Tiene 20 años y su trabajo es «tener encuentros afectivos, eróticos y sexuales con personas discapacitadas o con diversidad funcional»

Yo reconozco a la persona con discapacidad como un sujeto de deseo que tiene derecho a tener una sexualidad plena

Akira Raw se sienta derecha. La columna sólo sostiene su curva natural y los brazos le caen a cada costado. No es fácil descubrir si caen tensos o simplemente sostienen una perfecta forma de estar en la silla. Tiene el pelo castaño que le llega a los hombros y habla con suavidad. No tiene la voz suave, pero sí desliza cada palabra con delicadeza. Akira Raw no se llama Akira Raw. El resto es todo cierto. Y si no se conoce su nombre es por otra certeza: porque Akira, de 20 años, columna derecha y palabras delicadas, es trabajadora sexual. El trabajo más antiguo y estigmatizado del mundo. Más concreto y complejo aún: es asistente sexual para personas con discapacidad y diversidad funcional.

La joven dialoga nerviosa con La Capital. Toma un mate mientras se presenta. Se acomoda. Lo primero que cuenta es que es una persona trans no binaria. Ni hombre ni mujer. Habla por una hora, y en toda su cotidianeidad; después, en neutro.

En esta nota se habla en femenino por decisión y comodidad editorial. Akira eligió ser Akira porque es un nombre japonés sin género. Eligió ser Raw para llenar una casilla más a la hora abrir una cuenta en Facebook. Raw es una onomatopeya. «Rawwwww», explica riéndose, con cara de salvaje y algo de perversión.

Ella es Akira Raw desde enero de este año, cuando se sentó en la PC y decidió armar su primer perfil virtual para empezar a trabajar como asistente sexual. Era el paso que le faltaba. «Ya estaba decidida. Quería empezar a trabajar publicitándome por internet y las redes sociales. Apenas lo hice me empezó a hablar mi primer cliente. Tuve suerte y fue una muy buena experiencia, ayudó a que no me arrepintiera de mi decisión», remarca.

Hasta ese momento no había tenido otro empleo y, dentro del abanico de posibilidades laborales para alguien de veinte años, encontró en el trabajo sexual la posibilidad de ser autónoma, ganar dinero, hacer lo que le gusta.

«Es un laburo que me da mucha independencia. No es fácil, pero tiene más facilidades que otros trabajos. Entre las opciones que tenía, ésta fue la que más me convenció. Además, siento que es algo que me sale hacer bien. Me relaciono sexualmente o a partir de un encuentro íntimo con otras personas y eso me gusta. Y me gusta y erotiza que me paguen por hacerlo».

Asistencia

Pero no cualquiera le paga. Y ella elige eso: lo suyo es la asistencia sexual. «Tengo encuentros afectivos, eróticos, sexuales con personas con discapacidad o diversidad funcional a través de un intercambio económico», resume.

Akira se reivindica como trabajadora sexual. Lo que hace no es psicología ni medicina. Ella es, dice, se dice, se sonríe, una puta. «Estos no son servicios que contrata alguien para mejorar su salud o dejar de estar enfermo o discapacitado. Yo reconozco a la persona con discapacidad como un sujeto de deseo y de derecho, y que tiene derecho a tener una sexualidad plena. Eso no está siendo reconocido. Por eso hay una gran demanda de asistencia sexual: no le estamos dando lugar a muchas personas para que ejerzan su derecho a la sexualidad».

Lidia con un doble estigma: el del sexo por dinero y el de los clientes discapacitados. «A la gente le estalla la cabeza», dice, ya con confianza.

Los clientes le confiaron que muchas veces estuvieron con trabajadoras sexuales que no estaban sensibilizadas con la perspectiva y fue un encuentro incómodo. «Pesaba más el estigma de la discapacidad», agrega. Ella contó siempre con una ventaja: una atracción por los cuerpos disidentes y diferentes. «Tengo una empatía especial. Muchas compañeras dicen que les gustaría trabajar con personas con discapacidad, pero que les costaría. Yo creo que a mí me sería al revés: no sé si podría trabajar con alguien sin discapacidad. No sabría qué hacer. Me aburriría».

Nuevas formas

La joven es clara: se trata de otros tiempos, de aprender nuevas formas de relacionarse con alguien que tarda media hora en sacarse una camisa y no cinco minutos en desvestirse.

«Se aprende a tomar las cosas como un juego y olvidarse de todos los mandatos establecidos de lo que tiene que ser el sexo. O de qué es lo que hace una trabajadora sexual. Lidiamos siempre con ideas preestablecidas y tratamos de desencasillar», señala.

Akira, por ejemplo, cuenta que tiene entrevistas personales previas con sus clientes. «Tomamos un café, hablamos, volvemos a acordar lo que ya hablamos virtualmente, también hablamos de las expectativas e intereses. Es lo que me parece más enriquecedor».

Ella elige su trabajo por esas cosas; la complicidad y la comunicación con las personas que opta por atender, la libertad de tomar esas elecciones, no tener un jefe que le diga cómo hacer cada cosa y con quién.

«Es muy importante hablar de este tema y preguntarle a las putas qué quieren», asegura. Se sienta con una postura perfecta, los brazos caen a los costados poco tensos, y habla en neutro. Menos cuando dice puta. Se sonríe. Es la excepción. «Es que me siento así. Soy re-puta».

Un trabajo estigmatizado que obliga al anonimato

Akira Raw no deja pasar el estigma que carga su trabajo. «Más que liberarme, ser Akira Raw me encierra en el lugar del anonimato. Me gustaría prescindir de tener un nombre de trabajo que no sea el mío. Pesa tanto». Ella no puede compartir eso que hace la mayoría: sentarse con sus amigas, con su familia, contar un día de trabajo bueno, contar un día de trabajo malo, sacarse un par de dudas de encima. Salvo cuando se reúne con sus pares. En Rosario, las trabajadoras sexuales y sus aliados se empezaron a organizar en el frente Fuertsa y se reúnen regularmente en encuentros abiertos para quien quiera militar o sacarse dudas. Fuertsa Rosario está en Facebook y Akira invita a que lo busquen y se contacten.
Tomado de http://www.lacapital.com.ar/la-ciudad/akira-la-prostituta-que-asiste-sexualmente-personas-discapacidad-n1488304.html

El deseo

Por Alberto Isaac Mendoza Torres

Llevo un par de semanas rozando un concepto fundamental en el psicoanálisis: el deseo. Cuando hablé de las dificultades que se enfrenta a la hora de elegir una carrera; o bien, cuando les conté que los sueños son cumplidores de deseos, desde la teoría freudiana.

De manera coloquial podemos confundir el deseo, como algo que necesitamos o que queremos tener, con más ímpetu que cualquier otra cosa que nos ofrezca la vida cotidiana. Así por ejemplo soñamos con la aparición del genio de la lámpara que nos conceda tres deseos, le decimos a nuestra pareja que la deseamos, o incluso le deseamos a alguien más: feliz viaje…y que no regrese.

Pero para tratar de acercarnos a lo problemático que es el deseo en el humano, es necesario que partamos por delimitar las diferencias que hay entre necesidad, demanda y deseo.

 

Abraham Maslow, uno de los, tal vez, máximos exponentes de la psicología humanista, hizo un planteamiento muy interesante. Nos habla que las acciones que realizamos los seres humanos, se basan en la satisfacción de necesidades, y no se puede pensar en un “avance” en el comportamiento de las personas, sino están satisfechas estas motivaciones. Nos hizo una pirámide muy bonita, que además como está coloreada, se ve bien coqueta. Dice Malsow que en la base se encuentra la motivación a satisfacer las necesidades fisiológicas, siendo la primera respirar. Aunque bueno, no sé si esta sea una necesidad que se satisfaga a voluntad.

Luego está la alimentación, el descanso y el sexo. Ya con estos tres conceptos tenemos para entreteneros un buen rato. Y es que a diferencia del animal, el humano no tiene estas tres “necesidades” como un instinto a satisfacer. Cuando decimos que tenemos hambre, no sólo la satisfacemos y punto. No comemos cualquier cosa, por más que digamos tengo tanta hambre que me comería hasta el plato, esto en realidad no ocurre. Siempre, siempre, buscamos mejor comer esto, que aquello. Incluso si decimos “tengo antojo de unos taquitos”, no comemos cualquier taquito. Recorremos media ciudad buscando el lugar que nos gusta, o mejor aún, el que nos recomendaron, o el que dicen está de moda, por su salsa, o sus meseras o el taquero mismo. En el animal sí ocurre la satisfacción directa, incluso hasta en los que están domesticados y humanizados. Tienen hambre y comen cualquier cosa que se mueva o no, incluso las heces.

Estamos cansados y no ocupamos cualquier lugar para descansar. Aunque digamos, estoy tan cansado que me podría dormir de pie. Y habrá quien lo haga, me dirán. Pero la mayoría esperamos a llegar a nuestra casa, en nuestra cama, con nuestras almohadas, dentro de nuestras colchas que huelen tan bien, porque acabamos de comprar el suavizante de esferas que anuncia la actriz de telenovelas. O bien nos conformamos con dormir en algún lugar conocido. Pero casi siempre nos resguardamos de que no nos vean, o que sólo nos vean aquellos a los que más confianza les tenemos. Aunque también habrá quien se duerma en el transporte público. Pero incluso ellos, aunque estén muy cansados, no se detienen a media calle, buscan un lugar con sombra, dan dos o tres vueltas en círculo  y se tumban. Como sí hacen los animales.

Y el sexo, uf, el sexo. Decía Michael Foucault que “todos los enigmas del mundo nos parecen leves en comparación con el minúsculo secreto del sexo”. ¿Cómo satisfacer la “necesidad” sexual? Otra vez, los animales lo tienen sin mayor complicación. Nos dicen los biólogos que hay épocas de apareamiento en dónde se juntan un macho y una hembra, con el único objetivo de la procreación. No hay citas previas. No hay cortejo, más que la mostración de que ambos son aptos para la procreación y aseguramiento de la continuidad de la especie. No hay enamoramiento. No hay salidas a cenar. No hay un espérate qué vas a pensar de mí. No hay un ¿y entonces qué somos? No hay jugueteos previos. No hay lencería o ropa sexy. No hay velas. No hay música. No hay que preocuparse por el mito del orgasmo a la par. Del “me duele la cabeza, mejor hoy no”. No hay preocupación por la eyaculación precoz o por la disfunción eréctil. No hay fantasía. No hay en quién estará pensando.  Incluso inventamos métodos para evitar el fin del sexo: la procreación. No hay una “necesidad” sexual que se satisfaga, en el humano.

Por eso Freud para diferenciar el instinto, de aquello que ocurre en los sujetos, recurre al concepto de pulsión. Y una pulsión, dice “nos aparece como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma”. O bien podríamos decir, acompañados de Freud, que la pulsión encuentra su fuente en lo orgánico y su meta en lo psíquico.

Les decía, es tan complejo esto del deseo en el humano, que por hoy, aquí le vamos a dejar. Sólo con la pequeña presunción de que hablamos de la necesidad. Y seguro que sentirán ya un poco de lo que es el deseo.

Tomado de: http://diariotiempo.mx/opinion/opinion-deseo-alberto-isaac-mendoza-torres/

¿Se pueden mantener relaciones homosexuales sin ser gay o bisexual?

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¿Se pueden mantener relaciones homosexuales sin ser gay o bisexual? Aunque muchos lo consideren imposible, entendiendo la homosexualidad tal y como es definida por la Real Academia de la Lengua Española (RAE), es decir, como la «inclinación erótica hacia individuos del mismo sexo», hay quien sostiene que ni mucho menos lo es.

Esto es lo que reivindica un colectivo, apoyado por la ciencia. Un estudio elaborado por la Universidad de Oregon (Estados Unidos), ha analizado el comportamiento sexual de un grupo de hombres de raza blanca afincados en algunos de los estados más conservadores del país. Los sujetos estudiados se declaraban abiertamente heterosexuales -en muchos casos casados y con hijos- admitiendo al mismo tiempo mantener aproximaciones sexuales esporádicas con otros varones con el único fin de satisfacer así sus instintos más primarios.

Es tras esta investigación cuando se ha acuñado el término Bud Sex (en español, sexo entre colegas). El doctor Silva, al frente de la publicación, explica que, en estos actos sexuales, «los participantes lo interpretan como una ayuda en secreto a un amigo». Además de en ambientes rurales, el otro entorno donde se suelen dar este tipo de prácticas es en las cárceles.

Lejos de lo que pueda parecer, y a pesar de alternar a lo largo de su vida encuentros heterosexuales rutinarios con sus parejas con el Bud Sex, aquellos hombres que lo practican no suelen sufrir ninguna crisis de identidad sexual a lo largo de su vida debido a cinco factores que, para ellos, les diferencian claramente de los puramente homosexuales y que se también recogían en el citado estudio:

Ven el Bud sex como un entretenimiento, una diversión o un pasatiempo. Los asistentes a estos encuentros no buscan relación personal alguna con la otra parte, ni cariño esporádico, ni una persona con la que compartir una charla de bar.

Relacionado con el primero, el segundo punto aboga porque en sus gélidos encuentros no hay más deseo que el de saciar el apetito sexual evitando besos, gestos cariñosos y hasta mirarse a los ojos, alejándose de cualquier posible connotación emocional.

Aún formando parte de sus vidas, estos acercamientos no se producen con una regularidad meridianamente pautada. No tienen por qué ser diarios, ni semanales, si no cuando vuelve el deseo irrefrenable de volver a practicarlo e independientemente de quién sea la pareja de baile.

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Muchas de estas relaciones se desencadenan justo después de una fuerte discusión con sus parejas o cuando los implicados se encuentran bajo los efectos del alcohol y otras drogas.

Hace referencia al intercambio económico que se produce en muchos de los Bud Sex meetings subrayando la ausencia de cualquier ápice de romanticismo en este tipo de desahogos ocasionales. Es un aquí te pillo, aquí te mato, sin cruce de palabras ni miradas.

Otra publicación, en este caso realizada por Jane Ward, profesora de la Universidad de California, ahonda en la realidad de este colectivo asegurando que sus miembros, a pesar de mantener sexo con otros hombres, «rechazan fuertemente los comportamientos gays«, poniendo el acento en lo prosaico de estos desahogos sexuales, cosificándolos y calificándolos en muchos casos como simples «juegos». En estas quedadas no hay sitio para buddiesmínimamente afeminados.

Unas tesis que, para muchos, no hacen más que confirmar su obsesión por diferenciar sus juegos sexuales de las relaciones homosexuales tradicionales. Algo que les ha valido el calificativo de homosexuales homófobos por parte de miembros de colectivos como el LGTB, quienes creen encontrar en las arraigadas tradiciones socioculturales de muchos de los budsexers la raíz del empecinamiento enfermizo en no asumir su verdadera tendencia sexual.Sin embargo, otros como los queer ven en su visibilización otra muestra más de la «ficticia y arquetípica construcción social de las identidades de género, las identidades sexuales y las distintas orientaciones sexuales».

Más psicológica pretende ser la reflexión publicada por la teórica Judith Butler, quien entiende las relaciones sexuales como actos tremendamente complejos en los que, a menudo, se manifiestan sensaciones como la atracción o la repulsión, llegándose a veces a dar el caso de que el asco, el deseo y el miedo se entremezclan en un mismo encuentro carnal, pudiendo ser este el caso de muchos budsexers.

Amparados por muchas de las tesis surgidas a raíz de la revolución sexual de los 60, que aseguraban que las prácticas sexuales no están ligadas al género ni sujetas a etiquetas, además de estar expuestas a una constante evolución en función de los deseos del ser humano, los practicantes del Bud Sex lo tienen claro: tener sexo homosexual y no serlo es posible.

Tomado de http://www.elmundo.es/f5/comparte/2017/02/19/58a74881e2704ea2488b45bb.html

De las Sex Dolls a las Love Dolls; cuando el amor se vuelve de silicona

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Las “Love Dolls” son unas muñecas de silicona de tamaño real, con aspecto muy realista, con las cuales los japoneses establecen complejas relaciones no solo sexuales, sino afectivas.

Lo que parecía un fetiche, cada vez se convierte en toda una forma de vida en Japón , en donde hombres adultos mantienen relaciones amorosas con muñecas de silicona muy realistas.

En un país en donde las tasas de natalidad se encuentran en declive, varios hombres adultos parecen poco interesados en las relaciones con mujeres reales y en reemplazo buscan el ‘afecto’ de las ‘Love Dolls’.

Las “Love Dolls” son unas muñecas de silicona de tamaño real, con aspecto muy realista, con las cuales los japoneses establecen complejas relaciones no solo sexuales, sino afectivas.

Estas muñecas, que llegan a costar hasta 6 mil dólares, no deben confundirse con las muñecas inflables, mucho más baratas, sencillas y menos realistas que las japonesas.

“Mientras que en EE.UU. las muñecas de silicona son llamadas Sex Dolls porque valen únicamente para tener sexo con ellas, en Japón se las conoce como ‘Love Dolls’”, cita la antropóloga Agnès Giard, quien ha estudiado las relaciones amorosas de los japoneses y sus particularidades, según informa argnoticias.com.

¿Qué sucede en Japón?

Esta peculiar ola de enamoramientos con seres artificiales se ha asociado comúnmente con la ‘decadencia moral’ de Japón y con las dificultades que sus ciudadanos tienen para relacionarse entre ellos.

Sin embargo, la antropóloga francesa Agnès Giard, quien vive en Japón y ha seleccionado estos casos como su objeto de estudio, sostiene que las razones serían muy diferentes a lo que se piensa en occidente.

Según Giard, la creación de muñecas de tamaño y aspecto real es una practica que se inscribe en la tradición religiosa e histórica de Japón, un país mayoritariamente sintoísta y budista.

El pensamiento animista que caracteriza a estas religiones hace que no sea difícil para sus practicantes entender que los objetos inanimados tienen alma. Y esta es una de las diferencias fundamentales entre Oriente y Occidente.

Sexo con robots, y sus implicaciones subjetivas

Robots

La inteligencia artificial (IA) está empezando a penetrar en el mercado global del sexo, con una revolución tecnológica diseñada para ofrecer satisfacción sexual con un toque casi humano a través de robots.

En un reporte sobre el creciente mercado de los robots sexuales, la Fundación de Robótica Responsable dijo que el rápido avance de la tecnología ya ha llevado a la creación de «muñecas androides» capaces de realizar 50 posiciones sexuales automatizadas. Puede personalizarse hasta el tamaño de los pezones y el color del vello púbico, a un costo de entre 5.000 y 15.000 dólares.

Los robots, con una apariencia cada vez más humana, generan problemas complejos que deberían ser tenidos en cuenta por los políticos y el público, señaló el informe. En particular, si debería estimularse su uso en clínicas de terapia sexual, para los agresores sexuales, o para gente con discapacidad.

Noel Sharkey, profesor de IA y robótica en la Universidad de Sheffield, en Reino Unido, dijo que es difícil predecir cuán lejos o rápido crecerá el mercado, o cuál será su efecto en las sociedades en los próximos años.

«¿Serán un nicho estas muñecas robóticas, o cambiarán las normas sociales y se generalizarán?», preguntó en un encuentro con la prensa. «¿Cómo se equiparará (el sexo con un robot) a una relación íntima realmente humana?», agregó.

El reporte abordó algunos de los asuntos más controvertidos, preguntando por ejemplo a académicos, integrantes de la industria del sexo y público en general si los robots podrían ayudar a reducir los delitos sexuales.

Según señaló, hubo un «gran desacuerdo», ya que muchos argumentaron que practicar el sexo con un robot reduciría los deseos de los agresores de dañar a humanos, mientras que para otros permitir que la gente disfrute de sus fantasías más oscuras con robots tendría efectos perniciosos sobre las normas sociales.

(Fuente: Reuters)

El médico y la emperatriz

Freud tuvo una vida sexual bastante triste, dicen sus biógrafos, que suelen omitir la probable relación con su cuñada Minna, seguramente la parte más luminosa de la misma.

A los 75 años de su muerte, Viena oirá de nuevo la voz de Freud

Foto: EFE

«¿Que le duele ahí? ¡Qué va, mujer! Ya le digo yo dónde tiene que dolerle»

La emperatriz Wu Zetian recibe al embajador plenipotenciario de la Sociedad Psicoanalítica Vienesa, Sigmund Freud, ante toda su corte. Con un gesto de la mano le ordena acercarse. Olfatea:

—Tú fumas mucho. ¿Te has lavado la boca?

—A veces un cigarro es solo un cigarro —se defiende débilmente el vienés, mintiendo por todo lo alto: es un cigarro detrás de otro, hasta acabar con cáncer en la boca.

Se encuentra un poco intimidado, mirando por el rabillo del ojo cómo unos sirvientes se acercan con una palangana para lavarle la boca. Está en presencia de la emperatriz de China, una mujer que «sabía que el sexo y el poder estaban inexorablemente unidos y ordenó que los funcionarios de su gobierno y dignatarios visitantes le rindieran homenaje practicándole cunnilingus —cuenta uno de mis informantes, citando el libro The Cradle of Erotica—. Hay pinturas que muestran a la hermosa y poderosa emperatriz de pie, con la ropa abierta mientras un noble o un diplomático arrodillado ante ella aplica sus labios y lengua a su real montículo».

Esta escena se repitió cientos de veces, porque la emperatriz gobernó muchas décadas que se cuentan entre las más prósperas de la historia china. Wu Zetian era una mujer inteligente y culta, que aprendió a leer y escribir escondiéndose detrás de las cortinas mientras sus hermanos recibían clase: a las mujeres no se las enseñaba. La escena descrita indica claramente que no buscaba placer en esas sesiones oficiales: hubo encargados de proporcionárselo en otros momentos, con más tranquilidad y sin espectadores, hasta el final de su larga vida. No, la escena es muy formal, protocolaria, y probablemente su finalidad fuera únicamente indicar cómo debe tratarse a las mujeres, además de a ella misma.

Y Sigmund Freud, uno de los hombres que más ha contribuido a la configuración del pensamiento occidental del siglo XX, tenía razones para estar intimidado ante la poderosa mujer. Porque no parece que entendiera mucho a las mujeres, una de sus frases más famosas es una pregunta: ¿qué quieren las mujeres? Viniendo del inventor de un método de tratamiento que se basa sobre todo en escuchar lo que dice el paciente, es una pregunta ciertamente curiosa: para saber qué quiere alguien, lo más directo es preguntárselo.

Claro que para obtener una respuesta valiosa deben cumplirse dos condiciones. La segunda es que la persona interrogada tenga libertad de expresión, que cualquiera sea la contestación no pueda implicar castigo o menosprecio para quien la da.

La primera, y más importante, condición es que haya tenido la oportunidad de explorar, de averiguarlo por sí misma, sin que esa exploración tampoco sea castigada o mal vista.

Wu Zetian tenía un poder inmenso, ella ocupaba la posición de repartir castigos o desprecios. Por eso Freud tenía razones para estar intimidado. Bueno, hubiera tenido razones, quiero decir, porque esta entrevista no se produjo. Freud nunca viajó a China ni al siglo VII, donde vivía la emperatriz. La visita de Freud me la he inventado, lo confieso. Pero eso no es nada al lado de las cosas que inventaba él: por ejemplo, que las mujeres tenían dos tipos de orgasmos. Unos, clitoridianos, infantiles, a los que debían renunciar en favor de los adultos, vaginales.

Freud tuvo una vida sexual bastante triste, dicen sus biógrafos, que suelen omitir la probable relación con su cuñada Minna, seguramente la parte más luminosa de la misma. Pero, hombre, ¡era médico! Para finales del XIX la Fisiología había establecido sin sombra de duda que es en el clítoris donde se concentran las terminaciones nerviosas, no en la vagina. ¿Por qué empecinarse en defender una teoría que no tenía soporte fisiológico alguno?

Si el médico vienés es responsable de lo que dijo, los demás, la civilización entera, lo somos de darlo por bueno sin más. La Fisiología no es una ciencia secreta y las mujeres saben hablar. No dejarles hacerlo o no escucharlas, en el asunto que nos ocupa, es una forma particularmente estúpida de escamotear felicidad a un número enorme de personas, generación tras generación.

Sigmund Freud hubiera ganado mucho entrevistándose con la emperatriz china. Y todos nosotros en consecuencia. La emperatriz fue una excepción: antes de ella, y después, no hubo más que hombres ocupando la plaza. Una lástima; si una sucesión de emperatrices hubiera mantenido hasta hoy la etiqueta de Wu en las recepciones, probablemente ahora mismo las mujeres, y quienes las queremos, seríamos bastante más felices.

Eso sí, quizás a Federico Trillo no le hubiera hecho tanta ilusión ser embajador en Londres.

 

Fuente: http://www.eldiario.es/norte/cantabria/primerapagina/medico-emperatriz_6_656594374.html

El psicoanálisis no es pop

Psicoterapia. (Shutterstock)

La psicología pop propone la muerte del psicoanálisis y de la psicoterapia psicodinámica, porque el pop encuentra su esencia en la moda, que es sobre todo fugaz: lo que hace 4 años era la panacea hoy ya no lo es. Consteladores familiares, psicólogos Gestalt, coaches, escritores de libros de autoayuda, ofrecen una solución dogmática para curar las heridas de infancia, para ayudar a las mujeres a dejar de tener “hambre de hombre” o para superar duelos en 5 pasos.

Quizá no vende ni es ligero hablar de un duelo insuperable, o tampoco es agradable pensar que cambiar rasgos del carácter toma tiempo y análisis de muchos fragmentos de la vida en los que se manifiesta nuestra forma de ser.

Quizá los detractores del psicoanálisis lo son por ignorancia, porque hay un mundo de teoría y clínica que han renovado las teorías originales de Freud, que siguen siendo básicas en la formación de un terapeuta, pero que necesitaban actualización para dar lugar a una teoría y una práctica analítica mucho más congruente con el momento presente.

La posmodernidad y el psicoanálisis no están peleados. Quizá el posmodernismo nihilista, que afirma que el terapeuta jamás tiene la razón y que es imposible hablar de objetividad, sí sea incompatible con la idea de la terapia, como un lugar en el que las personas pueden encontrar un criterio valioso, que no es de ningún modo indiscutible, pero que si está basado en una cierta objetividad, siempre acotada por la subjetividad.

“El pensamiento posmoderno radical o escéptico subraya el lado oscuro, la muerte del sujeto, la desaparición o muerte del autor del texto, la inexistencia de la verdad o la imposibilidad de encontrarla, la radical incertidumbre y el carácter destructivo del pensamiento moderno” (La relación paciente-terapeuta, J.Coderch, Herder, 2012).

En una terapia profesional, el terapeuta no dará cátedra ni interpretaciones inapelables ni se erigirá en una figura de autoridad a la que hay que creerle todo sin reflexionar.

Quienes seguimos estudiando, sabemos que la importancia de la relación entre el paciente y el analista es fundamental. También que las realidades de las que hablamos son convenciones sociales establecidas mediante el lenguaje, así como la existencia de múltiples yoes, que se despliegan en distintas situaciones.

Somos uno, en el sentido de que una historia de vida nos acompaña, pero también muchos, porque cambiamos dependiendo de los contextos en los que nos relacionamos.

Sin embargo, no hemos abandonado la búsqueda de la verdad, aunque no se pueda acceder del todo a ella. Y también reconocemos la ética y el hecho incontrovertible de que algunas elecciones son moralmente superiores a otras. No todos los actos son lo mismo, ni valen lo mismo ni tienen las mismas consecuencias. Los terapeutas que le dan por su lado a los pacientes, son incapaces de confrontarlos y ayudarlos a analizar sus elecciones. La subjetividad humana está en juego en la terapia, pero la ética no.

Los terapeutas profesionales saben que ya no hablamos con los pacientes de “estructuras y pulsiones” y que lo que ahora intentamos es entender las razones de acciones específicas: Porqué y para qué alguien hace, siente y piensa de un modo particular.

El encuentro terapéutico, dice Shaffer, es “una performance narrativa”, porque los consultantes hablan de historias acerca de ellos mismos y de los otros. La terapia es un acto narrativo y lo que el analista interprete, es solo una entre las numerosas explicaciones que podrían ser dadas. Terapeuta y consultante construyen nuevas historias para el futuro. Mejorar puede describirse como cambiar el discurso.

“El terapeuta va perdiendo su papel de experto y es ahora un coparticipante al mismo nivel que el paciente”. Por eso los mesías de la autoayuda le hacen daño a nuestra profesión. Porque vienen sin pudor a decirnos cómo vivir en 10 pasos o lecciones o módulos, olvidando que cualquier transformación psíquica está basada en una relación específica y no en un sermón lleno de generalizaciones apresuradas que le habla a una masa no pensante y hambrienta de recetas para vivir.

El terapeuta puede y debe estar en desacuerdo con su paciente. El paciente puede y debe estar en desacuerdo con su terapeuta. Solo así es posible descubrir algo nuevo.

La fantasía y la realidad no son lo mismo. Distinguirlas es uno de los principales objetivos de la terapia psicodinámica o psicoanalítica. Dejar que el paciente viva lejos de la realidad, porque ahí está contento, va en contra de los principios del trabajo terapéutico.

El proceso analítico es una negociación, una aventura solidaria basada en la comprensión y en el intento de llegar a criterios comunes que le sirvan al paciente para vivir mejor.

Vale Villa es psicoterapeuta sistémica y narrativa. Conferencista en temas de salud mental.

 

http://www.elfinanciero.com.mx/opinion/la-psicoterapia-no-es-pop.html

La falta de relaciones sexuales no se puede asociar con el malhumor

La asociación lineal entre el mal humor y la falta de relaciones sexuales, cuyo mayor prejuicio pesa más sobre las mujeres, es «un mito machista» que no tiene ningún basamento científico y que ignora el componente psicosocial que tiene la sexualidad humana, aseguraron especialistas.

«Decir que una mujer, o un hombre, pero en general recae más sobre el género femenino, está de mal humor porque no tuvo sexo es un mito machista, una justificación que el hombre usa para asaltar la voluntad de la mujer», afirmó a Télam el psiquiatra y sexólogo Juan Carlos Kusnetzoff.

Y continuó: «El planteo en esos términos es reduccionista, porque establece una vinculación lineal en procesos que son multicausales, pero además que no son necesarios. Es decir, una persona que no tiene relaciones sexuales puede o no estar más tenso o de peor humor».

En la misma línea, el psiquiatra y sexólogo clínico Adrián Sapetti -ex Presidente de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana (SASH)-, señaló que «las consecuencias sobre la persona de la falta de actividad sexual van a depender del origen de esa abstinencia, si se trata de una elección o de una situación forzada».

«Existen problemas orgánicos que pueden disminuir el deseo, como estar con algún tratamiento farmacológico o cambios hormonales como en el hombre puede ser la andropausia. Esto disminuye el deseo y la persona puede estar angustiada, tensa y estresada pero como consecuencia de la falta de actividad sexual, sino de un cuadro más amplio», sostuvo Sapetti, quien publicó recientemente el libro “Historias de Amor y Desamor”.

Por su parte, el médico y psicoanalista Juan Eduardo Tesone -miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), señaló que «la sexualidad humana es una psicosexualidad, no es un instinto como los animales sino una pulsión, entonces, por ejemplo, una persona con depresión es probable que no tenga ganas de tener relaciones sexuales».

«En ese caso, por ejemplo, uno puede encontrar que esa persona está hipersensible, irritable pero no es por la falta de relaciones sexuales, aunque esta situación quizás retroalimente su depresión», describió.

Tesone criticó este mito que vincula el mal humor con la falta de relaciones sexuales a partir de la teoría psiconalítica: «Reducir la sexualidad a la genitalidad es un error. Para el psicoanálisis todo el cuerpo puede ser erógeno. Por ejemplo, comer, puede generar una gran satisfacción del autoerotismo».

«En efecto, una persona puede tener relaciones sexuales que no sean satisfactorias y entonces en lugar de estar ‘más relajado’ estará más tenso, más deprimido, más frustrado», indicó.

Si bien la falta de relaciones sexuales no sería entonces la explicación para las malas caras, tenerlas en forma plena y placentera tiene algunos beneficios que todos los especialistas mencionaron.

«Si se piensa como una actividad física, tener relaciones sexuales aumenta la frecuencia cardíaca y hay estudios que han demostrado que disminuye el riesgo cardiovascular, como sucede con cualquier actividad aeróbica», sostuvo Tesone.

Ahora bien, a nivel del sistema nervioso, durante las relaciones sexuales y en el orgasmo, Sapetti explicó que «aumentan algunas hormonas como la testosterona y se liberan neurotransmisores llamados endorfinas, todo esto mejora el ánimo, relaja y favorece el sueño».

«Por esto decimos que el sexo en ansiolítico y antidepresivo, porque actúa a nivel de los neurotransmisores y de hormonas como la oxitocina -añadió por su parte Kusnetzoff- pero esto no se logra sólo con el coito, una simple caricia también puede generar esas transformaciones físicas».

El especialista añadió que «durante el sexo hay una tensión que crece hasta un punto y luego una descarga de esa tensión, eso provoca una gran satisfacción».

«Pero -continuó- hay otras situaciones que pueden también pueden provocar sensaciones equivalentes al orgasmo. Por ejemplo, uno está un día de mucho frío, con hambre, haciendo trámites por la calle y llega a la casa, calefaccionada y hay sobre la mesa un plato de comida caliente».

Y concluyó: «Lo que sí permite la relación sexual es la recuperación de un lenguaje no verbal que las personas perdemos a los siete u ocho meses, y en este sentido la genitalidad nos conecta con una oralidad primitiva».

Tomado dehttp://www.losandes.com.ar/article/mito-derribado-la-falta-de-relaciones-sexuales-no-se-puede-asociar-con-el-malhumor

El psicoanálisis actual tiende a la «domesticación»

 

El trabajo con mujeres víctimas de violencia de género es un tema que demanda tratarlo en toda su complejidad, más aun si se pretende dar una opinión pública como psicoanalista, ya que se corre el riesgo de caer en una suerte de psicoanalismo (Robert Castel), es decir, dar opiniones embebidas de las ideologías dominantes, pero maquilladas de psicoanálisis.


Muchxs psicoanalistas han puesto de relieve que nunca hay neutralidad en psicoanálisis, siempre tenemos una posición. Algunxs autorxs se escudan en la “neutralidad” para deslizar propias posiciones ideológicas y políticas. Lo mismo ocurre en una situación de vulneración de derechos, sea que el psicoanalista en cuestión decida trabajar sobre la “complicidad” (sic) del sujeto o que ponga en marcha un proceso en el que con el consentimiento de la mujer víctima de esa violencia se procure su empoderamiento legal, social y subjetivo a través de un trabajo interdisciplinario e intersectorial. Ambas praxis estarán bañadas de ideología. La primera invisibiliza que los vínculos heterosexuales están impregnados por siglos de prácticas de dominio masculino y subordinación femenina. La segunda ubica a las mujeres consultantes como sujetos de derecho. Si no está garantizada la integridad física y psíquica, no hay trabajo psicoanalítico posible.

En cuanto al texto remitido por La Izquierda Diario destacamos que toma como punto de partida, estereotipos milenarios de cómo deberían ser las relaciones entre los sexos, qué es la “feminidad” y qué son los “emblemas de virilidad”; que se postulan como invariantes históricas. Estas postulaciones coinciden palmo a palmo con las que dominan el orden patriarcal, cisnormativo y heterosexista instituido y permiten seguir legitimando la dominación masculina. Llegando al borde de justificar la violencia de género con el “componente destructivo inherente a un acto sexual” consensuado.


El autor cierra filas sobre las formas estipuladas de relación entre varones y mujeres desde un sistema machista y cisnormativo; en vez de abrir el debate sobre cuáles serían las nuevas formas posibles de relación entre varones, mujeres y quienes no se consideran ni varones, ni mujeres.


Ese debate redundaría en más praxis psicoanalíticas abiertas a planteos críticos, esto es, recobrar lo más subversivo del psicoanálisis –como vienen haciéndolo numerosxs autorxs– frente a su hegemónica tendencia a la domesticación.

 

Fuente: http://laizquierdadiario.com/Recobrar-lo-mas-subversivo-del-psicoanalisis-frente-a-su-hegemonica-tendencia-a-la-domesticacion

La era del deseo transparente

Cuerpo y psicoanálisis. El goce de la exhibición a través de las pantallas está transformando el erotismo. “Playboy” retiró los desnudos de su tapa: en la web está todo; Tinder es un catálogo humano. Sólo hay que clickear.

El cuerpo se encuentra hoy en crisis.” Este diagnóstico que nada tiene que ver con la medicina es del filósofo coreano alemán Byung Chul-Han, que no suele frecuentar la escena pública y que se mantiene alejado de los medios de comunicación. Y la preocupación, la inquietud, la curiosidad es compartida ampliamente desde geografías diversas. Hay un soporte común que cruza y une el horizonte de los cuerpos: las pantallas. La imagen allí representada ha transformado para siempre la concepción definida de lo que era un cuerpo para presentarlo hoy con un interrogante. La intimidad de los cuerpos ya no es tal, es espectáculo voluntario o no; está allí, habla sin ser preguntado; y viene a decir que las reglas del erotismo deben ser reescritas y las de la comunicación, reiniciadas.

Experiencias y situaciones que atraviesan generaciones distintas son las que provocan este llamado de atención donde se cruzan tecnología, filosofía, antropología y psicoanálisis.

El cuerpo, la relación con su entorno y con la mente, el alma, la psiquis son tema de análisis hoy en la academia del diván. El tema del X Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis realizado recientemente en Río de Janeiro tuvo como lema “El cuerpo hablante”. “¿Cómo no nos íbamos a formar, por ejemplo, la idea de una ruptura, si Freud inventó el psicoanálisis, por así decir, bajo la égida de la reina Victoria, parangón de la represión de la sexualidad, mientras que el siglo XXI conoce la difusión masiva de lo que se llama el porno y que es el coito exhibido, convertido en espectáculo, show accesible para cada cual en Internet con un simple click de mouse ?”, señaló el psicoanalista Jacques Alain Miller en la presentación del Congreso. Y allí agregó: “De Victoria al porno, no sólo hemos pasado de la interdicción al permiso, sino a la incitación, a la intrusión, a la provocación, al forzamiento. El porno, ¿qué es sino un fantasma filmado con la variedad apropiada para satisfacer los apetitos perversos en su diversidad? No hay mejor muestra de la ausencia de relación sexual en lo real que la profusión imaginaria del cuerpo entregado a darse y a engancharse”.

Ese espectáculo, ese show accesible para todo aquel conectado digital es el que ha puesto al cuerpo, a los cuerpos, al alcance de todos pero a través de todo tipo de soportes. El diálogo encontró en el brillo de las pantallas la posibilidad de fluir. Es que del otro lado hay una corporización permanente y –afortunadamente– a la distancia. Basta ver cómo esto le ha servido al capitalismo empresarial para resolver las reuniones de ejecutivos en tiempo y tamaño reales desde sus hogares o desde un hotel en Miami. O también, gracias a las imágenes que transmiten los drones, liquidar a un grupo de enemigos del Pentágono con un simple click y generar caras de asombro en las oficinas donde se toman las decisiones.

En este contexto emerge casi de modo grotesco la figura del hikikomori , una especie de ciudadano del futuro –ya hecho presente. Son jóvenes varones japoneses, que se encierran en una habitación de la casa de sus padres durante años, apenas tienen amigos y viven en sus habitaciones pendientes de todas las pantallas posibles. Pero ese panorama de cuerpos encerrados ya no es exclusivo de Japón, también se da en urbes como las de nuestro país, donde muchos preadolescentes arman su comunidad virtual en torno a juegos, videos y cine en la PC, plataformas, televisores y celulares. Son cuerpos ligados íntimamente a las pantallas. Adheridos. En muchos casos se da una sociabilización virtual que explora los bordes de las redes sociales.

El disfrute a la distancia es mayor que el de los cuerpos que se acercan. El roce no es fundamental. Un caso: un grupo de chicos de once años se despide de forma apresurada de un cumpleaños. Luego, cada uno en su casa se conecta y juega al Agar.io en red. Ahora los amigos se reencuentran, se hablan por Skype, se gritan pero nadie palmea a nadie.

Este juego tiene particularidades interesantes. El jugador empieza con una célula pequeña y tiene como objetivo crecer lo más posible. Para lograrlo debe mover su célula por el mapa para comer los pequeños puntos de colores que elevan su masa además de tragar otras células al colocarse directamente sobre ellas y evitar ser presa de otras mayores. El juego no es sólo para chicos, muchos adultos lo disfrutan al infinito, como Frank Underwood y su oponente político Will Conway en House of cards . La metáfora del poder también se dirime en una pantalla.

Eros en clave digital
El erotismo también se está repensando y el mercado toma nota. Muy pionera fue la actitud de la revista Playboy que decidió quitar los desnudos de su tapa. La guardavida deBaywatch Pamela Anderson fue la última en salir sin ropas en un número que fue casi una despedida del clásico erotismo para hombres en papel a color. “El ciclo que se traza entre el primer y el último desnudo no es sólo la historia corporativa de una revista, sino un auténtico archivo documental sobre las transformaciones sexoafectivas de las últimas décadas: mostrar un pezón era un gesto sin dudas osado en los años cincuenta; en el siglo veintiuno la osadía pareciera consistir en ejercer el derecho a no mirar”, explica Florencia Angilletta, investigadora del Conicet. Scott Flanders, director ejecutivo de Playboy , declaró al diario New York Times : “Ahora cualquiera está a sólo un click de todo acto sexual imaginable de manera gratuita”. Según Angilletta, Internet transformó el erotismo, lo diversificó y también lo puso contra sus propias cuerdas en un proceso complejo, que dialoga con el fenómeno de la “pornificación de la cultura”, como lo ha definido la socióloga Eva Illouz. Entre otras posibilidades, puede señalarse la pornografía amateur como la que millones de personas –provistas de una cámara digital– han filmado sus propios contenidos. En consecuencia Playboy ya no muestra chicas desnudas. Y hubo más decisiones similares: el calendario Pirelli suplantó sus clásicas imágenes de modelos desnudas o semidesnudas por las de mujeres destacadas públicamente, como Patti Smith o Serena Williams. Por otra parte, el concurso Miss Mundo ha dejado de incluir, dentro de su menú principal, el esperado desfile de las candidatas en traje de baño. El erotismo ya no es lo que era.

La era del deseo transparente

Según Eva Illouz hoy Internet contribuye a “la posición del individuo moderno como sujeto deseante que anhela ciertas experiencias, fantasea con diversos objetos o estilos de vida y vive en un universo imaginario o virtual”. Ella sostiene que el sujeto de hoy percibe cada vez más sus deseos y sentimientos de manera imaginaria a través de mercancías y de las imágenes que traen los medios al propio hogar. Su imaginación hoy está determinada por el mercado, el consumo y la cultura de masas, concluye.

Pero, tal vez, el proceso histórico que provocó la estrecha relación entre cuerpo y pantalla haya sido la forma de “modificar el estado de insatisfacción estructural, característica del sujeto de la modernidad”, señala Marcelo Mazzuca, psicoanalista, docente e investigador de la UBA. En cada interacción virtual se pone en suspenso la fisura insondable entre el yo y el mundo exterior. No está de más recordar que, de las tres fuentes de sufrimiento que Freud identificaba en El malestar en la cultura , era la relación con los demás –la distancia intersubjetiva como brecha constitutiva– la única imposible de cancelar. Continúa Mazzuca: “La función del tóxico (o de la pantalla adictiva) es la de enlazar el cuerpo pulsional y sexuado con la realidad que lo une a otro sujeto”, aunque ésta sea del orden de la fantasía. La ficción de “comunicación total” podría aliviar la ansiedad que provoca el vacío, al tiempo que estimula, en estas interacciones permanentes, la imposibilidad de desconexión.

Es a esos enlaces adonde apunta Tinder, la red social de contactos que permite a los usuarios comunicarse con otras personas en base a sus preferencias para charlar y concretar citas amorosas, sexuales. La antropóloga Paula Sibilia analiza la red y establece un anclaje con estos tiempos: “¿Por qué estar sujetos al azar, yendo una noche a un bar para conocer a alguien, cuando tenés la posibilidad de disponer de un catálogo completo? Como nos pasa con las vacaciones, o al comprar ropa o un auto. Es un modelo de acceso al otro que copia el modelo de mercado, o de supermercado. Y tenés todo lo posible, no como cuando comprás en un lugar y quizás el producto no existe o se acabó. No me sorprende que el modelo de mercado, al internalizarse y generalizarse tanto en cada uno de nosotros, haya llegado también al plano del deseo”. De todos modos, y aunque se anulen instancias, todavía queda un margen para la seducción. Para una segunda cita por lo menos.

La psicoanalista Silvia Ons nos recuerda que Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, dijo: “Hay que romper el lazo entre el secreto y lo íntimo, porque ese lazo es una herencia obsoleta del pasado”. Y que también Eric Schmidt, gerente general de Google, señaló: “La preocupación por preservar su vida privada ya no era de todos modos una realidad más que para los criminales”. Quienes gobiernan la Web profetizan con frialdad el devenir inmediato como el de la “era de la transparencia”, según Ons.

Del cuerpo al cadáver
Y ante el momento de duda, de transformación de la mirada erótica, hay placeres donde la perversión se enfoca en la tragedia, en la muerte, el horror que anestesia. Imágenes de cuerpos descabezados; cabezas que ruedan en una pista de baile mexicana luego de una balacera narco. La sociedad mexicana se acostumbró a estas imágenes en televisión, diarios, revistas, y también en persona, de cadáveres cortados, despedazados. Horror cotidiano, pérdida de la capacidad de asombro. En los últimos años la guerra entre los carteles de la droga, cada vez más fortalecidos, ha generado esta violencia desmedida: las cabezas devinieron símbolos de muerte y muerte en sí misma. Lo mismo ocurre con los cuerpos de los migrantes que se ahogan en el Mediterráneo y terminan arrojados en las playas europeas o africanas según como funcione la marea. Son cuerpos que forman parte de una exposición mediática con un rating deslumbrante. Algo de ellos nos aterra, nos importa y también nos seduce. De ese modo, estos pedazos o cuerpos estáticos circulan como mercancías. Fueron el envase de migrantes, refugiados, víctimas del narcotráfico, delincuentes buscados, personas secuestradas o desaparecidas. El terror también aumenta las audiencias para ver esos cuerpos quietos, no peligrosos, parias lejanos de nuestros hogares. Tanta fascinación por el espectáculo de la violencia también alimenta la pregunta sobre qué es lo erótico hoy.

Byung Chul-Han en La agonía del eros sostiene que “el neoliberalismo lleva a cabo una despolitización de la sociedad, y en ello desempeña una función importante la sustitución del eros por sexualidad y pornografía. Se basa en el deseo. En una sociedad del cansancio con sujetos del rendimiento aislados en sí mismos, también se atrofia por completo la valentía. Se hace imposible una acción común, un nosotros”. En la era de los deseos expuestos, las preguntas por el goce no logran una respuesta satisfactoria. Pero el cuerpo –afortunadamente– habla.

Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/deseo-transparente-cuerpo_0_1589241201.html