (para la eventualidad de que no pague) un bien que él “posee”, del cual todavía dispone; por ejemplo, su cuerpo, su mujer, su libertad y hasta su vida (o en ciertas condiciones de índole religiosa, su felicidad, la salvación de su alma, e incluso su reposo en la tumba)”. La salud, las entrañas y el tiempo, dice mi amiga.

El registro civil, que hoy produce subjetividad, es el buró de crédito. Existimos, en tanto estamos en esta lista. No hay más ciudadanía, lo que persiste son las categorías de consumidores y de deudores.

Pero, contrario a lo que podríamos aventurar, no somos buenos sujetos, sujetos de crédito, en tanto pagamos puntual. Por el contrario, eres buen sujeto, en la medida en que mantienes la promesa de seguir endeudado. De hecho, para que te puedas hacer de una hipoteca, debe alguien antes haberte dado un crédito. La idea sería entonces mantenernos en deuda permanente, en deuda eterna.

Tomado de: http://diariotiempo.mx/opinion/opinion-hombre-endeudado-alberto-isaac-mendoza-torres/

“Las redes y la realidad virtual nos hacen perder intimidad”

 

Enrique Garabetyan

La especialista argentina asumió la presidencia de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Es la primera mujer que está al frente de la institución fundada por Freud.

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Finalmente ocurrió: por primera vez en la historia, una mujer quedó al frente de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA por sus siglas en inglés), sociedad que Sigmund Freud y un puñado de colegas fundaron en 1910. Su flamante presidenta es argentina: la médica psicoanalista Virginia Ungar. La experta en niñez y adolescencia asumió su mandato esta semana durante la realización del 50° Congreso de la IPA, que culminó ayer en Buenos Aires, y que convocó a 1.800 profesionales “psi” de todo el mundo.
El lema y tema central del evento giró sobre uno de los conceptos culturales que está sufriendo un gran cambio en la actualidad: la intimidad. “La posibilidad de establecer una relación íntima es algo absolutamente necesario para todos los seres humanos. Y es fundamental también porque es un espacio de creatividad”, le dijo a PERFIL Ungar, tras asumir como presidenta.
“La noción de intimidad con la que nos manejamos no es un concepto psicoanalítico estricto. El tratamiento psicoanalítico genera un espacio de intimidad, en la cual dos personas, dos mentes, interactúan en un lugar cerrado. Y allí hay un espacio de reflexión y de receptividad. Esto es clave porque para algunos se pierde intimidad en la sociedad”, reflexionó.
Para la experta, sí se pierde lo que tradicionalmente se conoce como intimidad: un espacio cerrado, pero hay que verla más bien como un estado mental, y como una inclinación a establecer un vínculo de escucha, de respeto y de reflexión común.
“Es clave reivindicar la intimidad. En las últimas décadas, el avance de la tecnología, la informática y los cambios culturales hacen que el espacio de intercambio de los vínculos humanos no sea solamente el lugar físico que conocemos desde siempre sino que se ha extendido al campo de la realidad virtual y las redes. Y eso nos hace perder algunas cosas, como cierto tipo de intimidad, sobre todo si lo que mueve a la gente a participar en las redes es una tendencia a la exhibición. La compulsión a la exhibición y a figurar y a tener una noción de que “sos” más cuantos más likes tenés y fans te siguen”.
—¿Tanta exposición en las redes tiene algún costo?
—Sí lo tiene, en el sentido de que, ahora, la intimidad se comparte. Y eso hace que sea difícil definirla en términos de códigos contemporáneos. Por una parte la intimidad está ligada a la creatividad, y por eso tenemos que cuidar esos espacios. Pero, por otra, tampoco me parece bien caer en la tecnofobia.
—¿Por qué?
—Doy un ejemplo: hoy muchos padres consultan por un hijo adolescente que pasa buena parte de su día encerrado en su habitación, jugando con la PC y posteando en redes. Si no tiene otro espacio de intercambio con pares, entonces es posible que haya un aislamiento y que eso sea una señal de alarma que tenemos que atender porque sabemos que algunas formas graves de la enfermedad mental, como la esquizofrenia, aparecen durante la adolescencia. Pero de ahí a clasificarlos como enfermos hay una distancia. Hoy muchísimos adolescentes pasan parte de su día en las redes, pero haciendo multitasking, estudiando, escuchando música y comunicándose con amigos. Si además hace deporte, música o sale, no podemos pensar en un joven aislado. O sea, antes de decir que es algo patológico tenemos que analizarlo para ver si hay uso o abuso del espacio virtual y analizarlo en su contexto.
—¿Qué ofrecen las redes sociales?
—Pensemos que un adolescente está atravesando un fuerte cambio personal y corporal. Para ellos la mirada y la aprobación de sus pares son muy importantes. Además, las redes les permiten generar un espacio de pruebas y de ensayos mientras salen del mundo de los niños y de su familia, y recorren su camino para convertirse en adultos. No nos olvidemos de que la cultura a lo largo de la historia generó numerosos ritos de iniciación para los adolescentes que hoy parecen, al menos en parte, estar en extinción. Pero, igualmente, ellos se las ingenian para seguir creando nuevos. Y muchos jóvenes sufren porque no pueden, ni se animan, a participar de esos ritos. Entonces, las redes pueden ayudar a pasar esta etapa, facilitándoles inventarse una edad, un género o una identidad. Las redes sociales son una realidad y no ganamos nada viéndolas como un apocalipsis.
—¿Qué piensa del debate sobre el Polaquito y su aparición en la TV?
—Me parece que ese episodio le dice a la sociedad algo importante sobre nuestra propia necesidad de exhibición. Y que, si no podemos exhibirnos nosotros, pareciera que tenemos que exhibir a nuestros hijos.

Los chicos y los límites
Una de las consultas más habituales de los padres en el consultorio es cómo poner límites a los hijos. Para Ungar, es una cuestión compleja porque debe surgir de algo interno de los padres, no por lo que le diga un terapeuta. “En estos tiempos la función parental ha cambiado mucho. Todo esto está asociado a una nueva situación de empoderamiento de los chicos y los jóvenes que antes no existía. Pero lo importante es que los padres puedan tener sus propios límites. Y entender la relación de quienes hoy son padres con sus propios padres”, explicó.
La especialista en niñez y adolescencia, recomiena a los padres que piensen por sí mismos, sin esperar recibir reglas desde afuera. El “no” debe salir desde adentro de ellos. Y debe ser genuino. Es importante que hablen entre ellos antes de hablar con los chicos, para establecer una pauta común frente a los menores. Y tratar de no entrar en contradicciones O sea, ser claros y no dar mensajes confusos. Incluso no es necesario hablar demasiado. Un “no” es “no”, sin ofrecer tantas explicaciones.

 

Fuente: http://www.perfil.com/ciencia/las-redes-y-la-realidad-virtual-nos-hacen-perder-intimidad.phtml

Operaciones estéticas no ocultarían los miedos, vacíos e inseguridades de las personas

Según especialistas, las inseguridades de las personas que se operan no desaparecen tras el procedimiento, por el contrario, quedan ancladas. Trabajar las inseguridades y autoestima es clave afirman.

Resultado de imagen para operaciones estéticas

Una de las tendencias más populares –y peligrosas- de las últimas décadas han sido las cirugías estéticas. Ante un mundo cada vez más enfocado en las apariencias y el físico, el recurrir a este tipo de procedimientos para arreglar algún defecto que cree se tenga, se ha hecho más y más común en la sociedad, tanto en jóvenes como adultos, y hace rato que dejó de ser algo «exclusivamente» de mujeres.

Según un estudio elaborado por la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica, un 18,69% de los varones recurre a operaciones estéticas, mientras que otro realizado en Cuba el año 2000 reflejó que más del 50% de los sujetos entrevistados, hombres y mujeres, se realizaría una cirugía estética. Hace nada más y nada menos que 17 años atrás, hoy esa cifra sería alarmantemente mayor.

“La especie humana, es la única, que voluntaria y conscientemente cambia su apariencia: se pinta, se perfora, se opera. El cuerpo es un vehículo y soporte de expresión y de comunicación. Hay una puesta en discurso del cuerpo. El cuerpo humano se ha convertido en un objeto adornado, marcado, pintado, tatuado, mutilado como en las ablaciones del clítoris o las circuncisiones, comprimido por corsés o para formar pies diminutos (como hasta muy recientemente en China) o elongado como los cuellos y las cabezas de los miembros de ciertas etnias africanas” asegura la psicóloga clínica Susana Krause, fundadora de http://www.terapiaparejas.cl y especialista en psicoanálisis.

La cirugía estética en sí no constituye un problema, pero hay quienes se someten a varias intervenciones estéticas con fines de mejorar su imagen o sus formas corporales. El Libro de Record Guinness, cita una mujer que se ha realizado 47 cirugías desde 1988.

Según la psicóloga, se podría pensar el cuerpo como un fetiche, un fetiche que habla de carencias, ausencias y vacíos. Un cuerpo que, al igual que un fetiche, intenta tapar aus faltas para volverse deseable, para generar atracción y amor. “Una vez una paciente mía, que se había realizado varias intervenciones desde que tenía 17 años, me confesó que se había operado para que la quieran y ni aún así la habían amado” asegura la dra. Krause.

“Las inseguridades, vacíos, carencias, temores y todo nuestro bagaje inconsciente, no desaparecen con las cirugías, muy por el contrario permanecen anclados, ahí y nos determinan. Descubrirlos y trabajarlos nos liberará y hará sentir más plenos” comenta la doctora, magister en psicoanálisis.

La reflexión es a no tratar de solucionar los problemas modificando el envoltorio, en su mayoría los problemas de autoestima, de angustia y otros pesares vienen desde el centro de la persona y es importante despejar y aliviarlos de fondo, de lo contrario no será una solución perdurable en el tiempo y seguramente que se irá acrecentando con el paso del tiempo señala la Dra. Krause.

 

Fuente: http://www.elmostrador.cl/agenda-pais/vida-en-linea/2017/07/27/operaciones-esteticas-no-ocultarian-los-miedos-vacios-e-inseguridades-de-las-personas/

Tiempos bipolares

Las condiciones culturales establecen formas de existencia en las que varían los modos de padecer y de interpretar el sufrimiento. Mientras que el siglo XVII constituyó una época de frecuentes casos de posesión demoniaca, el XVIII y el XIX fueron tiempos predominantemente histéricos y neuróticos. En la actualidad se ha difundido la idea de que vivimos “tiempos bipolares”.
El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (dsm-v) considera que un paciente tiene un Trastorno bipolar i cuando ha vivido un episodio maniaco y un Trastorno bipolar ii cuando ha sufrido un episodio hipomaniaco y un episodio depresivo mayor. Los trastornos bipolares han recibido especial atención por los inconvenientes que conllevan: actividad sexual sin protección, compras compulsivas, adquisición de deudas, irritabilidad, euforia, actividades de riesgo, problemas legales, posibilidad de suicidio. Los peligros reales y los peligros imaginarios generan una rápida medicación que pretende normativizar el comportamiento y prevenir que la situación del paciente se agrave.

En su libro Estrictamente bipolar (Sexto Piso, 2015), el psicoanalista Darian Leader ha sostenido que la bipolaridad es el paradigma psíquico de nuestra época: “si el periodo de posguerra fue denominado ‘era de la ansiedad’, y las décadas de 1980 y 1990 ‘era de los antidepresivos’, ahora vivimos en tiempos bipolares”. Sin embargo, Leader falla en su valoración. Por principio de cuentas, no plantea líneas de distinción entre el trastorno bipolar y los trastornos de ansiedad, que en ocasiones se confunden. Después toma ejemplos vagos con los que pretende afirmar aseveraciones contradictorias: por ejemplo, dice que “la manía supone una forma de rechazar el sentimiento consciente de culpa y de deuda”, y luego asevera que una característica del paciente bipolar es una extraordinaria lealtad. El resultado es que el trastorno bipolar se convierte en un cuadro clínico tan ambiguo que algunas de las características descritas por Leader –“les resulta difícil decir que no a una tarea, por miedo a defraudar al otro”– se confunden con la condición subjetiva general del ser humano. Este método poco riguroso conlleva el riesgo de incrementar falsos diagnósticos, lo que hace concluir que vivimos tiempos bipolares.

Aunque han aumentado los diagnósticos de episodios maniacos, decir que vivimos tiempos bipolares puede ser una exageración. Según la Encuesta Nacional de Epidemiología Psiquiátrica (enep, 2003), los trastornos que más afectan a los mexicanos, para centrarnos en un ejemplo concreto, son las fobias específicas, los trastornos de conducta, la dependencia al alcohol, la fobia social y el episodio depresivo mayor. Solo el 0.9% de los encuestados sufrió un episodio maniaco y el 1.1% un episodio hipomaniaco en los últimos doce meses. Aunque el libro de Leader tiene sus aciertos, el uso del método de investigación es impreciso, el aparato crítico irreflexivo y el resultado contradictorio y confuso.

Si se quiere comprender la bipolaridad, es necesario entender bien la relación entre manía y melancolía. En Duelo y melancolía, Freud afirma que la melancolía y la manía son respuestas opuestas ante un mismo hecho: la pérdida de una persona amada, de un ideal, de un proyecto o de un modo de vida. Mientras que el melancólico está abatido por una pérdida insuperable, el maniaco hace de la pérdida una afirmación de un yo enaltecido. Mientras que el melancólico es un desertor del teatro del mundo, el maniaco es un gladiador que cree dominar todas las dificultades. En principio, la manía es un estado contrario a la melancolía con el que el ser desamparado pretende curarse de una profunda desazón. Por diferente camino, la evasión maniaca produce el mismo fracaso que la melancolía: mientras que el melancólico dice una y otra vez que la vida es miserable, el maniaco siempre está planeando grandes proyectos que rápidamente fracasan; mientras que el melancólico enmudece, el maniaco no para de hablar y de escribir, pero en realidad no dice nada; mientras que el melancólico se retrae del mundo, el maniaco multiplica sus relaciones, pero en realidad no crea vínculos íntimos y duraderos.

Más que hacer un diagnóstico psiquiátrico de la época, es necesario comprender los modos en que acontece la cotidianidad en las grandes ciudades. El neoliberalismo se caracteriza por ser un discurso que pretende aumentar al máximo las posibilidades individuales y las redes sociales han multiplicado las interconexiones desvinculadas, por eso puede dar la impresión de que hay una manía generalizada. Hay una pasión desenfrenada por adquirir posesiones y servicios, acumular experiencias y buscar reconocimiento, conseguir “amigos” y “seguidores”, ganar mimos y prestigio, lo que se traduce en una exigencia de aumentar la capacidad laboral, producir más dinero, promocionar la propia personalidad y luchar por tener un lugar visible en medio del ciberrebaño. Este esfuerzo de “aumentar la potencia” puede interpretarse como una megalomanía de un yo que ya no puede establecer vínculos profundos, pero constantemente busca adquirir objetos, elogios y adeptos.

Antes de afirmar si estamos viviendo episodios bipolares, habrá que comprender el modo en que esta exaltación ciega que rinde culto a la propia personalidad es un modo desesperado de tener un lugar en una cultura cada vez más indolente. No se puede comprender la manía contemporánea si no se comprenden las dificultades de vida en un mundo regido por la imagen y el dinero. ~

 

Tomado de: http://www.letraslibres.com/mexico/vivimos-tiempos-bipolares

Entre Narciso y Aladino

Podemos llegar a los otros de innumerables maneras a través de las redes, pero seguimos persiguiendo la autoimagen perfecta, pretendiendo que nos amen por la posición de los labios y la cabeza. Desde el caso de Sevelyn Gat, una muchacha keniana que fingió sus vacaciones en Facebook, hasta las selfies cotidianas, lalicenciada María Eugenia Farrés analiza los comportamientos virales de la sociedad actual.

Si mencionáramos un objeto que hoy mueve todas nuestras ansias y  puede hacer realidad casi todos nuestros deseos estaríamos hablando, casi con seguridad, de un teléfono celular. Artífices de las más variadas modalidades de comunicación y creadores de “realidad a medida”, esos pequeños objetos de culto son capaces de modificar nuestras vidas… Lámparas mágicas capaces de convocar al Genio de nuestros días: la virtualidad y sus inmensas posibilidades.

Y hablando de imágenes virtuales, imposible no pensar en espejos y reflejos.

Narciso, su reflejo y la autoestima

Narciso murió ahogado en su reflejo, extasiado en su propia belleza pero creyendo que se trataba de otro. Un “otro” que lo rechazaba como él había rechazado a tantos enamorados. La maldición del adivino Tiresías, implacable, rezaba “vivirá mientras no se conozca a sí mismo”. Condena atemporal a la crueldad de un amor eternamente no correspondido. Vivir sin saber quién se es y sin recibir amor.

El psicoanálisis nos enseña que tres fuentes alimentan el sentimiento de sí (más conocido como autoestima) en la adultez: lo que resta del niño maravilloso que todos creemos ser en la infancia, la obtención de lo que nos propusimos como ideal y la mirada amorosa que los otros nos devuelven.

Así, Narciso, en tanto nunca correspondido en su amor (por no saber que era él mismo la imagen distorsionada que le huía), se vio condenado a la tristeza y a la depresión. En diferentes versiones del mito se suicida, se ahoga en el reflejo o se deja morir de tristeza.

El mito de Narciso, amante de una imagen bella pero que no reconocía como propia, retorna en nuestros días a través de las múltiples selfies, reales y no tanto, que pueblan las redes sociales.

Una compañía de teléfonos celulares ofrece como gran novedad la función “belleza facial”: embellece tu selfie para que instantáneamente esté lista para ser subida a Facebook, Twitter, Instagram, etc. Cosechar así miles de “likes” sería un deseo concedido por nuestro teléfono-lámpara maravillosa,que se parece sospechosamente a la condena de Narciso: hacerse amar a través de una imagen distorsionada de lo que somos, condenándose así a nunca ser correspondido…

Esta lectura actualizada del mito explicaría, entre otras razones, la preponderancia de las depresiones y sentimientos de vacío observables hoy en día y la búsqueda masiva de “likes” como signo del amor, a cualquier precio. Aún al extremo de mostrar otra imagen de nosotros mismos, con las consecuencias del caso (desengaños amorosos, burlas, etc.)

“Dime de qué alardeas y te diré de qué adoleces”, decía mi abuela. La mostración de la belleza per se, de una imagen completa y perfecta a los ojos de quién elige postearla para que convoque miles de “likes” sería, según la lógica de mi abuela, una muestra del enorme vacío que habita en los humanos actuales.

Y sin embargo, hay más para decir acerca de lo que se muestra en las redes sociales, otros finales para el mismo cuento.

Aladino

Sevelyn Gat, una muchacha keniata levanta en Facebook, múltiples imágenes de sí misma posando en lugares que no ha visitado nunca pero ansía conocer. Es llamada por los medios “la muchacha que viajó por el mundo sin moverse de su casa”.

 

Sus fotos “photoshopeadas” se viralizan y consiguen, además de miles de likes y burlas, despertar el interés de un empresario benefactor que “hace realidad” el deseo que ella le pidió a su lámpara de Aladino moderna: viajará a uno de sus destinos soñados en un hotel de lujo con todo pago. También, ahora “famosa”, consigue un mejor trabajo gracias al despliegue de su creatividad. ¿Golpe de suerte, estrategia de marketing o realización de deseos?

 

Hablábamos antes de las fuentes que alimentan la autoestima: residuos del narcisismo de la infancia, afecto recibido y logro del ideal. Pensemos que Sevelyn hizo de lo que deseaba (y por lo tanto le faltaba) un motor y dándole una forma a su fantasía construyó un modo de verse y mostrarse.

También en esta versión hay una “realidad creada a medida” sólo que ésta produjo un cambio en su cotidianeidad. A partir de una carencia, utilizó la misma herramienta (selfie y Photoshop) y modeló un mejor modo de estar en el mundo. Se acercó así, a su manera y con sus recursos, a la obtención de uno de sus ideales: viajar por el mundo.

No se trata tanto del qué sino del para qué, si hablamos de redes sociales y selfies. Las imágenes photoshopeadas trabajaron, esta vez, a favor de su autoestima.

Sevelyn tomó distancia del solitario sufrimiento de Narciso y, más allá de los likes y las burlas, puso en imágenes una fantasía… Una fantasía que, como en los cuentos, esta vez se hizo realidad.

Por la licenciada María Eugenia Farrés, psicóloga y psicoanalista. Docente y miembro de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados. Coordinadora de la Comisión del Congreso AEAPG 2016: “Experiencias en psicoanálisis: consideraciones metapsicológicas y clínicas” (20 al 22 de Octubre de 2016)

 

Fuente: http://entremujeres.clarin.com/vida-sana/psicologia/Selfies-Photoshop-cosechar-analizada-psicoanalisis_0_1558044481.html

«Confiar nuestra felicidad a un objeto abre la puerta a la depresión»

PABLO RIOJA | LEÓN

Palabras que curan. Así ha titulado su ponencia la psicoanalista leonesa Mar Arias Sarmiento, que hoy protagoniza las Tertulias sobre Actualidad, Pensamiento y Psicoanálisis. Un ciclo organizado por las psicoanalistas Blanca Doménech y María Dolores Navarro que cuenta con la colaboración del Colegio de Psicólogos y la Universidad de León.

—Parte de su conferencia se centrará en desmontar el mito de que todos los seres humanos somos iguales.

—Nacemos sin una capacidad natural para sociabilizarnos, se necesita un largo recorrido para llegar a ello y entrar en la cultura exige un precio. Además nacer desprotegidos hace depender a la cría del hombre de los demás para poder sobrevivir y serán ellos los que interpreten y den un significado a las necesidades de acuerdo con su subjetividad. El encuentro con el lenguaje tiene el efecto de desorganizar lo natural, es por esto que se hace imposible anticipar cómo cada uno de nosotros vamos a vivir la vida. Carecemos de un plan preestablecido lo que provoca una singularidad única al punto que un mismo acontecimiento afecta y es interpretado de manera diferente por cada uno de nosotros.

—¿Cree que los avances técnicos que experimenta la sociedad actual son siempre beneficiosos?

— Si bien los avances técnicos en los diferentes campos contribuyen de forma innegable al estado de bienestar, han ido modificando progresivamente nuestra vida. Pero con ese progreso ha ido calando la idea de que todo va a ser posible y todas las facetas del ser humano se podrán localizar, incluso la responsabilidad de nuestros actos, nuestras emociones o nuestra razón crítica se hallarán explicadas por lo orgánico. De esta forma se va excluyendo lo más singular de cada uno, nuestros relieves y peculiaridades subjetivas e implantando un pensamiento único para todos. El empuje a borrar las diferencias, las particularidades de cada uno, los gustos o preferencias con el afán de que todos seamos iguales favorece un adormecimiento general con la renuncia a ser autores de nuestra vida.

—¿Hemos confundido el concepto de felicidad con el de consumismo?

—Nos movemos en un mundo con una producción ilimitada de objetos al alcance de la mano pensando que van a administrar la felicidad. Hemos sido pillados por esta maquinaria de mercado que ha captado la dificultad actual de los sujetos para soportar el vacío. El mercado aprovechándose de la dificultad de los sujetos para regularse produce una novedad constante de gadgets con pronta fecha de caducidad que acaban engullendo al propio sujeto. Si confiamos nuestra felicidad a un objeto sustituimos el ser por el tener y de este modo la depresión está servida y la insatisfacción constante también.

—Dice que otro de los males que asolan a esta sociedad es la pérdida de autoridad…

—Existe una degradación progresiva de todas aquellas figuras que en el interior de una cultura encarnaban la función de autoridad, en el sentido de autor, el que ayuda y acompaña. Se ha ido desdibujado la función de los padres, la función de los profesores, la función del límite etc. Esto tiene consecuencias en la psicopatología contemporánea, sujetos con mucha dificultad para delimitarse, conductas impulsivas incompresibles para el sujeto mismo y síntomas compulsivos. Posiciones cada vez más narcisistas con el correlato de tensión y agresividad que conllevan. El resultado es la multiplicación de los límites, las normas, con la particularidad de que ya no se sabe cuál está funcionando bien y, por tanto, se cambian o se amplían constantemente cuando sabemos que si hay una ley simbólica que funciona bien se hacen innecesarias tantas normas.

—¿Qué ocurre cuando la palabra se devalúa?

—Aparecen la inhibición, la compulsión o la angustia, la ansiedad, muchos ya lo llaman la epidemia silenciosa. Actualmente existe una proliferación masiva de libros de autoayuda que se consumen ávidamente, alivian un poquito y rápidamente se va a buscar otro. Están basados en consejos generales pensando que todos los individuos son iguales con respuestas similares en los diferentes ámbitos de la vida. Cada uno de nosotros somos sujetos de una historia particular. Nuestras crisis son únicas e irrepetibles, para nada parecidas a las de los demás. Las señales que nos lanza nuestra angustia, nuestros síntomas indican el camino singular a seguir. Por eso le pedimos al paciente que hable, para hallar la causa y la lógica de su malestar.

Fuente: http://www.diariodeleon.es/noticias/sociedad/confiar-nuestra-felicidad-objeto-abre-puerta-depresion_1051743.html

El cuerpo que habla

Por Laura Montero de Espinosa

Durante los cuatro últimos años he estado trabajando con alumnos de la licenciatura y maestría en fisioterapia, diplomados en actualización médica y estomatólogos. Uno podría preguntarse cómo se inserta el psicoanálisis en estas áreas, es algo que también me pregunté cuando me invitaron a estas colaboraciones. En primer lugar llegué dispuesta a escuchar las complicaciones de estos especialistas con los pacientes puesto que el profesional proponía un protocolo de ejercicios, tratamiento, cambio de hábitos y costumbres en vano… Pues este último no respondía a tales demandas. Por lo que lo segundo que me pregunté es: ¿cómo es que la demanda del paciente se convierte en solicitud del especialista?

En ese momento me dispuse a trabajar con ellos la escucha del discurso del paciente más allá del síntoma. A ver por qué el paciente no sigue las indicaciones del especialista a sabiendas que ello traería mejora y evitaría dolor. Y es que el cuerpo habla, grita y goza.

Empezaron a surgir los primeros brotes del trabajo, las primeras manifestaciones de la escucha a profundidad como: «mi paciente sufre de la rodilla, dice que está hincada» , o bien «es que esta paciente tiene una enfermedad donde sus defensas la atacan», o «estuvo postrado en cama durante meses sin haber algo físico, decía que si se levantaba nada lo sostenía y temía caerse». Estos son algunos ejemplos recientes de este ejercicio donde a partir de dar lugar al sujeto, al discurso, empezó a cobrar importancia el trabajo interdisciplinario.

Entonces empecé también a trabajar con la imagen inconsciente del cuerpo. Con la imagen real (la que grita, la que se siente, la que goza, la que duele), con la imagen imaginaria (la que se ve ante un espejo, la que devuelve el espejo con el cúmulo de emociones) y la simbólica (la que se nombra, la que cobra un lugar, la que se dice y describe) y tras hacer un pequeño ejercicio en el salón de clases los mismos estudiantes escucharon su cuerpo. Cada uno dibujó esa experiencia, la llevó al papel y re-pensó no solamente la relación transferencial con el paciente sino la relación con su cuerpo.  

   

Dibujos de los estudiantes de maestría en medicina física y rehabilitación tras asociar la escucha de su cuerpo con dolor.
Entonces el cuerpo no sólo es carne y hueso, también sostiene, habla, cae, explota, debilita… Expresa lo que a veces el paciente en rehabilitación o tratamiento no puede nombrar. En el discurso está manifestado sin ser explícito, ahora la tarea es escuchar-lo, ver-lo y dar lugar a eso que surge coloreado, apretado, en hormigueo, paralizado, en calambre en vez de re-conocido y representado desde la palabra, la que cura. La cura por la palabra.

Luego entonces el trabajo interdisciplinario es rico, es darse cuenta de que no-todo está en cada profesión y uno de los factores más importantes en cada trabajo (sobretodo en aquel los involucrados en buscar la dirección de la cura en toda la extensión se la palabra) es tejer cada caso, cada historia en función de su deseo de quién demanda y no el del profesional.

Finalmente a la primera pregunta pude pensar en la importancia, como anteriormente menciono, del trabajo conjunto. La segunda pregunta los mismos estudiantes-profesionistas sienten la necesidad de responder a la demanda del paciente con un tratamiento, un diagnóstico, un protocolo que, si el paciente no cumple supone que la cura/rehabilitación no dio lugar por falta de cooperación  del paciente. Y es que en ocasiones el paciente no responde porque el que tiene preguntas es él…y a eso va.