Imaginario social y discurso psicoanalítico.

Por Rómulo Aguillaume Torres.

Quizás el título de mi trabajo podría haber sido la crisis del psicoanálisis en la postmodernidad y haberme sumado así, a la enésima reflexión sobre el tema. Decir que el psicoanálisis está en crisis no es decir mucho, la crisis del psicoanálisis es una parte de su identidad. El psicoanálisis siempre fue una disciplina en crisis, lo que, entre otras cosas, condicionó su marginalidad y su fuerza y hoy únicamente tendríamos que señalar en que consiste esa crisis, en algunos aspectos distinta a las anteriores y que, desde luego, no podemos despachar con el argumento de la resistencia al psicoanálisis únicamente.
En El libro negro del Psicoanálisis, si tuviéramos la paciencia de leerlo, encontraríamos muchas de las críticas posibles, algunas ya antiguas, pero que en definitiva marcan los niveles donde la supuesta crisis del psicoanálisis es más evidente:

  1. Como modelo teórico donde la neurociencia parece tener la última palabra.
  2. Como praxis clínico terapéutica donde lo conductual y la farmacología también tienen la última palabra.
  3. Por último, y lo que más se acercaría al tema de esta mesa: el discurso psicoanalítico ha dejado de ser subversivo al no encontrarse con una sociedad que, como a la que se dirigió Freud, cercenaba el campo de lo sexual.

Tres niveles críticos que salvo el último, han acompañado al psicoanálisis desde sus orígenes. El primero, que el modelo teórico es insolvente, a demostrar lo cual se dedicaron los distintos epistemólogos, desde Nagel a Grumbaun. La neurociencia parece el último constructo teórico y algunos psicoanalista se unen a ello de forma que ya hay algo que se llama neuropsicoanálisis, intento de abrazar ambas disciplinas y que en opinión de Eric Laurent (2000, p.66) puede ser el abrazo de la muerte. Y que el psicoanálisis no cura, que vienen repitiendo psiquiatras y conductistas desde su inefable teoría de la cura. Y la última y actual, a la que quiero centrar este trabajo, que el discurso psicoanalítico ha dejado de ser subversivo porque se encuentra con una sociedad, llamada postmoderna- a la que en buena parte ha contribuido a crear- reacia a ese discurso, por producir sujetos inaccesibles a la praxis psicoanalítica.
La necesidad de que lo social ocupe el lugar que le corresponde en la formación de la subjetividad no quedó resuelto con el celebre pasaje de Freud (1920): En la vida anímica individual- nos dice Freud- aparece integrado siempre, efectivamente, el otro, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado». El problema es como se integra el otro y a que se integra, quiero decir que la integración de los múltiples condicionantes en que el sujeto se encuentra: imaginario social, clase, tradición cultura, raza etc. deben hacerse posibles en el método, objeto y metapsicología psicoanalítica, esto es, que los supuestos paradigmas psicoanalíticos sean capaces de responder a las tensiones de lo social. En cualquier caso, “La socialización- dice Castoriadis- no es una simple adjunción de elementos exteriores a un núcleo psíquico que quedaría inalterado; sus efectos están inextricablemente entramados con la psique que sí existe en la realidad efectiva. Esto vuelve incomprensible la ignorancia de los psicoanalistas contemporáneos respecto de la dimensión social de la existencia humana”. (Castoriadis …)
Considerar las teorías y métodos psicoanalíticos en su relación con el imaginario social va a seguir siendo un tema ineludible y que en términos más cercanos a la clínica lo podríamos plantear como pregunta: “¿Cómo puede verse en el desarrollo del niño un proceso natural y, al mismo tiempo, la historia social de su formación? La tensión entre lo natural y lo sociocultural ha sido un buen referente que ha hecho evolucionar el psicoanálisis y enriquecerse en un gran número de corrientes y escuelas, que reflejan en su nacimiento y desarrollo las influencias de lo social y el cambio de sus imaginarios y, por otra parte los cambios internos que han alcanzado a su propio método. Crisis social y crisis del método marcan lo que para algunos es la crisis del psicoanálisis y para otros simplemente un nuevo momento de su desarrollo. En palabras de Jorge Ahumada, “La llamada “crisis del psicoanálisis” deriva de una crisis del pensar acerca de si en la sociedad global, crisis en cuya génesis juega un papel principal el pasaje desde la aculturación en el medio familiar y la cultura de lo escrito hacia la aculturación de los medios visuales, esto es, en realidad más y más “virtuales”. Y la otra causa de la crisis está en la actitud de las sociedades psicoanalíticas que difunden y banalizan los conceptos y abandonan el método. Hasta aquí la opinión de Ahumada.
También Cornelius Castoriadis desde posiciones epistemológicas distintas coincide en el diagnóstico social en su incidencia sobre el psicoanálisis. En este caso la aculturación se expresa como la ausencia de un imaginario social que facilite identificaciones que estarían en la base de la reflexibilidad, esto es de la función del pensamiento.
La crisis de la modernidad, de su imaginario y de sus significaciones y del sujeto antropológico que produjo ha marcado profundamente tanto el lugar que ocupa actualmente el psicoanálisis, los modelos teóricos en que se apoya y la práctica en que se sustenta. Crisis de la modernidad que podríamos resumir como el fallo en la credulidad ante el progreso y la verdad científica.
François Lyotard, definió la postmodernidad: “Simplificando al máximo- escribe Lyotard- defino lo postmoderno como la incredulidad ante las metanarraciones”. Y como ya sabemos, el conocimiento científico como fundamento del progreso y de la emancipación es la principal “metanarración” que queda cuestionada.
El objeto del conocimiento científico queda cuestionado y el proyecto epistemológico clásico cambia: “el campo de la epistemología clásica tal y como la entendemos en la actualidad surge de la idea de que la mente es capaz de crear representaciones que reflejen de forma exacta lo que está ahí afuera; el conocimiento pues, es posible en tanto la mente crea representaciones exactas al mundo exterior. (…) Pero esta idea básica, centro del proyecto epistemológico no es ya aceptada por muchos autores que consideran que “hay que abandonar la noción del conocimiento en cuanto representación exacta, que resulta posible gracias a procesos mentales especiales e inteligible gracias a una teoría general de la representación”. El problema es que sin ese imaginario de verdad y progreso, impregnándolo todo habría que preguntarse cual sería su sustituto. Para algunos la respuesta ya es conocida y esta entre nosotros: hemos pasado de un imaginario donde la verdad era posible a un imaginario donde la eficacia viene a ocupar su lugar. En tiempos de Freud el psicoanálisis era cuestionado desde criterios de cientificidad. En los tiempos actuales desde criterios de eficacia. El tipo antropológico ha pasado, del obsesivo meticuloso capaz de exterminar minuciosamente a millones de individuos, fundamentado en estudios profundos sobre la verdad empírica de la superioridad de tal raza, al individuo fragmentado de la postmodernidad. “…, en las condiciones de la postmodernidad, los sujetos se hallan constituidos en diferentes configuraciones con relación a las estructuras interpersonales de comunicación, las cuales promueven el uso defensivo de la negación y el antipensamiento. Opinan que vivimos en un mundo amenazador en el que la tecnología despersonaliza al individuo, el marketing vacía los objetos de significado y los sujetos se encuentran frente al constante dilema de discriminación entre lo que es real o irreal, dentro y fuera, la autenticidad y la inautenticidad, etc. Dado que las formas sociales y culturales ofrecen muy poca contención emocional y estabilidad personal, la ansiedad y la desesperación se incrementan forzosamente- podemos ver con facilidad cómo los síntomas de ansiedad son cada vez más y más frecuentes en las consultas médicas y psiquiátricas-, y nuestros recursos internos para hacernos cargo del sufrimiento psíquico disminuyen. Ello comporta una excesiva identificación proyectiva, con incremento de los objetos extravagantes y una disminución del significado y de la capacidad para elaborar sentimientos y pensamientos.
Sin embargo no es esta una opinión compartida por todos. E. Roudinesco piensa que “el sufrimiento psíquico se manifiesta hoy bajo la forma de la depresión”, aunque termina, igualmente haciendo del pensamiento, de la ausencia de reflexión la causa de su malestar. Así, el paciente actual, nos dice Roudinesco, “pasa del psicoanálisis, a la psicofarmacología y de la psicoterapia a la homeopatía sin tomarse tiempo para reflexionar acerca del origen de su desdicha”.
En una primera conclusión, si es que podemos concluir algo diríamos que la sociedad postmoderna produce un sujeto que no piensa , que no reflexiona, posiblemente porque la importancia de la temporalidad ha cambiado. Decía Viñar ayer, en una entrevista libre y amigable que tuvo la bondad de concedernos, que el sujeto actual vive en un presente omnipresente, que lo anula todo, que el pasado no existe, que las nuevas tecnologías ponen al sujeto en condiciones de inmediatez, que el futuro ya no es un proyecto, ni el pasado una palanca de experiencia. Si esto ha cambiado así, o en parte ha cambiado así, quiere decirse que la función reflexiva del pensamiento va desapareciendo, y que el psicoanálisis en tanto acción reflexiva, se encuentra en precario. Yo no estaría tan seguro de todo esto. Creo que el sujeto postmoderno sigue pensando, sigue deseando y que lo que ha cambiado es el contenido de su pensamiento y los placeres de sus deseos y, que como psicoanalistas debemos captar estos nuevos cambios. Ahora ya no estamos en una sociedad de lectores- dicen- y el deseo queda obturado en una sociedad de consumo- también dicen. Bueno, pues esa es la sociedad en la que estamos y en la que debemos trabajar.
El imaginario social tal cual es conceptualizado por Castoriadis incide de lleno en el psicoanálisis en tanto es definido como un “magma de significaciones imaginarias sociales” encarnadas en instituciones. Como tal, regula el decir y orienta la acción de los miembros de esa sociedad, en la que determina tanto las maneras de sentir y desear como las maneras de pensar. “El imaginario social provee a la psique de significaciones y valores, y a los individuos les da los medios para comunicarse y les dota de las formas de la cooperación: Es así, no a la inversa.” Quiere decirse que no es el sujeto surgiendo de la conflictiva edípica o narcisista quien construye lo social, sino a la inversa, una sociedad que excreta individuos conformados según su imaginario.
Charles Taylor en su libro Imaginarios sociales modernos – en el que es capaz de no nombrar ni una sola vez a Castoriadis, nos presenta el imaginario moderno occidental como surgiendo a través “de ciertas formas sociales, características de la modernidad occidental: la economía de mercado, la esfera pública y el autogobierno del pueblo. Entre otras.” Precisamente todas ellas fallando en estos momentos.
Falla la familia, falla el discurso político, falla la economía (llamada de mercado) etc. Me referiré al fallo de la familia. Hace unos meses tuvimos unos encuentros en Madrid sobre la crisis de la familia o, mejor dicho sobre las nuevas familias, LA FAMILIA Y SUS VINCULOS. NUEVAS PARENTALIDADES, así se llamaban las jornadas. Fueron unas Jornadas donde inevitablemente surgió el tema de la familia en conflicto porque, al parecer el que los homosexuales se casen y puedan adoptar hijos es una señal inequívoca de que la familia está en crisis.
Algo no está en crisis cuando esta establecido y es inamovible y en el caso de la familia esto no ocurrió nunca: entre la familia romana y la familia actual hay una gran diferencia y no podemos decir que el sufrimiento psíquico dependieran de una u otra organización familiar. Por tanto no es la crisis familiar lo determinante, sí parecería serlo las condiciones en que los valores o, en terminología de Castoriadis, las significaciones imaginarias sociales, fallan en la presencia en que cualquier sociedad demanda para facilitar los procesos identificatorios. Se quiere decir, que los apuntalamientos del proceso identificatorio en sus entidades socialmente instituidas ya sea la familia, la escuela o el trabajo, son elementos claves en la constitución de la subjetividad. Para Castoriadis cada sociedad produce su propio mundo creando las significaciones, los valores que le son propias y que tienen una función triple: estructuran las representaciones del mundo en general, designan las finalidades de la acción, lo que se puede y no se puede hacer y, por último crea los tipos de afectos característicos de esa sociedad. Representaciones, finalidades y afectos producirían sujetos antropológicamente diferentes. La novela de Jonathan Littel, Las benévolas, nos muestra un tipo antropológico, Max Aue, que solo se podría dar en un momento histórico como el de la Alemania nazi. Pero Max Aue no es un sujeto enfermo desde el punto de vista psicopatológico, por mucha repugnancia que nos produzca su figura. Es un sujeto antropológico no un sujeto psíquico. El sujeto antropológico deviene de la sociología, es el sujeto social, mientras el sujeto psíquico es anterior y hunde sus raíces no solo en lo social.
Permítaseme comentar algo más sobre el sujeto, tal y como se concibe desde el modelo de Castoriadis y que si parece tener cierto interés desde el punto de vista del psicoanálisis.
Cornelius Castoriadis hace un intento por fijar el sujeto que el estructuralismo extravía. “Los discursos sobre la muerte del hombre y el fin del sujeto- nos dice Castoriadis- no fueron nunca otra cosa que la cobertura pseudo-teórica de una evasión de la responsabilidad- por parte del psicoanalista, del pensador, del ciudadano”. A partir de esta posición crítica y de la dificultad de pensar el sujeto en su totalidad, después de la pluralidad de sujetos que el psicoanálisis introduce con sus instancias psíquicas, Castoriadis se pregunta ¿puede formularse una noción del sujeto que las recubra a todas y que no sea simplemente formal, es decir, más o menos vacía? (Id.)
La subjetividad se expresa en una multitud de regiones donde impera el para si, esto es, donde la relación con el mundo se manifestará con una finalidad básica de preservar “la especificidad, el ser aparte”
en este sentido describe Castoriadis cuatro regiones donde ese para si de la subjetividad se manifiesta: el para si de lo viviente, de lo psíquico, del individuo social y de la sociedad. Cuatro regiones que interactúan entre si pero que permanecen autónomas. Quizás restaríamos complejidad a todo ello si lo tradujéramos como el concepto de autoconservación freudiano, pero lo que a mi me interesa resaltar es esta posibilidad de estudiar la subjetividad en distintos niveles de su manifestación, sobre todo lo que se refiere a la existencia de un sujeto psíquico y otro social. Así “…estamos siempre frente a una realidad humana en la cual la realidad social (la dimensión social de esta realidad) recubre casi totalmente la realidad psíquica. Y, en un primer sentido, el “sujeto” se presenta como esta extraña totalidad, totalidad que es y no es una al mismo tiempo, composición paradójica de un cuerpo biológico, de un ser social (individuo socialmente definido), de una “persona” más o menos consciente, en fin, de una psique inconsciente (de una realdad psíquica y de un aparato psíquico) el todo supremamente heterogéneo y no obstante definitivamente indisociable. De tal forma se nos presenta el fenómeno humano, es frente a esta nebulosa que debemos pensar la pregunta por el sujeto” (Id.).
Castoriadis contempla la dificultad de unificar todos estos sujetos, obvia esta dificultad y define el sujeto del psicoanálisis como meramente proyecto. La necesidad de una interpretación va dirigida a un alguien que todavía no existe “ya que aquello a lo que se apunta a través de una cura es la transformación efectiva de alguien, ni previsible ni definible de antemano…” (Id.) Aquí el sujeto debe advenir, así como antes lo era el Yo. “Este sujeto no es simplemente real, no está dado, debe ser hecho y se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias. El fin del análisis es hacerlo advenir” (…) Este sujeto, la subjetividad humana, está caracterizado por la reflexividad (que no debe confundirse con el mero pensamiento) y por la voluntad o capacidad de acción deliberada, en el sentido pleno de este término”. (Id.)
Yo estaría de acuerdo solo a medias con este modelo de Castoriadis. La mitad con la que estoy de acuerdo es con la que concibe al sujeto como proceso y la mitad en la que estoy en desacuerdo es con que el fin del análisis pueda hacer advenir ese sujeto. Creo que esta concepción última del advenimiento de un sujeto se mantiene dentro de una lógica esencialista con la que el psicoanálisis, tanto freudiano como lacaniano, rompieron hace mucho tiempo. No es posible borrar la distancia que separa lo real de su simbolización, no es posible, pues, un sujeto real, un sujeto que pueda ser pensado más allá de su devenir. Y si debo ser sincero, tampoco sé si estoy muy de acuerdo con el concepto de proceso, que me da la impresión que se transforma en proyecto. No es lo mismo proceso que proyecto. Proyecto apunta a una finalidad, aunque se diga que es inalcanzable, y una finalidad tiende a obturar la distancia entre lo real de su simbolización. “Esta aspiración de abolirlo- nos dice S. Zizek- es precisamente la fuente de la tentación totalitaria. Los mayores asesinatos de masas y holocaustos siempre han sido perpetrados en nombre del hombre como ser armónico, de un Hombre Nuevo sin tensión antagónica”.
En cualquier caso, el sujeto psíquico por debajo del social y éste, recubriéndolo todo, nos devuelve una imagen donde el supuesto sujeto, del que nos habla Castoriadis, queda nuevamente sin sustantivar, pero sí delimitado en esferas e interrelaciones de gran valor heurístico.
¿Hasta que punto el sujeto psíquico puede sostener todo ese universo de significados que lo social pretende imponer? Es evidente que entre el sujeto social encarnado por Platón y el sujeto social actual hay enormes diferencias. Sin embargo ya no sería tan evidente la diferencia entre el sujeto psíquico en distintos momentos históricos. La evolución psíquica es muy lenta determinada posiblemente por factores biológicos, no así la evolución social. Quizá esa desarmonía sea la responsable de las dificultades psicológicas y de las llamadas enfermedades mentales. Quizás la compulsión a la repetición no sea más que la resistencia de lo psicológico a abandonar posiciones que el sujeto social plantea. O quizás el malestar en la cultura de Freud o el sujeto parlante de Lacan sean las expresiones del sufrimiento psíquico como característico del ser humano. La naturaleza impone límites a la cultura y ésta impone presiones a aquella. Este sujeto, que no es simplemente real que no está dado y que debe ser hecho y que se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias, nos permite anticipar que las condiciones son las del método psicoanalítico y las circunstancias las del imaginario social. Circunstancias como el deterioro progresivo del socialismo real, desde los años sesenta y su culminación en la caída del muro, no llegaron, sin embargo a afectar a ese supuesto sujeto psíquico. No nos encontramos con olas de suicidios, como hubiera sido lo esperable, sino con cambios en el imaginario social: la fragmentación y el escepticismo de la posición postmoderna, esto es una ideología del desencanto intelectual surgida del fracaso de la utopía.
Para Freud el factor último, más allá del cual no es posible ir, es donde debemos buscar, como psicoanalistas, el referente de lo psíquico. Un factor social nunca es un factor último, siempre puede ser reducido a una vicisitud pulsional y estas, a su vez, serán entendidas dinámicamente en la conflictiva edípica. La muerte del rey es la muerte del padre, que a su vez lo es por el deseo hacia la madre, que a su vez lo es por el plus de placer que representa, placer que ya marca una dimensión psíquica en que la descarga pulsional se expresa. Pero si la pulsión nos parece anticuada podemos acudir a las relaciones de objeto, las que se dan primariamente en el seno familiar. Este “familiarismo” pasaría a ser el referente último. Este modelo, aparentemente reduccionista, y que está en la base de la praxis psicoanalítica, no clausura ni mucho menos, un conocimiento que se abre a lo social precisamente a través del concepto de sublimación, aunque éste, el placer sublimatorio siempre fue un placer de segunda categoría incapaz de competir con el placer pulsional. Pero en tanto la realidad psíquica es la realidad del psicoanálisis y no la realidad social nos encontramos con una dificultad que esta en la base de todo este problema.
La mayoría de los trabajos psicoanalíticos en que lo social es un factor presente, traumático o no, siempre se organizan en la dirección de si el psiquismo puede o no elaborar esa característica social EL reduccionismo psicoanalítico siempre se impone como referente último.
Luis, 25 años, está en su último año de carrera. Se siente muy deprimido porque una asignatura se ha convertido en un problema infranqueable. Para los demás también, me dice, y se adentra en un alegato interminable en contra del sistema: “Claro, ahora con la crisis no interesa que salgan profesionales y es mejor tenernos entretenidos en la Facultad”. Tres sesiones más tarde- o quizás cuatro- Luis ha abandonado a ese sujeto social aguerrido, o al menos reivindicativo y se encuentra hablando de los enfrentamientos con su padre, un hombre silencioso y distante –posiblemente como el psicoanalista- que cuando deja de serlo se convierte en violento y arbitrario. El sujeto psíquico, el sujeto del psicoanálisis será el protagonista en los años venideros. La pregunta ¿Qué será de ese sujeto social rebelde y reivindicativo, sobrevivirá a su paso por el análisis?
Para terminar, aceptando que el psicoanálisis se fundó y desarrolló ignorando, en parte, sus determinantes sociales, sin embargo sí es cierto que se fundó una ciencia- con todas las comillas que queramos poner- que ha permitido una práctica de la cura- más comillas- y que continua siendo una herramienta de acercamiento a los cambios sociales en su posible incidencia sobre el sujeto psíquico. “¿Son fecundos los paradigmas del psicoanálisis para los nuevos enigmas que se avecinan?”, se preguntaba Silvia Bleichmar, reflexionando sobre los cambios sociales y científicos que vivimos: el cambio de sexos, el reconocimiento del matrimonio homosexual y la adopción dentro de él, las familias monoparentales, etc., etc. Y, también la pregunta complementaria ¿es posible, para el sujeto psíquico, la integración de todos los cambios que lo social y la cultura le demanden? Quiere decirse que ese podría ser un nuevo, o no tan nuevo, lugar del psicoanalista frente a lo social: ver la incidencia que sobre el sujeto psíquico operan los cambios sociales y denunciar los que son incompatibles con su desarrollo. Una posición científica con un poquito de ideología.

Vía: Centro Psicoanalítico de Madrid.
Enlace: https://www.centropsicoanaliticomadrid.com/publicaciones/revista/numero-17/imaginario-social-y-discurso-psicoanalitico/#:~:text=%E2%80%9CEl%20imaginario%20social%20provee%20a,lo%20social%2C%20sino%20a%20la

Estamos sujetados a una deuda eterna

Por Alberto Isaac Mendoza Torres

Hace unas semanas, una buena amiga publicó en Facebook, ahí donde la vida real ocurre, un poema que tituló: “Permiso para estar”. En él habla sobre esta (im)posibilidad de estar en el mundo, sin tener que cumplir las exigencias de la sociedad.

En uno de los versos lanza un: “estoy cansada”.

“Estoy cansada.

De producir, como si solo eso fuera lo importante,

De servir, ¡ja, “servir” como si fuera una cosa!

De dar un servicio, como si YO pudiera

dar al otro eso que nos falta.”

De trabajar a cambio de dinero,

a cambio de mi salud,

mi piel, mis entrañas y mi tiempo,

como si valiera lo mismo que lo primero”

El poema, todo, vale la pena leerlo, pero me quedo con este fragmento del cansancio para lo que hoy quiero platicarles. Ya les había hablado con anterioridad sobre lo que Byun Chul-Han dice de esta sociedad del rendimiento. Que estamos rendidos, de tener que – como dice el poema – trabajar a cambio de dinero, hipotecando la salud, las entrañas y el tiempo.

Estamos rendidos, vale. Pero ¿por qué entonces seguimos enganchados a esos trabajos en donde dejamos la salud, la piel y las entrañas, y en donde somos ninguneados? Rebajados a esa cosa, que sirve, y que en tanto cosa, puede servir más. Puede dar ese plus, que siempre es ganancia para el dueño del capital. Y trabajamos hasta estar quemados por el sol.

Desde luego que en esto, como en todo lo humano, la singularidad es lo que cuenta. Sin embargo, quizá se podría compartir una raíz común: la condición del hombre endeudado. Estamos endeudados todos. Tenemos todo, pero no todo está pagado. Le debemos a la de la comida, a la de los cosméticos, a la de los zapatos por catálogo, debemos la tarjeta de crédito, la hipoteca de la casa, la letra del auto, el seguro médico. Y cada día de paga, además de ser el tiempo de la purificación con los acreedores, también es el de la renovación de la promesa de que podremos seguir endeudándonos.

Vaya manera de vivir.

El filósofo italiano Maurizio Lazzarato tiene un libro interesante, “La Fábrica del hombre endeudado”. En él hace una revisión importante, desde Nietzsche y Foucault, sin olvidar desde luego a Marx, sobre la deuda. Y aunque pudiera parecer que estos tiempos tardíos de la modernidad están produciendo al hombre endeudado, como una manera de hacer sujeto, de hacer subjetividad. Quizá es desde la propia génesis de esta civilización occidental, que están puestas las condiciones para que esto sea así. Y el neoliberalismo solamente ha potenciado lo que ahí ya estaba.

En la tradición cristiana, desde que nacemos, tenemos esta condición de deudores. El pecado original, le llaman. No hay una criatura pura. Ya tiene mácula, aunque no haya disfrutado, de eso que lo creó, pero ya le debe a su creador. Y hay que trabajar toda una vida, para regresar al paraíso, del que dicen fue expulsado, por lo que otros se comieron.

Esta deuda eterna del cristianismo permitió sistemas económicos como el feudalismo, en donde el trabajador era agradecido por tener un trabajo para poder pagarle a quien le empleaba. Y no hay que irse a esa edad tan obscura. Hace poco más de un siglo, las tiendas de raya en México, reproducían con eficacia este esquema. Hoy, hay que ser agradecidos al nivel de la genuflexión, si pagan puntual, un trabajo que ya hicimos con anterioridad.

Gilles Deleuze y Félix Guattari en “El Anti-edipo” sostienen que “el deudor, (en virtud de un contrato), le da como prenda al acreedor (para la eventualidad de que no pague) un bien que él “posee”, del cual todavía dispone; por ejemplo, su cuerpo, su mujer, su libertad y hasta su vida (o en ciertas condiciones de índole religiosa, su felicidad, la salvación de su alma, e incluso su reposo en la tumba)”. La salud, las entrañas y el tiempo, dice mi amiga.

El registro civil, que hoy produce subjetividad, es el buró de crédito. Existimos, en tanto estamos en esta lista. No hay más ciudadanía, lo que persiste son las categorías de consumidores y de deudores.

Pero, contrario a lo que podríamos aventurar, no somos buenos sujetos, sujetos de crédito, en tanto pagamos puntual. Por el contrario, eres buen sujeto, en la medida en que mantienes la promesa de seguir endeudado. De hecho, para que te puedas hacer de una hipoteca, debe alguien antes haberte dado un crédito. La idea sería entonces mantenernos en deuda permanente, en deuda eterna.

Tomado de: http://diariotiempo.mx/opinion/opinion-hombre-endeudado-alberto-isaac-mendoza-torres/

No hay felicidad sin magia

Por Alberto Isaac Mendoza Torres

A los adultos con facilidad se nos llega a olvidar lo complicado que puede resultar la vida infantil. Es más fácil asociar a esta etapa de la vida con cosas que ubicamos como lindas, fáciles, divertidas, lúdicas, en suma con la felicidad.

Por eso cuando vemos a un niño padecer, es tan sencillo soltar sin pensar: ¿pero por qué sufre, si es un niño?, ¿qué preocupaciones podría tener? Y si nos atrevemos a escuchar lo que tiene que decir, es muy sencillo minimizarlo. Para la mayoría es muy difícil aceptar que en la niñez haya tristeza, incluso que haya tristeza por amor.

Entonces, ¿qué pone triste a un niño? Hay un excelente libro de Giorgio Agamben, en lo personal a mí me encanta, que se llama “Profanaciones”. En él hay un capítulo dedicado a la “Magia y Felicidad”. En él retoma una afirmación del filósofo alemán Walter Benjamin, del que ya les he hablado alguna vez, por medio de la cual trata de explicar por qué sufre el niño, y se entristece no porque haya descubierto que los adultos son más fuertes, sino por su propia incapacidad de hacer magia.

O quizá sí la pueden hacer. Pero no todo el tiempo. Uno de los juegos que más llama la atención de los niños, incluso desde una edad temprana, es el de esconderse tras una mantita o de sus propias manos, como señal de que han desaparecido del mundo; y luego levantar ese velo, para hacerles ver a los demás, que han vuelto. Y qué habría ahí, sino magia. Repiten este esconderse-mostrarse, una y otra vez, quizá hasta que el adulto se canse.

Agamben dice: “los niños, como las criaturas de las fábulas, saben perfectamente que para ser felices es preciso tener de su lado al genio de la botella…si la felicidad depende, no de lo que esa persona es, sino de una nuez encantada, o de un ábrete-sésamo, entonces y sólo entonces puede decirse verdaderamente feliz”.

Recuerdo cómo un niño al que quiero mucho, hacía que los adultos nos congeláramos, con tan sólo decir “varita dú”. Esa era su palabra mágica, para que en medio del bullicio que los adultos le poníamos a su tranquila vida, nos calláramos. Apenas intentábamos “descongelarnos”, de nueva cuenta aparecía este hechizo.

Ser mago implica conocer y llamar ese nombre secreto de las cosas. La cábala y la nigromancia, apelan a este conocimiento. Al llamado de ese “archinombre”, por medio del cual toda la Babel, es decir toda la confusión, de los nombres “cae hecha pedazos”.

Conocemos como “nombre propio” a este sustantivo por el cual creemos distinguirnos de los demás. Y digo creemos porque cada época tiene sus racimos de nombres dominantes. Ahora parece que estamos, medio broma, medio enserio, en los tiempos de los Kevin, los Bryan, las Britanys. Nos ilusiona tener un nombre propio, aunque no nos pertenezca. Es un nombre que lo decidieron los padres, incluso antes de que ellos mismos se conocieran. Cuando tenga una hija, le voy a llamar…en honor de una actriz, de una cantante, de una filósofa. No nos queda más que aceptar este nombre, con toda la carga que esto implica. Pero el nombre nos introduce en el lenguaje.

En la niñez se conoce muy bien de esta tristeza. Por eso los niños juegan a cambiarse el nombre. No me llamo más Fernando, ahora soy Rubén, dicen enojados. Y de verdad no responden cuando les llamas por ese nombre, decimos, de pila.  Tener un nombre es la culpa, dice Agamben. Por eso el niño nunca está tan contento como cuando inventa una lengua secreta.

¿Pero es sólo la apuesta por la magia, la felicidad en el niño?, ¿no se repite este mismo sentimiento en el adulto? Es más feliz el hallazgo de unas cuantas monedas en el bolsillo de un viejo pantalón, si lo explicamos desde la magia, que desde un “simple” olvido. Queremos desaparecer cuando los problemas nos agobian, para volver a aparecer cuando estos se han resuelto por arte de magia. Vamos con el psicoanalista para descubrir esa palabra que nos tiene atrapados en nuestras dolencias anímicas. O a la religión porque “una palabra (mágica) tuya bastará para sanar mi alma”. Nos pesa el nombre, y nos inventamos nicknames en nuestras redes sociales. Los amantes jugamos a crear un lenguaje secreto, tan nuestro, que nadie más puede descifrar. Y somos más felices cuando una mujer nos ama, sin siquiera merecerlo. Hay magia en el amor.

No hay felicidad sin magia. Esto hace la distinción entre vivir bien y ser felices. Mozart lo sabía muy bien. Él que usaba con magistral destreza la escatología en su música, escribe una carta a su amigo Joseph Bullinger, en la que le dice: “vivir bien y vivir felices son dos cosas distintas; y la segunda (vivir felices) sin alguna magia, no me ocurrirá por cierto. Para que esto suceda, debería ocurrir alguna cosa verdaderamente fuera de lo natural”.

La felicidad nos espera en el punto en que no era para nosotros, cuando logramos arrebatársela a la suerte, nos sabemos capaces de hacer magia y alejar la tristeza infantil. El problema será que no la podemos siempre.

 

Tomado de: http://diariotiempo.mx/opinion/opinion-pensamiento-magico-sufrimiento-infantil-alberto-isaac-mendoza-torres/

Las redes sociales como mediador del deseo

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El “me gusta” y su interpretación

En los consultorios psi, “la presencia de las redes se evidencia sobre todo como un viraje en la lógica de los encuentros amorosos”, sostiene el autor, y subraya “un aspecto que me parece central: el valor de las redes como mediador del deseo”.

 

Por Santiago Thompson *

Los cambios en la subjetividad de la época van muchas veces de la mano con cambios en la ciencia y la tecnología. Si el movimiento nacido con la píldora anticonceptiva separó para siempre reproducción y sexualidad, el VIH conjugó, durante dos décadas, muerte y sexualidad. Se puede fechar el inicio de esa era con la muerte de Freddie Mercury. Hoy el avance de la ciencia convirtió esa enfermedad mortal en enfermedad crónica. Y en el consultorio emergen las consecuencias: nadie quiere morir, pero algunos están dispuestos a, en cierta medida, arruinarse la vida, y el descuido en los encuentros sexuales es moneda corriente.

La red global dio carta de ciudadanía al placer masturbatorio. Y no como síntoma, sino como una modalidad asumida por los sujetos. Ya se escucha abiertamente a varones que sostienen: “Prefiero hacerme la paja a coger”. En Japón, la palabra hikikomoris da nombre a un estilo de vida que prescinde del encuentro entre los cuerpos.

Me resisto a sumarme al coro que descalifica la época y añora los tiempos ordenados por la función paterna. Entiendo que tales juicios de valor hablan más bien de los fantasmas propios. Ponen en palabras un típico supuesto del neurótico: el otro goza sin límites, mientras que a mí el goce me estuvo vedado… por el padre: Les Luthiers hace de tal suposición la base de su canción “Los jóvenes de hoy en día”.

Ante lo que se llama de modo recurrente la “declinación de la función paterna”, emergen otras modalidades de anudamiento: ciertamente los tóxicos, que muchas veces permiten sostener el encuentro con el otro sexo, pero también las llamadas “tribus urbanas”. Las formas de regulación del lazo social no desaparecen. Por el contrario, proliferan.

Las redes sociales se entraman con la posición de cada sujeto. En tal sentido, la neurosis encuentra allí su soporte: la injuria obsesiva que procura arrasar con el deseo del partenaire, el amplio campo que encuentra la histeria para causar el deseo sustrayendo el cuerpo. Quien tiene una posición evitativa respecto del otro sexo encuentra la encantadora posibilidad de “sentirse acompañado” sin tener que comprometer el cuerpo, manteniendo todo el juego en el plano virtual y postergando indefinidamente el encuentro. La vida virtual se suma a la lista de adicciones.

Al margen de tales presentaciones y más allá de cuestiones puntuales (el acortamiento de las distancias entre familiares y amigos que viajan, etcétera), en la clínica la presencia de las redes se evidencia sobre todo como un viraje en la lógica de los encuentros amorosos. Quiero subrayar aquí un aspecto que me parece central: el valor de las redes como mediador del deseo.

Tinder le dio carta de ciudadanía a algo que en Facebook ya sucedía de modo clandestino. Facebook invita a explicitar el estado civil, así como la orientación sexual. Mientras Facebook persigue a sus usuarios para que no contacten virtualmente a quien no conocen –lo cual, sin embargo, sucede todo el tiempo–, Tinder, en base al mismo perfil de Facebook, incita a ello. Tinder es Facebook saliendo del placard. Por otro lado, la aplicación promueve encuentros con ciertas carencias a nivel de la ficción del amor: son encuentros muchas veces sin historia: dos personas, que hace dos horas no se conocían, se acuestan, y dentro de dos horas no se verán nunca más. Esta secuencia, otrora muy osada (es el argumento de más de una película), hoy es algo cotidiano y no presenta vericuetos dignos de llevar al cine. La apuesta se extrema con la propuesta de Happen; se trata de una aplicación con GPS que posibilita encuentros aquí y ahora, con la cercanía física del partenaire como criterio central.

Redes del deseo

Es sugestivo que, a la hora de hablar del deseo humano, tanto Freud como Lacan hayan elegido dibujar una red: el esquema de Freud en Psicología de las masas y análisis del yo se presenta de ese modo y Lacan llamó a su grafo “mi pequeña red”. El deseo humano sigue siendo deseo de tener un lugar en el deseo de los otros o de algún Otro en particular. No hay nada más desolador que no causar el deseo de nadie: es como un muro sin ningún “me gusta”.

El “me gusta” y su interpretación ocupa un tiempo no menor en los consultorios. Puede ser leído en la más vasta ambigüedad: como un “me gustás”, por ejemplo. También está el “me gusta” irónico (como respuesta a alguna agresión), el “soy tu amigo y te banco”, el ideológico, el auto “me gusta”, el “me gusta” territorial (con el que el varón marca a la que fue su amante en todos sus posts). Este último hace uso de una propiedad interesante de Facebook: los “me gusta” sólo pueden ser borrados por su autor, no por el dueño del muro.

Cabe destacar el aspecto mostrativo de las redes sociales, que da lugar a nuevas modalidades de acting out. El acting out consiste en una mostración que apunta hacerse un lugar en el deseo del Otro; lo que en él se muestra, se muestra como distinto a lo que es: “Posteo para todos, con el fin de que vos lo veas”, o bien “Posteo sólo para vos, para que todos lo vean”. Se trata de una mostración velada, que siempre tiene el carácter de un anzuelo tendido para enganchar el deseo del Otro. El acting está íntimamente asociado al campo del deseo, y el deseo siempre tiene un sesgo ilusorio, de engaño y de ficción.

Facebook, ya desde su nombre, es el campo de la mostración. Las mujeres hacen ostentación de su belleza o bien, con frecuencia, una exaltación –siempre sospechosa– de su pareja y de lo felices que son. Los varones tienen una palestra donde desplegar sus insignias: el “aguante” al equipo de fútbol, los logros personales, el culto a la barra de amigos. Por medio del muro, el varón da a la mujer muestras de que es varón y viceversa. Lacan (Seminario 18, “De un discurso que no fuera del semblante”) señala que “lo que define al hombre es su relación con la mujer, e inversamente. Para el muchacho, se trata en la adultez de hacer de hombre. Esto es lo que constituye la relación con la otra parte. Uno de los correlatos esenciales de este hacer de hombre es dar signos a la muchacha de que se lo es. Para decirlo todo, estamos ubicados de entrada en la dimensión del semblante”. El juego de los semblantes encuentra su escenario en Facebook, campo privilegiado de lo que se da a ver.

Lo que se muestra no se debe confundir con una pérdida de la privacidad: se trata de lo que alguien decide mostrar a los otros, a algún otro particular al que la mostración está dirigida. Y, en tal sentido, Facebook ofrece la posibilidad de estar virtualmente en el área del deseo de todos. Produce efectos cuando la mostración llega a destino: son comunes las fotos públicas que, más que anunciar, dan a ver: tatuajes recientes, nuevas parejas, casamientos, natalicios. “¿Puedo ser más feliz?” escribe en su muro un padre primerizo, con la secreta intención de seducir a su secretaria. La novia despechada no perderá la oportunidad de enrostrarle al ex su nueva conquista, con una oportuna foto de perfil.

La alusión indirecta toma en los muros un lugar privilegiado. Se sugiere, se da a ver, y rara vez se declara. Así como el acting out llama a la interpretación, lo que se muestra llama a que se diga (o a que se “comente”). El stalker es atrapado por esos anzuelos tendidos para atrapar el deseo: las ex parejas que se espían entre sí, las amigas que envidian la felicidad de la que declama su amor al príncipe azul, las caras felices de las últimas vacaciones.

El inbox funciona allí como la cara B de lo que se muestra en el muro. En bambalinas se trama y se habla “a escondidas” de lo que se da a ver. La impunidad para mandar mensajes supone también una impunidad de los receptores para no contestarlos. Lo que llamamos “clavar el visto” tiene su contracara: el otro puede acercarse sin los riesgos que implica, por ejemplo, una llamada telefónica. La red de los deseos ofrece cierta economía: un mensaje no respondido para rechazar a alguien, un toque para verificar el mutuo interés en Tinder.

Por último, cabe destacar que Facebook ha dado lugar a toda una serie de “actos virtuales”: te elimino como amigo, te bloqueo, te vuelvo a aceptar. Con la ambigüedad que supone como acto para sí (los analizantes se justifican: “la saqué de mis amigos para no quedarme mirando lo que postea”) y como mostración hacia el otro, donde el acento está en que el otro se entere de que fue “eliminado”.

El deseo es en esencia engañoso. Requiere ficciones, escenas, montajes, historias. Y la mediatización de las redes –en cuanto pone los cuerpos a distancia y permite un espacio para la edición– se abre entonces como un campo fértil. Confesiones íntimas, dichos que sugieren, fotos de perfil y de portada. Los sujetos preceden a una verdadera creación de un yo virtual. Un obsesivo, decepcionado por un encuentro poco feliz, daba cuenta de su rebelión contra este campo engañoso: “A la foto de perfil tenés que descontarle el impuesto a las Ganancias, los aportes jubilatorios…”. El sujeto sólo es sujeto en cuanto historizado, en una escena que siempre es de ficción. La “biografía” virtual proporciona la posibilidad de escribir la propia historia para los otros y espiar la vida de los otros a través de la ventana indiscreta de Facebook.

Mucho se ha dicho sobre la soledad del sujeto en la web, pero es un hecho que, poco a poco, los encuentros amorosos tienden a iniciarse en una red social. A veces con alguien desconocido, a veces con alguien apenas conocido en la vida cotidiana. La crítica que desde el psicoanálisis se hace con frecuencia al mundo virtual toma el sesgo predominante del prejuicio ante aquello que se desconoce. En mi práctica, no apunto a descalificar los intercambios virtuales. Muchas veces, permiten hacer lazo donde de otro modo no habría nada.

El valor de mediación de las redes sociales, incluso mediación de un deseo decidido, no es desechable. No olvidemos que ya Lacan (Seminario 10, “La angustia”) propuso pensar el deseo como un campo abierto a una mediación, poniendo allí el acento en el registro imaginario. En ese sentido, Facebook y otros medios virtuales abren un amplio campo para el encuentro entre los deseos.

Tomado de https://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-277162-2015-07-16.html

Nunca nuestro cuerpo es más nuestro que cuando nos duele

Nefando

Si algo es impreciso para el lenguaje es el dolor. Nefando de la ecuatoriana Mónica Ojeda nos muestra la genealogía de esa imprecisión a partir de la infancia. Con un sentido firme y una estructura fragmentada la novela revela lo decible del dolor en los umbrales movedizos del deseo que sostiene la pornografía infantil. Desde un apartamento con seis jóvenes el lenguaje busca emerger con códigos, con imágenes, con juegos, con ficción para lanzar contra el piso la beatitud construida sobre el oficio de ser niños.

Un espacio, seis habitantes: a través de los conocimientos en programación del Cuco, los hermanos Terán: Irene, Emilio y Cecilia, se crea Nefando, un video juego producto de una paternidad que exigió a la niñez de estos hermanos portarse bien haciendo las tareas, facilitando la sodomización entre otras actividades del oficio que Kiki Ortega, la escritora, imagina para tres de sus personajes principales desarrollados, encerrada en las escamas de su cuarto bajo el título Pornovela hype, mientras que Iván, un becario FONCA que lacera su pene, se pregunta por qué desde su infancia convencionalmente buena, distinta a la de los hermanos Terán o a la de los personajes de Kiki, se desdobla en lo que él considera abominable.

Si “Una fracción de nuestro pasado es funcional en nuestro pensamiento” (George Steiner), lo es para que estos seis compañeros de piso desarrollen una filosofía del dolor impuesta por sus destinos desprendidos de lo extraordinario, lejos de lo común, de la experiencia, esa que solo se corresponde con la palabra y el relato para facilitar la repetición: logro de la cotidianidad que no alcanza el dolor, porque no es convencional, verbalizarlo ni sentirlo. Nefando nos propone quitarle su extrañeza al dolor, convertirlo en experiencia que pueda ser expuesta por el lenguaje, como en algún momento lo intentó Kiki:

“Nunca nuestro cuerpo es más nuestro que cuando nos duele. Recuerdo que una vez escribí un ensayo para la prepa en el que intenté explicar lo que sentí cuando me rompí la pierna izquierda. Estaba hasta la madre de no poder decir mi dolor. Yo era la única chamaca en clases que se había roto algo por eso nadie sabía cuánto me había dolido y cuánto me había costado no gritar. La cosa es que me encontré vacía de palabras. No podía decirlo. Jamás en toda mi chingada vida me había sentido tan frustrada. A mi mente sólo venían metáforas imprecisas: explosión, desgarramiento, ardor, y cada una de ellas correspondía a una realidad ajena a la de mi experiencia” (p. 81).

¿Qué es la infancia y la adolescencia para el dolor? Son los sujetos de la experiencia. Tanto Mónica Ojeda como Osvaldo Lamborghini, escritor explorado por uno de los personajes de Kiki, reconocen que nombrar las llagas es nombrar la carne que falta. Irene, Emilio y Cecilia lo saben porque la dejaron incrustada en las filosas cercas de la niñez. El abuso infantil que los hermanos Terán recibieron para la empresa pornográfica de su padre busca verbalizarse con otro código, el informático. El lenguaje de la programación que permite crear Nefando como juego de video es la opción lingüística que no emerge de las palabras de la realidad sociológica compartida por los hermanos, por el mundo. Asimismo, cada cultura, según Giorgio Agamben, emerge de la modificación de una determinada experiencia del tiempo. Lo que Nefando como obra literaria y como videojuego intentan decir es que ningún lenguaje está a la altura del dolor que pretenden reproducir. Y de ello sabe cualquier sobreviviente.

No estamos ante una novela sobre adolescentes suicidas porque lo que nos propone Mónica Ojeda, como decía Walter Benjamin, es “organizar el pesimismo”. Dar clic a la memoria como lo haríamos en un videojuego de computadora, ubicar los puntos estratégicos donde recuperarnos frente al desgaste que nos produce perseguir la victoria y travestirnos en luciérnagas cuya intermitencia distrae al otro de la totalidad del tiempo, porque en la iluminación discontinua somos imagen aleatoria e imagen imaginada que sobrevive en la oscuridad, porque, como diría Georges Didi-Huberman a propósito de Pier Paolo Pasolini: “la danza de las luciérnagas se efectúa precisamente en el corazón de las tinieblas”. Y es de esta manera que en “la convivencia” los personajes, sobrevivientes de su infancia, forman una constelación atraídos por su propia bioluminiscencia.

Tomado de: http://www.el-nacional.com/noticias/entretenimiento/alfabeto-del-dolor_187592

El cuerpo habla y a veces grita

«Muchas enfermedades tienen su causa en padecimientos psíquicos», afirma la psicóloga y psicoanalista Mar Arias .

LEÓN

«El cuerpo y lo psíquico no van por caminos separados». Este es el punto de partida de los organizadores del curso de extensión universitaria Cuerpo de la ciencia, cuerpo del psicoanálisis que se celebra entre el 27 de octubre próximo y el 23 de marzo de 2017 en la Fundación Sierra Pambley organizado por la Universidad de León y Cei-Triangular E3. Los horizontes del hombre. «Hay muchas enfermedades psíquicas que se inscriben en el cuerpo y lo alteran», afirma la psicóloga clínica y psicoanalista Mar Arias Sarmiento, que dirige el curso junto a la profesora de la ULE Montserrat Aguilar Gómez.

Las crisis de angustia, los ataques de pánico, inquietud, palpitaciones, bruxismo… Hay un abanico muy amplio de síntomas que pueden derivar en patologías más graves como la fibromialgia, los fenómenos psicosomáticos y las patologías cardiacas, entre otras.

Mar Arias Sarmiento, directora del curso ‘Cuerpo de la ciencia, cuerpo del psicoanálisis’, en su consulta. - f. otero perandones

«Llegan a alterar el cuerpo de tal manera que alteran el organismo», subraya. El psicoanálisis diferencia entre cuerpo y organismo. El primero es donde se inscriben las enfermedades psíquicas y el segundo es el que es objeto de la medicina: «Está más o menos sano mientras más callado esté», afirma Arias.

El cuerpo, añade, «no es algo con lo que nacemos sino que se construye». «Un sujeto puede estar biológicamente programado con determinadas características (por ejemplo, tendencia a engordar) y no llegar a desarrollarlas», matiza. A la pregunta de cómo se construye ese cuerpo, el psicoanálisis responde: «El eje fundamental de los seres humanos es la relación con el otro, no podemos vivir sin el otro», añade.

Los dichos que se oyen, el goce, las elecciones, el tipo de deseos… influyen en esa construcción. Por eso el cuerpo es único. «Sobre una enfermedad orgánica puede hacerse una intervención más o menos general, pero el cuerpo es la historia de cada uno y la subjetividad de cada uno es diferente», indica Mar Arias.

El interés de dedicar el curso al cuerpo es hacer esa distinción entre cuerpo y organismo porque «parecen lo mismo pero verdaderamente son diferentes». Por un lado, apunta la directora, «muchas enfermedades tienen su causa en padecimientos psíquicos» y a veces es observable en el cuerpo porque «el cuerpo habla, es parlanchín». Para averiguar lo que dice hay que pasarlo a la palabra. «De esta manera se produce una mejoría tanto psíquica como somática», explica. Pero no se trata de una simple charla porque las «determinaciones» que se inscriben en el cuerpo «no son claras, suelen estar entre líneas». Lo que hace el psicoanálisis es «descifrar ese cuerpo que es nuestra historia».

Por otro lado, el interés actual por el cuerpo también ha animado este curso monográfico dirido a alumnado y profesorado de la ULE así como a profesionales de la salud, la educación, intervención psicosocial y a todas las personas interesadas en la teoría psicoanalítica de Freud y Lacan.

«En la sociedad actual el cuerpo es un protagonista indiscutible, pues debido al déficit que tenemos de los simbólico y de los límites surge con más fuerza lo imaginario del goce», explica Arias.

El culto a la imagen tiene como consecuencia que «el cuerpo se adora, pero también lo maltratamos» hasta el punto de que hoy en día abundan los casos de personas que se realizan cortes, algo que se visualiza también en el mundo del arte. «Se pinchan, se cortan, se pintan sobre él… El cuerpo se ha convertido en un soporte», agrega.

Se moldea el cuerpo al gusto de la moda y también hay un rechazo a envejecer y un culto a la juventud, «modelos que mueven muchos tipos de mercado», concluye. Las conferencias de este curso se celebran los jueves en semanas alternas.

 

Fuente: http://www.diariodeleon.es/noticias/saludybienestar/cuerpo-habla-veces-grita_1102705.html

«Hay tantas enfermedades psicosomáticas como hace 200 años»

Daniel Sánchez Caballero

Más de 20 años ejerciendo la medicina desde la neurociencia dan para mucho. En ese periodo, la irlandesa Suzanne O’Sullivan ha visto infinidad de pacientes con síntomas físicos sin explicación médica tradicional. Hasta un tercio de las personas que entran en una consulta sufren enfermedades con origen psicosomático.

La neurobióloga Suzanne O'Sullivan, autora del libro 'Todo está en tu cabeza'.

«Pero nadie habla de esto pese a que es increíblemente común», se extraña. Por eso decidió contar sus vivencias en un libro. Todo está en tu cabeza (Ariel) trata de aportar un poco de luz sobre la capacidad de la mente para crearnos enfermedades físicas, lo habitual que es y cuánto desconocemos del asunto.

¿Por qué está estigmatizado hablar de enfermedades mentales frente a las otras?

Las enfermedades mentales o psicológicas se infravaloran, lo que es ridículo porque son muy comunes y muchos nos hemos visto afectados. Creo qu e se estigmatizan porque si tienes asma o diabetes , tu personalidad y la persona que eres está n separadas de tu enfermedad. Pero si tienes una enfermedad mental, o psicosomática, la gente tiene problemas para separar tu personalidad del hecho deque estés enfermo . Parece que eres débil. Si estás en una silla de ruedas pero luego resulta que no tienes parálisis sino algo psicosomático , la gente te va a mirar diferente ; si le dices a tu jefe que no puedes ir a trabajar por problemas psicológicos , te van a juzgar. Yo intento trasmitir que estas enfermedades tienen el mismo nivel de severidad que otras.

¿Cómo se cambia esta percepción?

La mejor manera es normalizar este fenómeno y hacer que la gente se dé cuenta de lo común que es. Le cuento a la gente que todos sufrimos esto en pequeñas dosis. Si estoy nerviosa por una entrevista de trabajo puedo tener algunos síntomas, como sudoración en las manos. No importa cómo seas, si estás expuesto a estrés puedes tener síntomas físicos. Si se normaliza así, la gente puede pensar que si una pequeña cosa como una entrevista o casarse causa síntomas, cómo no lo va a hacer algo más grande. Les digo a mis pacientes que esto le pasa a todo el mundo: lo suyo es solo una exageración de lo que es normal para otra gente.

¿Cómo se dibuja la línea entre lo que es normal y lo que no?

En cómo causa incapacidad. Mucha gente tiene taquicardias como respuesta a problemas de ansiedad. Algunos reconocen la conexión entre su bienestar y este síntoma y no les supone un problema. Otros no lo hacen y acaban pasando muchas pruebas del corazón, dejan de hacer ejercicio, cambian sus vidas. Lo que convierte algo en una enfermedad, más allá de los síntomas, es tu respuesta a ello. Tus cambios de conducta : no trabajar, tomar pastillas, ir al doctorEntonces tienes una enfermedad.

¿Cuánto sabemos del funcionamiento del cerebro, cómo se provocan y reparan estos síntomas?

Sabemos muy poco sobre cómo se desarrollan. Hemos aprendido algo en los últimos diez años con las resonancias magnéticas. Se le pide a la gente que haga diferentes actividades durante la prueba , y mientras escaneamos su cerebro. Pon que tienes a alguien que no puede mover las piernas por causas psicosomáticas, alguien que sí y otro a quien se le pide que finja que lo hace. Tres personas en tres diferentes situaciones. A cada uno se le activará una parte distinta del cerebro. La primera persona no activa bien la parte adecuada del cerebro. Cómo ocurren estas diferencias no lo sabemos.

¿Son estas enfermedades modernas, digamos, relacionadas con el estilo de vida?

Siempre han sido un problema. A finales del XIX, cuando la neurostenia golpeaba a Francia o EEUU, se atribuía a los estilos de vida modernos. Se ha hecho durante cientos de años. No importa cuánto cambien nuestras vidas, siempre ha habido estrés, problemas con la familia, con amigos, con el trabajo. La modernidad ha resuelto algunos problemas y creado otros, no creo que sea el problema. La única cosa que cambia es la forma que adopta. Creo que hay tantas enfermedades psicosomáticas como hace 200 años.

En el libro dice que las mujeres tienden más a sufrir enfermedades psicosomáticas, pero que no está claro por qué.

No hay duda de que las mujeres son más proclives a sufrir estos trastornos. Yo era reacia en un principio a creerlo, pero ahora no tengo dudas. No sé la respuesta. Creo que hombres y mujeres sufren de manera distinta. Las mujeres internalizan el sufrimiento más, y esta represión de los problemas psicológicos provoca una respuesta sintomática física. Se internaliza el estrés psicológico y el cuerpo habla por ti. Las mujeres son más proclives a estar en situaciones que provocan estos síntomas, que ocurren en personas que se sienten atrapadas en situaciones de las que no pueden salir , como los abusos sexuales y otras situaciones domésticas. Pero en realidad no se sabe, son especulaciones.

¿Se pueden hacer buenas prácticas para tener una buena salud mental e intentar prevenir este tipo de enfermedades?

Se pueden reconocer cuándo ocurren los síntomas hasta que te pongas mejor. Si tienes tendencia a cualquier trastorno (comes mucho, bebes, desarrollas ciertos síntomas físicos…), el truco es reconocer tu patrón. Si yo sé que tengo dolores de cabeza diarios, en vez de tomar pastillas debo ir al médico y ver cuál es su origen más allá de una explicación médica. No creo que se pueda hacer desaparecer los síntomas, se puede actuar cuando aparecen para que no se descontrolen. Todos tenemos estos síntomas: malestar, dolor de cabeza, taquicardias, temblores… He visto gente que tiene una enfermedad en cada sistema del cuerpo. Son casos que se miran con detalle, nadie encuentra la causa y resulta que todo el problema se va a otra parte del cuerpo, hasta que acaban en una silla de ruedas. A esta gente le recomiendo que piense en lo que le pasa: que cada vez que va al médico sale con dos pastillas más pero ninguna solución. Les digo que miren el patrón y que quizá la próxima vez que tengan un síntoma no deben ir al médico.

Fuente: http://www.eldiario.es/sociedad/sufrimos-psicomaticos-pequenas-convierten-enfermedad_0_478052963.html

La tregua imposible

Por José Manuel Ramírez

Durante las guerras siempre o casi siempre se ha establecido una tregua en tiempos de Navidad. La Navidad, si bien no es una fecha significativa para todo el mundo, siempre, sobre todo cuando uno de los contendientes pertenecía a la religión católica, era el momento de establecer esa tregua.

Asimismo, este respeto jamás impidió que alguno de los lados de la guerra rompiera la tregua. Y es entendible, aunque no justificable, porque en las guerras siempre se ha tratado de sorprender al enemigo en un descanso o en una fiesta.

Y esto no es una consecuencia de la época actual, como si se pudiese suponer en ésta alguna degradación especial del ser humano. Desde tiempos inmemoriales, y esto no ha sido superado por lo que se llama irónicamente avance de la civilización, los hombres siempre han atacado y han dado muerte al otro cuando éste estaba distraído. Seguramente Abel estaba agachado juntando sus mieses cuando Caín le asesta su golpe mortal. La sorpresa siempre ha sido el momento elegido para el ataque, y si no existía de forma esperable, o natural, por así decir, se la inventaba como se hizo con el famoso Caballo de Troya.

En guerras reales, o en guerras imaginarias o incluso en guerras simbólicas, son necesarias las treguas. A veces ha habido treguas tan prolongadas que los hombres han creído en la existencia de la paz. Desde esta perspectiva, la llamada paz no deja de ser una mera tregua. Ahora bien ¿por qué el hombre ha tenido siempre esta necesidad compulsiva de eliminar al otro? O incluso de eliminarse, lo cual es más o menos lo mismo.

La pulsión de muerte fue el intento freudiano de responder a esa necesidad mortal del ser humano. En su obra «Más allá del Principio de Placer» desarrolla la hipótesis de una tendencia primigenia de destrucción, tanática, de separación, de disgregación, de retorno a lo inanimado del cual provenimos. Eros tiende contrariamente a la unión, ejercita la libido de una forma amalgamadora, que llamó pulsión de vida. La fina cornisa, el desfiladero peligroso, el filo hiriente entre ambas pulsiones es difícil o casi imposible de deshacer, porque es constituyente. La vida encierra las más de las veces una agresividad inevitable, tanto como la escisión o la disgregación son condición posibilitante de la vida. Como cadenas que se retuercen entre ellas, una sobre otra, se diferencian y se juntan sin cesar. Podríamos decir que su distinción no es más que un efecto simbólico de su análisis y/o estudio.

Siempre recuerdo a Jacques Lacan cuando al presentar por primera vez en 1953 sus tres dimensiones -de la existencia humana, dixit- simbólico, imaginario, y real, al hablar precisamente de la aporía freudiana de la pulsión de muerte, dice que «a juzgar por las violencias, de todo orden, de las que son capaces los seres humanos en la época actual, podemos imaginar de lo que habrán sido capaces los primeros hombres, y los que lo siguieron».

No decimos esto para justificar cínicamente la violencia actual del ser humano, ni para decir que no hay solución a todas sus formas de violencia, ni se trata meramente de una distinta modulación según las épocas, o el desarrollo tecnológico alcanzado según el momento, sino para decir que a pesar de contar con el lenguaje y el poder de la palabra, el ser humano no los usa para entenderse, para responder o para conocer al otro que lo habita y lo constituye, o al otro a secas, sino para distanciarse, o mejor para permanecer incólume en su esfera, sin salir por ningún agujero ni dejar entrar tampoco. En esta Babel que vivimos hoy día, en esta confusión de las lenguas, el psicoanálisis viene a hacer un uso distinto de aquel lenguaje, de la palabra que nos distingue de los animales, un uso que contribuye a saber quién es el otro que somos. El psicoanálisis como páramo, es una tregua, siempre a declarar, ante la guerra permanente con el otro goce.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/21-52545-2015-12-24.html#arriba

El psicoanálisis como barrera contra la barbarie

  
Por Hector Pavon 

Jean Michel Vappereau ciudadano y psicoanalista de dos capitales –por lo menos– termina su conferencia en las V Jornadas de Investigación en Psicoanálisis organizada por la Universidad Argentina Kennedy y se divierte en esta entrevista hablando de matemática y psicoanálisis. Pero se lo toma en serio. Como tal, se formó muy cerca de Jacques Lacan de quien fue discípulo y paciente. Precisamente frecuentó su consultorio desde 1972 hasta su muerte en 1981. La marca ha sido decisiva, hoy lo sigue homenajeando con su visión del mundo psicoanalítico de las orillas de Buenos Aires y París.
–¿Cómo evalúa el papel de los psicoanalistas en sociedades como las nuestras, se aggiornan?

–Los psicoanalistas cambian muy poco, están siempre en la inercia permanente, Freud quiso esto para conservar las palabras en un dogma. Lacan lo va a seguir y no va a querer cambiar esto, quiere fundar un psicoanálisis freudiano. Antes de morir, Lacan dice: yo soy freudiano, si usted quiere ser lacaniano, hágalo. Yo digo que podemos empezar –no esperar dos siglos– a reconsiderar todo esto de una manera viviente. Para mí el chiste es una creación simbólica muy banal e interesante. No hay únicamente un saber, una verdad surgida del academicismo. No hay verdad analítica, saber analítico, el psicoanálisis es una práctica y es necesario deconstruir esa práctica. Cada uno tiene un camino diferente, no sólo psicológico. El psicoanálisis puede dar indicaciones interesantes a otra disciplina, todas necesitan hablar, leer, escribir . Para mí es una enseñanza, primero reconocer que hay dificultades para todos. Mi hijo tiene muchas dificultades como todos los otros. Qué hacemos, ¿vamos a mostrar todas las cosas favorables que sabe hacer y ocultar lo que no sabe hacer? El psicoanálisis es una manera de reconsiderar estas dificultades y pensar que se puede superar, que yo puedo conquistar lo simbólico, es por eso que hay más paranoia hoy en lo singular y en lo masivo. El psicoanálisis es una barrera de civilización necesaria.
–Hay crímenes masivos de paranoicos…

–Auschwitz, Hiroshima son crímenes paranoicos de masas. Hoy son los de violencia extrema que vemos en Internet: decapitaciones, destrucción de museos, sitios históricos. Los dos primeros tocan a pueblos que leen como ningún otro. Los judíos con el Talmud y los japoneses con la escritura china: leen al mismo tiempo con japonés contemporáneo y chino arcaico. Lo que hace que los japoneses tengan un equilibrio subjetivo que fascina a los occidentales, un exotismo. Lacan dice que no es molesto ir a Japón junto con un intérprete porque los japoneses están todo el tiempo con su intérprete que son ellos mismos, ellos están todo el tiempo divididos. Dice que es lo mejor que puede obtener de un análisis. He aquí en cuanto a lo absoluto, son cosas que están decididas, para cada sujeto, pueblo, barrio, familia. Lacan va a llamar a eso el nombre del padre. Dice que el padre puede ser banal. No importa quién puede ser el padre, la función del padre es decir cosas excepcionales, que el niño puede no comprender cuando es pequeño, pero con el tiempo comprenderá.
–¿Cómo se explica la relación del psicoanálisis con la matemática que usted lleva a la práctica?

–Yo considero que no se trata de formalizar como se decía en los 70: en el estructuralismo se ha querido hacerlo con la lingüística, la sociología, el marxismo, el psicoanálisis. Esa noción de formalización viene de forma . Hay una especie de timidez, tibieza, duda, sobre este tipo de trabajo, estilo de escritura. Es decir: la matemática es una escritura.
–¿Cómo se traduce esto en un abordaje concreto?

–Hay un lenguaje, un habla y una escritura. Hay que aprender a leer y la escucha psicoanalítica es una lectura, una manera de oír. Tal como en el chiste. Hay extranjeros que no comprenden los chistes que se hacen en Buenos Aires porque poseen elementos incorpóreos. Sobre eso hablan los estoicos, los incorpóreos son los que permiten la lectura, vienen del discurso que corre. A mí lo que me interesó cuando vine a Buenos Aires es cómo la gente habla; que no es igual que en Barcelona o Madrid. Cada ciudad, familia, barrio tiene incorpóreos. Son cosas absolutas para el sujeto pero que no es capaz de explicar. Hablar y escribir son cosas diferentes.
–¿Qué buscaba Lacan?

–Lacan busca un lugar en lo simbólico donde la escritura se junta con el habla. Y el objeto de la matemática es lo escrito. Los filósofos van a decir que es una abstracción. Es algo escrito, no abstracto. Cuando hablamos cometemos lapsus, actos fallidos, los grandes actores pueden equivocarse en el texto. Cuando la palabra hablada fracasa, la escritura es una manera de corregir el objeto; el sujeto es el de la palabra hablada. El psicoanálisis diferencia bien lo simbólico y la naturaleza.
–¿Lo simbólico en psicoanálisis puede partir de una relación matemática?

–Lo que Lacan va a introducir en el psicoanálisis, por ejemplo, el nombre del padre, no tiene nada que ver con el nombre patronímico, es la madre la que va a producir el nombre del padre para el niño, porque el niño busca en todo lo que dice la madre qué es lo importante. Es importante la manera de comer, lavar, caminar, en fin toda la educación, él busca qué es lo importante para ella para satisfacer su deseo para que ella ame al niño. Es el niño quien lee en lo que dice la madre metáforas donde él supone que ella metaforiza su deseo de ella. Eso es la metáfora del nombre del padre. Es una separación absoluta, luego en la vida del sujeto. Qué son los significantes del nombre del padre, son banales para todos los otros pero excepcionales para mí, son cosas incorpóreas, lecturas y los paranoicos son sujetos que no logran leer y que quieren en el crimen paranoico –que es un crimen incomprensible para la civilización occidental– destruir lo simbólico en el cuerpo de la víctima.

Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Jean-Michel-Vappereau-psicoanalisis-barrera-barbarie_0_1412858716.html