Imaginario social y discurso psicoanalítico.

Por Rómulo Aguillaume Torres.

Quizás el título de mi trabajo podría haber sido la crisis del psicoanálisis en la postmodernidad y haberme sumado así, a la enésima reflexión sobre el tema. Decir que el psicoanálisis está en crisis no es decir mucho, la crisis del psicoanálisis es una parte de su identidad. El psicoanálisis siempre fue una disciplina en crisis, lo que, entre otras cosas, condicionó su marginalidad y su fuerza y hoy únicamente tendríamos que señalar en que consiste esa crisis, en algunos aspectos distinta a las anteriores y que, desde luego, no podemos despachar con el argumento de la resistencia al psicoanálisis únicamente.
En El libro negro del Psicoanálisis, si tuviéramos la paciencia de leerlo, encontraríamos muchas de las críticas posibles, algunas ya antiguas, pero que en definitiva marcan los niveles donde la supuesta crisis del psicoanálisis es más evidente:

  1. Como modelo teórico donde la neurociencia parece tener la última palabra.
  2. Como praxis clínico terapéutica donde lo conductual y la farmacología también tienen la última palabra.
  3. Por último, y lo que más se acercaría al tema de esta mesa: el discurso psicoanalítico ha dejado de ser subversivo al no encontrarse con una sociedad que, como a la que se dirigió Freud, cercenaba el campo de lo sexual.

Tres niveles críticos que salvo el último, han acompañado al psicoanálisis desde sus orígenes. El primero, que el modelo teórico es insolvente, a demostrar lo cual se dedicaron los distintos epistemólogos, desde Nagel a Grumbaun. La neurociencia parece el último constructo teórico y algunos psicoanalista se unen a ello de forma que ya hay algo que se llama neuropsicoanálisis, intento de abrazar ambas disciplinas y que en opinión de Eric Laurent (2000, p.66) puede ser el abrazo de la muerte. Y que el psicoanálisis no cura, que vienen repitiendo psiquiatras y conductistas desde su inefable teoría de la cura. Y la última y actual, a la que quiero centrar este trabajo, que el discurso psicoanalítico ha dejado de ser subversivo porque se encuentra con una sociedad, llamada postmoderna- a la que en buena parte ha contribuido a crear- reacia a ese discurso, por producir sujetos inaccesibles a la praxis psicoanalítica.
La necesidad de que lo social ocupe el lugar que le corresponde en la formación de la subjetividad no quedó resuelto con el celebre pasaje de Freud (1920): En la vida anímica individual- nos dice Freud- aparece integrado siempre, efectivamente, el otro, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado». El problema es como se integra el otro y a que se integra, quiero decir que la integración de los múltiples condicionantes en que el sujeto se encuentra: imaginario social, clase, tradición cultura, raza etc. deben hacerse posibles en el método, objeto y metapsicología psicoanalítica, esto es, que los supuestos paradigmas psicoanalíticos sean capaces de responder a las tensiones de lo social. En cualquier caso, “La socialización- dice Castoriadis- no es una simple adjunción de elementos exteriores a un núcleo psíquico que quedaría inalterado; sus efectos están inextricablemente entramados con la psique que sí existe en la realidad efectiva. Esto vuelve incomprensible la ignorancia de los psicoanalistas contemporáneos respecto de la dimensión social de la existencia humana”. (Castoriadis …)
Considerar las teorías y métodos psicoanalíticos en su relación con el imaginario social va a seguir siendo un tema ineludible y que en términos más cercanos a la clínica lo podríamos plantear como pregunta: “¿Cómo puede verse en el desarrollo del niño un proceso natural y, al mismo tiempo, la historia social de su formación? La tensión entre lo natural y lo sociocultural ha sido un buen referente que ha hecho evolucionar el psicoanálisis y enriquecerse en un gran número de corrientes y escuelas, que reflejan en su nacimiento y desarrollo las influencias de lo social y el cambio de sus imaginarios y, por otra parte los cambios internos que han alcanzado a su propio método. Crisis social y crisis del método marcan lo que para algunos es la crisis del psicoanálisis y para otros simplemente un nuevo momento de su desarrollo. En palabras de Jorge Ahumada, “La llamada “crisis del psicoanálisis” deriva de una crisis del pensar acerca de si en la sociedad global, crisis en cuya génesis juega un papel principal el pasaje desde la aculturación en el medio familiar y la cultura de lo escrito hacia la aculturación de los medios visuales, esto es, en realidad más y más “virtuales”. Y la otra causa de la crisis está en la actitud de las sociedades psicoanalíticas que difunden y banalizan los conceptos y abandonan el método. Hasta aquí la opinión de Ahumada.
También Cornelius Castoriadis desde posiciones epistemológicas distintas coincide en el diagnóstico social en su incidencia sobre el psicoanálisis. En este caso la aculturación se expresa como la ausencia de un imaginario social que facilite identificaciones que estarían en la base de la reflexibilidad, esto es de la función del pensamiento.
La crisis de la modernidad, de su imaginario y de sus significaciones y del sujeto antropológico que produjo ha marcado profundamente tanto el lugar que ocupa actualmente el psicoanálisis, los modelos teóricos en que se apoya y la práctica en que se sustenta. Crisis de la modernidad que podríamos resumir como el fallo en la credulidad ante el progreso y la verdad científica.
François Lyotard, definió la postmodernidad: “Simplificando al máximo- escribe Lyotard- defino lo postmoderno como la incredulidad ante las metanarraciones”. Y como ya sabemos, el conocimiento científico como fundamento del progreso y de la emancipación es la principal “metanarración” que queda cuestionada.
El objeto del conocimiento científico queda cuestionado y el proyecto epistemológico clásico cambia: “el campo de la epistemología clásica tal y como la entendemos en la actualidad surge de la idea de que la mente es capaz de crear representaciones que reflejen de forma exacta lo que está ahí afuera; el conocimiento pues, es posible en tanto la mente crea representaciones exactas al mundo exterior. (…) Pero esta idea básica, centro del proyecto epistemológico no es ya aceptada por muchos autores que consideran que “hay que abandonar la noción del conocimiento en cuanto representación exacta, que resulta posible gracias a procesos mentales especiales e inteligible gracias a una teoría general de la representación”. El problema es que sin ese imaginario de verdad y progreso, impregnándolo todo habría que preguntarse cual sería su sustituto. Para algunos la respuesta ya es conocida y esta entre nosotros: hemos pasado de un imaginario donde la verdad era posible a un imaginario donde la eficacia viene a ocupar su lugar. En tiempos de Freud el psicoanálisis era cuestionado desde criterios de cientificidad. En los tiempos actuales desde criterios de eficacia. El tipo antropológico ha pasado, del obsesivo meticuloso capaz de exterminar minuciosamente a millones de individuos, fundamentado en estudios profundos sobre la verdad empírica de la superioridad de tal raza, al individuo fragmentado de la postmodernidad. “…, en las condiciones de la postmodernidad, los sujetos se hallan constituidos en diferentes configuraciones con relación a las estructuras interpersonales de comunicación, las cuales promueven el uso defensivo de la negación y el antipensamiento. Opinan que vivimos en un mundo amenazador en el que la tecnología despersonaliza al individuo, el marketing vacía los objetos de significado y los sujetos se encuentran frente al constante dilema de discriminación entre lo que es real o irreal, dentro y fuera, la autenticidad y la inautenticidad, etc. Dado que las formas sociales y culturales ofrecen muy poca contención emocional y estabilidad personal, la ansiedad y la desesperación se incrementan forzosamente- podemos ver con facilidad cómo los síntomas de ansiedad son cada vez más y más frecuentes en las consultas médicas y psiquiátricas-, y nuestros recursos internos para hacernos cargo del sufrimiento psíquico disminuyen. Ello comporta una excesiva identificación proyectiva, con incremento de los objetos extravagantes y una disminución del significado y de la capacidad para elaborar sentimientos y pensamientos.
Sin embargo no es esta una opinión compartida por todos. E. Roudinesco piensa que “el sufrimiento psíquico se manifiesta hoy bajo la forma de la depresión”, aunque termina, igualmente haciendo del pensamiento, de la ausencia de reflexión la causa de su malestar. Así, el paciente actual, nos dice Roudinesco, “pasa del psicoanálisis, a la psicofarmacología y de la psicoterapia a la homeopatía sin tomarse tiempo para reflexionar acerca del origen de su desdicha”.
En una primera conclusión, si es que podemos concluir algo diríamos que la sociedad postmoderna produce un sujeto que no piensa , que no reflexiona, posiblemente porque la importancia de la temporalidad ha cambiado. Decía Viñar ayer, en una entrevista libre y amigable que tuvo la bondad de concedernos, que el sujeto actual vive en un presente omnipresente, que lo anula todo, que el pasado no existe, que las nuevas tecnologías ponen al sujeto en condiciones de inmediatez, que el futuro ya no es un proyecto, ni el pasado una palanca de experiencia. Si esto ha cambiado así, o en parte ha cambiado así, quiere decirse que la función reflexiva del pensamiento va desapareciendo, y que el psicoanálisis en tanto acción reflexiva, se encuentra en precario. Yo no estaría tan seguro de todo esto. Creo que el sujeto postmoderno sigue pensando, sigue deseando y que lo que ha cambiado es el contenido de su pensamiento y los placeres de sus deseos y, que como psicoanalistas debemos captar estos nuevos cambios. Ahora ya no estamos en una sociedad de lectores- dicen- y el deseo queda obturado en una sociedad de consumo- también dicen. Bueno, pues esa es la sociedad en la que estamos y en la que debemos trabajar.
El imaginario social tal cual es conceptualizado por Castoriadis incide de lleno en el psicoanálisis en tanto es definido como un “magma de significaciones imaginarias sociales” encarnadas en instituciones. Como tal, regula el decir y orienta la acción de los miembros de esa sociedad, en la que determina tanto las maneras de sentir y desear como las maneras de pensar. “El imaginario social provee a la psique de significaciones y valores, y a los individuos les da los medios para comunicarse y les dota de las formas de la cooperación: Es así, no a la inversa.” Quiere decirse que no es el sujeto surgiendo de la conflictiva edípica o narcisista quien construye lo social, sino a la inversa, una sociedad que excreta individuos conformados según su imaginario.
Charles Taylor en su libro Imaginarios sociales modernos – en el que es capaz de no nombrar ni una sola vez a Castoriadis, nos presenta el imaginario moderno occidental como surgiendo a través “de ciertas formas sociales, características de la modernidad occidental: la economía de mercado, la esfera pública y el autogobierno del pueblo. Entre otras.” Precisamente todas ellas fallando en estos momentos.
Falla la familia, falla el discurso político, falla la economía (llamada de mercado) etc. Me referiré al fallo de la familia. Hace unos meses tuvimos unos encuentros en Madrid sobre la crisis de la familia o, mejor dicho sobre las nuevas familias, LA FAMILIA Y SUS VINCULOS. NUEVAS PARENTALIDADES, así se llamaban las jornadas. Fueron unas Jornadas donde inevitablemente surgió el tema de la familia en conflicto porque, al parecer el que los homosexuales se casen y puedan adoptar hijos es una señal inequívoca de que la familia está en crisis.
Algo no está en crisis cuando esta establecido y es inamovible y en el caso de la familia esto no ocurrió nunca: entre la familia romana y la familia actual hay una gran diferencia y no podemos decir que el sufrimiento psíquico dependieran de una u otra organización familiar. Por tanto no es la crisis familiar lo determinante, sí parecería serlo las condiciones en que los valores o, en terminología de Castoriadis, las significaciones imaginarias sociales, fallan en la presencia en que cualquier sociedad demanda para facilitar los procesos identificatorios. Se quiere decir, que los apuntalamientos del proceso identificatorio en sus entidades socialmente instituidas ya sea la familia, la escuela o el trabajo, son elementos claves en la constitución de la subjetividad. Para Castoriadis cada sociedad produce su propio mundo creando las significaciones, los valores que le son propias y que tienen una función triple: estructuran las representaciones del mundo en general, designan las finalidades de la acción, lo que se puede y no se puede hacer y, por último crea los tipos de afectos característicos de esa sociedad. Representaciones, finalidades y afectos producirían sujetos antropológicamente diferentes. La novela de Jonathan Littel, Las benévolas, nos muestra un tipo antropológico, Max Aue, que solo se podría dar en un momento histórico como el de la Alemania nazi. Pero Max Aue no es un sujeto enfermo desde el punto de vista psicopatológico, por mucha repugnancia que nos produzca su figura. Es un sujeto antropológico no un sujeto psíquico. El sujeto antropológico deviene de la sociología, es el sujeto social, mientras el sujeto psíquico es anterior y hunde sus raíces no solo en lo social.
Permítaseme comentar algo más sobre el sujeto, tal y como se concibe desde el modelo de Castoriadis y que si parece tener cierto interés desde el punto de vista del psicoanálisis.
Cornelius Castoriadis hace un intento por fijar el sujeto que el estructuralismo extravía. “Los discursos sobre la muerte del hombre y el fin del sujeto- nos dice Castoriadis- no fueron nunca otra cosa que la cobertura pseudo-teórica de una evasión de la responsabilidad- por parte del psicoanalista, del pensador, del ciudadano”. A partir de esta posición crítica y de la dificultad de pensar el sujeto en su totalidad, después de la pluralidad de sujetos que el psicoanálisis introduce con sus instancias psíquicas, Castoriadis se pregunta ¿puede formularse una noción del sujeto que las recubra a todas y que no sea simplemente formal, es decir, más o menos vacía? (Id.)
La subjetividad se expresa en una multitud de regiones donde impera el para si, esto es, donde la relación con el mundo se manifestará con una finalidad básica de preservar “la especificidad, el ser aparte”
en este sentido describe Castoriadis cuatro regiones donde ese para si de la subjetividad se manifiesta: el para si de lo viviente, de lo psíquico, del individuo social y de la sociedad. Cuatro regiones que interactúan entre si pero que permanecen autónomas. Quizás restaríamos complejidad a todo ello si lo tradujéramos como el concepto de autoconservación freudiano, pero lo que a mi me interesa resaltar es esta posibilidad de estudiar la subjetividad en distintos niveles de su manifestación, sobre todo lo que se refiere a la existencia de un sujeto psíquico y otro social. Así “…estamos siempre frente a una realidad humana en la cual la realidad social (la dimensión social de esta realidad) recubre casi totalmente la realidad psíquica. Y, en un primer sentido, el “sujeto” se presenta como esta extraña totalidad, totalidad que es y no es una al mismo tiempo, composición paradójica de un cuerpo biológico, de un ser social (individuo socialmente definido), de una “persona” más o menos consciente, en fin, de una psique inconsciente (de una realdad psíquica y de un aparato psíquico) el todo supremamente heterogéneo y no obstante definitivamente indisociable. De tal forma se nos presenta el fenómeno humano, es frente a esta nebulosa que debemos pensar la pregunta por el sujeto” (Id.).
Castoriadis contempla la dificultad de unificar todos estos sujetos, obvia esta dificultad y define el sujeto del psicoanálisis como meramente proyecto. La necesidad de una interpretación va dirigida a un alguien que todavía no existe “ya que aquello a lo que se apunta a través de una cura es la transformación efectiva de alguien, ni previsible ni definible de antemano…” (Id.) Aquí el sujeto debe advenir, así como antes lo era el Yo. “Este sujeto no es simplemente real, no está dado, debe ser hecho y se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias. El fin del análisis es hacerlo advenir” (…) Este sujeto, la subjetividad humana, está caracterizado por la reflexividad (que no debe confundirse con el mero pensamiento) y por la voluntad o capacidad de acción deliberada, en el sentido pleno de este término”. (Id.)
Yo estaría de acuerdo solo a medias con este modelo de Castoriadis. La mitad con la que estoy de acuerdo es con la que concibe al sujeto como proceso y la mitad en la que estoy en desacuerdo es con que el fin del análisis pueda hacer advenir ese sujeto. Creo que esta concepción última del advenimiento de un sujeto se mantiene dentro de una lógica esencialista con la que el psicoanálisis, tanto freudiano como lacaniano, rompieron hace mucho tiempo. No es posible borrar la distancia que separa lo real de su simbolización, no es posible, pues, un sujeto real, un sujeto que pueda ser pensado más allá de su devenir. Y si debo ser sincero, tampoco sé si estoy muy de acuerdo con el concepto de proceso, que me da la impresión que se transforma en proyecto. No es lo mismo proceso que proyecto. Proyecto apunta a una finalidad, aunque se diga que es inalcanzable, y una finalidad tiende a obturar la distancia entre lo real de su simbolización. “Esta aspiración de abolirlo- nos dice S. Zizek- es precisamente la fuente de la tentación totalitaria. Los mayores asesinatos de masas y holocaustos siempre han sido perpetrados en nombre del hombre como ser armónico, de un Hombre Nuevo sin tensión antagónica”.
En cualquier caso, el sujeto psíquico por debajo del social y éste, recubriéndolo todo, nos devuelve una imagen donde el supuesto sujeto, del que nos habla Castoriadis, queda nuevamente sin sustantivar, pero sí delimitado en esferas e interrelaciones de gran valor heurístico.
¿Hasta que punto el sujeto psíquico puede sostener todo ese universo de significados que lo social pretende imponer? Es evidente que entre el sujeto social encarnado por Platón y el sujeto social actual hay enormes diferencias. Sin embargo ya no sería tan evidente la diferencia entre el sujeto psíquico en distintos momentos históricos. La evolución psíquica es muy lenta determinada posiblemente por factores biológicos, no así la evolución social. Quizá esa desarmonía sea la responsable de las dificultades psicológicas y de las llamadas enfermedades mentales. Quizás la compulsión a la repetición no sea más que la resistencia de lo psicológico a abandonar posiciones que el sujeto social plantea. O quizás el malestar en la cultura de Freud o el sujeto parlante de Lacan sean las expresiones del sufrimiento psíquico como característico del ser humano. La naturaleza impone límites a la cultura y ésta impone presiones a aquella. Este sujeto, que no es simplemente real que no está dado y que debe ser hecho y que se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias, nos permite anticipar que las condiciones son las del método psicoanalítico y las circunstancias las del imaginario social. Circunstancias como el deterioro progresivo del socialismo real, desde los años sesenta y su culminación en la caída del muro, no llegaron, sin embargo a afectar a ese supuesto sujeto psíquico. No nos encontramos con olas de suicidios, como hubiera sido lo esperable, sino con cambios en el imaginario social: la fragmentación y el escepticismo de la posición postmoderna, esto es una ideología del desencanto intelectual surgida del fracaso de la utopía.
Para Freud el factor último, más allá del cual no es posible ir, es donde debemos buscar, como psicoanalistas, el referente de lo psíquico. Un factor social nunca es un factor último, siempre puede ser reducido a una vicisitud pulsional y estas, a su vez, serán entendidas dinámicamente en la conflictiva edípica. La muerte del rey es la muerte del padre, que a su vez lo es por el deseo hacia la madre, que a su vez lo es por el plus de placer que representa, placer que ya marca una dimensión psíquica en que la descarga pulsional se expresa. Pero si la pulsión nos parece anticuada podemos acudir a las relaciones de objeto, las que se dan primariamente en el seno familiar. Este “familiarismo” pasaría a ser el referente último. Este modelo, aparentemente reduccionista, y que está en la base de la praxis psicoanalítica, no clausura ni mucho menos, un conocimiento que se abre a lo social precisamente a través del concepto de sublimación, aunque éste, el placer sublimatorio siempre fue un placer de segunda categoría incapaz de competir con el placer pulsional. Pero en tanto la realidad psíquica es la realidad del psicoanálisis y no la realidad social nos encontramos con una dificultad que esta en la base de todo este problema.
La mayoría de los trabajos psicoanalíticos en que lo social es un factor presente, traumático o no, siempre se organizan en la dirección de si el psiquismo puede o no elaborar esa característica social EL reduccionismo psicoanalítico siempre se impone como referente último.
Luis, 25 años, está en su último año de carrera. Se siente muy deprimido porque una asignatura se ha convertido en un problema infranqueable. Para los demás también, me dice, y se adentra en un alegato interminable en contra del sistema: “Claro, ahora con la crisis no interesa que salgan profesionales y es mejor tenernos entretenidos en la Facultad”. Tres sesiones más tarde- o quizás cuatro- Luis ha abandonado a ese sujeto social aguerrido, o al menos reivindicativo y se encuentra hablando de los enfrentamientos con su padre, un hombre silencioso y distante –posiblemente como el psicoanalista- que cuando deja de serlo se convierte en violento y arbitrario. El sujeto psíquico, el sujeto del psicoanálisis será el protagonista en los años venideros. La pregunta ¿Qué será de ese sujeto social rebelde y reivindicativo, sobrevivirá a su paso por el análisis?
Para terminar, aceptando que el psicoanálisis se fundó y desarrolló ignorando, en parte, sus determinantes sociales, sin embargo sí es cierto que se fundó una ciencia- con todas las comillas que queramos poner- que ha permitido una práctica de la cura- más comillas- y que continua siendo una herramienta de acercamiento a los cambios sociales en su posible incidencia sobre el sujeto psíquico. “¿Son fecundos los paradigmas del psicoanálisis para los nuevos enigmas que se avecinan?”, se preguntaba Silvia Bleichmar, reflexionando sobre los cambios sociales y científicos que vivimos: el cambio de sexos, el reconocimiento del matrimonio homosexual y la adopción dentro de él, las familias monoparentales, etc., etc. Y, también la pregunta complementaria ¿es posible, para el sujeto psíquico, la integración de todos los cambios que lo social y la cultura le demanden? Quiere decirse que ese podría ser un nuevo, o no tan nuevo, lugar del psicoanalista frente a lo social: ver la incidencia que sobre el sujeto psíquico operan los cambios sociales y denunciar los que son incompatibles con su desarrollo. Una posición científica con un poquito de ideología.

Vía: Centro Psicoanalítico de Madrid.
Enlace: https://www.centropsicoanaliticomadrid.com/publicaciones/revista/numero-17/imaginario-social-y-discurso-psicoanalitico/#:~:text=%E2%80%9CEl%20imaginario%20social%20provee%20a,lo%20social%2C%20sino%20a%20la

La cifra imposible

Psicología, neurociencias y mercado
Por Alejandra Jalof
En el psicoanálisis, la investigación de la causalidad psíquica no puede ser cuantificable.
Pero ahora la psicología que habla la lengua de los neurotransmisores se sumó al carnaval de las cifras: en una sociedad regida por el capital, sus operadores solo aceptan números para evaluar su rentabilidad.

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«Fue una cura brillante pero perdimos el paciente”.

E. Hemingway

A Otto Fenichel no le gustaban las sorpresas, por lo que cuando Freud descubrió la pulsión de muerte optó por dejar a Freud.

La travesura de Fenichel, más que un pataleo dirigido a Freud, complacía a los marxistas cientificistas en el intento de compatibilizar el psicoanálisis (cuya teoría Fenichel rechazaba) con la ciencia del tratamiento de los perros, razón por la cual cambió al padre del psicoanálisis por el reflexólogo Pavlov.

En una luminosa ocurrencia, se propuso medir el cambio terapéutico bajo las poco cuantificables categorías de “curado, bastante mejorado, mejorado, no curado”. Para evaluar la caprichosa escala presentó porcentajes de mejoría concluyendo que el psicoanálisis que él aplicaba sin aceptar ni entender, tenía porcentajes poco alentadores. “Espere lo que desee”, decía Lacan, y Fenichel concluyó en lo que decía no buscar.

Una vez más, al psicoanálisis le toca dar la mala noticia: contra todos los optimismos positivistas, los humanos resisten el deseo de saber por qué el cambio que ello implica alejaría a los sujetos de lo que los guía, la compulsión de repetición, vehículo de la pulsión de muerte. Se acusa al psicoanálisis de haber inventado un Golem tergiversador que en realidad Freud descubrió detrás de las etiquetas vienesas.

De ahí en adelante, y por generaciones, se acusa al psicoanálisis de haber develado que hay algo mucho peor que los monstruos.

Freud constató que la cultura fracasará siempre en su intento de domar a esas fieras.

Fenichel, instalado en los Estados Unidos, negó la constatación y no respondió la pregunta de por qué los seres humanos repiten las experiencias de dolor en lugar de abandonarlas como hacen los animales. Cuando creyó haber reformado el psicoanálisis, en realidad lo había abandonado.

Los intentos de demostrar que los humanos pueden aprender de los roedores cómo abandonar la pulsión de repetición a través de la reeducación, depositan en los sujetos la propia impericia.

La psicología experimental carga desde sus orígenes con los condicionamientos para sentarse a la mesa de sus primos ricos, los médicos.

Los experimentadores que han dicho explicar la conducta humana a partir de la del animal, como Skinner y Pavlov, han tenido éxito para explicar la psicología de estos últimos, pero no su  correspondencia con las humanas.

Mimetizados hasta en los guardapolvos, dicen replicar el modo experimental  de las ciencias llamadas duras para demostrar con cifras lo que no existe.

La cruzada de la cuantificación dice: “No importa que no exista, mídalo igual”.

Al psicoanálisis se le recrimina no aportar cifras que apoyen la existencia de lo que formula, es decir no cumplir con los criterios de objetividad de  la ciencia.

Freud era un investigador y descubrió el inconsciente gracias a seguir las huellas de la causalidad psíquica. No abandonó el espíritu científico sino que lo revolucionó redefiniendo la noción de causalidad.

El psicoanálisis no discute criterios de objetividad con la ciencia porque su objeto no es el mismo, atiende a su propia causalidad, dado que la  noción de causa, razón y objeto no son monopolio de la ciencia positivista.

Es un triunfo del psicoanálisis verificar los resultados clínicos de un nuevo saber no encuadrable dentro de la ciencia positiva, opuesto a la magia, y distinto de la religión. A la demanda de que aporte cifras, el psicoanálisis sólo puede ofrecer su interpretación.

La investigación de la causalidad psíquica no puede ser cuantificable porque no se aplica a un objeto universal sino a una subjetividad particular. Esto no constituye una falla epistémica subsanable por otra teoría sino que refleja la estructura misma de su peculiar objeto, abordable con una única herramienta, la palabra y sus intrincados desfiladeros.

El psicoanálisis no pretende ni requiere el aval de la comunidad científica y, al igual que la ciencia, se garantiza dentro de la consistencia de su propia lógica y del reconocimiento de su comunidad.

Desde sus orígenes, el psicoanálisis se mantuvo al margen de la psicología y se opone a sus preceptos, siempre tomados y adaptados de otras disciplinas.

La psicología es huérfana de padre y desde sus orígenes se ofreció a ser adoptada por las escuelas que amaestraban perros (reflexología), y la fenomenología de Hüserl que la abandonó por Heidegger. Algunos despechados se refugiaron en cuasi religiones psiquiátricas, como la teoría de la empatía jasperiana y la Gestalt. Luego repitió como un mantra, y sin entender, las leyes de la termodinámica, y se hizo hippie junto a las teorías sociológicas de la escuela de Palo Alto. Hoy coquetea con los neurocientíficos y habla la lengua de los neurotransmisores. La estadística le presta sus lápices de colores, gráficos y tablas. Se ha sumado al carnaval de las cifras. No es ingenua, sabe que en una sociedad regida por la ganancia y el capital sus operadores aceptarán sólo cifras para evaluar sus conveniencias de rentabilidad. La batalla entre los laboratorios y las prácticas del comportamiento y su manipulación se pelean por el mejor presupuesto y la mayor ganancia.

La ciencia no está exenta de las identificaciones forzadas. Hoy se ha transformado en tecnología por la exigencia de la economía de mercado. Las máquinas son más rentables que los científicos. Con técnicos y operadores instruidos alcanza para operar una máquina. En muchos casos, la ciencia se presta a ser utilizada para investigar y presentar sólo resultados que justifiquen la venta de productos farmacéuticos. Se han rendido a los vasallajes del mercado, la ciencia se compra y se vende como un producto mas.

Nadie lee los gráficos que presentan los operadores que defienden la eficacia (ganancia) de determinado método, aportan cifras que nadie lee. Sus “papers” son archivados o publicados sus resúmenes para causar una impresión favorable por la pátina que dan los nombres de “ciencia e investigación” que seduce a un público incauto que cree más en el énfasis de los nombres que en la verdad que dicen revelar.

En 2008, una revista portorriqueña de psicología1 repite lo que los operadores necesitan para convencer los incautos. El objeto es aportar cifras sobre la utilidad de distintos abordajes para combatir la depresión. Afirman que la medición es indispensable para la evaluación del cambio terapéutico y que la utilidad clínica de la misma depende de cuán generalizables sean las investigaciones “según los costos y beneficios de quien los requiere” (sic).

En una experiencia surrealista, para “demostrar” el éxito del método, presentan tablas y gráficos estadísticos. Por último concluyen con ecuaciones matemáticas que lo reflejan. En síntesis, han logrado fotografiar el Big Bang.

En nuestro país hoy las mal llamadas neurociencias aplicadas a lo psíquico también dicen haberlo hecho, y muestran la localización de los afectos en coloraciones cerebrales a partir de imágenes obtenidas por una maquinaria,(resonadores magnéticos), ya poco confiable para la ciencia misma.

Sería un delirio si no fuera porque de lo que se trata es de corregir la experiencia subjetiva del dolor humano a través de una ingeniería social bajo métodos coercitivos. El argumento, por demás infantil, es que como la vida humana se prolongará (gracias a la ciencia), entre otros, los pobres no deben estar fijados al sufrimiento que la pobreza les ocasiona hoy, sino pensar en las expectativas del mañana. La población a la que orientan sus métodos no son las personas sino las masas. Los gobiernos, aliviados. Es más fácil manejar masas que sujetos.

La cifra exacta

A principios de los 90, un laboratorio con sede en Indianápolis sintetizó una nueva droga, la fluoxetina, que salió al mercado con el nombre de Prozac bautizada “droga de la felicidad”, lo que generó una epidemia de diagnósticos de depresión. Encontramos que con los mismos métodos objetivos y cuantificables, los que antes habían sido diagnosticados como “trastornos  de la ansiedad” en realidad eran todos “depresivos”.

La cifra incontrastable es que, en 1995, Eli Lilly ganó 2300 millones de dólares gracias a investigaciones financiadas por ellos para obtener los datos duros de su conveniencia.

En 2002, un eficiente servidor de cifras dirigió una investigación que concluyó que las nuevas TCC (terapias comportamentales) eran más eficaces en el tratamiento de las enfermedades mentales que los fármacos.

El investigador DeRubeis cotizaba alto en el ámbito de las finanzas. En oportunidad de ser entrevistado por una periodista del Wall Street Journal, (mayo 24, 2002), se explayó en cifras alentadoras sobre cuánto cuesta un depresivo al año tratado con uno u otro método, a los efectos de promocionar las terapias comportamentales.

El artículo revela que la cuantificación de las ganancias y los grados de depresión se confunden hasta tal punto que no se sabe si un “deprimido severo” no se define sino como aquél que le cuesta más dinero al estado o las aseguradoras.

Más modestos, los laboratorios locales ganaron 900 millones con la comercialización del metilfedinato (MDF), en Argentina conocido como Ritalina, para medicar el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), enfermedad cuyo inventor antes de morir reconoció que no existía. Los estudios de laboratorio habían demostrado la conveniencia de la aplicación para medicar una enfermedad inexistente cuya incidencia se decía era el 10 por ciento de la población infantil en edad escolar.

Lo que la investigación no llegó a precisar en los prospectos era el riesgo de sus efectos colaterales.

Sobre la bipolaridad que asuela hoy como el cambio climático, las investigaciones aportan cifras. Aseguran que la mitad de la población está mal medicada, ya que hay la mitad de depresivos de los diagnosticados y el doble de bipolares.

La investigación llevada a cabo en los Estados Unidos por la Depressive and Manic-Depressive Illness National Association concluye con cifras  “fidedignas” que sobre una gran poblacio?n de pacientes bipolares, sólo el 48 por ciento habi?a sido diagnosticado como bipolar.

A nadie le importarían estas cifras si no fuera porque aseguran beneficios siderales en la comercialización de estabilizadores del ánimo. Otras investigaciones cuyos resultados estadísticos son tan válidos como los anteriores aseguran lo contrario. La bipolaridad estaría subdiagnosticada.

En este caso, un estudio medido con los mismos métodos válidos y confiables, realizado en la Facultad de Medicina de la Universidad de Brown de Rhode Island, ha sugerido que hasta un 50 por ciento de los casos diagnosticados de trastorno bipolar podrían ser falsos positivos.

El valor de las cifras se vuelca en este caso a la ganancia en la comercialización de antidepresivos.

Jean Claude Millner pone en forma la cuestión de la evaluación cuantitativa con una breve cita de Rousseau: “La manía de negar lo que es y explicar lo que no es”.

* Psicoanalista. Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL).

1. “La medición en el cambio terapéutico” Vol 19, 2008 Revista Puertoriqueña de Psicología.

Tomado de: https://www.pagina12.com.ar/94347-la-cifra-imposible

La medicina atrapada por las palabras

El diagnóstico basado en síntomas frena los avances clínicos

Tan importante es nombrar las cosas como hacerlo bien, y los especialistas ya han dado el aviso: el proceso por el que se bautiza a las enfermedades amenaza a la ciencia médica. Incluso hay quien afirma que lo que llamamos ‘esquizofrenia’ no existe. Una corriente crítica pide que se llame a las enfermedades por lo que son, no por cómo se muestran. De lo contrario, la investigación y los pacientes pagarán las consecuencias. La prometedora medicina de precisión podría ser la respuesta.

Jesús Méndez |  noviembre 2016 08:00

<p>Para algunos médicos e investigadores la medicina tiene un problema: diagnostica poniendo un nombre, y de cómo explique ese nombre la enfermedad real dependerá el futuro de esta. <a href="http://www.agenciasinc.es/En-exclusiva/PROGRAMADOS/La-medicina-atrapada-por-las-palabras2" target="_blank">Ilustración</a>: Cinta Arribas</p>

Para algunos médicos e investigadores la medicina tiene un problema: diagnostica poniendo un nombre, y de cómo explique ese nombre la enfermedad real dependerá el futuro de esta. Ilustración: Cinta Arribas

 

Dice Julieta a Romeo, y en sus palabras puede estar el futuro de la medicina: ¡Solo tu nombre es mi enemigo! ¡Porque tú eres tú mismo, seas o no Montesco!

Los nombres que usamos son tan importantes que condicionan cómo vemos el mundo. Romeo era un Montesco y toda su familia estaba enfrentada a la de Julieta. Nadie salvo ella lo veía sin su apellido, aunque este fuera accidental y en absoluto lo definiera. El final de la historia es de sobra conocido.

Para algunos médicos e investigadores la medicina tiene un problema similar: diagnostica poniendo un nombre, y de cómo explique ese nombre la enfermedad real dependerá el futuro de esta. Pero en unos casos, advierten, los criterios son demasiado subjetivos. Y en otros lamentan disponer de pocos términos para enfermedades con muchas variantes, demasiado complejas como para organizarlas en unos pocos cajones. Y si los cajones son escasos las cosas se mezclan sin remedio: al final pueden hacer que veamos a Romeo tan solo como un Montesco.

ficciones destino

En cierto modo, hablar es restar: eliminar matices para poder entendernos con generalidades. (Un coche es un coche, a pesar de todos los modelos y variantes). No hace falta imaginar lo complicado que sería nuestro mundo de no funcionar así. Eso ya lo hizo Borges en un cuento, publicado en 1944 en el libro Ficciones, que tiene como título un spoiler perfecto: Funes el memorioso, donde el superdotado protagonista es incapaz de hacer generalizaciones. Para él cada objeto, animal o suceso es único en sí mismo y a cada momento:

No solo le costaba comprender que el símbolo genérico ‘perro’ abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente).

En el fondo, la tendencia del lenguaje a generalizar es contra lo que lucha la aclamada medicina de precisión. Consiste en hacer un poco de Funes, en buscar las peculiaridades que hacen distintas en cada persona enfermedades de nombre global.

Por ejemplo, no hablar solo de cáncer de pulmón, sino especificar el tipo de célula y sus mutaciones características, las posibles causas, los tratamientos más adecuados: consiste en subdividir, en diferenciar y nombrar más allá de las categorías. Y hacerlo con datos objetivos. Pero esto aún está en camino, y en muchos casos no se hace como se debería.

Lo que sucede si abusamos de las generalidades o erramos en los nombres es que entramos en terrenos pantanosos.

Enfermedades de nombre global poseen peculiaridades que las hacen distintas en cada persona

“Muchas dolencias se diagnostican por criterios clínicos que pueden ser más o menos acertados, pero que son arbitrarios”, asegura a Sinc Luis Querol, neurólogo en el Hospital de Sant Pau de Barcelona. Hay diversos ejemplos, y algunos de los más característicos se encuentran entre las enfermedades mentales. “En muchos casos, una esquizofrenia se diagnostica por la presencia de alucinaciones, pero no tenemos ningún marcador objetivo externo que nos permita determinarla y clasificarla: ni en la sangre, ni una prueba de imagen, ni siquiera una exploración física”.

De alguna forma, añade, “es como si estuviéramos diagnosticando una diabetes solo porque la persona tiene sed. El problema es que ese diagnóstico, global y a veces erróneo, afecta a todo lo que sucede a continuación, no solo el tratamiento, también la investigación e incluso las políticas”.

Y recalca: “No es un problema meramente intelectual. En muchos casos estamos diagnosticando de forma muy tosca y condicionando todo lo que viene detrás. Es algo dramático”.

Un nombre condiciona la investigación

¡No tengo un nombre para eso! Un nombre no es más que ruido y humo.

(Goethe. Fausto 1, escena XVI)

Una de las maneras de desentrañar las interioridades de una enfermedad es buscar cambios en el ADN de los pacientes que suelan ir ligados ellas. Estos estudios de asociación suelen basarse en secuenciar el genoma de un grupo de enfermos y otro de personas sin la enfermedad y ver si hay diferencias. Si existen, eso puede dar pistas sobre su origen y mecanismos y orientar hacia posibles tratamientos.

En el caso de la esquizofrenia estos estudios se repitieron durante años sin éxito. Posiblemente porque, a pesar de que sea una enfermedad muy heredable, se organizaba un único grupo de pacientes basado en manifestaciones como las alucinaciones, sin atender a posibles diferencias entre ellos. Y así, con tantas causas potenciales detrás de unos pocos síntomas, se generaba tal cantidad de ruido que impedía llegar a algún resultado. Se estaban mezclando peras y manzanas solo porque eran frutas verdes. Aun así, los estudios continuaron “y la estrategia, en lugar de clasificar a los enfermos a priori, fue aumentar su número”, afirma Querol.

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En 2015, el presidente de EE UU Barack Obama anunció su plan de invertir 215 millones de dólares en investigación para la medicina de precisión, que permite seleccionar el tratamiento más efectivo para cada paciente según su perfil genético. Imagen: Olivier Douliery/ABACAUSA.COM/lafototeca.com

 

De esta manera han aparecido algunos resultados, en general no demasiado potentes pero que pueden ser importantes. “Lo que habría que hacer ahora es el camino inverso”, sostiene el neurólogo. “Deberíamos seleccionar a los pacientes con esas mutaciones y ver si tienen características propias que los definan frente al resto. Así podríamos comprobar la verdadera potencia de las mutaciones, disminuir el ruido e ir desentrañando la enfermedad”. Esa idea tiene un nombre técnico en la jerga: deep phenotyping, o fenotipado profundo.

La idea ha ido cobrando fuerza en los últimos años, hasta el punto de que la prestigiosa revista BMJ ha publicado un artículo de opinión con el título La esquizofrenia no existe. En él se dice que “no sabemos lo suficiente como para diagnosticar enfermedades reales, así que usamos un sistema de clasificación basado en síntomas”. De ahí que propongan incluso eliminar el término ‘esquizofrenia’ –con su carga de estigma– y “empezar a hacer justicia al amplio y heterogéneo espectro de psicosis que existen”. Hacer de Funes con la esquizofrenia.

“No sabemos diagnosticar enfermedades reales, así que usamos un sistema de clasificación basado en síntomas”, afirma un especialista

Pero, como sostiene Querol, “una vez tienes una categoría hecha, a ver quién deshace el entuerto, a ver quién es el primero que deja de llamar esquizofrenia a la esquizofrenia aunque todos estemos de acuerdo en que no exista como enfermedad”.

La idea trasciende a las patologías mentales y, por ejemplo, ya se organizan congresos de neuropediatría tratando de discernir las causas íntimas del autismo, el retraso mental, la epilepsia o trastornos del movimiento, enfermedades heterogéneas y diversas cuyo nombre y tratamiento se basa en manifestaciones que a veces se solapan.

Para Àngels García Cazorla, neuróloga pediátrica en el Hospital Sant Joan de Déu en Barcelona, “estábamos algo desorientados y es necesario hacer una pequeña revolución en la manera en que abordamos, investigamos y tratamos estos trastornos. Los síntomas son importantes, pero los tratamientos han de dirigirse a los mecanismos, no a las consecuencias. Y para ello necesitamos saber qué está pasando realmente en el cerebro”. Es decir, llamar a las enfermedades por lo que son, no por cómo se visten.

Este párrafo del Hermano de hielo, el premiado libro de la artista Alicia Kopf, retrata el cajón de sastre que es el autismo:

Cuando llegué al mundo él ya estaba ahí, y durante muchos años fue un enigma, una cosa sin nombre. A mi hermano mayor lo diagnosticaron cuando tenía treinta años. Agradecí poder dar nombre a eso, aunque no fuera el más acertado. Creo que desde entonces he podido hablar más de ello. Es muy importante que las cosas tengan nombre, si no, no existen.

Que el nombre hace la cosa es muy cierto.

Pero ese nombre tiene que ser preciso.

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Especialistas en trastornos mentales han propuesto eliminar el término ‘esquizofrenia’ y contemplar, en su lugar, el amplio espectro de psicosis que existen. Imagen: Fotolia

Epilepsia y diabetes: biografías comunes

La historia de la epilepsia es un trasunto de la historia de la medicina. Durante muchos siglos las convulsiones que la caracterizan eran tomadas como posesiones demoníacas y sus curaciones como milagros puntuales. Freud consideraba que podía deberse a neurosis y conflictos con la figura paterna, como en el caso de Dostoievski, el autor de Crimen y castigo. Y solo a lo largo del siglo XX fueron definiéndose sus diversas formas y orígenes en una compleja clasificación: simples y complejas, tónicas o clónicas, genéticas, vasculares, autoinmunes, metabólicas o debidas a tumores. Un tinglado de causas con una manifestación común. Un complejo árbol cuyas raíces estaban ocultas muy lejos de la simplicidad demoniaca.

La descripción detallada ha permitido numerosos avances, pero quedan pasos por dar porque “se siguen haciendo ensayos clínicos sin clasificar a los pacientes según la causa”, asegura Querol, lo cual dificulta llegar a tratamientos más específicos. De hecho, la gran mayoría se trata con antiepilépticos generales “que se dirigen al síntoma, no al origen”. Eso hace que sean más paliativos que curativos.

Los tratamientos contra la epilepsia y la diabetes son paliativos y no curativos, porque atacan los síntomas, no el origen

La biografía de la diabetes guarda muchas similitudes. La palabra proviene del griego y significa “tránsito”, aludiendo a las grandes cantidades de orina que producen los pacientes diabéticos. Durante siglos poco más se supo de ella, aparte de que provocaba sed y de que la orina era dulce (de ahí su apellido mellitus, miel).

Hoy se distinguen dos tipos principales: la 1, que suele suceder en niños que tienen anticuerpos contra el páncreas, y la 2, propia de adultos y que imprecisamente engloba todo aquello que no es la 1.

Pero los límites son difusos: no siempre la primera aparece en niños ni lleva anticuerpos, hay formas intermedias y, como dice el genetista Gary Churchill: “Hay cien formas de ser diabético, e implican procesos diferentes en el páncreas, el hígado, el cerebro o la grasa. Los estudios genéticos pierden fuerza porque están mirando un conglomerado de causas distintas”. La diabetes se trata con insulina o con medicamentos que aumenten la sensibilidad a ella, pero sigue sin atacarse su causa. Simplemente se ha cronificado.

Eso sí, en algún lugar hay que poner los límites de las definiciones, y profundizar en la investigación permitirá saber mejor dónde situar las líneas.

¿Tantas enfermedades como pacientes?

Locke, en el siglo XVII, postuló (y reprobó) un idioma imposible en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera un nombre propio.

Jorge Luis Borges. Funes el memorioso

Hoy día, a pesar de su nombre común, cuando hablamos de cáncer tenemos claro que no hablamos de una única enfermedad. Ni siquiera si decimos “cáncer de mama” nos referimos a una sola entidad. Su gran variabilidad “se intuía ya en el siglo XXI, pero solo se empezó a ver en los años 60, con las primeras alteraciones cromosómicas”, apunta Elías Campo, director de Investigación del Hospital Clínic de Barcelona y uno de los responsables en España del proyecto de secuenciación del genoma del cáncer. “Es en los últimos diez años cuando se han ido describiendo las mutaciones que caracterizan a algunos de ellos”, añade.

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Micrografía electrónica de un cáncer oral, donde las células tumorales (en blanco) son atacadas por las células T del sistema inmunitario (en rojo). La medicina personalizada busca vacunas consistentes en nanopartículas con carga del tumor del paciente que activen las defensas contra el cáncer. Imagen: NIH

Según las peculiaridades de los tumores se ha establecido el mito de que hay 200 tipos diferentes. Pero esto “no es cierto, son muchos más”, resalta Campo. “Solo en mi campo, el de las neoplasias linfoides, se establecen ahora mismo unos cien distintos”, continúa.

Podría incluso pensarse que hay tantos tipos como pacientes, ya que no solo cada uno acumula sus propios cambios, sino que estos evolucionan con el tiempo, como el perro de Funes de las tres y catorce y el de las tres y cuarto. En el estudio de estos cambios particulares se basa la medicina de precisión que, aunque es objeto de algunas críticas, ha conseguido ya éxitos parciales en distintos tipos de tumores. Pocos discuten ahora mismo su valor.

La descripción de nuevas mutaciones hace que los nombres de los tumores se subdividan, y muchos podrían pasar a considerarse enfermedades raras

Campo, sin embargo, pone límites a la idea: “Las enfermedades no son de individuos únicos”, subraya. En cualquier caso, esos límites no impiden una posible consecuencia: muchos de los tumores pueden pasar a considerarse enfermedades raras. En Europa se definen como aquellas que afectan a menos de cinco personas de cada 10.000, y los medicamentos para ellas disfrutan de ciertas ventajas. Pueden aprobarse más rápidamente y librarse de las tasas exigidas por algunas agencias reguladoras.

La descripción de nuevas mutaciones y particularidades está haciendo que los nombres de los tumores se subdividan y que cada uno de ellos afecte a menos pacientes. Y las compañías lo están aprovechando. De ahí que haya quien ya se pregunte si toda enfermedad es una enfermedad rara. Un nombre condiciona también la política y la economía dentro de la salud.

Repensar la medicina

Entre tanto nombre general o particular, preciso o impreciso, certero o errado, algo queda claro: no somos ni podemos aspirar a ser Funes. En algún lugar están los límites, si no queremos que nos pase como le sucedía a él, que “dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero”. La cuestión es acertar con ellos.

Querol reconoce que “de alguna manera hay que hacer las cosas”, pero añade: “Ahora que tenemos la tecnología, debemos mejorar los procesos por los que llamamos a las enfermedades. De lo contrario nos enquistaremos en la forma de hacer medicina”.

Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias.

Ireneo Funes murió en 1889, de una congestión pulmonar.

Borges y la medicina de precisión

Zona geográfica: Internacional
Fuente: SINC

Jesús Méndez

Escritor, periodista científico, exinvestigador de la epigenética del cáncer y médico de formación. Colabora con Sinc escribiendo sobre lo que sabe (más o menos).

 

Fuente: http://www.agenciasinc.es/Reportajes/La-medicina-atrapada-por-las-palabras

Freud un punto de partida para la neurociencia: Mariano Sigman

El neurocientífico argentino Mariano Sigman.
Mariano Sigman, uno de los neurocientíficos de mayor prestigio internacional, ha dedicado toda su vida a intentar descifrar los mecanismos que gobiernan el funcionamiento de nuestro cerebro. Es uno de los directores de Human Brain Project, el proyecto más importante para emular artificialmente el cerebro humano, con el que se muestra muy crítico.
En su último libro, La vida secreta de la mente, Sigman propone a los lectores un nuevo viaje al interior de sí mismos. Un ejercicio de minería intelectual para intentar acceder a lo más profundo del cerebro, allí donde tal vez resida el secreto de la esencia humana

P: Eres uno de los directores del proyecto internacional más importante para emular el funcionamiento del cerebro humano mediante supercomputación. ¿Cree que se logrará?

R: Es muy difícil saber hasta dónde va a llegar este proyecto. Emula el proyecto Genoma Humano, que fue un éxito. Pero yo pienso que es muy difícil que suceda lo mismo con Human Brain Project -proyecto Cerebro Humano, en español-.
Genoma Humano estaba claro dónde había que llegar, aunque era muy difícil hacerlo. El proyecto Cerebro Humano es mucho más ambiguo. Queremos replicar el cerebro humano pero no sabemos qué es aquello que queremos replicar. Tal y como está, yo creo que es casi seguro que va a fracasar, por lo menos en ese sentido.
P: En tu libro dedicas un capítulo a la conciencia, donde hablas de Freud… ¿Hasta qué punto estamos dominados por nuestro inconsciente? ¿Qué opinas del psicoanálisis?
R: Lo que planteo en mi libro es que el consciente es casi una ilusión. Estamos completamente dominados por nuestro inconsciente. No hay casi ninguna decisión que no empiece en el inconsciente. Después nosotros las reconocemos como conscientes si pensamos que son decisiones conscientes, pero esa decisión comenzó en algún lugar del inconsciente. Creo que todas las pulsiones humanas, las motivaciones, las razones por las cuales nos levantamos y vamos a trabajar son inconscientes, aunque después nosotros le atribuimos consciencia. Estamos gobernados por el inconsciente.
Respecto a la relación con el psicoanálisis, la neurociencia es una disciplina que adolece de teoría. Tiene un montón de conocimiento enciclopédico, desagregado, pero no tiene un cuerpo teórico, a diferencia de la genética, la física, la química… A mí me gusta pensar que gente como Freud son los teóricos de la neurociencia. Yo considero a Freudcomo un punto de partida.
P: ¿Realmente el sexo es tan determinante en el inconsciente y en nuestro cerebro?
R: Desde el punto de vista de la neurociencia, el cerebro es una máquina que básicamente trata de producir dopamina. Dawkins tenía su idea del gen egoísta, como una máquina que trata de autorreplicarse. Yo creo que el cerebro es una máquina que hace lo que puede para conseguir dopamina. Busca sexo, chocolate, cocaína, muchos seguidores en Twitter… Sin duda que el sexo es una de las fuentes primarias para lograr dopamina, pero no creo que sea el centro de toda la psiquis humana.
P: ¿Por qué tiene la mente humana una tendencia tan fuerte hacia la fantasía y el mito, muchas veces por encima de la realidad?
R: Nuestro cerebro es una máquina de conjeturar. Está todo el tiempo estableciendo conjeturas y eso evolutivamente puede ser que tenga sentido porque es la virtud del ser humano, la capacidad de extraer reglas de datos muy escasos. Pero eso también hace que uno también cuando encuentra algo que es inexplicable, como las casualidades o la muerte, construya reglas para que expliquen esa regularidad que se nos escapa. Es al mismo tiempo la virtud y el karma del pensamiento humano.
Samuel A. Pilar, entrevista con Mariano Sigman: «Las grandes decisiones de la vida conviene delegarlas al inconsciente», rtve.es 01/04/2016

La neurociencia entre las grandes expectativas y el desengaño

La neurociencia ha crecido de forma espectacular desde la última década del siglo pasado. Hasta los años noventa, el acceso al conocimiento del cerebro humano se limitaba al estudio de pacientes con daño cerebral; es decir, se aprendía sobre las funciones del cerebro a través del estudio de sus disfunciones, o estados patológicos. Es famoso el caso de Phineas Gage (1823-1860), cuya personalidad cambió de manera drástica tras un accidente que le lesionó ciertas zonas ventromediales de la corteza prefrontal. Son también muy conocidas las investigaciones del neuropsicólogo ruso Alexander Luria sobre pacientes con daño cerebral. De todo ello llegó a inferirse un vínculo muy especial entre ciertas zonas del cerebro y algunas funciones conductuales.

Con el desarrollo de las nuevas técnicas de exploración médica, sin embargo, se ha logrado estudiar el cerebro también en su estado normal de funcionamiento. Desde comienzos del siglo XX se vienen empleando para tal fin equipos electroencefalográficos cada vez más precisos. Pero el acceso a las estructuras y funciones de este complejo órgano ha mejorado de manera considerable con la llegada de diversas técnicas de neuroimagen, como la tomografía por emisión de positrones y la resonancia magnética funcional

El desarrollo de estos nuevos medios de exploración, así como de nuevas perspectivas matemáticas, informáticas y teóricas, se ha visto muy respaldado en los últimos años por las cuantiosas inversiones de diversos Gobiernos. En EE.UU. se puso en marcha en 2013 la iniciativa BRAIN, con una financiación multimillonaria. Y la UE asignó, también en 2013, cientos de millones de euros al Proyecto Cerebro Humano (HBP, por sus siglas en inglés). Esta clase de programas de investigación se enmarcan en lo que ha dado en llamarse «gran ciencia», o big science, la cual nació a mediados del siglo pasado con el Proyecto Manhattan. En la recta final de la centuria, el relevo lo tomó el Proyecto Genoma Humano (PGH), cuyas conclusiones se publicaron en 2003. Ahora es el turno de los proyectos de investigación sobre el cerebro.

Algo podemos aprender de esta breve historia. El PGH dejó un sabor agridulce. La secuenciación del genoma humano fue un éxito, pero no cubrió ni de lejos las desmedidas expectativas con las que se impulsó el programa, ni en el terreno médico ni en el filosófico. Algunos pensaron que pondría en nuestras manos la panacea médica y el secreto de la naturaleza humana, pero no fue así. Lo que sí nos mostró el PGH —una enseñanza muy valiosa, por cierto— es que no todo está en los genes. De este toque de humildad resultó una pléyade de ciencias –ómicas y, también, el impulso necesario para estudiar el cerebro humano. Pero no repitamos errores. Por mucho que aprendamos sobre el cerebro, no esperemos que nos brinde la curación inmediata de todos nuestros males médicos y sociales, desde el alzhéimer hasta la violencia, ni mucho menos las claves últimas de la existencia humana. De hecho, es esta maniobra de apuesta a expectativas infladas lo que constituye un verdadero riesgo de brain bluff para la neurociencia.

Permítaseme reproducir aquí un extracto de un artículo publicado el 2 de noviembre de 2015 en el diario El País, en el que el periodista científico Javier Salas informaba sobre las últimas evaluaciones de expertos acerca del HBP: «Cuando apenas ha empezado a andar, el Human Brain Project (Proyecto Cerebro Humano, HBP), que prometía simular mediante supercomputación toda la complejidad del cerebro humano, ha recibido un severo baño de realismo. Después de que cientos de neurocientíficos se alzaran en armas contra el diseño del megaproyecto —1000 millones en 10 años—, dos informes han señalado las carencias de una apuesta titánica que entusiasmó más a los políticos que a los científicos. El proyecto debe reformularse de arriba abajo». El artículo citaba la siguiente frase del informe de evaluación: «Los responsables del HBP y la Comisión Europea exageraron los objetivos y los posibles logros».

Nada ejemplifica mejor la dinámica de expectativas desmedidas, quizás orientadas a la captación de fondos, seguidas de decepción. En fecha reciente y en estas mismas páginas, Stefan Thail escribía: «A los dos años de su inicio, este proyecto multimillonario de simulación del cerebro está haciendo agua».

Al parecer, las primeras evaluaciones serias de los grandes proyectos de investigación sobre el cerebro humano ya están arrojando conclusiones desalentadoras para quienes han puesto en ellos excesiva ilusión. La situación es hoy muy inestable y ha cambiado considerablemente entre 2013 y 2015. Tras la neuromanía, parece que ahora empieza a formarse una ola de neuroescepticismo, que quizá también acabe por resultar excesiva. Reconozcamos, pues, el valor limitado pero muy real de los nuevos datos. Al margen de la deslumbrante calidad estética de las neuroimágenes, la información que aportan sobre el funcionamiento del cerebro puede resultar de extraordinario valor, pero siempre que no se sobreinterprete ni se caiga en una suerte de neofrenología.

Los grandes proyectos científicos dependen de manera crítica de factores mediáticos, políticos y financieros. Parece que esto inclina a sus promotores a formular, o al menos a sugerir, promesas y expectativas desmedidas. De ahí a la frustración va solo un paso. Y dicha frustración puede llevarse consigo las aportaciones, quizá más modestas, pero reales y muy valiosas, que tales proyectos hacen al avance de la ciencia y de la humanidad. De hecho, la iniciativa BRAIN parece estar funcionando mejor gracias a un planteamiento inicial más moderado. BRAIN es, en realidad, un nombre genérico bajo el que se gestionan numerosos proyectos de tamaño medio relacionados con la monitorización del cerebro y la estimulación localizada de neuronas. Y precisamente hacia objetivos más modestos, de carácter tecnológico e informático, parece estar reorientándose ahora el HBP.

Con todo, también en el otro lado del Atlántico está creciendo el neuroescepticismo. Resulta llamativa la atención que recibió en EE.UU un libro tan claramente neuroescéptico como Brainwashed: The seductive appeal of mindless neuroscience (2013), de la psiquiatra Sally Satel y el psicólogo Scott Lilienfeld. La reseña del New Yorker (19/06/2013), firmada por el investigador Gary Marcus, advertía que las neurociencias son y serán útiles siempre que cooperen con otras ciencias, como la psicología o la psiquiatría, dado que «los elementos básicos de la psicología, como las creencias, deseos, fines y pensamientos, seguirán probablemente para siempre desempeñando un papel clave para entender el comportamiento humano». Por su parte, el analista David Brooks afirmaba en The New York Times (17/06/2013) que la neurociencia no podrá sustituir, como a veces se ha sugerido, a las disciplinas humanísticas. Es más, resultará valiosa en la medida en que quiera colaborar con ellas. Brooks reconocía que las neurociencias conforman un campo «increíblemente importante y apasionante», pero que no podrán aportar la clave única para entender «todo pensamiento y comportamiento».

Desde la filosofía podemos aportar alguna reflexión constructiva a la situación actual. Se trata con ello de evitar los extremos de la neuromanía que veníamos sufriendo hasta hace un par de años, pero también los del neuroescepticismo que hoy asoma en el horizonte. Podemos evitar ambos excesos apelando al nivel profundo de la antropología filosófica; es decir, apoyándonos en una idea adecuada de ser humano.

Para empezar, el intento de reducir todo lo humano al cerebro nos hace olvidar la complejidad del cuerpo en su conjunto, así como sus interacciones con el medio natural, social y cultural. Del mismo modo que para entender el funcionamiento de los genes hemos tenido que ir más allá de estos y llegar a la epigenética, probablemente debamos emprender estudios epicerebrales que, para comprender el funcionamiento del cerebro, acaben incluyendo al organismo y sus entornos. El genocentrismo conoce hoy horas bajas, y algo similar empieza a ocurrir con el cerebrocentrismo. El cerebro no percibe, ni piensa, ni decide, ni recuerda: todo eso lo hacen las personas. Por más que, evidentemente, estas lo logren gracias, entre otras cosas, a su cerebro.

Nuestra intrincada trama de neuronas condiciona nuestro pensamiento y comportamiento, al mismo tiempo que los posibilita, pero no los determina por completo. Ni siquiera la física acepta hoy el determinismo que fue moda en tiempos de Laplace. Así pues, dado que las personas somos mucho más que un cerebro y un conjunto de neuronas, ni nuestro pensamiento ni nuestro comportamiento podrán ser descifrados únicamente a partir de las neurociencias. Pero, dado que nuestra base fisiológica es condición necesaria de ambos, tampoco podremos prescindir de las neurociencias si queremos entenderlos a fondo.

Reducir todo lo humano al cerebro implica olvidar, por lo pronto, el resto del organismo, así como a la persona en su conjunto, entendida como un todo integrado. En consecuencia, parece recomendable una interpretación y un cultivo de las neurociencias en modo co-; es decir, en comunicación y colaboración respetuosa con otras muchas disciplinas, en lugar de una neurociencia en modo su-, cuya aspiración sería la de sustituir y suceder a las disciplinas humanísticas.

La neuroética, por poner un ejemplo, será el campo en el que se comuniquen y cooperen las neurociencias y la ética, desde el mutuo respeto a sus respectivas identidades y metodologías. Sería un error, que probablemente conduciría a la frustración, interpretar la neuroética como la disciplina neurocientífica llamada a reemplazar a la ética filosófica. Semejante sustitución sería más bien una simple suplantación de la ética, tal y como esta se ha entendido tradicionalmente, por un sucedáneo. Algo parecido vale para el neuroderecho, la neuroeconomía, la neuroestética, el neuroarte, la neurofilosofía, el neuromárketing, la neuroteología, la neuromedicina, la neurolingüística, la neuropsicología, la neuropsiquiatría, la neurosociología, la neuropedagogía, la neuropolítica…

Mientras que la neurociencia entendida en modo su– no augura sino frustración, la neurociencia en modo co– tiene un gran valor ya en el presente y promete un futuro muy esperanzador, pues nos ayudará a conocer buena parte de las condiciones de posibilidad de nuestro comportamiento y de nuestro pensamiento.