Imaginario social y discurso psicoanalítico.

Por Rómulo Aguillaume Torres.

Quizás el título de mi trabajo podría haber sido la crisis del psicoanálisis en la postmodernidad y haberme sumado así, a la enésima reflexión sobre el tema. Decir que el psicoanálisis está en crisis no es decir mucho, la crisis del psicoanálisis es una parte de su identidad. El psicoanálisis siempre fue una disciplina en crisis, lo que, entre otras cosas, condicionó su marginalidad y su fuerza y hoy únicamente tendríamos que señalar en que consiste esa crisis, en algunos aspectos distinta a las anteriores y que, desde luego, no podemos despachar con el argumento de la resistencia al psicoanálisis únicamente.
En El libro negro del Psicoanálisis, si tuviéramos la paciencia de leerlo, encontraríamos muchas de las críticas posibles, algunas ya antiguas, pero que en definitiva marcan los niveles donde la supuesta crisis del psicoanálisis es más evidente:

  1. Como modelo teórico donde la neurociencia parece tener la última palabra.
  2. Como praxis clínico terapéutica donde lo conductual y la farmacología también tienen la última palabra.
  3. Por último, y lo que más se acercaría al tema de esta mesa: el discurso psicoanalítico ha dejado de ser subversivo al no encontrarse con una sociedad que, como a la que se dirigió Freud, cercenaba el campo de lo sexual.

Tres niveles críticos que salvo el último, han acompañado al psicoanálisis desde sus orígenes. El primero, que el modelo teórico es insolvente, a demostrar lo cual se dedicaron los distintos epistemólogos, desde Nagel a Grumbaun. La neurociencia parece el último constructo teórico y algunos psicoanalista se unen a ello de forma que ya hay algo que se llama neuropsicoanálisis, intento de abrazar ambas disciplinas y que en opinión de Eric Laurent (2000, p.66) puede ser el abrazo de la muerte. Y que el psicoanálisis no cura, que vienen repitiendo psiquiatras y conductistas desde su inefable teoría de la cura. Y la última y actual, a la que quiero centrar este trabajo, que el discurso psicoanalítico ha dejado de ser subversivo porque se encuentra con una sociedad, llamada postmoderna- a la que en buena parte ha contribuido a crear- reacia a ese discurso, por producir sujetos inaccesibles a la praxis psicoanalítica.
La necesidad de que lo social ocupe el lugar que le corresponde en la formación de la subjetividad no quedó resuelto con el celebre pasaje de Freud (1920): En la vida anímica individual- nos dice Freud- aparece integrado siempre, efectivamente, el otro, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado». El problema es como se integra el otro y a que se integra, quiero decir que la integración de los múltiples condicionantes en que el sujeto se encuentra: imaginario social, clase, tradición cultura, raza etc. deben hacerse posibles en el método, objeto y metapsicología psicoanalítica, esto es, que los supuestos paradigmas psicoanalíticos sean capaces de responder a las tensiones de lo social. En cualquier caso, “La socialización- dice Castoriadis- no es una simple adjunción de elementos exteriores a un núcleo psíquico que quedaría inalterado; sus efectos están inextricablemente entramados con la psique que sí existe en la realidad efectiva. Esto vuelve incomprensible la ignorancia de los psicoanalistas contemporáneos respecto de la dimensión social de la existencia humana”. (Castoriadis …)
Considerar las teorías y métodos psicoanalíticos en su relación con el imaginario social va a seguir siendo un tema ineludible y que en términos más cercanos a la clínica lo podríamos plantear como pregunta: “¿Cómo puede verse en el desarrollo del niño un proceso natural y, al mismo tiempo, la historia social de su formación? La tensión entre lo natural y lo sociocultural ha sido un buen referente que ha hecho evolucionar el psicoanálisis y enriquecerse en un gran número de corrientes y escuelas, que reflejan en su nacimiento y desarrollo las influencias de lo social y el cambio de sus imaginarios y, por otra parte los cambios internos que han alcanzado a su propio método. Crisis social y crisis del método marcan lo que para algunos es la crisis del psicoanálisis y para otros simplemente un nuevo momento de su desarrollo. En palabras de Jorge Ahumada, “La llamada “crisis del psicoanálisis” deriva de una crisis del pensar acerca de si en la sociedad global, crisis en cuya génesis juega un papel principal el pasaje desde la aculturación en el medio familiar y la cultura de lo escrito hacia la aculturación de los medios visuales, esto es, en realidad más y más “virtuales”. Y la otra causa de la crisis está en la actitud de las sociedades psicoanalíticas que difunden y banalizan los conceptos y abandonan el método. Hasta aquí la opinión de Ahumada.
También Cornelius Castoriadis desde posiciones epistemológicas distintas coincide en el diagnóstico social en su incidencia sobre el psicoanálisis. En este caso la aculturación se expresa como la ausencia de un imaginario social que facilite identificaciones que estarían en la base de la reflexibilidad, esto es de la función del pensamiento.
La crisis de la modernidad, de su imaginario y de sus significaciones y del sujeto antropológico que produjo ha marcado profundamente tanto el lugar que ocupa actualmente el psicoanálisis, los modelos teóricos en que se apoya y la práctica en que se sustenta. Crisis de la modernidad que podríamos resumir como el fallo en la credulidad ante el progreso y la verdad científica.
François Lyotard, definió la postmodernidad: “Simplificando al máximo- escribe Lyotard- defino lo postmoderno como la incredulidad ante las metanarraciones”. Y como ya sabemos, el conocimiento científico como fundamento del progreso y de la emancipación es la principal “metanarración” que queda cuestionada.
El objeto del conocimiento científico queda cuestionado y el proyecto epistemológico clásico cambia: “el campo de la epistemología clásica tal y como la entendemos en la actualidad surge de la idea de que la mente es capaz de crear representaciones que reflejen de forma exacta lo que está ahí afuera; el conocimiento pues, es posible en tanto la mente crea representaciones exactas al mundo exterior. (…) Pero esta idea básica, centro del proyecto epistemológico no es ya aceptada por muchos autores que consideran que “hay que abandonar la noción del conocimiento en cuanto representación exacta, que resulta posible gracias a procesos mentales especiales e inteligible gracias a una teoría general de la representación”. El problema es que sin ese imaginario de verdad y progreso, impregnándolo todo habría que preguntarse cual sería su sustituto. Para algunos la respuesta ya es conocida y esta entre nosotros: hemos pasado de un imaginario donde la verdad era posible a un imaginario donde la eficacia viene a ocupar su lugar. En tiempos de Freud el psicoanálisis era cuestionado desde criterios de cientificidad. En los tiempos actuales desde criterios de eficacia. El tipo antropológico ha pasado, del obsesivo meticuloso capaz de exterminar minuciosamente a millones de individuos, fundamentado en estudios profundos sobre la verdad empírica de la superioridad de tal raza, al individuo fragmentado de la postmodernidad. “…, en las condiciones de la postmodernidad, los sujetos se hallan constituidos en diferentes configuraciones con relación a las estructuras interpersonales de comunicación, las cuales promueven el uso defensivo de la negación y el antipensamiento. Opinan que vivimos en un mundo amenazador en el que la tecnología despersonaliza al individuo, el marketing vacía los objetos de significado y los sujetos se encuentran frente al constante dilema de discriminación entre lo que es real o irreal, dentro y fuera, la autenticidad y la inautenticidad, etc. Dado que las formas sociales y culturales ofrecen muy poca contención emocional y estabilidad personal, la ansiedad y la desesperación se incrementan forzosamente- podemos ver con facilidad cómo los síntomas de ansiedad son cada vez más y más frecuentes en las consultas médicas y psiquiátricas-, y nuestros recursos internos para hacernos cargo del sufrimiento psíquico disminuyen. Ello comporta una excesiva identificación proyectiva, con incremento de los objetos extravagantes y una disminución del significado y de la capacidad para elaborar sentimientos y pensamientos.
Sin embargo no es esta una opinión compartida por todos. E. Roudinesco piensa que “el sufrimiento psíquico se manifiesta hoy bajo la forma de la depresión”, aunque termina, igualmente haciendo del pensamiento, de la ausencia de reflexión la causa de su malestar. Así, el paciente actual, nos dice Roudinesco, “pasa del psicoanálisis, a la psicofarmacología y de la psicoterapia a la homeopatía sin tomarse tiempo para reflexionar acerca del origen de su desdicha”.
En una primera conclusión, si es que podemos concluir algo diríamos que la sociedad postmoderna produce un sujeto que no piensa , que no reflexiona, posiblemente porque la importancia de la temporalidad ha cambiado. Decía Viñar ayer, en una entrevista libre y amigable que tuvo la bondad de concedernos, que el sujeto actual vive en un presente omnipresente, que lo anula todo, que el pasado no existe, que las nuevas tecnologías ponen al sujeto en condiciones de inmediatez, que el futuro ya no es un proyecto, ni el pasado una palanca de experiencia. Si esto ha cambiado así, o en parte ha cambiado así, quiere decirse que la función reflexiva del pensamiento va desapareciendo, y que el psicoanálisis en tanto acción reflexiva, se encuentra en precario. Yo no estaría tan seguro de todo esto. Creo que el sujeto postmoderno sigue pensando, sigue deseando y que lo que ha cambiado es el contenido de su pensamiento y los placeres de sus deseos y, que como psicoanalistas debemos captar estos nuevos cambios. Ahora ya no estamos en una sociedad de lectores- dicen- y el deseo queda obturado en una sociedad de consumo- también dicen. Bueno, pues esa es la sociedad en la que estamos y en la que debemos trabajar.
El imaginario social tal cual es conceptualizado por Castoriadis incide de lleno en el psicoanálisis en tanto es definido como un “magma de significaciones imaginarias sociales” encarnadas en instituciones. Como tal, regula el decir y orienta la acción de los miembros de esa sociedad, en la que determina tanto las maneras de sentir y desear como las maneras de pensar. “El imaginario social provee a la psique de significaciones y valores, y a los individuos les da los medios para comunicarse y les dota de las formas de la cooperación: Es así, no a la inversa.” Quiere decirse que no es el sujeto surgiendo de la conflictiva edípica o narcisista quien construye lo social, sino a la inversa, una sociedad que excreta individuos conformados según su imaginario.
Charles Taylor en su libro Imaginarios sociales modernos – en el que es capaz de no nombrar ni una sola vez a Castoriadis, nos presenta el imaginario moderno occidental como surgiendo a través “de ciertas formas sociales, características de la modernidad occidental: la economía de mercado, la esfera pública y el autogobierno del pueblo. Entre otras.” Precisamente todas ellas fallando en estos momentos.
Falla la familia, falla el discurso político, falla la economía (llamada de mercado) etc. Me referiré al fallo de la familia. Hace unos meses tuvimos unos encuentros en Madrid sobre la crisis de la familia o, mejor dicho sobre las nuevas familias, LA FAMILIA Y SUS VINCULOS. NUEVAS PARENTALIDADES, así se llamaban las jornadas. Fueron unas Jornadas donde inevitablemente surgió el tema de la familia en conflicto porque, al parecer el que los homosexuales se casen y puedan adoptar hijos es una señal inequívoca de que la familia está en crisis.
Algo no está en crisis cuando esta establecido y es inamovible y en el caso de la familia esto no ocurrió nunca: entre la familia romana y la familia actual hay una gran diferencia y no podemos decir que el sufrimiento psíquico dependieran de una u otra organización familiar. Por tanto no es la crisis familiar lo determinante, sí parecería serlo las condiciones en que los valores o, en terminología de Castoriadis, las significaciones imaginarias sociales, fallan en la presencia en que cualquier sociedad demanda para facilitar los procesos identificatorios. Se quiere decir, que los apuntalamientos del proceso identificatorio en sus entidades socialmente instituidas ya sea la familia, la escuela o el trabajo, son elementos claves en la constitución de la subjetividad. Para Castoriadis cada sociedad produce su propio mundo creando las significaciones, los valores que le son propias y que tienen una función triple: estructuran las representaciones del mundo en general, designan las finalidades de la acción, lo que se puede y no se puede hacer y, por último crea los tipos de afectos característicos de esa sociedad. Representaciones, finalidades y afectos producirían sujetos antropológicamente diferentes. La novela de Jonathan Littel, Las benévolas, nos muestra un tipo antropológico, Max Aue, que solo se podría dar en un momento histórico como el de la Alemania nazi. Pero Max Aue no es un sujeto enfermo desde el punto de vista psicopatológico, por mucha repugnancia que nos produzca su figura. Es un sujeto antropológico no un sujeto psíquico. El sujeto antropológico deviene de la sociología, es el sujeto social, mientras el sujeto psíquico es anterior y hunde sus raíces no solo en lo social.
Permítaseme comentar algo más sobre el sujeto, tal y como se concibe desde el modelo de Castoriadis y que si parece tener cierto interés desde el punto de vista del psicoanálisis.
Cornelius Castoriadis hace un intento por fijar el sujeto que el estructuralismo extravía. “Los discursos sobre la muerte del hombre y el fin del sujeto- nos dice Castoriadis- no fueron nunca otra cosa que la cobertura pseudo-teórica de una evasión de la responsabilidad- por parte del psicoanalista, del pensador, del ciudadano”. A partir de esta posición crítica y de la dificultad de pensar el sujeto en su totalidad, después de la pluralidad de sujetos que el psicoanálisis introduce con sus instancias psíquicas, Castoriadis se pregunta ¿puede formularse una noción del sujeto que las recubra a todas y que no sea simplemente formal, es decir, más o menos vacía? (Id.)
La subjetividad se expresa en una multitud de regiones donde impera el para si, esto es, donde la relación con el mundo se manifestará con una finalidad básica de preservar “la especificidad, el ser aparte”
en este sentido describe Castoriadis cuatro regiones donde ese para si de la subjetividad se manifiesta: el para si de lo viviente, de lo psíquico, del individuo social y de la sociedad. Cuatro regiones que interactúan entre si pero que permanecen autónomas. Quizás restaríamos complejidad a todo ello si lo tradujéramos como el concepto de autoconservación freudiano, pero lo que a mi me interesa resaltar es esta posibilidad de estudiar la subjetividad en distintos niveles de su manifestación, sobre todo lo que se refiere a la existencia de un sujeto psíquico y otro social. Así “…estamos siempre frente a una realidad humana en la cual la realidad social (la dimensión social de esta realidad) recubre casi totalmente la realidad psíquica. Y, en un primer sentido, el “sujeto” se presenta como esta extraña totalidad, totalidad que es y no es una al mismo tiempo, composición paradójica de un cuerpo biológico, de un ser social (individuo socialmente definido), de una “persona” más o menos consciente, en fin, de una psique inconsciente (de una realdad psíquica y de un aparato psíquico) el todo supremamente heterogéneo y no obstante definitivamente indisociable. De tal forma se nos presenta el fenómeno humano, es frente a esta nebulosa que debemos pensar la pregunta por el sujeto” (Id.).
Castoriadis contempla la dificultad de unificar todos estos sujetos, obvia esta dificultad y define el sujeto del psicoanálisis como meramente proyecto. La necesidad de una interpretación va dirigida a un alguien que todavía no existe “ya que aquello a lo que se apunta a través de una cura es la transformación efectiva de alguien, ni previsible ni definible de antemano…” (Id.) Aquí el sujeto debe advenir, así como antes lo era el Yo. “Este sujeto no es simplemente real, no está dado, debe ser hecho y se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias. El fin del análisis es hacerlo advenir” (…) Este sujeto, la subjetividad humana, está caracterizado por la reflexividad (que no debe confundirse con el mero pensamiento) y por la voluntad o capacidad de acción deliberada, en el sentido pleno de este término”. (Id.)
Yo estaría de acuerdo solo a medias con este modelo de Castoriadis. La mitad con la que estoy de acuerdo es con la que concibe al sujeto como proceso y la mitad en la que estoy en desacuerdo es con que el fin del análisis pueda hacer advenir ese sujeto. Creo que esta concepción última del advenimiento de un sujeto se mantiene dentro de una lógica esencialista con la que el psicoanálisis, tanto freudiano como lacaniano, rompieron hace mucho tiempo. No es posible borrar la distancia que separa lo real de su simbolización, no es posible, pues, un sujeto real, un sujeto que pueda ser pensado más allá de su devenir. Y si debo ser sincero, tampoco sé si estoy muy de acuerdo con el concepto de proceso, que me da la impresión que se transforma en proyecto. No es lo mismo proceso que proyecto. Proyecto apunta a una finalidad, aunque se diga que es inalcanzable, y una finalidad tiende a obturar la distancia entre lo real de su simbolización. “Esta aspiración de abolirlo- nos dice S. Zizek- es precisamente la fuente de la tentación totalitaria. Los mayores asesinatos de masas y holocaustos siempre han sido perpetrados en nombre del hombre como ser armónico, de un Hombre Nuevo sin tensión antagónica”.
En cualquier caso, el sujeto psíquico por debajo del social y éste, recubriéndolo todo, nos devuelve una imagen donde el supuesto sujeto, del que nos habla Castoriadis, queda nuevamente sin sustantivar, pero sí delimitado en esferas e interrelaciones de gran valor heurístico.
¿Hasta que punto el sujeto psíquico puede sostener todo ese universo de significados que lo social pretende imponer? Es evidente que entre el sujeto social encarnado por Platón y el sujeto social actual hay enormes diferencias. Sin embargo ya no sería tan evidente la diferencia entre el sujeto psíquico en distintos momentos históricos. La evolución psíquica es muy lenta determinada posiblemente por factores biológicos, no así la evolución social. Quizá esa desarmonía sea la responsable de las dificultades psicológicas y de las llamadas enfermedades mentales. Quizás la compulsión a la repetición no sea más que la resistencia de lo psicológico a abandonar posiciones que el sujeto social plantea. O quizás el malestar en la cultura de Freud o el sujeto parlante de Lacan sean las expresiones del sufrimiento psíquico como característico del ser humano. La naturaleza impone límites a la cultura y ésta impone presiones a aquella. Este sujeto, que no es simplemente real que no está dado y que debe ser hecho y que se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias, nos permite anticipar que las condiciones son las del método psicoanalítico y las circunstancias las del imaginario social. Circunstancias como el deterioro progresivo del socialismo real, desde los años sesenta y su culminación en la caída del muro, no llegaron, sin embargo a afectar a ese supuesto sujeto psíquico. No nos encontramos con olas de suicidios, como hubiera sido lo esperable, sino con cambios en el imaginario social: la fragmentación y el escepticismo de la posición postmoderna, esto es una ideología del desencanto intelectual surgida del fracaso de la utopía.
Para Freud el factor último, más allá del cual no es posible ir, es donde debemos buscar, como psicoanalistas, el referente de lo psíquico. Un factor social nunca es un factor último, siempre puede ser reducido a una vicisitud pulsional y estas, a su vez, serán entendidas dinámicamente en la conflictiva edípica. La muerte del rey es la muerte del padre, que a su vez lo es por el deseo hacia la madre, que a su vez lo es por el plus de placer que representa, placer que ya marca una dimensión psíquica en que la descarga pulsional se expresa. Pero si la pulsión nos parece anticuada podemos acudir a las relaciones de objeto, las que se dan primariamente en el seno familiar. Este “familiarismo” pasaría a ser el referente último. Este modelo, aparentemente reduccionista, y que está en la base de la praxis psicoanalítica, no clausura ni mucho menos, un conocimiento que se abre a lo social precisamente a través del concepto de sublimación, aunque éste, el placer sublimatorio siempre fue un placer de segunda categoría incapaz de competir con el placer pulsional. Pero en tanto la realidad psíquica es la realidad del psicoanálisis y no la realidad social nos encontramos con una dificultad que esta en la base de todo este problema.
La mayoría de los trabajos psicoanalíticos en que lo social es un factor presente, traumático o no, siempre se organizan en la dirección de si el psiquismo puede o no elaborar esa característica social EL reduccionismo psicoanalítico siempre se impone como referente último.
Luis, 25 años, está en su último año de carrera. Se siente muy deprimido porque una asignatura se ha convertido en un problema infranqueable. Para los demás también, me dice, y se adentra en un alegato interminable en contra del sistema: “Claro, ahora con la crisis no interesa que salgan profesionales y es mejor tenernos entretenidos en la Facultad”. Tres sesiones más tarde- o quizás cuatro- Luis ha abandonado a ese sujeto social aguerrido, o al menos reivindicativo y se encuentra hablando de los enfrentamientos con su padre, un hombre silencioso y distante –posiblemente como el psicoanalista- que cuando deja de serlo se convierte en violento y arbitrario. El sujeto psíquico, el sujeto del psicoanálisis será el protagonista en los años venideros. La pregunta ¿Qué será de ese sujeto social rebelde y reivindicativo, sobrevivirá a su paso por el análisis?
Para terminar, aceptando que el psicoanálisis se fundó y desarrolló ignorando, en parte, sus determinantes sociales, sin embargo sí es cierto que se fundó una ciencia- con todas las comillas que queramos poner- que ha permitido una práctica de la cura- más comillas- y que continua siendo una herramienta de acercamiento a los cambios sociales en su posible incidencia sobre el sujeto psíquico. “¿Son fecundos los paradigmas del psicoanálisis para los nuevos enigmas que se avecinan?”, se preguntaba Silvia Bleichmar, reflexionando sobre los cambios sociales y científicos que vivimos: el cambio de sexos, el reconocimiento del matrimonio homosexual y la adopción dentro de él, las familias monoparentales, etc., etc. Y, también la pregunta complementaria ¿es posible, para el sujeto psíquico, la integración de todos los cambios que lo social y la cultura le demanden? Quiere decirse que ese podría ser un nuevo, o no tan nuevo, lugar del psicoanalista frente a lo social: ver la incidencia que sobre el sujeto psíquico operan los cambios sociales y denunciar los que son incompatibles con su desarrollo. Una posición científica con un poquito de ideología.

Vía: Centro Psicoanalítico de Madrid.
Enlace: https://www.centropsicoanaliticomadrid.com/publicaciones/revista/numero-17/imaginario-social-y-discurso-psicoanalitico/#:~:text=%E2%80%9CEl%20imaginario%20social%20provee%20a,lo%20social%2C%20sino%20a%20la

Que alguien me diga: ¿cómo pongo límites?

Por Alberto Isaac Mendoza Torres

La semana pasada que hablábamos de adolescencia en crisis o la crisis de la adolescencia, un tema surgió en el debate: el asunto de los límites. Existe una creencia extendida de que lo que hoy ocurre en nuestra sociedad se debe a que es una sociedad sin límites. En donde nos hemos comprado la idea de que todo se puede, que todo lo merecemos, que todo debe estar al alcance de nuestra mano, y en esa medida debemos hacer de todo, hasta sus últimas consecuencias para obtenerlo. Y claro que, si pensamos así, es sencillo creer que no hay límites.

Entonces la respuesta parece, otra vez sencilla. Y quizá, de paso hay que decirlo, lo sea. Pongamos límites y asunto resuelto. Los niños y niñas de hoy son muy berrinchudos. Hay que ponerles límites recomienda el más listo terapeuta o pedagogo. Póngale límites señora, señor, a su hijo, que no esté todo el tiempo en el celular o en la tableta. En mis épocas era que no esté todo el tiempo en la calle jugando. Y después fue, que no esté todo el tiempo pegado a la televisión, hoy es que no esté todo el tiempo en eso que llamamos dispositivo móvil. Como los hijos de hoy, dice por ahí una teoría de cafetería, son tiranos. Pongámosles límites. Empecemos por poner horarios y que se respeten. Se come a tales horas, tales días de la semana se come verduras. Todas y todos participamos en las labores de limpieza del hogar. Y asunto resuelto. Los límites. De nuevo.

Como hoy los adolescentes no son más los hijos. O corrijo, los padres de hoy renunciaron a esa función y decidieron ser los amigos de sus hijos adolescentes. Es muy fácil escuchar que se llevan como eso, como amigos. Así se hablan, como si fueran los grandes cuates. Y todo es maravilloso. Hasta que los amigos chiquitos, es decir los hijos, se quieren pasar de listos y los amigos grandotes, es decir los que en la prehistoria se llamaban padres, se sienten incómodos. Y ahora sí quieren poner límites. Es decir, una línea que haga una diferencia, ya no sólo generacional, o por edad, sino por autoridad dentro de la estructura familiar. Pero no funciona. No encuentran como ponerlos en su lugar.

Si el novio falta al respeto en la relación. Si hace cosas que al principio no hacía, es sencillo pensar y recomendar, así lo harán los terapeutas o las revistas de 45 pesos a la quincena, que se le pongan límites. Igual que como al infante. Con horarios, con deberes, con obligaciones, con responsabilidades. Y ya, seguro es una idea que funciona, siempre.

Y ya por último quiero poner esta viñeta. Si hay acoso contra las mujeres, en lugares públicos o privados, hay que poner límite al acosador. Hay que decirle: frena. Y de seguro, esta palabra será un abretesésamo de eso que creemos que nos debería gobernar bajo las reglas de la moral y de la propia ley, y que absurdamente llamamos conciencia.

¿Pero en realidad estas cosas funcionan así, todo el tiempo, en cualquier momento, bajo cualquier circunstancia? ¿es tan sencillo como decir debes poner límites, los límites se ponen y las relaciones humanas se convierten por arte de magia en color de rosa? Lo dudo.

La experiencia clínica me indica que ni es tan sencillo, ni funciona de una vez y para siempre.

Pero ¿por qué? Por qué no funciona poner límites.

Me atrevería a decir que no funciona poner límites porque intentamos ponerlos del lado equivocado. Como cuando ponemos la carroza delante de los caballos. Así no andan las cosas. Bueno quizá anden, pero muy lento y sea muy cansado.

Cuando alguien me comenta es que debo ponerle límites: a mi hijo, esposo, jefe, quienes ustedes gusten y manden, me hace recordar un capítulo de los Simpsons, donde Lisa le pide a Bart que abandone su cuarto. Bart le responde que sí, pero saldrá de la habitación dando puñetazos al aire, y Lisa le responde que ella entrará dando patadas al aire. Ambos se dicen que si hay golpes será culpa del otro.

Así funcionan los intentos de poner límites. Ante cada amenaza o amague de poner límites, el otro responderá con patadas y puñetazos al aire.

Y si nos atravesamos en su camino, la culpa de salir golpeados será nuestra.

Desde luego que hay que poner límites ante las situaciones que consideramos de abuso. Cuando nos sentimos avasallados. Pero no podemos ponerle límite al otro, porque, aunque lo logremos, sólo será eventual. Y volverá a lanzar puñetazos y patadas.

A lo que debemos ponerle límites es a nuestro gozar en esa situación. Cuando estamos atrapados en relaciones así, familiares, de amistad, de noviazgo, matrimoniales, laborales, o cualquier etiqueta que tengan, y que nos representan un malestar, un abuso, como decía antes. Sin lugar a duda, y ahí sí lo apuesto, siempre, hay una parte propia en la que estamos implicados. Y qué bueno que es así, porque sólo así podríamos intentar hacer algo diferente.

Cada una de estas relaciones tóxicas o codependientes, o como sea que la literatura de restaurante le llame, presupone un goce para quien dice padecerla. Hay un displacer, cierto, pero en ese displacer hay una ganancia psíquica, que hace que para el involucrado la cosa no sea tan sencilla como: ponle límites a…

Hay que ponerle límites, pero al goce propio. Y eso se logra contándoselo a su psicoanalista que más confianza le tenga.

 

Publicado en: http://diariotiempo.mx/opinion/editorial-alguien-me-diga-pongo-limites/

Una variante como discurso del Otro

El triunfo de la democracia al menos en gran parte del mundo no genera el mismo entusiasmo. Como dijo M. Gauchet: «Ahora sabemos que estamos destinados a conocernos como signo de oposición sin violencia, pero sin retorno ni cura».
Tiempo "post totalitario" desde 1989 con la caída del muro de Berlín.

Esta tesis de Lacan «El inconsciente es la política», que es abrupta, absurda, no se puede descartar con un revés de la mano. El inconsciente, poco se sabe qué es, tan poco que su representación es poco creíble y arriesgado de definir porque no sabemos lo que es. Aún así, Lacan lo definía todos los días: «El inconsciente está estructurado como un lenguaje». Tesis que implica que uno tiene la definición del lenguaje y de hecho Lacan utilizaba las que Saussure y Jakobson produjeron. No hay duda de que el «como» de la enunciación lleva a demandar por el cómo definir la política, de manera que hay un sentido a develar en la fórmula el «inconsciente es la política».

Lo divertido para mí fue que después de llegar a través de este comentario, abrí un segundo libro sobre la democracia reciente contra sí misma, de un científico político, que, sin duda, lee a Lacan, Marcel Gauchet (1), y me encontré con una definición de la política: «Es en esto que está lo específicamente político: es el sitio de una fractura de la verdad». Al entorno tanto infiltró el lacanismo y tal vez, a algunos Merleau‑pontysme (Merlopontistas). «Fractura» es una palabra que este autor ama y también se encuentra en un libro suyo de 1992 la expresión «fractura social», retomada en 1996 que cayó sobre una figura de la política francesa, lo que significa que ha llegado lo suficientemente lejos. Se trata de un científico político un tanto lacanoide que define la política como un campo estructurado por una S tachado, donde el sujeto está en el dolor, y la experiencia muestra que no es que la verdad no existe, sino que la verdad está dividida. Y eso es una definición de la política con toda su virulencia en el momento que estamos viviendo, por una parte, este tiempo que sigue siendo en general un tiempo «post‑totalitario». Desde 1989 con la caída del muro de Berlín, al que todo el mundo no ha aplaudido, por otra parte.

Yo no necesariamente valido la búsqueda del totalitarismo que fue utilizado para la propaganda política durante el siglo XX. Totalitarismo era una esperanza brillante, que encantó a las masas del siglo XX, lo que nosotros, siendo del XXI, casi hemos perdido la memoria. Tenía la esperanza de reducir la división de la verdad, para establecer el reino de la política, de acuerdo con el modelo de Massenpsychologie (La Psicología de las masas, S.Freud). En esta aspiración a la armonía, la reconciliación, el totalitarismo es impecable, ya que sus palabras se hacen eco en el discurso del presidente Schreber.

Por lo que el triunfo de la democracia, que tiene el viento en popa en el espíritu de la época, al menos en gran parte del mundo ‑obviamente el caso chino es algo aparte, que me habla de apariencia, una nueva enfermedad, las muertes por exceso de trabajo, en un espacio donde la palabra «unión» sería una nueva idea- no genera el mismo entusiasmo e incluso mide un efecto depresivo; que cuenta, ya que implica el consentimiento a la división de la división de la verdad que toma la forma objetiva de los partidos políticos que participan en una contradicción insoluble, ya que la verdad está obligado a ser dividida.

Lo dijo M. Gauchet con un lirismo digno de Merleau‑Ponty: «Ahora sabemos que estamos destinados a conocernos como signo de oposición sin violencia, pero sin retorno ni cura. Siempre encuentro frente a mí, no un enemigo que me quiere muerto, sino a un oponente. Hay algo aterrador en este encuentro metafísicamente pacificado» ‑me gusta la conexión entre terror y paz‑ «la guerra se gana, dijo, por lo que nunca se termina con esta confrontación».

De ahí la idea paradójica de que la pacificación del espacio público va con un dolor privado, íntimo, subjetivo, y, al mismo tiempo en que se celebran las virtudes del pluralismo, la tolerancia y el relativismo, se experimenta una verdad, cito, «que se ofrece en la lágrima». Queda, no obstante, a reconsiderar el primero que se hace aquí de la política como una cuestión de usted o de mí.

La definición del inconsciente por la voluntad política tan profundamente en la enseñanza de Lacan. «El inconsciente es la política» es un desarrollo (variante) de «el inconsciente es el discurso del Otro». Este vínculo con el Otro, intrínseco al inconsciente, es lo que impulsa desde la salida de la enseñanza de Lacan. Es lo mismo cuando nos dijo que el Otro está dividido y no existe como Uno.

«El inconsciente es la política», radicalizada definición del Witz, la broma como proceso social encuentra su reconocimiento y apreciación en el Otro, como una comunidad unida en el momento de la risa.

El inconsciente es la política. El análisis freudiano del Witz justifica a Lacan para articular el sujeto del inconsciente a un Otro, y calificar el inconsciente como transindividual. Podemos ir desde «el inconsciente es transindividual» a «el inconsciente es la política», cuando resulta que este Otro está dividido, no existe como tal.

Por lo tanto, el «inconsciente, es la política «no dice lo mismo que» la política es el inconsciente». «La política es el inconsciente» se reduce, a cuando Lacan formaliza el discurso del amo, dijo al mismo tiempo que es el discurso del inconsciente, y al hacerlo, aporta una clave para muchos textos Freud. Mientras que «el inconsciente es la política» es lo contrario de una sustracción, es la amplificación, está transportando el inconsciente fuera de la esfera solipsista para ponerlo en la ciudad, no dependerá de la «historia», la discordia discurso universal en todos los momentos de la serie en la que se lleva a cabo.

* Publicado en L`Hebdo‑blog el 21 de mayo de 2017. Traducción corregida, revisada por José Manuel Ramírez.

(1) Marcel Gauchet, intelectual contemporáneo francés. Escribe sobre las consecuencias políticas del individualismo ámoderno, la relación entreáreligiónáyádemocracia, y los problemas de laáglobalización.

 

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/39790-una-variante-como-discurso-del-otro

La «posverdad» ya está aceptada por la RAE

Un manifestante disfrazado de Donald Trump, este miércoles en Washington.

El término “posverdad” pobló durante los últimos años las cadenas de radio y televisión, visitó todas las rotativas y Google responde que en su seno se ha reproducido 516.000 veces. Tal vez muchos hispanohablantes no lo han pronunciado aún, pero darían idea de que no viven en este mundo si asegurasen no haberlo oído nunca. Por eso la Real Academia Española ha decidido incorporarlo al Diccionario.

El director de esa institución, Darío Villanueva, lo ha anunciado este jueves durante su conferencia magistral titulada Verdad, ficción, posverdad. Política y literatura, que pronunció en Madrid durante la clausura del Máster Universitario en Derecho Constitucional ofrecido conjuntamente por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales y la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

La palabra “posverdad”, según ha declarado más tarde Villanueva a preguntas de EL PAÍS, se incorporará el próximo diciembre y lo hará como sustantivo. Por tanto, habrá de decirse, por ejemplo, “la era de la posverdad”, y no “la era posverdad” (pese a que en inglés funciona como adjetivo: “The era of post-truth politics”, por ejemplo: “la era de las políticas posverdad”). Y en español, también a diferencia de lo que ocurre en aquella lengua, no llevará un guion entre el prefijo y la raíz: “posverdad” y no “pos-verdad”.

Este uso del prefijo pos- no implica que vivamos un momento en el que la verdad ha desaparecido, del mismo modo que “la era posindustrial” no define la época en la que ya dejaron de existir industrias. En ambos casos, se denota que lo mencionado en la raíz ha dejado de ejercer un papel fundamental.

El término “posverdad” ha venido reflejando que aquello que las personas sienten ante un estímulo, sus emociones respecto de una idea o de un líder, sus sensaciones subjetivas, priman en las decisiones que toman y son más importantes para ellos que la verdad misma.

El director de la Academia ha definido en su conferencia “posverdad” como las informaciones o aseveraciones que no se basan en hechos objetivos, sino que apelan a las emociones, creencias o deseos del público; si bien en conversación posterior con EL PAÍS explicó que aún no se ha fijado la definición que figurará en esta nueva entrada.

Darío Villanueva ha señalado también en su lección magistral que este nuevo término es “interesante a la vez que preocupante”; recordado que “el prestigioso diccionario inglés de Oxford lo ha distinguido en 2016 con el título honorífico depalabra del año” y explicado que la palabra original en inglés, post-truth, “ha encontrado sin mayor problema una traducción impecable al español”.

El nuevo término se suma, pues, al campo semántico que ya habitaban voces como “mentira”, “bulo”, “falsedad” o “manipulación”. La elección que los hablantes y los periodistas hagan de entre ellas en cada caso será ya asunto suyo.

La decisión académica sobre “posverdad” se adoptó en el pleno de la semana pasada, según ha declarado Villanueva. Para quienes piensen que se trata de una incorporación rápida y debida al oleaje de la moda, el director de la docta casa ofrece estos datos: en inglés se empleó por vez primera post-truth en 1992 (lo hizo el dramaturgo serbio-estadounidense Steve Texich en un artículo publicado en la revista The Nation); y en español se atribuye la primera mención documentada al escritor Luis Verdú, en su libro El prisionero de las 21.30,publicado en 2003. Desde entonces hasta aquí, su uso no ha dejado de crecer en ambos idiomas.

Darío Villanueva ha declarado también que la Academia hará públicas cada mes de diciembre las palabras, acepciones y definiciones que se añadan al Diccionarioen su versión de Internet, para mostrar que “el Diccionario está vivo”.

Tomado de http://cultura.elpais.com/cultura/2017/06/29/actualidad/1498755138_986075.html?id_externo_rsoc=TW_CM

La piel del discurso médico

La piel del discurso médico. Seminario UIMP a cargo de Javier Codesal y Montserrat Rodríguez Garzo en la Diputación de Huesca

La piel del discurso médico pone en cuestión tres ámbitos de la producción cultural, interrogando el más “críptico” de los hechos de lenguaje: el lenguaje artístico. El seminario, organizado por la UIMP en colaboración con la Diputación de Huesca, trata de articular el hecho artístico con producciones que representan otros saberes, la medicina (dermatología y psiquiatría), el psicoanálisis y la estética. Y ello para indagar en los mecanismos del lenguaje que intervienen en las elaboraciones patológicas de causa no médica y en las artísticas, siendo ambos campos los polos del debate.

El seminario se dirige a personas interesadas en el arte actual, en los mecanismos del lenguaje en la producción artística, en el pensamiento médico y psicoanalítico actual sobre psicopatología y psicosomática, así como a las personas interesadas en pensar los temas propuestos (artistas, médicos, psicólogos, psicoanalistas, antropólogos, historiadores del arte y estudiantes de estas disciplinas).

El proyecto se encuadra en un trabajo de largo recorrido que los directores, Javier Codesal y Montserrat Rodríguez Garzo, vienen desarrollando desde 2003. La piel del discurso médico combina este seminario interdisciplinar con la publicación de un libro y con la celebración de la exposición Caerán las almas de las pieles, que reunirá el trabajo de los artistas Patricia Albajar, Ignasi Aballí, Stan Brakhage, Javier Codesal, Pepe Espaliú, Helena Almeida, Dani García Andújar, Olvido García Valdés, Enrique Marty, Pepe Miralles, Pedro Morales Elipe, La Ribot y Columna Villarroya.

La organización del seminario seleccionará, para que formen parte del programa oficial, un total de 6 comunicaciones, entre proyectos artísticos, trabajos teóricos e investigaciones realizadas desde la creación artística, medicina (psiquiatría y psicodermatología), psicoanálisis, psicología, historia del arte, sociología, literatura, estudios culturales, teoría del arte, filosofía, antropología, literatura, cine, etc, en tanto exploren temas relacionados con el seminario. El plazo de presentación de las mismas finalizará el 15 de junio de 2017.

Las historias están hechas de lenguaje, tanto en la literatura como en el psicoanálisis

Portada de “Diván francés”, de Silvia López.Rómulo y Rosario son dos hermanos que se encuentran a compartir algo más que unos días en una casa de campo. La apertura de una caja con recuerdos y apuntes invitará al lector a recorrer el devenir de estas vidas, pero, sobre todo, por las miradas diferentes que cada uno tiene después del paso de varias décadas. En ese punto, será determinante la presencia de un psicoanalista francés, Pascal Lemonnier, con quien Rosario se analizó en París, en su adolescencia y con el que vuelve a hacerlo muchos años después («Las sesiones con Lemonnier podían ser una hoja en blanco, utilizarse como envoltura, revestimiento, origami, pero nunca pedían descansar en paz»).

Silvia López es doctora en Psicología Clínica, trabaja como psicoanalista y es docente en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Diván francés es su tercera novela. En 2012, publicó Cálculo y presentimiento y un año más tarde, El cerco rojo de la luna.

López estuvo en la redacción de Infobae y en esta entrevista cuenta cómo abordó su última historia, cuánto la marcó la lectura de La montaña mágica, de Thomas Mann y cómo una profesora que en el colegio secundario le dio a leer a Sigmund Freud fue clave en la elección de su profesión.

«Siempre escribí y en algún momento comencé a publicar; siempre leí y escribí e iba juntando papeles que después fueron tomando un poco de forma y de a poco fui publicando», cuenta López apenas comienza la charla. Explica cómo su profesión le fue dando paso a la escritura: «Los papeles estaban, pero no tenían la forma exacta que yo quería y entonces comenzaron a ser corregidos. Escribir tiene que ver con eso: corregir y corregir hasta lograr un texto que te guste, ese es el secreto. Tenía papeles y papeles».

—La relación entre la literatura y el psicoanálisis es viejísima. ¿Cómo conviven en usted?

—Cuando yo empecé a leer Freud, en el colegio, fue porque tuve la buena suerte de que una profesora lo presentara. Trajo La interpretación de los sueños y dio unas clases interesantes. Ahí me comencé a meter en el psicoanálisis. Yo iba a estudiar física, que era lo que me gustaba, pero ahí me desvié. Leyendo Freud vi su relación con la literatura y los mitos, vi su vínculo con Thomas Mann y entonces empecé a leer La montaña mágica, que es un texto que me marcó y está en todas las novelas que escribo; en esta también aparece una ráfaga.

—¿Son dos profesiones dispares?

—No sé, yo leo. No son tan dispares, los psicoanalistas siempre tenemos un rinconcito para la lectura y, muchos, para la escritura también. Muchos colegas tienen esa pasión y tienen sus cuadernillos guardados o sus poemas. Es un vínculo bastante estrecho.

—El psicoanálisis debe tener una gran capacidad de escucha y la literatura también debe tener un oído atento…

—Es posible. Lo que tenés en común son las vidas, cuando escuchás las historias de una vida que nunca son las que escribís. Se trata de una trama histórica y de un paisaje.

Un hermano es el testigo de tu historia

—Usted trabaja en la novela la relación entre hermanos, que es una relación de amor muy particular. ¿Por qué eligió narrar sobre ella?

—No la elegí. Cuando comienzo a escribir, me sorprendo de lo que aparece. Me parece interesante la relación entre hermanos, porque siempre hay una historia detrás que involucra a los padres y porque un hermano es el testigo de tu historia. Eso es como ir a buscar el testimonio en el otro, por eso me interesó, pero apareció bastante casualmente, no fue consciente. Quién otro puede contar la historia de uno, que siempre va a ser otra. Acá también, confrontan y buscan en esa caja de fotos, que puede ser un poco trillado el mecanismo de buscar en una caja de fotos, pero me pareció que estaba bien revolver eso y que empiece a aparecer algo del pasado común, que es común hasta cierto punto, porque tenés un pasado en común con tu hermano hasta cierto lugar; están sus fantasmas y los tuyos. Hay poco recuerdo en común, algunos son compartidos pero vistos desde un lugar diferente del living o sentados en otro lugar en la cocina, siempre tienen un ángulo diferente.

—En el caso de los hermanos de su novela, incluso tienen visiones muy divergentes de la madre.

—Uno es el protector de la madre, la hermana mujer es la de la disputa, la de la confrontación con esa madre especial, porque a esos hermanos les tocó una madre especial. Es una madre hecha de letras, no es del todo una madre. Es una madre que, a veces, es una madre y, a veces, está contando un cuento. En general, está contando un cuento o siendo la protagonista de una novela, no es una madre del todo en su función y, sin embargo, opera perfectamente como tal, en ningún momento deja de serlo.

Portada de “Diván francés”, de Silvia López.

—Creo que más que por las letras está absorbida por el arte.

—También aparece la ópera, pero sobre todo la literatura, eso es lo que a ella le interesa y por lo que vive su vida. Por eso la influencia en la chiquita, que va dando vueltas por el mundo hasta encontrar el lápiz para sentarse a escribir.

—¿La madre está moldeada por la literatura y el arte o la relación con sus hijos está mediada por ellos?

—No está mediada, no encuentro que esté mediada sino que está influenciada. Cada escenario familiar para esa madre remite a algo: si sufre, es Madame Bovary la que sufre, es ella identificada con un personaje y la hija observando esa posición de la madre, más como mujer que como madre, siempre preocupada por los engaños del padre.

“Rayuela” es un libro angustioso

—Hay referencias al Rayuela de [Julio] Cortázar. ¿Qué lugar ocupó en su formación?

—Fue importante también, no tanto como La montaña mágica, pero fue importante. Es un libro angustioso que leí en la adolescencia, que es la edad de Rayuela, por lo menos para mi generación. Un libro angustioso que despertaba mucha curiosidad. Hace poco vi una entrevista a Cortázar que decía que no se explica bien por qué Rayuela impacta en los adolescentes de esa manera tan importante y tan brutal, como es el caso de la chiquita de la novela.

—¿Será por La Maga?

—Sí, pero hay un misterio al doblar la esquina y todo el tema de París, que siempre atrapa tanto; esa ciudad que todo el mundo añora, que todo el mundo admira. Hay mucho mito sobre eso y para los chicos también.

—¿Cómo trabaja con el lenguaje y la estructura formal?

—Las historias están hechas de lenguaje, tanto en la literatura como en el psicoanálisis. A mí me importan los párrafos bien hechos, me importan más que la trama y me importa el clima que se arma y que podés transmitir a través del lenguaje. Qué atmósfera le armás al lector: eso es lo que me interesa. En el fondo, soy como una cineasta que nunca pudo serlo. Me importa armar una atmósfera e invitarte a pasar, porque, finalmente, cuando te sentás a leer, buscás algo así. Yo respeto el viaje que significa la literatura, el pasaje a otra historia que no es la tuya, con la que igual te sentís identificado, porque si no, dejás el libro a un lado. ¿Quién se acuerda de la historia de «El Aleph»? ¿Se acuerda la gente de la pasión que él tenía, de su dolor por la pérdida de Beatriz Viterbo? No, la gente se acuerda de ese sótano, con lo poco que hay que decir de un sótano; es poco interesante un sótano y ahí está «El Aleph», ahí [Jorge Luis] Borges hace circular todas esas imágenes que te conmueven y es lo que quedó de ese cuento. Quedó más que la historia de ellos, quedó más de Argentino Daneri. Hay que armar un clima, eso es lo que es bueno para apreciar cuando uno lee un libro.

La experiencia de la lengua

La escritora y psicoanalista Vanesa Guerra trae una novela innovadora por donde se la lea: “Síndrome del montón”. “La sociedad es incapaz de pensar la angustia”, sostiene.

Augusto Munaro – Especial para Cultura

imagen

La escritora y psicoanalista Vanesa Guerra acaba de publicar “Síndrome del montón” (Tren en Movimiento/El 8vo Loco ediciones), novela con un importante sesgo innovador. Una prosa que parece estar más allá de los géneros, corrosiva, paródica, deliciosamente bien escrita, Guerra se aventura al adentrarse en lo real de la escritura como experiencia reveladora.

Una de sus premisas más interesantes es considerar a la teoría como ficción (y viceversa). Mecanismos, operaciones metatextuales que activan -a través de una lúcida ilación verbal- otras napas de narratividad con los sucesos y personajes. Coral, por momentos crudamente arltiana, “Síndrome del montón” es una firme apuesta afincada pura y exclusivamente en la lengua y sus intersticios.

-¿Qué síndrome es el que ataca a los personajes de esta historia?

-Síndrome del montón es el nombre que toma la novela a fines del año pasado cuando la decisión de publicarla asume la fuerza para convertirla en un hecho. Este trabajo se conoció y estuvo colgado un breve tiempo en la web bajo el título Amanece arañado; era un nombre justo para los años en los que fue compuesta, la década de los 90. Para entonces, algo amanecía bajo una luz compleja, anómala, cierta cosa de la postmodernidad que supimos leer en Lyotard y Baudrillard hincaba su diente en este país pobre, disfrazado de ricachones que viajábamos con un dólar de baratija a cualquier lugar del mundo… ay, ¡costos antropofágicos!

En esos días, el pannick attac era una especie de virus, los profesionales de la salud, entre otros, diagnosticaban con ligereza tranquilizadora un Ataque de Pánico en quien tenían al lado, enfrente, abajo, arriba, en fin, recuerdo cómo se le arengaba, cómo se bajaba línea desde los medios, y cómo, por efecto, pululaban seres obedientes que apenas salían de la casa porque se mareaban, levitaban, vomitaban, se ahogaban, sudaban, deshidrataban el alma de forma repentina; en Todos, de algún modo, se gestaba la amenaza de una implosión existencial, recuerdo -muchos lo harán- cómo los acompañantes terapéuticos y contrafóbicos, más los grupos de confrontación multiplicaron ganancias y quehaceres, ¡Dios! eran tantos que habrían colmado innúmeros estadios; creo que fue una de las sintomatologías peor trabajada y considerada de la historia, por eso se volvió un producto de mercado que logró su gloria mediática, banal y arrasadora, esto último sobre todo, porque nadie cuestionaba nada, era un tapón y aún un tampón, toda una sociedad incapaz de pensar la angustia, de habitarla, de hacer algo con los restos, con los pliegues, de atender mínimamente a las señales, a lo que venía, todos muertos de miedo, un horda de zombies en la liviandad de la pizza y el champagne, del clonazepam y la sertralina, del talk show como formato de los primeros realities, y, mientras el desierto crecía con indiferencia abrumadora, deambulábamos hacia un reiterado origen de otra desdicha.

Hoy ya estamos amanecidos, rodeados, absolutamente enredados en las redes. Por eso creí que era mejor tomar el nombre Síndrome del montón, GSM (Grupo Síndrome del Montón) donde los personajes -unos cuantos extraviados- hacen lo que pueden (poco y con alto costo) con sus rasgadas  existencias. Síndrome del montón es un estado de horror en el que se habita ignorándole.

-¿Qué te permitió explorar a través de esta forma de narración “astillada”, donde se mezclan las subjetividades narradoras?

-Adoro las escrituras corales, polifónicas, mi cabeza funciona de esa manera (digo mi cabeza para que se entienda, en verdad nunca la siento mía, siempre la voy perdiendo) estoy habitada por diversas voces, por diversos puntos de vista; esa coexistencia me habilita a más conexiones con los otros, ilumina la discontinuidad existente en el todos y aun: entre yo y yo.

Eso tiene que ver con la experiencia identitaria, recuerdo lo que conversé con Juliana Corbelli -que escribió los paratextos para esta novela (ella es una interlocutora hermosa)- recuerdo que le dije: mirá Juliana, en general no digo que SOY psicoanalista, digo que me dedico al psicoanálisis, a la escritura; porque la identidad se me escapa todas las mañanas, desde lo básico. Me despierto y tengo que pensar de nuevo: soy mujer, soy hombre, qué soy; despierto y soy una especie de alma, esa es mi identidad; y ahora, Augusto, agrego que la experiencia de identidad es una fragmentación polifónica atonal.

En mi cabeza el formato yoico ha caído, está hecho trizas y eso me ha liberado: entre el desamparo y la felicidad hay un tris, un suspiro. No tolero (me aburren) las historias sin puntos de fuga, las vidas no tienen nada que ver con ese afán de completud cronológico-lineal, mi vida y la de muchos es más etérea, suele ser un disparate, una disrupción permanente.

-Si nos dejamos guiar por el prólogo de la novela, la historia comenzó a escribirse hace más de dos décadas; hacia fines de los 90, comienzos de siglo. ¿A qué se debió esa particularidad?

-La primera versión se compuso en la década de los 90,  y es esta que presento (hay más de veinte);  en el 2000  quedó finalista en un concurso que organizó Alfaguara & el foco.com, en México, después durante algunos años intenté llevarla sin demasiado ánimo a distintas editoriales, y si bien fue leída y recibida con cierto interés, nunca se publicó hasta ahora en que Ana Ojeda y Alejandro Schmied la alojan en la Colección Fuera de Serie, editada por El 8vo loco y Tren en Movimiento.

La demora no fue intencionada, sin embargo, me cierra más que el libro aparezca en este tiempo que en aquel momento; Mariana Docampo sugirió que volviera al ruedo con este asunto textual que, por cierto, había dejado como a la deriva, como sin destino, pero con demasiada presencia porque este trabajo siempre estuvo orbitándome como un deja vu; conversando largo, larguísimo con ella supe que este era el buen tiempo para Síndrome del montón.

-Hay capítulos completos construidos a base de diálogos. ¿Pensás que eso te permitió favorecer la acción del hilo narrativo?, ¿por qué?

-No sé si favoreció, lo que sé es que no pude ni quise resistirme a esas voces, no eran narrables, eran cuerpos sonoros, bodoques robustos, ocupaban mucho espacio… yo hubiera querido que esas zonas del libro fueran grabaciones, audios.

Y si bien una versión de la novela fue concebida de esa forma, finalmente creí que era más cauto que la voz del lector, esa voz tan íntima  y tan imposible para un otro, digo esa voz con la que alguien se lee a sí mismo, con la que alguien se habla o se piensa, o hace hablar a otros en sí en medio de una fantasmagoría, quedara solo irradiada solo por la letra, por la palabra impresa, o virtual.

-¿Según tu criterio, ¿existen otras escrituras rioplatenses que hayan explorado zonas cercanas al Síndrome del montón?, ¿acaso algún autor que venga a tu memoria?

-Posiblemente las haya y lamentablemente son libros que aún no he encontrado; en aquellos años leía de manera apasionada a Macedonio Fernández, era mi autor argentino preferido, y mis autoras amadas entonces eran Pizarnik (en sus modos más narrados y delirantes) y Silvina Ocampo.

Esa era mi Santísima Trinidad Literaria Argentina. Sé cuánto mordió, cuanto irradió, del mismo modo que sé que este trabajo está decididamente cruzado por Lyotard Baudrillard Freud + el conde de Saint German y Almodóvar + ciertas ideas de escuelas de psicología del yo, en particular las neoconductistas + el Homero (o LA Homero – Samuel Butler insistió que la obra fue compuesta por una mujer) de la Ilíada y la Odisea; ese cóctel fue un vuelo. Es verdad que me divertí, necesitaba un exorcismo, estaba aterrada, porque los 90 eran impunes y sensuales y todo el mundo caía o se zambullía en la trampa.

-¿Algún adelanto sobre tu esperado libro sobre Robert Walser?

-Estamos en eso, ya sale, en cualquier momento.

 

Fuente: http://www.losandes.com.ar/article/la-experiencia-de-la-lengua

«Confiar nuestra felicidad a un objeto abre la puerta a la depresión»

PABLO RIOJA | LEÓN

Palabras que curan. Así ha titulado su ponencia la psicoanalista leonesa Mar Arias Sarmiento, que hoy protagoniza las Tertulias sobre Actualidad, Pensamiento y Psicoanálisis. Un ciclo organizado por las psicoanalistas Blanca Doménech y María Dolores Navarro que cuenta con la colaboración del Colegio de Psicólogos y la Universidad de León.

—Parte de su conferencia se centrará en desmontar el mito de que todos los seres humanos somos iguales.

—Nacemos sin una capacidad natural para sociabilizarnos, se necesita un largo recorrido para llegar a ello y entrar en la cultura exige un precio. Además nacer desprotegidos hace depender a la cría del hombre de los demás para poder sobrevivir y serán ellos los que interpreten y den un significado a las necesidades de acuerdo con su subjetividad. El encuentro con el lenguaje tiene el efecto de desorganizar lo natural, es por esto que se hace imposible anticipar cómo cada uno de nosotros vamos a vivir la vida. Carecemos de un plan preestablecido lo que provoca una singularidad única al punto que un mismo acontecimiento afecta y es interpretado de manera diferente por cada uno de nosotros.

—¿Cree que los avances técnicos que experimenta la sociedad actual son siempre beneficiosos?

— Si bien los avances técnicos en los diferentes campos contribuyen de forma innegable al estado de bienestar, han ido modificando progresivamente nuestra vida. Pero con ese progreso ha ido calando la idea de que todo va a ser posible y todas las facetas del ser humano se podrán localizar, incluso la responsabilidad de nuestros actos, nuestras emociones o nuestra razón crítica se hallarán explicadas por lo orgánico. De esta forma se va excluyendo lo más singular de cada uno, nuestros relieves y peculiaridades subjetivas e implantando un pensamiento único para todos. El empuje a borrar las diferencias, las particularidades de cada uno, los gustos o preferencias con el afán de que todos seamos iguales favorece un adormecimiento general con la renuncia a ser autores de nuestra vida.

—¿Hemos confundido el concepto de felicidad con el de consumismo?

—Nos movemos en un mundo con una producción ilimitada de objetos al alcance de la mano pensando que van a administrar la felicidad. Hemos sido pillados por esta maquinaria de mercado que ha captado la dificultad actual de los sujetos para soportar el vacío. El mercado aprovechándose de la dificultad de los sujetos para regularse produce una novedad constante de gadgets con pronta fecha de caducidad que acaban engullendo al propio sujeto. Si confiamos nuestra felicidad a un objeto sustituimos el ser por el tener y de este modo la depresión está servida y la insatisfacción constante también.

—Dice que otro de los males que asolan a esta sociedad es la pérdida de autoridad…

—Existe una degradación progresiva de todas aquellas figuras que en el interior de una cultura encarnaban la función de autoridad, en el sentido de autor, el que ayuda y acompaña. Se ha ido desdibujado la función de los padres, la función de los profesores, la función del límite etc. Esto tiene consecuencias en la psicopatología contemporánea, sujetos con mucha dificultad para delimitarse, conductas impulsivas incompresibles para el sujeto mismo y síntomas compulsivos. Posiciones cada vez más narcisistas con el correlato de tensión y agresividad que conllevan. El resultado es la multiplicación de los límites, las normas, con la particularidad de que ya no se sabe cuál está funcionando bien y, por tanto, se cambian o se amplían constantemente cuando sabemos que si hay una ley simbólica que funciona bien se hacen innecesarias tantas normas.

—¿Qué ocurre cuando la palabra se devalúa?

—Aparecen la inhibición, la compulsión o la angustia, la ansiedad, muchos ya lo llaman la epidemia silenciosa. Actualmente existe una proliferación masiva de libros de autoayuda que se consumen ávidamente, alivian un poquito y rápidamente se va a buscar otro. Están basados en consejos generales pensando que todos los individuos son iguales con respuestas similares en los diferentes ámbitos de la vida. Cada uno de nosotros somos sujetos de una historia particular. Nuestras crisis son únicas e irrepetibles, para nada parecidas a las de los demás. Las señales que nos lanza nuestra angustia, nuestros síntomas indican el camino singular a seguir. Por eso le pedimos al paciente que hable, para hallar la causa y la lógica de su malestar.

Fuente: http://www.diariodeleon.es/noticias/sociedad/confiar-nuestra-felicidad-objeto-abre-puerta-depresion_1051743.html

Lo “íntimo” del psicoanálisis

Por Luciano Lutereau

La intimidad no tiene una definición inequívoca. Ni siquiera podría decirse que se opone a lo público. En todo caso, muchas veces son ciertas barreras psíquicas las que delimitan su experiencia; fundamentalmente, la vergüenza y el pudor. Entre los niños siempre es notorio el momento en que alguna de estas coordenadas subjetivas se hace presente por vez primera. Y, curiosamente, es en relación al uso del lenguaje que se ponen de manifiesto, antes que tocar el cuerpo propio. Un niño puede deambular desnudo sin dificultades y, sin embargo, mostrarse refractario a decir algo a sus padres frente a otros.

De este modo, la esfera de lo íntimo tiene como ámbito de circunscripción y vigencia cierta disposición enunciativa. Es un modo de hablar, que también se verifica en otra práctica que los niños ejercitan con particular fruición a partir de cierto momento: el contar secretos.

Un secreto, como tal, no dice nada. Es un modo decir. En efecto, diferentes juegos infantiles sacan provecho de esta coyuntura (como el teléfono descompuesto). Porque la otra cara del secreto es la promesa: si el secreto admite el cuchicheo (decir algo sin sentido) se debe a que la palabra que vale es la que se pone en acto. Quien dice o recibe un secreto; mejor dicho, ese particular entre-dos que es un secreto, queda inmediatamente comprometido.

El decir del secreto produce una intimidad irrescindible. ¿Cuántas veces no hemos atesorado la palabra de un prójimo, a sabiendas de que “eso” que debemos guardar y cuidar en realidad sólo concierne a esa persona y, desde nuestro punto de vista, es irrelevante? En una sociedad volcada al chisme y a hacer saber acerca de lo privado, ¿no cabría afirmar que la dimensión de la intimidad se encuentra puesta en cuestión?

Suele decirse que en nuestros días se exhibe lo íntimo (por ejemplo, en redes sociales). Sin embargo, este planteo es algo reduccionista y simple. En todo caso, hay un discurso público acerca de la propia persona. Porque lo íntimo no se opone a lo público. Esta confusión presupone una equivalencia entre lo íntimo y lo doméstico. En cambio, la intimidad es un tipo de lazo social. Uno de los lazos sociales más debilitados en la sociedad contemporánea, pero no inexistente.

Pongamos un ejemplo. El psicoanálisis es una práctica fundada en la intimidad. Freud decía que lo propio del dispositivo analítico radica en establecer un tipo de conversación diferente a la de todos los días. A diferencia de la comunicación ordinaria, el decir en un análisis tiene un estatuto diferente: el que habla no intercambia información con el analista (no dice “nada”, en este sentido) sino que recupera la posición desde la cual habla, y así la pierde. O, mejor dicho, pierde su posición en la medida en que la consigue. En esto consiste lo que Lacan llamaba “destitución subjetiva”. He aquí lo más propio del “diálogo” (“dia”: a través; “logos”: discurso) que propicia el análisis.

Pero el psicoanálisis no es un caso excepcional. En realidad, el discurso amoroso se caracteriza por una intimidad semejante. Por eso R. Barthes decía (en sus “Fragmentos de un discurso amoroso”) que aquél se caracteriza, hoy en día, por su “extrema soledad”. ¿No es palpable el modo en que eventualmente los amantes se anticipan en lo que van a decir, como si pudieran leerse el pensamiento? ¿No es siempre gracioso escuchar el modo de hablar de los amantes, con sus singulares epítetos y formas de lenguaje? Sin duda, también el discurso del amor se separa del hablar cotidiano. Y, sin embargo, estos no son buenos tiempos para el amor. Lacan mismo sostenía esta idea, en una conferencia de 1972, cuando afirmaba que el capitalismo se desentiende de “las cosas del amor”.

No son buenos tiempos, los de hoy en día, ni para el amor ni para el psicoanálisis. No por nada en el corazón del psicoanálisis se encuentra el fenómeno amoroso (con el nombre conceptual de “transferencia”). Ahí donde creeríamos que hay una intimidad exacerbada, en realidad se comprueba una pluralización de modos de comunicación, que sirven para decir mucho, pero carecen de consecuencias. Nos hemos vuelto todos comunicadores, escritores, artistas, estetas de lo doméstico… y pocos son los que consiguen un lazo de intimidad con el prójimo. Porque en última instancia la intimidad siempre compromete, con el otro, pero también con uno mismo, en la medida en que dispone a dejarse transformar por la palabra.

(*) Doctor en Filosofía y magíster en Psicoanálisis por la Universidad de Buenos Aires. Docente e investigador. Autor, entre otros, de “Los usos del juego”, “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “La verdad del amo”.

Nos hemos vuelto todos comunicadores, escritores, artistas, estetas de lo doméstico… y pocos son los que consiguen un lazo de intimidad con el prójimo.

Fuente: http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2016/03/02/opinion/OPIN-02.html