Imaginario social y discurso psicoanalítico.

Por Rómulo Aguillaume Torres.

Quizás el título de mi trabajo podría haber sido la crisis del psicoanálisis en la postmodernidad y haberme sumado así, a la enésima reflexión sobre el tema. Decir que el psicoanálisis está en crisis no es decir mucho, la crisis del psicoanálisis es una parte de su identidad. El psicoanálisis siempre fue una disciplina en crisis, lo que, entre otras cosas, condicionó su marginalidad y su fuerza y hoy únicamente tendríamos que señalar en que consiste esa crisis, en algunos aspectos distinta a las anteriores y que, desde luego, no podemos despachar con el argumento de la resistencia al psicoanálisis únicamente.
En El libro negro del Psicoanálisis, si tuviéramos la paciencia de leerlo, encontraríamos muchas de las críticas posibles, algunas ya antiguas, pero que en definitiva marcan los niveles donde la supuesta crisis del psicoanálisis es más evidente:

  1. Como modelo teórico donde la neurociencia parece tener la última palabra.
  2. Como praxis clínico terapéutica donde lo conductual y la farmacología también tienen la última palabra.
  3. Por último, y lo que más se acercaría al tema de esta mesa: el discurso psicoanalítico ha dejado de ser subversivo al no encontrarse con una sociedad que, como a la que se dirigió Freud, cercenaba el campo de lo sexual.

Tres niveles críticos que salvo el último, han acompañado al psicoanálisis desde sus orígenes. El primero, que el modelo teórico es insolvente, a demostrar lo cual se dedicaron los distintos epistemólogos, desde Nagel a Grumbaun. La neurociencia parece el último constructo teórico y algunos psicoanalista se unen a ello de forma que ya hay algo que se llama neuropsicoanálisis, intento de abrazar ambas disciplinas y que en opinión de Eric Laurent (2000, p.66) puede ser el abrazo de la muerte. Y que el psicoanálisis no cura, que vienen repitiendo psiquiatras y conductistas desde su inefable teoría de la cura. Y la última y actual, a la que quiero centrar este trabajo, que el discurso psicoanalítico ha dejado de ser subversivo porque se encuentra con una sociedad, llamada postmoderna- a la que en buena parte ha contribuido a crear- reacia a ese discurso, por producir sujetos inaccesibles a la praxis psicoanalítica.
La necesidad de que lo social ocupe el lugar que le corresponde en la formación de la subjetividad no quedó resuelto con el celebre pasaje de Freud (1920): En la vida anímica individual- nos dice Freud- aparece integrado siempre, efectivamente, el otro, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado». El problema es como se integra el otro y a que se integra, quiero decir que la integración de los múltiples condicionantes en que el sujeto se encuentra: imaginario social, clase, tradición cultura, raza etc. deben hacerse posibles en el método, objeto y metapsicología psicoanalítica, esto es, que los supuestos paradigmas psicoanalíticos sean capaces de responder a las tensiones de lo social. En cualquier caso, “La socialización- dice Castoriadis- no es una simple adjunción de elementos exteriores a un núcleo psíquico que quedaría inalterado; sus efectos están inextricablemente entramados con la psique que sí existe en la realidad efectiva. Esto vuelve incomprensible la ignorancia de los psicoanalistas contemporáneos respecto de la dimensión social de la existencia humana”. (Castoriadis …)
Considerar las teorías y métodos psicoanalíticos en su relación con el imaginario social va a seguir siendo un tema ineludible y que en términos más cercanos a la clínica lo podríamos plantear como pregunta: “¿Cómo puede verse en el desarrollo del niño un proceso natural y, al mismo tiempo, la historia social de su formación? La tensión entre lo natural y lo sociocultural ha sido un buen referente que ha hecho evolucionar el psicoanálisis y enriquecerse en un gran número de corrientes y escuelas, que reflejan en su nacimiento y desarrollo las influencias de lo social y el cambio de sus imaginarios y, por otra parte los cambios internos que han alcanzado a su propio método. Crisis social y crisis del método marcan lo que para algunos es la crisis del psicoanálisis y para otros simplemente un nuevo momento de su desarrollo. En palabras de Jorge Ahumada, “La llamada “crisis del psicoanálisis” deriva de una crisis del pensar acerca de si en la sociedad global, crisis en cuya génesis juega un papel principal el pasaje desde la aculturación en el medio familiar y la cultura de lo escrito hacia la aculturación de los medios visuales, esto es, en realidad más y más “virtuales”. Y la otra causa de la crisis está en la actitud de las sociedades psicoanalíticas que difunden y banalizan los conceptos y abandonan el método. Hasta aquí la opinión de Ahumada.
También Cornelius Castoriadis desde posiciones epistemológicas distintas coincide en el diagnóstico social en su incidencia sobre el psicoanálisis. En este caso la aculturación se expresa como la ausencia de un imaginario social que facilite identificaciones que estarían en la base de la reflexibilidad, esto es de la función del pensamiento.
La crisis de la modernidad, de su imaginario y de sus significaciones y del sujeto antropológico que produjo ha marcado profundamente tanto el lugar que ocupa actualmente el psicoanálisis, los modelos teóricos en que se apoya y la práctica en que se sustenta. Crisis de la modernidad que podríamos resumir como el fallo en la credulidad ante el progreso y la verdad científica.
François Lyotard, definió la postmodernidad: “Simplificando al máximo- escribe Lyotard- defino lo postmoderno como la incredulidad ante las metanarraciones”. Y como ya sabemos, el conocimiento científico como fundamento del progreso y de la emancipación es la principal “metanarración” que queda cuestionada.
El objeto del conocimiento científico queda cuestionado y el proyecto epistemológico clásico cambia: “el campo de la epistemología clásica tal y como la entendemos en la actualidad surge de la idea de que la mente es capaz de crear representaciones que reflejen de forma exacta lo que está ahí afuera; el conocimiento pues, es posible en tanto la mente crea representaciones exactas al mundo exterior. (…) Pero esta idea básica, centro del proyecto epistemológico no es ya aceptada por muchos autores que consideran que “hay que abandonar la noción del conocimiento en cuanto representación exacta, que resulta posible gracias a procesos mentales especiales e inteligible gracias a una teoría general de la representación”. El problema es que sin ese imaginario de verdad y progreso, impregnándolo todo habría que preguntarse cual sería su sustituto. Para algunos la respuesta ya es conocida y esta entre nosotros: hemos pasado de un imaginario donde la verdad era posible a un imaginario donde la eficacia viene a ocupar su lugar. En tiempos de Freud el psicoanálisis era cuestionado desde criterios de cientificidad. En los tiempos actuales desde criterios de eficacia. El tipo antropológico ha pasado, del obsesivo meticuloso capaz de exterminar minuciosamente a millones de individuos, fundamentado en estudios profundos sobre la verdad empírica de la superioridad de tal raza, al individuo fragmentado de la postmodernidad. “…, en las condiciones de la postmodernidad, los sujetos se hallan constituidos en diferentes configuraciones con relación a las estructuras interpersonales de comunicación, las cuales promueven el uso defensivo de la negación y el antipensamiento. Opinan que vivimos en un mundo amenazador en el que la tecnología despersonaliza al individuo, el marketing vacía los objetos de significado y los sujetos se encuentran frente al constante dilema de discriminación entre lo que es real o irreal, dentro y fuera, la autenticidad y la inautenticidad, etc. Dado que las formas sociales y culturales ofrecen muy poca contención emocional y estabilidad personal, la ansiedad y la desesperación se incrementan forzosamente- podemos ver con facilidad cómo los síntomas de ansiedad son cada vez más y más frecuentes en las consultas médicas y psiquiátricas-, y nuestros recursos internos para hacernos cargo del sufrimiento psíquico disminuyen. Ello comporta una excesiva identificación proyectiva, con incremento de los objetos extravagantes y una disminución del significado y de la capacidad para elaborar sentimientos y pensamientos.
Sin embargo no es esta una opinión compartida por todos. E. Roudinesco piensa que “el sufrimiento psíquico se manifiesta hoy bajo la forma de la depresión”, aunque termina, igualmente haciendo del pensamiento, de la ausencia de reflexión la causa de su malestar. Así, el paciente actual, nos dice Roudinesco, “pasa del psicoanálisis, a la psicofarmacología y de la psicoterapia a la homeopatía sin tomarse tiempo para reflexionar acerca del origen de su desdicha”.
En una primera conclusión, si es que podemos concluir algo diríamos que la sociedad postmoderna produce un sujeto que no piensa , que no reflexiona, posiblemente porque la importancia de la temporalidad ha cambiado. Decía Viñar ayer, en una entrevista libre y amigable que tuvo la bondad de concedernos, que el sujeto actual vive en un presente omnipresente, que lo anula todo, que el pasado no existe, que las nuevas tecnologías ponen al sujeto en condiciones de inmediatez, que el futuro ya no es un proyecto, ni el pasado una palanca de experiencia. Si esto ha cambiado así, o en parte ha cambiado así, quiere decirse que la función reflexiva del pensamiento va desapareciendo, y que el psicoanálisis en tanto acción reflexiva, se encuentra en precario. Yo no estaría tan seguro de todo esto. Creo que el sujeto postmoderno sigue pensando, sigue deseando y que lo que ha cambiado es el contenido de su pensamiento y los placeres de sus deseos y, que como psicoanalistas debemos captar estos nuevos cambios. Ahora ya no estamos en una sociedad de lectores- dicen- y el deseo queda obturado en una sociedad de consumo- también dicen. Bueno, pues esa es la sociedad en la que estamos y en la que debemos trabajar.
El imaginario social tal cual es conceptualizado por Castoriadis incide de lleno en el psicoanálisis en tanto es definido como un “magma de significaciones imaginarias sociales” encarnadas en instituciones. Como tal, regula el decir y orienta la acción de los miembros de esa sociedad, en la que determina tanto las maneras de sentir y desear como las maneras de pensar. “El imaginario social provee a la psique de significaciones y valores, y a los individuos les da los medios para comunicarse y les dota de las formas de la cooperación: Es así, no a la inversa.” Quiere decirse que no es el sujeto surgiendo de la conflictiva edípica o narcisista quien construye lo social, sino a la inversa, una sociedad que excreta individuos conformados según su imaginario.
Charles Taylor en su libro Imaginarios sociales modernos – en el que es capaz de no nombrar ni una sola vez a Castoriadis, nos presenta el imaginario moderno occidental como surgiendo a través “de ciertas formas sociales, características de la modernidad occidental: la economía de mercado, la esfera pública y el autogobierno del pueblo. Entre otras.” Precisamente todas ellas fallando en estos momentos.
Falla la familia, falla el discurso político, falla la economía (llamada de mercado) etc. Me referiré al fallo de la familia. Hace unos meses tuvimos unos encuentros en Madrid sobre la crisis de la familia o, mejor dicho sobre las nuevas familias, LA FAMILIA Y SUS VINCULOS. NUEVAS PARENTALIDADES, así se llamaban las jornadas. Fueron unas Jornadas donde inevitablemente surgió el tema de la familia en conflicto porque, al parecer el que los homosexuales se casen y puedan adoptar hijos es una señal inequívoca de que la familia está en crisis.
Algo no está en crisis cuando esta establecido y es inamovible y en el caso de la familia esto no ocurrió nunca: entre la familia romana y la familia actual hay una gran diferencia y no podemos decir que el sufrimiento psíquico dependieran de una u otra organización familiar. Por tanto no es la crisis familiar lo determinante, sí parecería serlo las condiciones en que los valores o, en terminología de Castoriadis, las significaciones imaginarias sociales, fallan en la presencia en que cualquier sociedad demanda para facilitar los procesos identificatorios. Se quiere decir, que los apuntalamientos del proceso identificatorio en sus entidades socialmente instituidas ya sea la familia, la escuela o el trabajo, son elementos claves en la constitución de la subjetividad. Para Castoriadis cada sociedad produce su propio mundo creando las significaciones, los valores que le son propias y que tienen una función triple: estructuran las representaciones del mundo en general, designan las finalidades de la acción, lo que se puede y no se puede hacer y, por último crea los tipos de afectos característicos de esa sociedad. Representaciones, finalidades y afectos producirían sujetos antropológicamente diferentes. La novela de Jonathan Littel, Las benévolas, nos muestra un tipo antropológico, Max Aue, que solo se podría dar en un momento histórico como el de la Alemania nazi. Pero Max Aue no es un sujeto enfermo desde el punto de vista psicopatológico, por mucha repugnancia que nos produzca su figura. Es un sujeto antropológico no un sujeto psíquico. El sujeto antropológico deviene de la sociología, es el sujeto social, mientras el sujeto psíquico es anterior y hunde sus raíces no solo en lo social.
Permítaseme comentar algo más sobre el sujeto, tal y como se concibe desde el modelo de Castoriadis y que si parece tener cierto interés desde el punto de vista del psicoanálisis.
Cornelius Castoriadis hace un intento por fijar el sujeto que el estructuralismo extravía. “Los discursos sobre la muerte del hombre y el fin del sujeto- nos dice Castoriadis- no fueron nunca otra cosa que la cobertura pseudo-teórica de una evasión de la responsabilidad- por parte del psicoanalista, del pensador, del ciudadano”. A partir de esta posición crítica y de la dificultad de pensar el sujeto en su totalidad, después de la pluralidad de sujetos que el psicoanálisis introduce con sus instancias psíquicas, Castoriadis se pregunta ¿puede formularse una noción del sujeto que las recubra a todas y que no sea simplemente formal, es decir, más o menos vacía? (Id.)
La subjetividad se expresa en una multitud de regiones donde impera el para si, esto es, donde la relación con el mundo se manifestará con una finalidad básica de preservar “la especificidad, el ser aparte”
en este sentido describe Castoriadis cuatro regiones donde ese para si de la subjetividad se manifiesta: el para si de lo viviente, de lo psíquico, del individuo social y de la sociedad. Cuatro regiones que interactúan entre si pero que permanecen autónomas. Quizás restaríamos complejidad a todo ello si lo tradujéramos como el concepto de autoconservación freudiano, pero lo que a mi me interesa resaltar es esta posibilidad de estudiar la subjetividad en distintos niveles de su manifestación, sobre todo lo que se refiere a la existencia de un sujeto psíquico y otro social. Así “…estamos siempre frente a una realidad humana en la cual la realidad social (la dimensión social de esta realidad) recubre casi totalmente la realidad psíquica. Y, en un primer sentido, el “sujeto” se presenta como esta extraña totalidad, totalidad que es y no es una al mismo tiempo, composición paradójica de un cuerpo biológico, de un ser social (individuo socialmente definido), de una “persona” más o menos consciente, en fin, de una psique inconsciente (de una realdad psíquica y de un aparato psíquico) el todo supremamente heterogéneo y no obstante definitivamente indisociable. De tal forma se nos presenta el fenómeno humano, es frente a esta nebulosa que debemos pensar la pregunta por el sujeto” (Id.).
Castoriadis contempla la dificultad de unificar todos estos sujetos, obvia esta dificultad y define el sujeto del psicoanálisis como meramente proyecto. La necesidad de una interpretación va dirigida a un alguien que todavía no existe “ya que aquello a lo que se apunta a través de una cura es la transformación efectiva de alguien, ni previsible ni definible de antemano…” (Id.) Aquí el sujeto debe advenir, así como antes lo era el Yo. “Este sujeto no es simplemente real, no está dado, debe ser hecho y se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias. El fin del análisis es hacerlo advenir” (…) Este sujeto, la subjetividad humana, está caracterizado por la reflexividad (que no debe confundirse con el mero pensamiento) y por la voluntad o capacidad de acción deliberada, en el sentido pleno de este término”. (Id.)
Yo estaría de acuerdo solo a medias con este modelo de Castoriadis. La mitad con la que estoy de acuerdo es con la que concibe al sujeto como proceso y la mitad en la que estoy en desacuerdo es con que el fin del análisis pueda hacer advenir ese sujeto. Creo que esta concepción última del advenimiento de un sujeto se mantiene dentro de una lógica esencialista con la que el psicoanálisis, tanto freudiano como lacaniano, rompieron hace mucho tiempo. No es posible borrar la distancia que separa lo real de su simbolización, no es posible, pues, un sujeto real, un sujeto que pueda ser pensado más allá de su devenir. Y si debo ser sincero, tampoco sé si estoy muy de acuerdo con el concepto de proceso, que me da la impresión que se transforma en proyecto. No es lo mismo proceso que proyecto. Proyecto apunta a una finalidad, aunque se diga que es inalcanzable, y una finalidad tiende a obturar la distancia entre lo real de su simbolización. “Esta aspiración de abolirlo- nos dice S. Zizek- es precisamente la fuente de la tentación totalitaria. Los mayores asesinatos de masas y holocaustos siempre han sido perpetrados en nombre del hombre como ser armónico, de un Hombre Nuevo sin tensión antagónica”.
En cualquier caso, el sujeto psíquico por debajo del social y éste, recubriéndolo todo, nos devuelve una imagen donde el supuesto sujeto, del que nos habla Castoriadis, queda nuevamente sin sustantivar, pero sí delimitado en esferas e interrelaciones de gran valor heurístico.
¿Hasta que punto el sujeto psíquico puede sostener todo ese universo de significados que lo social pretende imponer? Es evidente que entre el sujeto social encarnado por Platón y el sujeto social actual hay enormes diferencias. Sin embargo ya no sería tan evidente la diferencia entre el sujeto psíquico en distintos momentos históricos. La evolución psíquica es muy lenta determinada posiblemente por factores biológicos, no así la evolución social. Quizá esa desarmonía sea la responsable de las dificultades psicológicas y de las llamadas enfermedades mentales. Quizás la compulsión a la repetición no sea más que la resistencia de lo psicológico a abandonar posiciones que el sujeto social plantea. O quizás el malestar en la cultura de Freud o el sujeto parlante de Lacan sean las expresiones del sufrimiento psíquico como característico del ser humano. La naturaleza impone límites a la cultura y ésta impone presiones a aquella. Este sujeto, que no es simplemente real que no está dado y que debe ser hecho y que se hace mediante ciertas condiciones y dentro de ciertas circunstancias, nos permite anticipar que las condiciones son las del método psicoanalítico y las circunstancias las del imaginario social. Circunstancias como el deterioro progresivo del socialismo real, desde los años sesenta y su culminación en la caída del muro, no llegaron, sin embargo a afectar a ese supuesto sujeto psíquico. No nos encontramos con olas de suicidios, como hubiera sido lo esperable, sino con cambios en el imaginario social: la fragmentación y el escepticismo de la posición postmoderna, esto es una ideología del desencanto intelectual surgida del fracaso de la utopía.
Para Freud el factor último, más allá del cual no es posible ir, es donde debemos buscar, como psicoanalistas, el referente de lo psíquico. Un factor social nunca es un factor último, siempre puede ser reducido a una vicisitud pulsional y estas, a su vez, serán entendidas dinámicamente en la conflictiva edípica. La muerte del rey es la muerte del padre, que a su vez lo es por el deseo hacia la madre, que a su vez lo es por el plus de placer que representa, placer que ya marca una dimensión psíquica en que la descarga pulsional se expresa. Pero si la pulsión nos parece anticuada podemos acudir a las relaciones de objeto, las que se dan primariamente en el seno familiar. Este “familiarismo” pasaría a ser el referente último. Este modelo, aparentemente reduccionista, y que está en la base de la praxis psicoanalítica, no clausura ni mucho menos, un conocimiento que se abre a lo social precisamente a través del concepto de sublimación, aunque éste, el placer sublimatorio siempre fue un placer de segunda categoría incapaz de competir con el placer pulsional. Pero en tanto la realidad psíquica es la realidad del psicoanálisis y no la realidad social nos encontramos con una dificultad que esta en la base de todo este problema.
La mayoría de los trabajos psicoanalíticos en que lo social es un factor presente, traumático o no, siempre se organizan en la dirección de si el psiquismo puede o no elaborar esa característica social EL reduccionismo psicoanalítico siempre se impone como referente último.
Luis, 25 años, está en su último año de carrera. Se siente muy deprimido porque una asignatura se ha convertido en un problema infranqueable. Para los demás también, me dice, y se adentra en un alegato interminable en contra del sistema: “Claro, ahora con la crisis no interesa que salgan profesionales y es mejor tenernos entretenidos en la Facultad”. Tres sesiones más tarde- o quizás cuatro- Luis ha abandonado a ese sujeto social aguerrido, o al menos reivindicativo y se encuentra hablando de los enfrentamientos con su padre, un hombre silencioso y distante –posiblemente como el psicoanalista- que cuando deja de serlo se convierte en violento y arbitrario. El sujeto psíquico, el sujeto del psicoanálisis será el protagonista en los años venideros. La pregunta ¿Qué será de ese sujeto social rebelde y reivindicativo, sobrevivirá a su paso por el análisis?
Para terminar, aceptando que el psicoanálisis se fundó y desarrolló ignorando, en parte, sus determinantes sociales, sin embargo sí es cierto que se fundó una ciencia- con todas las comillas que queramos poner- que ha permitido una práctica de la cura- más comillas- y que continua siendo una herramienta de acercamiento a los cambios sociales en su posible incidencia sobre el sujeto psíquico. “¿Son fecundos los paradigmas del psicoanálisis para los nuevos enigmas que se avecinan?”, se preguntaba Silvia Bleichmar, reflexionando sobre los cambios sociales y científicos que vivimos: el cambio de sexos, el reconocimiento del matrimonio homosexual y la adopción dentro de él, las familias monoparentales, etc., etc. Y, también la pregunta complementaria ¿es posible, para el sujeto psíquico, la integración de todos los cambios que lo social y la cultura le demanden? Quiere decirse que ese podría ser un nuevo, o no tan nuevo, lugar del psicoanalista frente a lo social: ver la incidencia que sobre el sujeto psíquico operan los cambios sociales y denunciar los que son incompatibles con su desarrollo. Una posición científica con un poquito de ideología.

Vía: Centro Psicoanalítico de Madrid.
Enlace: https://www.centropsicoanaliticomadrid.com/publicaciones/revista/numero-17/imaginario-social-y-discurso-psicoanalitico/#:~:text=%E2%80%9CEl%20imaginario%20social%20provee%20a,lo%20social%2C%20sino%20a%20la

“Las redes y la realidad virtual nos hacen perder intimidad”

 

Enrique Garabetyan

La especialista argentina asumió la presidencia de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Es la primera mujer que está al frente de la institución fundada por Freud.

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Finalmente ocurrió: por primera vez en la historia, una mujer quedó al frente de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA por sus siglas en inglés), sociedad que Sigmund Freud y un puñado de colegas fundaron en 1910. Su flamante presidenta es argentina: la médica psicoanalista Virginia Ungar. La experta en niñez y adolescencia asumió su mandato esta semana durante la realización del 50° Congreso de la IPA, que culminó ayer en Buenos Aires, y que convocó a 1.800 profesionales “psi” de todo el mundo.
El lema y tema central del evento giró sobre uno de los conceptos culturales que está sufriendo un gran cambio en la actualidad: la intimidad. “La posibilidad de establecer una relación íntima es algo absolutamente necesario para todos los seres humanos. Y es fundamental también porque es un espacio de creatividad”, le dijo a PERFIL Ungar, tras asumir como presidenta.
“La noción de intimidad con la que nos manejamos no es un concepto psicoanalítico estricto. El tratamiento psicoanalítico genera un espacio de intimidad, en la cual dos personas, dos mentes, interactúan en un lugar cerrado. Y allí hay un espacio de reflexión y de receptividad. Esto es clave porque para algunos se pierde intimidad en la sociedad”, reflexionó.
Para la experta, sí se pierde lo que tradicionalmente se conoce como intimidad: un espacio cerrado, pero hay que verla más bien como un estado mental, y como una inclinación a establecer un vínculo de escucha, de respeto y de reflexión común.
“Es clave reivindicar la intimidad. En las últimas décadas, el avance de la tecnología, la informática y los cambios culturales hacen que el espacio de intercambio de los vínculos humanos no sea solamente el lugar físico que conocemos desde siempre sino que se ha extendido al campo de la realidad virtual y las redes. Y eso nos hace perder algunas cosas, como cierto tipo de intimidad, sobre todo si lo que mueve a la gente a participar en las redes es una tendencia a la exhibición. La compulsión a la exhibición y a figurar y a tener una noción de que “sos” más cuantos más likes tenés y fans te siguen”.
—¿Tanta exposición en las redes tiene algún costo?
—Sí lo tiene, en el sentido de que, ahora, la intimidad se comparte. Y eso hace que sea difícil definirla en términos de códigos contemporáneos. Por una parte la intimidad está ligada a la creatividad, y por eso tenemos que cuidar esos espacios. Pero, por otra, tampoco me parece bien caer en la tecnofobia.
—¿Por qué?
—Doy un ejemplo: hoy muchos padres consultan por un hijo adolescente que pasa buena parte de su día encerrado en su habitación, jugando con la PC y posteando en redes. Si no tiene otro espacio de intercambio con pares, entonces es posible que haya un aislamiento y que eso sea una señal de alarma que tenemos que atender porque sabemos que algunas formas graves de la enfermedad mental, como la esquizofrenia, aparecen durante la adolescencia. Pero de ahí a clasificarlos como enfermos hay una distancia. Hoy muchísimos adolescentes pasan parte de su día en las redes, pero haciendo multitasking, estudiando, escuchando música y comunicándose con amigos. Si además hace deporte, música o sale, no podemos pensar en un joven aislado. O sea, antes de decir que es algo patológico tenemos que analizarlo para ver si hay uso o abuso del espacio virtual y analizarlo en su contexto.
—¿Qué ofrecen las redes sociales?
—Pensemos que un adolescente está atravesando un fuerte cambio personal y corporal. Para ellos la mirada y la aprobación de sus pares son muy importantes. Además, las redes les permiten generar un espacio de pruebas y de ensayos mientras salen del mundo de los niños y de su familia, y recorren su camino para convertirse en adultos. No nos olvidemos de que la cultura a lo largo de la historia generó numerosos ritos de iniciación para los adolescentes que hoy parecen, al menos en parte, estar en extinción. Pero, igualmente, ellos se las ingenian para seguir creando nuevos. Y muchos jóvenes sufren porque no pueden, ni se animan, a participar de esos ritos. Entonces, las redes pueden ayudar a pasar esta etapa, facilitándoles inventarse una edad, un género o una identidad. Las redes sociales son una realidad y no ganamos nada viéndolas como un apocalipsis.
—¿Qué piensa del debate sobre el Polaquito y su aparición en la TV?
—Me parece que ese episodio le dice a la sociedad algo importante sobre nuestra propia necesidad de exhibición. Y que, si no podemos exhibirnos nosotros, pareciera que tenemos que exhibir a nuestros hijos.

Los chicos y los límites
Una de las consultas más habituales de los padres en el consultorio es cómo poner límites a los hijos. Para Ungar, es una cuestión compleja porque debe surgir de algo interno de los padres, no por lo que le diga un terapeuta. “En estos tiempos la función parental ha cambiado mucho. Todo esto está asociado a una nueva situación de empoderamiento de los chicos y los jóvenes que antes no existía. Pero lo importante es que los padres puedan tener sus propios límites. Y entender la relación de quienes hoy son padres con sus propios padres”, explicó.
La especialista en niñez y adolescencia, recomiena a los padres que piensen por sí mismos, sin esperar recibir reglas desde afuera. El “no” debe salir desde adentro de ellos. Y debe ser genuino. Es importante que hablen entre ellos antes de hablar con los chicos, para establecer una pauta común frente a los menores. Y tratar de no entrar en contradicciones O sea, ser claros y no dar mensajes confusos. Incluso no es necesario hablar demasiado. Un “no” es “no”, sin ofrecer tantas explicaciones.

 

Fuente: http://www.perfil.com/ciencia/las-redes-y-la-realidad-virtual-nos-hacen-perder-intimidad.phtml

Las redes sociales como mediador del deseo

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El “me gusta” y su interpretación

En los consultorios psi, “la presencia de las redes se evidencia sobre todo como un viraje en la lógica de los encuentros amorosos”, sostiene el autor, y subraya “un aspecto que me parece central: el valor de las redes como mediador del deseo”.

 

Por Santiago Thompson *

Los cambios en la subjetividad de la época van muchas veces de la mano con cambios en la ciencia y la tecnología. Si el movimiento nacido con la píldora anticonceptiva separó para siempre reproducción y sexualidad, el VIH conjugó, durante dos décadas, muerte y sexualidad. Se puede fechar el inicio de esa era con la muerte de Freddie Mercury. Hoy el avance de la ciencia convirtió esa enfermedad mortal en enfermedad crónica. Y en el consultorio emergen las consecuencias: nadie quiere morir, pero algunos están dispuestos a, en cierta medida, arruinarse la vida, y el descuido en los encuentros sexuales es moneda corriente.

La red global dio carta de ciudadanía al placer masturbatorio. Y no como síntoma, sino como una modalidad asumida por los sujetos. Ya se escucha abiertamente a varones que sostienen: “Prefiero hacerme la paja a coger”. En Japón, la palabra hikikomoris da nombre a un estilo de vida que prescinde del encuentro entre los cuerpos.

Me resisto a sumarme al coro que descalifica la época y añora los tiempos ordenados por la función paterna. Entiendo que tales juicios de valor hablan más bien de los fantasmas propios. Ponen en palabras un típico supuesto del neurótico: el otro goza sin límites, mientras que a mí el goce me estuvo vedado… por el padre: Les Luthiers hace de tal suposición la base de su canción “Los jóvenes de hoy en día”.

Ante lo que se llama de modo recurrente la “declinación de la función paterna”, emergen otras modalidades de anudamiento: ciertamente los tóxicos, que muchas veces permiten sostener el encuentro con el otro sexo, pero también las llamadas “tribus urbanas”. Las formas de regulación del lazo social no desaparecen. Por el contrario, proliferan.

Las redes sociales se entraman con la posición de cada sujeto. En tal sentido, la neurosis encuentra allí su soporte: la injuria obsesiva que procura arrasar con el deseo del partenaire, el amplio campo que encuentra la histeria para causar el deseo sustrayendo el cuerpo. Quien tiene una posición evitativa respecto del otro sexo encuentra la encantadora posibilidad de “sentirse acompañado” sin tener que comprometer el cuerpo, manteniendo todo el juego en el plano virtual y postergando indefinidamente el encuentro. La vida virtual se suma a la lista de adicciones.

Al margen de tales presentaciones y más allá de cuestiones puntuales (el acortamiento de las distancias entre familiares y amigos que viajan, etcétera), en la clínica la presencia de las redes se evidencia sobre todo como un viraje en la lógica de los encuentros amorosos. Quiero subrayar aquí un aspecto que me parece central: el valor de las redes como mediador del deseo.

Tinder le dio carta de ciudadanía a algo que en Facebook ya sucedía de modo clandestino. Facebook invita a explicitar el estado civil, así como la orientación sexual. Mientras Facebook persigue a sus usuarios para que no contacten virtualmente a quien no conocen –lo cual, sin embargo, sucede todo el tiempo–, Tinder, en base al mismo perfil de Facebook, incita a ello. Tinder es Facebook saliendo del placard. Por otro lado, la aplicación promueve encuentros con ciertas carencias a nivel de la ficción del amor: son encuentros muchas veces sin historia: dos personas, que hace dos horas no se conocían, se acuestan, y dentro de dos horas no se verán nunca más. Esta secuencia, otrora muy osada (es el argumento de más de una película), hoy es algo cotidiano y no presenta vericuetos dignos de llevar al cine. La apuesta se extrema con la propuesta de Happen; se trata de una aplicación con GPS que posibilita encuentros aquí y ahora, con la cercanía física del partenaire como criterio central.

Redes del deseo

Es sugestivo que, a la hora de hablar del deseo humano, tanto Freud como Lacan hayan elegido dibujar una red: el esquema de Freud en Psicología de las masas y análisis del yo se presenta de ese modo y Lacan llamó a su grafo “mi pequeña red”. El deseo humano sigue siendo deseo de tener un lugar en el deseo de los otros o de algún Otro en particular. No hay nada más desolador que no causar el deseo de nadie: es como un muro sin ningún “me gusta”.

El “me gusta” y su interpretación ocupa un tiempo no menor en los consultorios. Puede ser leído en la más vasta ambigüedad: como un “me gustás”, por ejemplo. También está el “me gusta” irónico (como respuesta a alguna agresión), el “soy tu amigo y te banco”, el ideológico, el auto “me gusta”, el “me gusta” territorial (con el que el varón marca a la que fue su amante en todos sus posts). Este último hace uso de una propiedad interesante de Facebook: los “me gusta” sólo pueden ser borrados por su autor, no por el dueño del muro.

Cabe destacar el aspecto mostrativo de las redes sociales, que da lugar a nuevas modalidades de acting out. El acting out consiste en una mostración que apunta hacerse un lugar en el deseo del Otro; lo que en él se muestra, se muestra como distinto a lo que es: “Posteo para todos, con el fin de que vos lo veas”, o bien “Posteo sólo para vos, para que todos lo vean”. Se trata de una mostración velada, que siempre tiene el carácter de un anzuelo tendido para enganchar el deseo del Otro. El acting está íntimamente asociado al campo del deseo, y el deseo siempre tiene un sesgo ilusorio, de engaño y de ficción.

Facebook, ya desde su nombre, es el campo de la mostración. Las mujeres hacen ostentación de su belleza o bien, con frecuencia, una exaltación –siempre sospechosa– de su pareja y de lo felices que son. Los varones tienen una palestra donde desplegar sus insignias: el “aguante” al equipo de fútbol, los logros personales, el culto a la barra de amigos. Por medio del muro, el varón da a la mujer muestras de que es varón y viceversa. Lacan (Seminario 18, “De un discurso que no fuera del semblante”) señala que “lo que define al hombre es su relación con la mujer, e inversamente. Para el muchacho, se trata en la adultez de hacer de hombre. Esto es lo que constituye la relación con la otra parte. Uno de los correlatos esenciales de este hacer de hombre es dar signos a la muchacha de que se lo es. Para decirlo todo, estamos ubicados de entrada en la dimensión del semblante”. El juego de los semblantes encuentra su escenario en Facebook, campo privilegiado de lo que se da a ver.

Lo que se muestra no se debe confundir con una pérdida de la privacidad: se trata de lo que alguien decide mostrar a los otros, a algún otro particular al que la mostración está dirigida. Y, en tal sentido, Facebook ofrece la posibilidad de estar virtualmente en el área del deseo de todos. Produce efectos cuando la mostración llega a destino: son comunes las fotos públicas que, más que anunciar, dan a ver: tatuajes recientes, nuevas parejas, casamientos, natalicios. “¿Puedo ser más feliz?” escribe en su muro un padre primerizo, con la secreta intención de seducir a su secretaria. La novia despechada no perderá la oportunidad de enrostrarle al ex su nueva conquista, con una oportuna foto de perfil.

La alusión indirecta toma en los muros un lugar privilegiado. Se sugiere, se da a ver, y rara vez se declara. Así como el acting out llama a la interpretación, lo que se muestra llama a que se diga (o a que se “comente”). El stalker es atrapado por esos anzuelos tendidos para atrapar el deseo: las ex parejas que se espían entre sí, las amigas que envidian la felicidad de la que declama su amor al príncipe azul, las caras felices de las últimas vacaciones.

El inbox funciona allí como la cara B de lo que se muestra en el muro. En bambalinas se trama y se habla “a escondidas” de lo que se da a ver. La impunidad para mandar mensajes supone también una impunidad de los receptores para no contestarlos. Lo que llamamos “clavar el visto” tiene su contracara: el otro puede acercarse sin los riesgos que implica, por ejemplo, una llamada telefónica. La red de los deseos ofrece cierta economía: un mensaje no respondido para rechazar a alguien, un toque para verificar el mutuo interés en Tinder.

Por último, cabe destacar que Facebook ha dado lugar a toda una serie de “actos virtuales”: te elimino como amigo, te bloqueo, te vuelvo a aceptar. Con la ambigüedad que supone como acto para sí (los analizantes se justifican: “la saqué de mis amigos para no quedarme mirando lo que postea”) y como mostración hacia el otro, donde el acento está en que el otro se entere de que fue “eliminado”.

El deseo es en esencia engañoso. Requiere ficciones, escenas, montajes, historias. Y la mediatización de las redes –en cuanto pone los cuerpos a distancia y permite un espacio para la edición– se abre entonces como un campo fértil. Confesiones íntimas, dichos que sugieren, fotos de perfil y de portada. Los sujetos preceden a una verdadera creación de un yo virtual. Un obsesivo, decepcionado por un encuentro poco feliz, daba cuenta de su rebelión contra este campo engañoso: “A la foto de perfil tenés que descontarle el impuesto a las Ganancias, los aportes jubilatorios…”. El sujeto sólo es sujeto en cuanto historizado, en una escena que siempre es de ficción. La “biografía” virtual proporciona la posibilidad de escribir la propia historia para los otros y espiar la vida de los otros a través de la ventana indiscreta de Facebook.

Mucho se ha dicho sobre la soledad del sujeto en la web, pero es un hecho que, poco a poco, los encuentros amorosos tienden a iniciarse en una red social. A veces con alguien desconocido, a veces con alguien apenas conocido en la vida cotidiana. La crítica que desde el psicoanálisis se hace con frecuencia al mundo virtual toma el sesgo predominante del prejuicio ante aquello que se desconoce. En mi práctica, no apunto a descalificar los intercambios virtuales. Muchas veces, permiten hacer lazo donde de otro modo no habría nada.

El valor de mediación de las redes sociales, incluso mediación de un deseo decidido, no es desechable. No olvidemos que ya Lacan (Seminario 10, “La angustia”) propuso pensar el deseo como un campo abierto a una mediación, poniendo allí el acento en el registro imaginario. En ese sentido, Facebook y otros medios virtuales abren un amplio campo para el encuentro entre los deseos.

Tomado de https://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-277162-2015-07-16.html