Carolina Alcuaz: «La locura no es déficit»

La psicoanalista desmitifica preconceptos que hay en torno a quienes tienen padecimientos psíquicos

Por Oscar Ranzani

Es con la locura que la creencia de que la sociedad existe puede ser cuestionada. Se puede estar dentro o fuera de la sociedad, por así decirlo. Esta afirmación la menciona  la psicoanalista Carolina Alcuaz en su libro Otra sociedad para la locura. Estudio sobre los lazos sociales en las psicosis (Xoroi Edicions), un libro fundamental para pensar el debate en torno a la locura y su inserción en la sociedad. Y una publicación imprescindible para desmitificar ciertos preconceptos que hay en torno a quienes tienen padecimientos psíquicos. “La idea fue partir primero de qué es la sociedad, qué se entiende por sociedad porque ésta funciona como si fueran las reglas del juego, como un manual de instrucciones, un sentido compartido. Hay un discurso en el cual entramos. Y justamente la locura lo que pone en cuestión es eso. En muchos momentos, el loco queda afuera de estas reglas, queda fuera del discurso común. Entonces, el discurso común es una construcción”, explica esta psicóloga graduada en la Universidad Nacional de La Plata, en diálogo con Página/12.

Alcuaz entiende a la sociedad como una convención: hay maneras de estar en el mundo y la locura pone en juego eso. “Lo que tomé en el libro fueron diferentes experiencias donde la locura cuestiona que haya una única sociedad, una única manera de estar en el mundo”, explica. Esta profesional entiende que alguien puede perder en el momento de locura el sentido compartido, la vivencia del tiempo, puede desconocer que un subte está para transportar gente, por ejemplo. “O sea que el sentido común estalla y se puede llegar a otra dimensión del sentido, un sentido delirante porque no es compartido por todos, por lo menos en ese momento porque también hay delirios que son compartidos. Entonces, la locura pone en juego que no hay una única sociedad, que hay maneras de estar en el mundo, que hay lazos sociales y que cada uno arma lo que puede y trata de estar en esa sociedad compartida”, reflexiona Alcuaz.

–¿Cree que hay que desestimar que los pacientes con psicosis no están preparados para la vida social?

–Claro, esa es la idea del libro porque tiene un interés clínico para aquellos que nos dedicamos a la psicosis, que hay un tratamiento posible, que en el tratamiento, el analista y todos los profesionales que participen interdisciplinariamente estamos ahí para buscar una solución, buscar cuál sería el lazo, el vínculo que le permita estar en la sociedad sin tanto sufrimiento. Entonces, habrá que ver qué encuentra cada uno. En ese sentido, la locura no es déficit. Por eso, es un libro que apela también contra todo lo que ha sido el depósito de la locura en los hospitales, en los asilos por años, cuando en realidad ahí hay que hacer una crítica, más allá de las políticas de salud. Es complejo: primero tener una idea de que la locura no es déficit; segundo, tener políticas de salud que favorezcan dispositivos como hospitales de día, centros de atención ambulatoria que hagan que una persona no viva treinta años en un hospital. Y tercero, prestar atención a la singularidad de los lazos porque no hay un solo lazo social, no hay un modelo de lazo social. Y como terapeutas no les podemos imponer a los pacientes cuál sería el estilo de vida ideal que alguien tiene que tener sino que estamos ahí para ver cómo se puede acompañar en la búsqueda de una solución que alivie el malestar de la existencia y que no deje a alguien depositado en una institución de por vida por fuera de la sociedad.

–Ya que trae el tema de las instituciones, en el libro usted señala que en las instituciones de salud mental hay lugares donde circulan y se encuentran los pacientes: las habitaciones, los parques, los talleres. Y se pregunta: “¿Estar junto a otros asegura el vínculo?” ¿Hay lazo social, entonces, en las instituciones?

–No vamos a generalizar a todas las instituciones, pero primero hay que pensar qué entiende cada dispositivo clínico por lazo social porque, a veces, hay una idea de que si derivás a un paciente a un hospital de día, lo derivás para que haga lazo, como si eso fuera una cuestión automática, que porque alguien esté al lado de otro hace vínculo social. Y muchas veces en las instituciones se comprueba que los pacientes están hasta de manera anónima, uno al lado del otro, sin ninguna conexión. En cambio, se pueden hacer actividades que impliquen relacionarse con otros, el tolerar al otro, el escuchar al otro y que se arme algo de ese vínculo. Es muy interesante la experiencia que hubo en España cuando se creó la comunidad de aquellos que escuchaban voces, que tenían alucinaciones y que empezaron a juntarse y a poner en juego esas alucinaciones. Había algo que los unía: tener en común esas alucinaciones. Pero cada uno las resolvía de manera diferente. No es lo mismo el que comete un pasaje al acto porque la voz le dice: «Matate», al que arma un delirio o al que dice: «No debo obedecer a la voz» o «Me pongo a escuchar música y ahí mitigo esa voz enloquecedora». Pero lo importante fue que empezaron a armar lazos, empezaron a hablar de esta experiencia en un grupo. Entonces, me parece que se trata de ver en cada institución qué dispositivos permiten el armado de los lazos sociales. No es algo automático.

–¿Pensar en la desmanicomialización implica pensar qué política de lazo social se propone a la locura?

–Sí. Esa era también la idea del libro: que la desmanicomialización es, primero, conceptualizar por cada disciplina qué se entiende por vínculo social, qué se entiende por lazo social desde el psicoanálisis, desde la medicina, desde el trabajo social… Qué se entiende en cada institución y en cada dispositivo, hacia dónde apuntamos. Y tener la idea de que justamente la locura no es déficit. Entonces, hay todo un margen de invención de lazos posibles que es lo que yo muestro en el libro tanto con los pacientes como con casos más conocidos: Joyce, Schreber, Rousseau, artistas con una genialidad increíble, escritores que han logrado armar con sus escritos un lazo con el público, que les ha dado un nombre. Joyce obtuvo un nombre: «Seré el escritor dirigido al público universitario». Entonces, no se puede poner en duda que ahí haya un lazo posible. Se trata de estudiar el tema pero para que tenga alguna incidencia en la clínica. Y más en este momento que hay todo un debate sobre el tema de desmanicomializar. ¿Qué significa eso? Tiene que ver no sólo con sacar a los locos de un asilo donde están depositados treinta años sino que en un hospital general también hay que pensar qué idea de lazo social hay porque la práctica asilar también puede estar en un hospital general, cuando suponés que un loco es alguien deficitario. Yo he escuchado cuando les han dado diagnósticos diciéndoles: «Mire, usted tiene una psicosis, va a tomar medicación de por vida». O se le dice a un familiar: «Lo de este paciente es crónico, va a estar cada vez peor, se va a deteriorar». Como si un profesional tuviera la bola de cristal o como si un diagnóstico estuviera unido a un futuro trágico, cuando en realidad eso no es así. Las personas pueden inventar soluciones. Estamos nosotros para acompañar eso. A veces, cuando no lo logran quizás el lazo con el profesional es el único lazo posible, pero es lo que lo sostiene en la vida y eso es muy importante. Nosotros estamos para hacer esa apuesta junto con el sujeto en lograr que padezca menos. Si no, tiraríamos la toalla, pensaríamos que nada sirve, que todo es imposible. Incluso, muchas personas logran soluciones que duran un tiempo. Otras logran soluciones que duran toda la vida y que son totalmente fuertes y eficaces. No hay una idea de cuál sería la solución perfecta. 

Tomado de: https://www.pagina12.com.ar/338589-carolina-alcuaz-la-locura-no-es-deficit

Por un analista que entienda a adolescentes y adultos y las tecnologías

Una argentina frente al gran diván freudiano

¿Vio? Ya nadie llama por teléfono fijo…”. Virginia Ungar hace esa observación antes de comenzar a explicar qué hace un psicoanalista hoy. Un interrogante que tiene cierta dificultad en sus contenidos porque los días que vivimos se vuelven siempre más complejos. No en las formas, dado que la existencia de esta enorme y extendida práctica en nuestro país la ubica en el lugar de lo casi cotidiano. El psicoanalista o analista puede ser el protagonista de una ficción, el vecino de enfrente o la persona con la que muchos tejemos relaciones intensas a lo largo del tiempo. Por eso no es casual que en pocos días –el 27 de julio– Ungar asuma como la nueva presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional (API) justo en el inicio del 50º Congreso API “Intimidad” que se realizará en Buenos Aires del 25 al 29 de julio. Lo que sí es novedad es que se trata de la primera mujer en la historia que va a dirigir los rumbos de una institución tan renombrada. Es aquella que en 1910 fundara el mismísimo Sigmund Freud y en el que Carl Gustav Jung fuera el primer presidente. “Nunca una mujer fue elegida para este cargo. Lo que no quiere decir que no hubo mujeres que se postularon para conducir la API”. Sí hubo un compatriota hombre que ocupó el cargo: en 1991, el elegido fue Horacio Etchegoyen, un protagonista fundamental de la escena psicoanalítica local.

Sobre las nuevas formas de la comunicación, los vínculos, las edades y el futuro, habló Ungar en esta charla en su estudio. En un rincón de la biblioteca, nos observaba un retrato pequeño de Freud.

–Leí un artículo suyo titulado “¿Quién puede ser psicoanalista?”. ¿Cómo se responde esa pregunta?

–Uno no es psicoanalista, deviene psicoanalista. De la misma manera que yo pienso que uno no es padre o madre, sino que se deviene padre o madre. Es un proceso largo y de un compromiso importante.

–Hoy con más desafíos y condicionamientos.

–Paciente y analista viven insertos en una cultura, el psicoanálisis se vio y se ve afectado por los cambios veloces de la época. No se llega a absorber un cambio que ya aparece otro nuevo. No es posible pensar sólo desde el punto de vista del paciente, o sólo desde el del analista, ni tampoco sólo desde el de la relación de ambos.

–¿Cómo se asumen estos cambios?

–El psicoanálisis está interrogado por los cambios de la época. En primer lugar los tecnológicos, que tienen que ver con un espacio diferente de intercambio, de socialización. Yo soy analista de niños, adolescentes, adultos y estoy en contacto directo con el impacto tecnológico, que además ofrece un espacio de intercambio absolutamente virtual, que está al alcance de la mano: hoy el mundo entra en un teléfono celular. Si en una época el lugar de intercambio y de socialización era la familia, la escuela, el barrio, el club, hoy son los medios y las redes los que atraviesan estas capas.

–Hay nuevas formas de comunicación y también nuevas patologías.

–No creo que estemos ante un cambio apocalíptico; tampoco me parece que podamos transcurrir sólo en el espacio virtual. Hemos tenido cambios en el encuadre psicoanalítico. Los pacientes piden entrevistas por mail, WhatsApp o avisan que están retrasados con un texto. Yo no voy a poder dar una sesión por WhatsApp pero el encuadre ha tenido cambios en la técnica. Las presentaciones clínicas también tienen que ver con cómo se vive en este momento: no son las pacientes de Freud de 1910 pero la tecnología ha permitido intervenir en los cuerpos, cambiar el concepto de paternidad, filiación. Surgen las nuevas parentalidades, nuevas sexualidades, nuevas configuraciones familiares. Si esto no nos afecta vamos a vivir en una especie de aislamiento.

–Y todo esto está englobado en la palabra intimidad, título del Congreso.

–Uno puede pensar que la intimidad fue arrasada, devastada, yo quiero pensar, y prefiero pensar, que ha cambiado la noción y que conviven distintos tipos de intimidad. Y que el psicoanálisis ofrece la posibilidad de contar con un espacio de intimidad para poder no solo resolver problemas; también para ver qué es lo que el paciente necesita. Diría que para algunos pacientes el único espacio de intimidad con que cuentan es la hora de análisis. En muchas situaciones clínicas uno puede ayudar a un paciente a construir una noción de intimidad, porque nunca la tuvo. En muchas otras situaciones uno puede trabajar para recuperar el espacio de intimidad perdido.

–Muchos padres estamos preocupados por la exhibición de los hijos en la web, por su propia intimidad. Abren puertas de forma permanente…

–No es lo mismo un chico o un adolescente que usa WhatsApp, Snapchat y que además estudia, hace deportes, le gusta el rock, y el caso de un niño o un joven que se pasa el día aislado con su computadora. Esto último ya es para un motivo de consulta. Los padres tienen que tener una posición activa, no sólo en controlar, también tienen que enterarse de qué es lo que usan. A mí me suelen preguntar: ¿le puedo dar un celular a mi hijo de 10, 11, 12, 13? Me acuerdo de una paciente a la que no querían darle el celular, y esta chica fue quedándose progresivamente aislada porque para armar un programa con los chicos se mandan textos de distintas maneras. Cuando un adolescente dice “estuve hablando media hora con mi novio”, no hay que pensar que estuvo hablando, estuvo mandando textos.

–Hay adolescentes casi adultos que van al pediatra y que prefieren seguir yendo allí antes que a un clínico. ¿Hasta qué edad son adolescentes?

–Uno de mis maestros fue Donald Meltzer, él decía que la adolescencia es un estado de la mente; que puede haber un adolescente de cinco, quince, o sesenta años. Es decir, la adolescencia es un estado mental. Y yo entiendo que quieran ir al pediatra, porque sobre todo en la Argentina el pediatra tiene una formación con mucho conocimiento de la psicología evolutiva. La tradición de Florencio Escardó es la de un profesional cercano que, además de poder darle una medicación, puede escuchar. Y entonces el adolescente siente que puede hablar con el pediatra sobre sexualidad, por ejemplo.

–Y, en consecuencia, ¿cuándo se llega a ser adulto?

–Se llega a ser adulto cuando los aspectos más maduros de la personalidad predominan sobre los más infantiles o adolescentes. No siempre se llega a la adultez a la edad que se considera clásicamente adulta. Están los seudoadultos o seudo- maduros. Son niños o adolescentes que parecen haber pasado de largo, no han hecho crisis, son “adultitos”, adaptados a lo que parecen ser los ideales de una época, y que en realidad se pierden la infancia y la adolescencia. En definitiva, es necesario atravesar una crisis adolescente.

–Hay hombres y mujeres de traje y zapatillas, sesentones rockeros…

–Yo no lo vería como muy preocupante si esa persona puede conservar ese aspecto infantil o adolescente que está muy ligado a lo lúdico. Cuando crecemos y vamos atravesando distintas etapas de la vida, el juego en sí mismo es terapéutico, va dejando lugar a otras producciones Freud decía que el ensueño diurno reemplaza el juego en el niño, pero yo pienso que siempre es muy valioso poder preservar y tener contacto con lo infantil y lo adolescente de una manera creativa y responsable. No me preocuparía tanto por el aspecto de alguien, salvo que sea algo muy bizarro. A mí me preocuparía que sea alguien que no pueda tomar responsabilidades y no pueda cuidar, además, del otro. Todos tenemos aspectos femeninos, masculinos, de bebé, de niños, adolescentes, adultos. Y es parte de la dinámica de la vida mental en todos nosotros. La cuestión siempre es qué lugar tiene, ocupa, para qué se utiliza, con qué fines.

–Y la imagen, ¿cuánto nos condiciona o define?

–Vivimos en una época en la que la imagen prevalece. Hasta el criterio de existencia parece estar centrado en la presencia o no en las redes. Le pregunto a un paciente de siete años: ¿qué estás dibujando? Menciona un personaje que yo no conozco. ¿Pero existe?, le pregunto. Claro, está en la tele, me responde. La existencia parecería que está por la aparición y la confirmación desde afuera, con el pulgar para arriba. Cuanto más seguidores uno tiene parece que está más convalidado, o afirmado. El adolescente está tramitando el duelo por la pérdida del cuerpo infantil y necesita ser afirmado por sus pares.

–Hasta hace poco tiempo Facebook sólo permitía decir “me gusta”. Ahora se puede decir “me enoja”. Y a continuación algunos se expresan agresivamente. En esas edades es durísimo.

–Es durísimo porque, además, a través de las redes se organiza el bullying. Existía antes, es algo inherente a un proceso te diría adolescente, ahora está muy favorecido por las redes. Las redes pueden ser usadas para agregar, compartir, sumar, o para destruir también. Los psicoanalistas trabajamos con singularidades; entonces hay que ver cada situación en su contexto. Pero los fenómenos grupales están potenciados, y además el adolescente tiene como tarea de desarrollo migrar de ser un niño en la familia a ser parte del mundo, de lo que se llama la vida adulta. Ese tránsito ha sido siempre difícil y creo que hoy es más difícil. Es un mundo hostil, la violencia está en todas partes. También tiene que ver con que el adolescente para transitar la adolescencia necesita un sostén. Los primeros que tienen que sostenerlo son los padres pero a veces, no es que no quieran, no pueden.

–¿Y entonces dónde lo buscan?

–Antes, en la escuela, en el club. Hoy me parece que los bordes están más diluidos. Probablemente lo busca en su grupo de pertenencia en el chat. Lo más natural de un adolescente es transcurrir el tiempo en el grupo de pares. Y es bastante problemático. La cultura a lo largo de la historia ofrecía ritos de pasaje. En algunas sociedades tribales de esta época se pueden encontrar, y también en Occidente, por lo menos hay ciertas ceremonias, ciertos ritos de pasaje. Pero lo cierto es que la cultura no provee más ritos de pasaje, entonces los adolescentes se los tienen que inventar, y los que inventan son bastante difíciles. Hay que emborracharse hasta quedar inconsciente, consumir drogas, o tener relaciones sexuales en lugares sin intimidad. Todo esto está ahora muy discutido con los famosos juegos en red, y esa serie 13 reasons why, el juego de la ballena azul. El proceso adolescente naturalmente tiene violencia, porque hay que desprenderse de las figuras parentales y el adolescente exterioriza, que no lo molesten, que no lo hinchen, que no lo controlen. Si no cuenta con un sostén cercano la violencia la vuelve contra sí mismo: cortes, trastornos de alimentación, etc.

–¿De dónde saca las herramientas el analista para estas nuevas cuestiones que aparecen?

–Tiene que estar atento. No tiene que dejarse seducir, para tratar adolescentes no hay que hacerse el adolescente. El trabajo analítico con adolescentes es difícil, pero no hay nada que sea más gratificante que eso. Porque tienen potencia creativa, todo por delante, y si se lo puede aliviar de sus síntomas, de su neurosis, puede llegar a encontrarse con lo mejor de sí mismo, y apostar por algo. Un analista de adolescentes no tiene que tener ninguna meta para sus pacientes, que tienen que encontrarse con lo que quieren. Si se logra, puede llegar a hacer cosas muy buenas.

–¿Y si un paciente pide una terapia breve?

–Yo puedo entender que alguien no quiera hacer un análisis: es una inversión de tiempo y una inversión emocional importante. Lo puedo entender y es muy honesto con sí mismo quien decide no hacerlo.

–Hay quien piensa que “un frasco de pastillas soluciona las cosas más rápidamente que un tratamiento psicoanalítico de años”.

–Yo soy médica y no medico. Una medicación puede aliviar los síntomas pero no va a ir al conflicto de raíz que da origen a esa ansiedad. Yo no estoy en contra de la medicación. A veces es necesaria, además de una terapia psicoanalítica. Pero eso es para situaciones muy particulares y por un cierto tiempo, para poner a esa persona en condiciones de trabajar psicoanalíticamente. Pero no es uno o lo otro. Sí estoy en desacuerdo con la medicalización salvaje que se relaciona con otros intereses, ligados a la industria farmacéutica. Lo que a mí me apena es ver la cantidad de niños medicados, diagnosticados con síndrome de déficit de atención: de una consulta salen con una receta. Y si va a ver a un psiquiatra formado como para medicar y nada más que medicar entonces lo va a medicar. En los niños hay que tratar de evitarlo, en los adultos también. Si ocurre, que sea solo por un lapso acotado y siempre con una psicoterapia o psicoanálisis al mismo tiempo.

–¿Tuvo o tiene pacientes por Skype?

–Pacientes no. Hago supervisiones (de tratamientos que hacen colegas) por Skype. Eso permite compartir su clínica a personas que están en lugares muy distantes de ciudades donde hay una concentración de psicoanalistas. En esto tengo experiencia y ha sido buena. Ya un tratamiento analítico es distinto.

–¿Y el diván? ¿Todavía lo usa?

–Sí. No puedo obligar a nadie a acostarse en el diván, lo sugiero. A veces demora. Lo que puede pasar es que, en el transcurso del análisis, alguien diga: “para contarte esto necesito mirarte a la cara”. Después se acuesta. El sentido del diván tiene que ver con dirigir la atención hacia dentro de uno. Si estamos hablando y nos miramos puedo intentar ver qué pienso, qué tal le cae lo que le digo, por algún gesto.

–¿Y en lo personal, y en lo general, Freud sigue siendo el gran padre del psicoanálisis?

–Sí. Por supuesto que sí. Es el fundador del psicoanálisis. Y también ha habido otros desarrollos que hay que tener en cuenta. Creo que a partir del aporte freudiano, los aportes más nucleares del psicoanálisis, la existencia del inconsciente, la noción de transferencia, la neurosis infantil, y muchos más, eso se retrabajó. En la época de Freud, él opinaba que la psicosis no se podía tratar con el método psicoanalítico: la llamaba neurosis narcisista. Años después esto cambió. Debido a aportes de distintas escuelas, de Jacques Lacan y otros franceses. También de la escuela inglesa en la que me formé. A partir de los aportes de Bion, de Winnicott, de Melanie Klein, se empezó a trabajar con pacientes psicóticos. Hoy el psicoanálisis trabaja con pacientes psicóticos con un punto de vista psicoanalítico.

–Y después se empezó a hablar de posfreudismo. ¿En qué consiste?

–Sí, hay un posfreudismo. No se puede pensar que a Freud no se lo puede interrogar, cuestionar. La sexualidad ya no se puede pensar como en la época en que nació el psicoanálisis, en plena modernidad, cuando la familia nuclear monogámica heterosexual era el modelo de familia. Hoy no puedo decir que ese sea el modelo de familia, porque no es más ese. Estamos formateados por ese modelo de familia, pero mis hijos no creo que piensen igual ni lo pensarán mis nietos. El modelo está en cuestionamiento. Cómo vamos a pensar que el psicoanálisis no se vio afectado, interrogado. Yo creo que conserva los postulados freudianos, y también se lo puede interrogar. No sé si un niño que tiene dos padres o dos madres va a desarrollar el complejo de Edipo tal como lo describió Freud. Le digo que no sé, porque no lo sé.

–Definir hoy lo que es una familia ya es muy complejo…

–Incluso definir qué es un niño, o qué es una infancia, son nociones determinadas por los códigos hegemónicos de cada época. Todo está sacudido pero eso no tiene que impedirnos seguir trabajando como trabajamos. Y a la vez tratar de observar, ser cautelosos, cuidadosos, y animarse a interrogar a Freud o a cualquiera de los maestros. Interrogarlo.

–Se sabe quién es el analista del presidente Mauricio Macri; se sabía quién era el de la ex presidente Cristina Kirchner también. ¿Cómo se leen estos datos desde la sociedad?

–Yo creo que tenemos que tener en cuenta que ambos son argentinos. Entonces tenemos que tener en cuenta la implicancia del psicoanálisis en la cultura. Creo que esto también tiene que ver con una marca del lugar que tiene el psicoanálisis en nuestra sociedad. El psicoanálisis acá ha tenido una influencia enorme. La sigue teniendo. A mí no me llama la atención que alguien que tiene una tarea de tanta responsabilidad pida ayuda. Más, le digo, siendo argentino. Hubo un boom en Argentina, y después ya empezó a aparecer otro tipo de ofertas terapéuticas.

–La pregunta que atraviesa la historia de la salud mental de los siglos XX y XXI de la Argentina es: ¿por qué en nuestro país se produjo este desarrollo tan importante del psicoanálisis?

–Pienso que las condiciones de la cultura, de ser un país de inmigrantes, en su mayoría han tenido una gran influencia. Durante la Segunda Guerra, vinieron psicoanalistas, y encontraron un terreno fértil en una cultura abierta. Abierta además a invertir tiempo de uno mismo, y vuelvo a decir, a dejar entrar el psicoanálisis en el terreno de la infancia. Acá tuvo un desarrollo impresionante el psicoanálisis de niños. Llegaron al país personas que ya venían con formación como Arminda Aberastury. Y también tiene que ver con la búsqueda permanente de la identidad. Es un país que no tiene tanta historia, la tiene pero como tierra de oportunidad.

Tomado de: https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/argentina-frente-gran-divan-freudiano_0_BkvTskgIW.html

¿Para qué ir con un psicoanalista?

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BUENOS AIRES (EFE).— El miedo a envejecer, la muerte de un familiar y la pérdida de un amor son parte de las razones que llevan a las personas a recostarse en el diván de un psicoanalista para buscar en su pasado el origen de sus problemas.

En el 161o. aniversario del nacimiento de Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, que se conmemoró el fin de semana, la técnica psicológica es “la reina” en Argentina, el país con más profesionales de la salud mental por habitante del mundo.

Las clases medias y altas de las grandes ciudades acuden a consulta no necesariamente por una patología, sino como forma de desarrollo personal, señala Andrés Roussos, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).

“En otros países son mucho más reservados, tienen mucho más temor a mostrarse. Creo que piensan en la Psicología cuando hay un trastorno grave. En cambio aquí no, aquí sabemos que el paciente necesita hablar y él también lo sabe”, afirma el psicoanalista Gabriel Rolón, autor de bestsellers como “Padecientes”, que en abril llegó a la gran pantalla.

Argentina tiene un idilio con la técnica porque recibió una ola de inmigrantes que necesitaban expresar la angustia de estar lejos. El psicoanálisis requiere del paciente que esté dispuesto a hurgar en las etapas de su vida que le generan dolor para hablar del abandono y la relación con los padres, casos que Rolón recopiló en “Historias de diván”.

A su juicio, hay que pensar en la Psicología como una rama de la salud porque, al igual que no sólo se acude al médico por un cáncer, en el diván pueden tratarse “pequeños dolores” que merecen un lugar en la vida.

De un vistazo

Ética

Gabriel Rolón dice que el psicoanálisis tiene una ética particular que se basa en no juzgar, no anteponer los valores morales del profesional y ser consciente de que la opinión del especialista tiene valor de ley.

No es para siempre

“Nuestra ética está en no hacer uso de ese poder nada más que para ayudarle y no permitir que nos entrone en un lugar del cual no nos pueda mover nunca y nos necesite para siempre“.

Tomado de  http://yucatan.com.mx/imagen/calidad-de-vida-imagen/argentina-la-envidia-freud#sthash.dzpNDcj1.dpuf

Hacia una clínica sin nombre del padre

Los autores indagan en busca de una práctica por fuera del sentido, que conmueva las defensas, una clínica ya no del sujeto del significante sino que toque lo real y, advertidos por Lacan, apunte al cuerpo, y empuje a gozar sin límites.

Por Daniel Perretta y Ernesto Gangli *

Resultado de imagen para lo real lo simbolico y lo imaginario

En el intento de esclarecer nuestra clínica, sus mutaciones, su incomodidad vemos que durante años trabajamos al amparo de las leyes del significante y operando con la interpretación. Esa fue nuestra comodidad, la seguridad de lo conocido, lo predecible de las leyes que rigen al significante ordenadas por el padre, por falo y castración. El síntoma siempre amarrado al posible develamiento de su sentido nos dio la tranquilidad de operar en nuestra práctica con el respaldo de la ley del padre. No alcanzaba.

Ya Freud en su momento se preguntó qué hacer en relación con la reacción terapéutica negativa, y Lacan levantó el desafío en su práctica para venir a plantearnos que la simple práctica de la interpretación va en la vía de lo que llamó «la estafa psicoanalítica».

En lo contemporáneo, Miller nos vino a decir un día «adiós al significante». Gran incertidumbre para los practicantes del psicoanálisis, ya sin la protección del sentido. ¿Cómo arreglarnos? Y es que el sentido escapa todo el tiempo, se desplaza, se multiplica, y con esa multiplicación enreda el cuerpo en un goce sin límites. ¿Qué hacer con ese cuerpo afectado por lo real? ¡¿Cómo hacer un tratamiento de lo real si real y significante se encuentran en dos campos excluidos?! Lacan inventaba. Inventaba sus nudos y también en su práctica inventaba recursos con el fin de intentar hacer posible tratar con lo imposible.

Hoy nos preguntamos por una clínica que conmueva las defensas, una clínica del parlêtre, que ya no es la del sujeto del significante sino que quiere tocar lo real, apuntar al cuerpo para que no sea del orden de la estafa.

 

El trabajo analítico, en su largo trayecto, verifica que no hay sentido, no hay una última palabra.

 

La perspectiva del sinthome nos introduce en una práctica ya por fuera del sentido. ¿Será posible que podamos formular una clínica sin nombre del padre? Esto sería una clínica a la altura de nuestra época, en la que el ascenso del objeto hacia el cenit fuerza el empuje a gozar sin límites.

Sostener estas singularidades es la apuesta de trabajo, interrogando textos y casos. No obstante, entrar en análisis es en principio creer en el sentido, en el desciframiento del inconsciente, creer en la fórmula que dice «hay un saber en lo real». El trabajo analítico es un largo trayecto que verifica que no hay sentido, no hay una última palabra, no hay un saber en lo real. Para esto hay que hacer ese trayecto de desciframiento de las llamadas formaciones del inconsciente, la reducción progresiva de los síntomas para finalmente llegar hasta su núcleo ineliminable; es necesario entonces una decisión conclusiva del sujeto para descubrir que lo real es imprevisible, que es sin ley que no hay ninguna regulación que permitiría controlarlo o dominarlo.

 

* Miembros EOL. Responsables de la actividad referida. En Agendapsi.

 

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/31417-hacia-una-clinica-sin-nombre-del-padre

El Ventrílocuo, un viaje humorístico sobre los contrastes del ser humano

  • por ANTONIO DÍAZ

Una escritora que desea crear la mejor novela del mundo termina en una serie de sesiones de psicoanálisis, donde descubre sus atavismos existenciales

El Ventrílocuo, un viaje humorístico sobre los contrastes del ser humano | La Crónica de Hoy

Gaby es una joven escritora que intenta crear la mejor novela del mundo, el problema es que está bloqueada emocionalmente, por lo que acude a terapia psicológica para saber cuáles son las emociones que le aquejan, es parte de la historia que narra El Ventrílocuo, la más reciente producción de la Compañía Los Tristes Tigres, dirigida por el dramaturgo Adrián Vázquez.
En entrevista, la actriz Estefanía Ahumada explica los retos que requiere “Gaby”, papel que interpreta y algunos detalles de lo que se podrá ver hasta el 13 de noviembre en el Teatro Sergio Magaña.
“Es una terapia que es llevada al extremo, creo que retoma los elementos del absurdo, pero es una especie de experimento para llevarnos al fondo de nosotros mismos, para saber quiénes somos, porque El Ventrílocuo tiene una dinámica de una historia dentro de otra historia, como una especie de cebolla y mientras avanza, los personajes van perdiendo su máscara, que es uno de los propósitos del psicoanálisis”, indica la actriz.
Desde el punto de vista de Estefanía Ahumada, el psicoanálisis sirve para quitarse las capas usadas por todas las personas frente a la sociedad: “La obra tiene ese nombre porque al inicio hay un número del ventrílocuo, para hacer una metáfora de las relaciones humanas, una metáfora entre dominado y dominante, una dinámica entre manipulado y manipulador, representados por dos actores que son “El Ventrílocuo –Rafael Balderas-” y “Gaby”, que luego son paciente y doctor, enemigos, amantes, en distintas facetas, que invita al espectador a que recurra a su yo interno, quien se oculta día a día por la civilidad”.
Estefanía Ahumada es recién egresada de la Universidad Veracruzana por lo que reconoce que dar vida a “Gaby” es un reto actoral por los cambios emocionales: “Es una obra compleja, pero lo más complicado es el viaje emocional que ella emprende. Es un experimento que te lleva al extremo y recorrer tantos estados emocionales y diversas relaciones que van del amor al odio, de la traición a la venganza, de un humor involuntario a un terror”.
The Ventriloquist (2006), es un texto original es del escritor canadiense Larry Tremblay, con quien el equipo de la puesta en escena no tuvo contacto, caso contrario con el traductor: “Tuvimos contacto con Boris Schoemann, que tradujo la obra y quien nos dio los derechos de autor, para esta propuesta que respeta el original”.
En México, El Ventrílocuo ya ha tenido otras temporadas, sin embargo este proyecto es diferentes porque “es una apuesta por la actoralidad, limpio, sin grandes recursos escénicos-técnicos, en todo el montaje en el que Rafael Balderas y yo, que sólo nos valemos un poco de proyecciones y multimedia, elementos contemporáneos, ausentes en otras propuestas”, dice Estefanía Ahumada.
Dichas proyecciones, asegura Estefanía, brinda un acompañamiento al actor: “Es una obra para adultos porque exige ciertos referentes no necesariamente relacionados con el psicoanálisis y también porque hay escenas un tanto eróticas. Es decir, la obra toca las fibras humanas por el hecho de que todos tenemos capas por ciertas cosas que no queremos decir. El Ventrílocuo es una obra provocadora, habla de temas que no queremos decir, de lo que no debemos decir, por lo que se convierte en un acto de rebeldía”.
Una de las mayores conclusiones a la que el espectador podrá llegar es que no todas las máscaras que se usan, son necesarias: “Es evidente que tenemos determinadas normas para poder convivir como sociedad, pero entre más nos conozcamos a nosotros mismos y vayamos a ese lado obscuro, tal vez seamos mejores humanos. Es una especie de acto liberador”, finaliza Estefanía Ahumada.

 

Fuente: http://www.cronica.com.mx/notas/2016/991270.html#

Hablemos de libros: Serrat y el psicoanálisis

Fernando-Alonso Ramírez

@fernalonso

Debo confesar que la banda sonora de mi vida es interpretada por el catalán Joan Manuel Serrat. Desde siempre me ha acompañado con sus canciones y poemas, he cantado sus versos hasta memorizarlas y tengo una colección de sus CD, hoy, y la tuve de sus acetatos, ayer.

Por ese motivo no me sorprende que un psicoanalista haya decidido escribir un libro con reflexiones entre las letras del cantautor y la vida misma. Francesc Sáinz Bermejo también encuentra en Serrat a alguien cercano, capaz de interpretar sentimientos, como un profesional de las taras y las filias no es capaz nunca.

Sentir y pensar con Serrat es el título de esta obra, subtitulada Reflexiones de un psicoanalista de hoy a partir de la obra del poeta y músico. Un espacio para que el estudioso, le dé crédito al poeta, al que sin tanta parafernalia ni tantos títulos le atribuye el don para expresar como ninguno lo que pasa con los sentimientos, los que cuando se exacerban necesitan de ayuda. Lo resume: “Cuando las hipótesis psicoanalíticas están acertadas, los poetas lo han dicho antes en sus poesías”.

Tratados enteros se han escrito sobre el poder sanador de la música. Igual sabemos por experiencia que no toda la música es buena en todos los momentos. Hay quienes para concentrarse acuden a los clásicos, otros están seguros de que para poder aprender necesitan tener de fondo las canciones de su artista favorito, unos más llenan con las tonadas el vacío o la soledad. La música como catarsis, la música como relajante, la música que nos habla de nuestros sentimientos y nuestros momentos. Y si esa música es hecha para canciones de un hombre profundo, como un buen poeta, pues logra efectos realmente sorprendentes.

Eso intenta demostrar el autor en este libro, que me regaló una amiga. Cuando lo vio en España inmediatamente se acordó de mi gusto por Serrat y se lo empacó, cosa que agradezco. Con base en las canciones de Serrat nos habla de las relaciones humanas y de la soledad, de la felicidad y del llanto, del amor y del desamor, del hortelano y el ciudadano, de la adolescencia y de la vejez, de los amigos y de los poderosos, de los hijos y de los padres, del destino y del azar y de la vida y de la muerte. Del yin y el yan.Por supuesto, de la queja social, que así nació este poeta cantando versos de Miguel Hernández y de Machado, protestando contra el yugo franquista.

A veces pienso que los académicos se complican más de la cuenta para tratar de racionalizar sus gustos por las pequeñas cosas, como la música. Seguro este texto ha de servirle mucho a estudiosos de la psiquis, y le sacaremos gusto quienes gustamos de las canciones de Joan Manuel Serrat, pero no hay que complicarse tanto, pienso yo, con los artistas. A ellos hay que disfrutarlos en su obra, y en el caso de Serrat esta es música y es letra, y si te pones a pensar mucho, te preguntarás por qué sabe tanto de ti y de tu vida, cuando de lo que realmente nos habla es del vivir, de su vida y de la mía, del pasar por este mundo y nada más. Porque siempre sonará una canción que nos recordará lo que somos, lo que fuimos y lo que pudo haber sido y no fue. ¡Qué más terapia! Mejor cantémoslo con Serrat: «Y nos toma, nos trae, nos lleva, nos hiere, y nos mata, tan dulce y tan ingrata, una vieja canción».

 

Fuente: http://www.lapatria.com/columnas/192170/hablemos-de-libros-serrat-y-el-psicoanalisis

El TOC, entre arte y psicoanálisis

La directora general de Políticas Culturales de la Junta de Castilla y León, Mar Sancho, observa alguna de las obras acompañada por el concejal Julio López y el comisario de la exposición.

El Centro de Arte Contemporáneo de Salamanca (ESpaña), DA2, acoge hasta el 4 de septiembre la exposición ‘TOC. Una colección propia’, en la que mediante el diálogo establecido entre las 34 obras participantes, pertenecientes a la propia colección del museo y a la Fundación Coca Cola, se intenta acercar al espectador al problema del Trastorno Obsesivo Compulsivo.

La exposición, que a su vez cuenta con textos escritos a partir de cada obra por profesionales de la salud mental como los psicoanalistas Montse Rodríguez y Fernando Vicente y los psiquiatras Mariano Hernández y Anna Bové, fue inaugurada en la mañana de ayer por el concejal de Cultura y Turismo del Ayuntamiento de Salamanca, Julio López, y por la directora general de Políticas Culturales de la Junta de Castilla y León, Mar Sancho, acompañados por el comisario de la muestra, Jorge Blasco.

En ella participan una treintena de artistas: Hugo Alonso, Ana Laura Aláez, Alfredo Alcaín, Emilia Azcárate, Jorge Barbi, Carmen Calvo, Yamandú Canosa, Florentino Díaz, Roland Fischer, Ferrán García Sevilla, Susy Gómez, J.A González de la Calle, José María Guijarro, Mona Hatoum, Juan Francisco Isidro, Fran López Bru, Chema Madoz, Christopher Makos, Luis Marco, Rafael Navarro, Ana Teresa Ortega, Concha Prada, James Rielly, Elena del Rivero, José Sanleón, Rafa Sendín, Rui Toscano, Valentín Vallhonrat, Manolo Velasco, Charlie White.

El proyecto ‘TOC. Una colección propia’ tiene dos sedes, ya que además del DA2, participa el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León (Musac), y propone alejarse de la relación clásica entre arte y enfermedad mental para lograr que el visitante pueda llegar a intuir lo que es sufrir este trastorno. Para ello, no se recurre ni al arte realizado por personas diagnosticadas con enfermedad mental ni a la iconografía del loco, la histérica o el alienado que puede encontrarse en numerosas obras de arte.

Por contra, se parte de una selección de obras que no necesariamente tratan la obsesividad, procedentes de las colecciones del Musac, DA2 y la Fundación Coca-Cola, y realizada por el comisario de la muestra, Jorge Blasco, quien conoce de cerca la enfermedad, y que fueron elegidas por la facilidad con la que podría activarse una posible escritura sobre ellas. Las obras barcan técnicas que van desde la pintura a la instalación, pasando por la fotografía, el vídeo o el dibujo.

A partir de esta selección, los profesionales de la salud mental participantes elaboraron 23 textos que, lejos de ser descriptivos, son más cercanos a la psicopatología, a la escritura automática, al texto de ‘autor’ o a notas clínicas relacionadas con las obras. En definitiva, se trata de textos que se adentran en la enfermedad mental de un modo poco habitual, mediante recursos a menudo literarios. La exposición trata así de poner en marcha un aparato teórico que, con su poética y su política, dé una visión de lo complejo que es acercarse a las siglas TOC.

En el espacio expositivo están disponibles todos los textos, que el visitante tendrá a su disposición para la lectura durante la visita a la muestra o para llevar consigo si así lo desea, componiendo una carpeta con todos los escritos de su interés. Todos ellos estarán asimismo disponibles para descarga en la página web de los centros.

La exposición ‘TOC. Una colección propia’ también cuenta con un espacio expositivo en el Musac, donde puede visitarse hasta el 4 de septiembre, y en cuya ubicación se pueden ver 31 obras pertenecientes a la colección del museo de los artistas Lara Almarcegui, Aziz + Cucher, Erick Beltrán, Eelco Brand, Fernando Bryce, BielCapllonch, Diller + Scofidio, TillFreiwald, Carmela García, Juan Hidalgo, ZhanHuan, Ellen Kooi, Jorge Macchi, RyanMcGinley, JosephineMeckseper, Ana Mendieta, Aleksandra Mir, SvenPahlson, Concha Prada, Sergio Prego, Jorge Quijano, y Kiki Smith.

En palabras de su comisario Jorge Blasco, «muy pocas veces se ha hecho esto de acercarse a la enfermedad mental a partir del arte contemporáneo», indicando que el título pretende ser «un guiño a Virginia Woolf -escritora que sufría un trastorno bipolar y que se suicidó- y a su obra ‘Una habitación propia’».

«Los artistas no están locos ni las obras están enfermas. Las obras hablan, tienen algo que decir», resume el comisario.

Tomado de: http://www.elnortedecastilla.es/salamanca/201605/20/arte-psicoanalisis-escritura-acercan-20160520134230.html

Literatura y psicoanálisis, un mundo en común donde habitan las palabras

Daniel Gigena

Desde el surgimiento del psicoanálisis en Viena, a fines del siglo XIX, las relaciones con la literatura fueron fértiles. Si bien los gustos literarios de Freud no se caracterizaban por su adhesión a las vanguardias -además de su interés por Sófocles, se sabe que admiraba a Shakespeare y a Dostoievski-, su señalamiento de que la literatura advertía síntomas de la cultura occidental antes que la ciencia fue decisivo para tejer alianzas. Años después, Lacan indicó que El arrebato de Lol V. Stein, de Marguerite Duras, lo precedía en el descubrimiento de un saber: «Es precisamente lo que reconozco en el encantamiento de Lol V. Stein, donde Marguerite Duras demuestra saber sin mí lo que yo enseño». La escritora había llegado antes que el analista dandi.

En la Argentina ese vínculo fue también fructífero, sobre todo en los 70, con escritores y analistas como Luis Gusmán, Germán García y Osvaldo Lamborghini. Desde la revista Literal, dirigida por García (hace poco reeditada en edición facsimilar por la Biblioteca Nacional), se reivindicaba el estatuto autónomo de un nuevo lenguaje que entrelazaba el psicoanálisis con la semiótica, la crítica y la literatura: la ficción teórica.

¿Cómo es hoy esa relación en la Argentina y qué incidencia tiene en la industria editorial? ¿Sigue siendo significativo o actúa con la inercia del pasado? Una primera respuesta la aporta la jornada de diálogos con escritores y psicoanalistas que se realizó anteayer en la BN. Luego, son muchas más las voces que hablan de la vigencia de esta conexión. «El psicoanálisis, como la literatura, es un mundo habitado por palabras. Es muy común que un analista escriba; puede escribir sus casos para sí mismo, para revisar su práctica clínica o pensar cómo destrabar un caso complejo, pero también para sublimar, para realizar un acto creativo -dice Gabriel Rolón, autor de varios best sellersensayísticos y de una primera novela con temática «psi», Los padecientes, donde el psicoanalista actúa como detective-. El consultorio implica el contacto directo y cotidiano con la angustia y la posibilidad de sumirse en el arte resulta fundamental para quienes estamos tantas horas cara a cara con el dolor. Diría que el ejercicio artístico no sólo es compatible, sino también indispensable para un psicoanalista.» Respecto de las temáticas que comparten ambos dominios, el autor de Cara a cara es preciso. «El ser humano y sus pasiones. Ningún libro escapa a la tragedia de la vida, al milagro del amor o al infierno del desamor. El deseo y la lucha, la agonía y el placer. Todo esto recorre las páginas y también el consultorio.»

Para Edgardo Scott, psicoanalista, escritor y editor, narradores como Carlos Gamerro o Martín Kohan hallaron una tradición en Viñas o Piglia. Otros, como Hernán Ronsino y Gustavo Ferreyra, siguieron la senda sociológica frecuentada por Fogwill. «Aprecio mucho a los escritores que ha dado el psicoanálisis: Germán García, Lamborghini. Y sobre todo Luis Gusmán, que siempre lo he tenido y querido como a un maestro. O escritores y críticos que están muy cerca, muy influidos por el psicoanálisis: Ricardo Zelarayán, Libertella, Ludmer, Alan Pauls», distingue. «En los últimos años veo que otra vez el psicoanálisis recupera un lugar dentro de la crítica, del modo de leer. Cuando leo textos de Damián Selci, Juan Terranova, Diego Peller, veo que el psicoanálisis es muy visible y lúcido, una herramienta de lectura y no una doxa.»

También escritora y psicoanalista, Vanesa Guerra publicará en diciembre su novelaSíndrome del montón, donde la jerga «psi» ingresa en la trama como objeto de parodia y de misterio neurótico. «Me interesa la experiencia de la lengua como una experiencia del ser y del tiempo que nos compone y nos descompone. No me interesa la lengua al servicio de una historia, por eso guardo una afinidad especial con la poesía y cierta escritura filosófica. El psicoanálisis también propone esa aventura: desmontar el yo, intervenir el lenguaje que se nos ha pegoteado como una segunda piel sin poros.»

El caso de los casos reales

Se publican muchas ficciones de divulgación teórica que suelen utilizar casos reales de pacientes para circunscribir un síntoma, un tipo de sufrimiento, cierta clase de redención. El terapeuta y narrador estadounidense Irvin Yalom ha construido una especie de pyme o nicho editorial con esa marca. A propósito, Guerra comenta: «La clínica es algo privado, de otro orden, no interviene ni aporta al acto creativo. Incluso agregaría que sólo una vez, en casi 30 años de profesión, escribí un caso clínico, y lo hice porque buscaba hacer transmisión de práctica. Hoy no lo haría». Para Luciano Lutereau, psicoanalista, docente e investigador, autor de libros de psicoanálisis y de obras literarias, todo caso es una ficción. «Un caso siempre se escribe desde una estructura narrativa y una función literaria. La escritura y la experiencia clínica son excluyentes, porque la escritura es una experiencia que tiene sus propios fundamentos; de ahí que no haya escritura de la realidad, sino lo real de la escritura. Respecto de la ficcionalización de casos que no se corresponden directamente con una experiencia, cabría esta indicación: es imposible inventar casos, como es imposible escribir una ficción sin recurrir a la imaginación. Ocurre con Rolón, cuya obra no se propone comunicar a colegas problemas relacionados con los tratamientos; eso mismo lo hace poco interesante para mí, pero muy valioso para miles de lectores.»

Si se observa el fenómeno desde el vector literario, la situación se modifica: «Sospecho que el concepto de ficción también está presente en un análisis -dice Flor Codagnone, autora con Nicolás Cerruti de Psicoanálisis – literatura. El signo de lo irrepetible-. Se narra no para evitar la verdad, sino para poner la complejidad sobre la mesa, y ese relato toma elementos y recursos de lo ficcional. En ese sentido, literatura y psicoanálisis comparten un modo de narrar y quizás una forma de lectura».

Del diván al verso

La Argentina tiene un historial de poetas psicoanalistas o poetas en los que el discurso del psicoanálisis ha cobrado gran relieve: Alejandra Pizarnik, Susana Thénon, Tamara Kamenszain. Entre los más jóvenes, figuran Claudia Masín, Sara Cohen y José Ioskyn. Ioskyn es autor de Literatura y vacío, y de los libros de poemas Nunca vi el mar yAcerca de un imperio, que se publicará próximamente. «En mi caso, el análisis personal me ayudó mucho en la escritura, sobre todo porque implicó en parte un adiestramiento, el de decir lo importante, lo verdadero y no irse por las ramas ni relativizar, decir en pocas palabras, ir al punto crítico de manera directa, y tomar en cuenta lo que uno no se anima a saber o lo que rechaza, e incluirlo en el discurso propio. Para Cohen, la escritura, como la vida, depara muchas sorpresas. «También el hecho de atender pacientes las depara. La escritura le revela a quien escribe algo desconocido para sí. No hay proyecto de escritura que no devenga a partir del proceso mismo, con la sorpresa que eso supone, y uno se dice: ¡Qué cosa, mirá lo que vine a escribir que yo no sabía!»

Escritor y psicoanalista, Carlos Chernov apunta una diferencia crucial: «El lugar que ocupan los cuerpos. Presentes ambos, paciente y analista, en el mismo espacio y tiempo. En tanto con la escritura ocurre lo contrario: se escribe a solas y la lectura siempre es diferida. El psicoanálisis es carnal; las letras, descarnadas, pero pueden encarnarse; me refiero al milagro de que revivan en la mente del lector y lo transporten a otro mundo.» Ambas prácticas, sin embargo, se apoyan en el valor concedido a la palabra, al «máximo manifiesto» de lo que se dice (o se escribe). Esa potencia es la que la literatura intenta, cada vez, recuperar y expandir.

Tomado de: http://www.lanacion.com.ar/1848855-literatura-y-psicoanalisis-un-mundo-en-comun-donde-habitan-las-palabras

Defienden vigencia del psicoanálisis, más allá de las poses

Foto:Agustín Reyes

Frente a poca más de una centena de alumnos de CESUN, el Dr. Hermes Millán expuso sobre la vigencia del psicoanálisis como técnica de tratamiento de padecimientos psicológicos.

De inicio, el catedrático habló sobre los antecedentes del método desarrollado por Sigmund Freud para penetrar en el inconsciente de los pacientes, para reestructurar su vida superando traumas o fantasías reprimidas, como forma de reestructuración de la psique y un punto de vista diferente respecto al pasado. Millán aseguró que han sido los mismos psicoanalistas quienes han dañado a la práctica, adoptando conductas, técnicas y poses que han desacreditado a esta rama de la psicología, razón por la cual su existencia esta puesta a debate a la misma medida que la existencia de Dios.

El catedrático señaló que el psicoanálisis tiende a derivar en procedimientos largos gracias a 3 factores: pulsión de muerte o compulsión a la repetición del sufrimiento, el beneficio secundario del síntoma (cuidados, dependencia) y a que la curación no es un proceso racional, sino que viene de un insight, es decir, un contacto profundo y emocional con el conflicto que da origen al padecimiento psicológico y orgánico y no precisamente del conocimiento de la causa, su interpretación y su aceptación.

Millán defendió la vigencia del psicoanálisis, en primer lugar porque es la corriente de la psicología con mayor producción académica con estudios en sociología y antropología, que ha podido superar sus límites iniciales al aplicarse a todo tipo de personas y porque ofrece respuesta a todo tipo de patologías.

Fuente: http://zetatijuana.com/2016/01/29/defienden-vigencia-del-psicoanalisis/

El psicoanálisis no busca engañar a un paciente, no es una psicoterapia en el sentido de que lo empuja y le da ánimos

Gabriel Rolón: “El 80% de los casos que trato aborda el amor”
Textos: Carlos Narciso N. web@grupoepensa.pe | Fotos: Epensa
En Historias inconscientes (Vidas al límite), el reconocido psicoanalista argentino Gabriel Rolón nos presenta algunos de los casos más difíciles que le ha tocado tratar en su diván.Sus pacientes han sufrido por infidelidad, han pensado en el suicidio, han perdido a un ser querido o se han enterado de que van a morir pronto.

Estos son los casos que el autor del best seller Historias de diván (2007) relata en su nuevo libro publicado por Planeta en 2015.

“Esta vez tuve ganas de escribir casos más límites, personas con discapacidades fuertes, que han llegado a un intento de suicidio, gente con un amor tan patológico que hasta consideraron la posibilidad de matar a la pareja. Después de cada caso hay un poco de teoría para explicarle a la gente cómo pensamos los psicólogos, porque hay un teoría científica que avala lo que hacemos y decimos”, explica el autor.

¿Cómo procede usted, por ejemplo, cuando un paciente le dice que quiere suicidarse? 

Cada paciente es una persona única, de modo que no hay una receta. Pero lo primero que hago es un diagnóstico, lo más profundo que pueda, para saber si esa persona necesita medicación, en ese caso la derivo a un psiquiatra, porque es probable que necesite antidepresivos. Pero la verdad es esta: no cualquiera se suicida. Hay personas que se suicidan por accidente y hay otro que claramente es un suicida y cuando alguien llegó a ese punto es imposible de frenarlo. Una persona que llega a ese extremo es porque ha perdido el deseo de vivir por un problema equis. Entonces, el trabajo fuerte de un psicólogo es ayudar a que ese paciente construya nuevamente un proyecto, algo por lo cual vivir, porque cuando tú no tienes ganas de hacer nada en la vida, psicológicamente allí empieza la muerte, aunque te queden 5 o 6 años de vida, porque lo único que haces es estar esperando que llegue tu muerte.

Pero hay pacientes a los que les cuesta ser, digamos, positivos… 

Mira, no se trata de que el paciente sea positivo. El psicoanálisis no busca engañar a un paciente, no es una psicoterapia en el sentido de que lo empuja y le da ánimos. No. El psicoanálisis lo que hace es ayudar a reconocer lo que a la persona le pasa. Si usted tiene esta enfermedad y todo parece confirmar que usted se va a morir dentro de 4 o 5 años, ¿cómo lo quiere vivir? ¿Qué quiere para usted? ¿Estar cuatro años llorando tirado en la cama o quiere trabajar para construir algo de lo cual se sienta digno? Y es cierto, hay pacientes difíciles de mover porque no les importa nada. Son desafíos interesantes porque tienes que luchar contra esa negatividad, contra ese pesimismo, sin negar la realidad.

¿Cuáles son los casos más frecuentes por los que lo buscan? 

Hay dos motivos comunes: el amor y la pérdida. El 80% de los pacientes vienen por un problema de amor, porque no consigue estar con alguien, porque se acaba de separar, porque acaba de descubrir una infidelidad, porque se ha enamorado de otra persona y no sabe qué hacer porque le da culpa su pareja y sus hijos, es decir, todo lo que tiene que ver con una relación de pareja es muy movilizante y te diría que está en el 80% o 90% de los casos. El amor y su contracara, el desamor, que duele muchísimo. Y lo otro tiene que ver con los tipos de pérdidas. Alguien que se quedó sin trabajo, que ha perdido un hijo, una pareja o alguien que ha sido rechazado en uno de sus sueños.

¿Cuál de los casos que aquí cuenta fue el más difícil de trabajar? 

Allí hay un caso de un médico psiquiatra que prácticamente se descontroló o enloqueció al enterarse de la infidelidad de su mujer y no estaba dispuesto a separarse, a que su mujer lo abandone, y empieza a tener actos muy extremos, casi humillantes, hasta que llega a planificar su asesinato y a querer matarla. Ese fue un caso muy extremo. Tuve que evaluar muchísimo. Tú sabes que el secreto profesional hay que romperlo cuando una vida está en riesgo. Y todo el tiempo yo trataba de discernir si lo que él estaba diciendo era capaz de llevarlo a cabo o no, si yo tenía que denunciarlo o si confiaba en que yo lo iba a poder frenar.

¿Qué motiva una infidelidad? 

Alguien puede venir porque descubrió una infidelidad, porque fue infiel y se siente culpable o lo descubrieron y está tratando de remontar la situación, viene porque quiere ser infiel y no se anima, porque está ciertamente movilizado por una persona. La infidelidad es un tema común porque el deseo no es lo mismo que el amor. Uno puede estar enamorado y cruzarse con alguien que le genera deseos. El deseo es irrefrenable. No deja de gustarte la pizza porque te gusta el ceviche, ¿no?. La fidelidad es algo complejo porque implica la puesta en juego de una decisión. La persona fiel decide ser fiel y, a veces, con mucho esfuerzo porque tiene que renunciar a tentaciones y a muchas de cosas para sostener su decisión.

Gabriel Rolón

Psicoanalista

El argentino de 54 años ha tenido programas de radio y TV y es autor de Historias de diván, Palabras cruzadas, Los pacientes, Encuentros e Historias inconscientes.

Fuente http://diariocorreo.pe/cultura/gabriel-rolon-el-80-de-los-casos-que-trato-aborda-el-amor-644009/