La mitad de los presos tiene un trastorno mental

Salut y Justícia acuerdan un crecimiento del 53% en servicios y personal para mejorar la atención y evitar recaídas al salir de prisión

El 54,3% de las personas que entran en alguna prisión catalana tiene un trastorno mental. Cinco veces más que las de la calle. Y la mayoría consume todo tipo de tóxicos que en buena parte de los casos han contribuido a desencadenar la enfermedad. Y ambas circunstancias tienen a menudo una clara correlación con su actividad delictiva.

Esta aplastante realidad ha llevado a los departamentos de Justícia y de Salut a acordar un salto cualitativo: un 53% más de presupuesto para salud mental en prisiones; un 60% más de personal para ofrecer no sólo diagnóstico y medicación, sino también terapias, talleres y seguimiento el día que salgan; y un 63% más de camas para quienes necesiten ingreso.

El objetivo es hacerse cargo de esa realidad, porque son ciudadanos con una enfermedad y porque han cometido algún delito, a veces terrible, y el adecuado tratamiento podría evitar recaídas y quizá reincidencias.

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Esquizofrenia con coca

Entre los hombres abundan los trastornos psicóticos. La esquizofrenia es el más frecuente, hasta en el 27% de las personas que están en prisión. Entre las mujeres destacan, en cambio, los trastornos límites de la personalidad (TLP), hasta el 30%, y patologías marcadas por la impulsividad y las autolesiones. Y la droga siempre presente en más de la mitad de la población penitenciaria adulta y juvenil. Opiáceos, cannabis, coca. A lo que se añaden dificultades intelectuales: una buena parte de la población con cociente intelectual por debajo de la media. “Tenemos pacientes muy complejos”, resume Álvaro Muro, responsable del hospital psiquiátrico de Brians 1.

Su hospital, que empezó a funcionar en el 2000 gracias a un convenio con la orden de Sant
Joan de Déu, de larga experiencia psiquiátrica en Sant Boi, “es como cualquier unidad psiquiátrica de hospital”, asegura Muro. Muestra habitaciones desnudas, absolutamente, para evitar cualquier riesgo. Espacios supercontrolados donde se da medicación o donde se puede deambular –más que pasear– disfrutando de aire libre. “Son los únicos que están en pijama”, indica el psiquiatra. En estos espacios de vigilancia intensa pasan unos días quienes están en plena crisis o quienes han hecho algo tremendo y los jueces han pedido una valoración de especialistas. “En el resto de habitaciones se vive como en cualquier hospital psiquiátrico, el pijama sólo para dormir, y con un plan de terapia y actividades para todo el día”.

Atención en la ‘vida corriente’

Cuando estabilizan al paciente y ya puede ir a seguir su pena en el módulo de la prisión, la cosa cambia. La mayoría de prisiones ofrece en esa etapa los servicios de un psiquiatra, pero las terapias y las ayudas para mantenerse sin droga y la vigilancia del estado general para detectar precozmente un brote no están previstas. Salvo en un módulo especial de Brians 1 donde llevan un tiempo ensayando cómo se puede atender a estas personas presas y especialmente vulnerables. “La vida en el módulo es distinta que en la unidad de hospitalización. Hay celdas, recuento, hay que hacerse la cama, hay un tiempo para el patio, otro para trabajar”, explica la funcionaria responsable del módulo vulnerable, Sagrari. Los presos se protegen del sol en los rincones del patio pintado para hacer deporte. Salvo uno que aguanta impertérrito en medio de la cancha tumbado en el suelo con la espalda y las piernas desnudas. El equipo de salud mental se propone que en el módulo especial se acostumbren a ser autónomos. Normalizar.

Se va a brotar

“Tienen asignado a un educador y a un funcionario que le habla cada día, porque eso te permite detectar el inicio de una descompensación. Son pequeñas intervenciones diarias que hemos ido aprendiendo. Un día te extraña que no quiera saludar, o le ves de repente con auriculares. Lo comentas con el equipo de psiquiatría y lo ven claro: está oyendo voces, se va a brotar. El método funciona. Evitamos muchos riesgos de incidentes que en la cárcel son graves”, explica la funcionaria coordinadora de este módulo modelo. Uno de los objetivos de esta ofensiva de Justícia y Salut es extender este esquema de trabajo en todos los centros penitenciarios y también en los de menores con medidas judiciales. “Que haya psicólogos, enfermeros, terapia ocupacional en todos ellos”, explican en Justícia.

Droga barata

Entra droga, claro, y es barata, unos 20 euros el gramo. Se intenta evitar, pero la gente recibe visitas. Tienen programa de metadona, de intercambio de jeringuillas, todo lo pensado para reducir riesgos. “El mono es tremendo”, reconoce Juan Carlos Navarro, director de Brians 1 y psicólogo. Ahora que su centro recibe a los preventivos por el cierre de la Modelo (unos 900), los tratamientos se plantean con objetivos cortos. “Pretendemos que el tiempo que estén aquí sea útil”

Que la gente no se pierda

Para algunos llega el día de pasar a un régimen abierto. Más o menos cerca de casa. El día fuera, la noche en el centro. Los servicios sanitarios, los de cualquier ciudadano. Pero ellos y ellas no lo son: conviven con una enfermedad que puede rebrotar con la simple ayuda de un ‘porrito’. “Por eso nos planteamos que hacía falta establecer una buena red de seguimiento con los servicios civiles”, explica Álvaro Muro. El nuevo plan incorporará nueve gestores de caso, enfermeros que enlazarán el preso en régimen abierto con la asistencia mental y con la de drogas, que en la calle van a menudo por separado. “Que la gente no se pierda”, resume Muro con cierto orgullo de ofrecer en muchas ocasiones mejor servicio que lo que hay fuera. Se supone que ese esfuerzo de seguimiento, además de no echar a perder el esfuerzo terapéutico y social de dentro también servirá para reducir la reincidencia, “aunque los estudios sobre el tema son contradictorios”, apunta. “Atrás, por favor”, indica un funcionario en el pasillo. Cruza en ese momento un detenido por matar a tres personas sin aparente motivo.

 

Fuente: http://www.lavanguardia.com/vida/20170730/43207826123/presos-trastorno-mental-salut-incremento-servicios.html

En aumento el número de jóvenes que se autolesionan

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“Empiezas a cortarte y no puedes parar; lo necesitas, es algo enfermizo”, relata una de las adolescentes que han quedado atrapadas por una conducta que cada vez más jóvenes exhiben en las redes sociales, como si de una proeza se tratara. Psicólogos y psiquiatras especializados han detectado en los últimos años un aumento progresivo de estos casos, la mayoría de los cuales no van asociados a ninguna enfermedad mental, sino más bien a una manera de canalizar una frustración o un malestar emocional.

Sin embargo, el fenómeno preocupa a padres, profesores y profesionales sanitarios porque, como señala el coordinador del Hospital de Día de Adolescentes de Salud Mental de Parc Taulí, Joaquim Puntí, “las autolesiones no suicidas incrementan el riesgo de lesiones suicidas”, excepto en los adolescentes que lo hacen de manera muy ocasional. Es por este motivo que, a pesar de que muchos de ellos no sufren una patología psiquiátrica, deben recibir tratamiento para superar esta conducta.

Cinco hospitales catalanes han creado un grupo de estudio

“Estamos teniendo un incremento exponencial” de jóvenes que se autolesionan, asevera la psicóloga clínica Anna Sintes, del Hospital Sant Joan de Déu, que concreta que en el centro hospitalario de Esplugues de Llobregat este tipo de casos se han sextuplicado en los últimos cuatro años. Así es que si en 2012 atendieron en urgencias a 24 pacientes por autolesión que precisaron hospitalización, en 2016 la cifra aumentó a 173.

Mientras que el centro vallesano ha registrado en los últimos dos años un aumento de un 9% de las consultas de adolescentes que se autolesionan. Si en 2014 los jóvenes que se autoagredían representaban un 19% del total de los pacientes atendidos, al cierre del año pasado la cifra se había incrementado en un 28%.

Estudios europeos ratifican también el comportamiento al alza de autolesiones no suicidas entre la juventud, como el estudio que recogió en 2014 la revista británica Journal of Child Psycology and Psychiatry. El informe ultima que un 27,6% de jóvenes europeos se han autolesionado al menos una vez en la vida.

 La tendencia en Catalunya también se ha detectado, hasta el punto que se ha constituido el Grupo de Estudio y Tratamiento de las Autolesiones (Greta), formado por profesionales de cinco hospitales – el Clínic, Sant Pau, Parc Taulí, Sant Joan de Déu y Althaia, de Manresa-. El objetivo del grupo es elaborar un protocolo para atender de manera efectiva al número creciente de pacientes que sufren este problema psicológico.

 

“En la mayoría de los casos son cortes superficiales que se hacen con objetos tan comunes como sacapuntas, cuchillas y a veces también con un lápiz, con el que se van rascando hasta producirse una lesión”, detalla Joaquim Puntí. Los adolescentes, que en uno de cada diez casos son chicas, se hacen este tipo de heridas en antebrazos –el lugar más habitual-, pero también en nalgas y vientre.

La conducta de la autolesión empieza a detectarse entre los 11 y 14 años
La conducta de la autolesión empieza a detectarse entre los 11 y 14 años (champja – iStockphoto)

Una de las cosas que más alarma a psicólogos y familias es el hecho de que, tras realizarse el corte, los jóvenes acostumbran a fotografiar el resultado y compartirlo con el grupo de amigos a través de aplicaciones como Whatsapp, o bien lo exhiben a través de redes sociales –por ejemplo, Instagram-, llegando a un público más amplio.

 Es por ello que los profesionales no descartan que se esté produciendo una especie de contagio; que las autolesiones, que antaño se asociaban a una enfermedad psiquiátrica, se estén convirtiendo en una moda entre jóvenes aparentemente sanos. “No es extraño que en una clase cuando una chica se autolesiona, en pocos días tres o cuatro alumnas más imiten esa conducta”, comenta el psicólogo Joaquim Puntí.

No es extraño que en una clase cuando una chica se autolesiona, en pocos días tres o cuatro alumnas más imiten esa conducta

JOAQUIM PUNTÍ

Coordinador del Hospital de Día de Adolescentes de Salud Mental de Parc Taulí

Pero, ¿a qué es debido este fenómeno? “No se sabe con certeza”, contesta Anna Sintes. No obstante, la psicóloga clínica dilucida que “la expresión del malestar emocional cambia en función de la épocay la cultura”. Y añade que si bien antes los adolescentes agobiados y con problemas se enganchaban a la heroína, ahora una de las tendencias es cortarse, seguramente “por influencia de las redes sociales y la facilidad con la que se transmiten las imágenes”.

El perfil de los jóvenes sin ninguna enfermedad psiquiátrica que se autoagrede es la de una persona con una autoestima baja, que tiene dificultades en las relaciones interpersonales –en muchos casos son víctimas de acoso escolar-, con poca capacidad para resolver problemas y escasa resistencia a la frustración. Además, sus relaciones familiares suelen ser complicadas y comparten un temperamento que los predispone hacia este tipo de conductas. “Aunque cada vez el perfil es más heterogéneo”, puntualiza el psicólogo clínico del hospital Parc Taulí.

Diversos grupos de jóvenes que se autolesionan

Otra pregunta que se hacen los especialistas cuando reciben a un paciente con un comportamiento de este tipo es “¿qué función tiene la autolesión en este caso?”. Puntí explica que hay que diferenciar entre grupos de adolescentes distintos: el primero, los jóvenes que forman parte de una subcultura urbana llamada “Emo” y que se autolesionan como una manera de significarse como miembro de esa tribu.

El segundo grupo estaría compuesto por los jóvenes con una enfermedad mental –un trastorno alimentario, por ejemplo-. Una patología a la que va asociado un escaso control de los impulsos. En estos casos las autolesiones suelen ser mucho más graves que las que se hacen los otros grupos.

Y, por último, el grupo mayoritario: el de los que se hacen cortes superficiales ante problemas triviales: un límite impuesto por los padres que no les gusta, una relación de pareja que se rompe o una discusión con alguien. El adolescente se autoagrede como una vía para comunicar su malestar a los demás o bien para sentir alivio al cortarse –el dolor que le produce la autolesión desvía su atención del sufrimiento psicológico-, o bien porque se marea al ver la sangre y esto le disminuye la ansiedad que está sintiendo.

Esta conducta también provoca en ocasiones que el entorno próximo al joven se preocupe más y cambie su relación con él, con lo cual se siente más considerado y querido, lo que a su vez puede reforzar este comportamiento y convertirlo en más impulsivo. “Si la autolesión aparece en el contexto de una frustración, la familia cede en su objetivo porque teme que su hijo vuelva a autolesionarse”, añade el psicólogo del hospital Parc Taulí.

Entonces, ¿cómo tratar al adolescente que se corta para canalizar su malestar o frustración? No reforzando esa conducta, lo cual no quiere decir ignorarla. “No hay autolesión banal a la que no se le deba dar importancia, ya que puede ir en aumento”, avisa Anna Sintes. En este sentido Joaquim Puntí aconseja a los padres que “mantengan la calma” y que hablen del problema con su hijo o hija. No obstante, si rechaza la ayuda y continúa reproduciendo la misma conducta, el siguiente paso es acudir al especialista.

Los psicólogos consultados coinciden en que la clave para solucionar el problema es enseñar al joven a canalizar el dolor psicológico de una manera diferente. También aconsejan a los padres “controlar” los contenidos que sus hijos ven en internet, ya que la red –donde se pueden encontrar miles de resultados de cómo autolesionarse o suicidarse- “amplifica” esta conducta, aseguran.

No hay autolesión banal a la que no se le deba dar importancia, ya que puede ir en aumento

ANNA SINTES

Psicóloga clínica Hospital Sant Joan de Déu

Muestra de ello es el macabro juego conocido como la Ballena azul , por el que una menor ha sido hospitalizada en una unidad psiquiátrica en Catalunya. La práctica, monitorizada por otra persona a distancia, consiste en superar 50 retos, el último de los cuales es quitarse la vida. El juego ha generado alarma en diversos países por la sospecha que podría estar detrás de la muerte de varios adolescentes.

Para combatir el poder de persuasión de internet y del grupo de amigos, los expertos recomiendan que los padres pasen tiempo con sus hijos y mantengan una comunicación fluida. “Comer todos en la mesa en una buena recomendación”, dice Puntí, que alerta que cada vez es más común que los jóvenes hagan los almuerzos o las cenas solos en sus habitaciones.

Además, los especialistas también ven conveniente formar al profesorado para que pueda identificar este tipo de conductas y hacer una acción primeriza conveniente. “No es acertado hablar con todo el grupo del problema de las autolesiones”, advierte el psicólogo, y concluye: “Es mejor dedicar una clase a estrategias de gestión emocional para prevenirlo”.

La clave para solucionar el problema es enseñar al joven a canalizar su malestar emocional de una manera diferente.

Tomado de http://www.lavanguardia.com/vida/20170718/424187351914/aumento-adolescentes-cortan.html?facet=amp

El ciberespacio reemplazó a las drogas

El ciberespacio reemplazó a las drogas

Mariano Horenstein

Hanif Kureishi me recibe en el comedor diario de su casa victoriana ubicada en West London, cerca de Shepherd’s Bush. Es un sesentón bajo de piel cetrina, mirada parca y cuerpo trabajado que viste de entrecasa –guarda algún parecido con Kafka, cuya foto nos mira desde la cocina. Pese a haber tramado su literatura en torno a su origen –madre inglesa, padre paquistaní– Kureishi es inglés de cabo a rabo. La puntualidad y el té son apenas indicios.

Kureishi podría ser Kafka, solo que su literatura está arraigada a la vida y habitada por el deseo. Como él mismo: tres hijos –quienes viven con sus madres en el vecindario– y una novia italiana bastante menor hablan de ello. La literatura en su caso es un asunto genealógico, se transmite de padres a hijos. Su padre, un prolífico escritor inédito; él mismo, un escritor de culto que escribe novelas y ensayos, obras de teatro y guiones de cine e incluso dirige sus propias películas; uno de sus hijos también escribe. “Pero todos mis hijos –dirá– quieren trabajar en películas y televisión, que es el presente y el futuro. No quieren escribir novelas, no leen novelas”.

Kureishi podría ser el Kafka que hablara –refiriéndose al judaísmo– de “mi pueblo, en caso de que tuviera uno. Crecí leyendo a Philip Roth. Su experiencia con la comunidad –en tanto estadounidense judío– fue similar a la mía. Me gusta no estar integrado. Cuando era niño quería estarlo, claro, pero no estar integrado es una hermosa idea”.

Quizás ese desajuste sea una de las razones que lo acercan al psicoanálisis. “El psicoanálisis –dice Kureishi– promueve la idea de que cualquiera es un extranjero, extraño frente a su propio inconsciente y el de otros. Yo no quiero estar integrado”. Al igual que Roth y Kafka, Kureishi ha escrito acerca de su padre. También ha debido hablar de él. En veintitrés años de análisis, dos veces por semana, con el mismo analista, habrá tenido tiempo de hacerlo. “Acabo de empezar”, dice, no sin ironía, y cuenta cómo toma la bicicleta para ir a sus sesiones “con los nervios de una primera vez, para tener la mejor conversación de mi vida”.

–No es fácil ir más allá del padre, tuviste que “matarlo” para ir más allá que él, y has ido mucho más lejos como escritor.

–Mucho más lejos, sí. Necesité que mi padre muriera para escribir libremente Mi oído en su corazón. Tuve que esperar que mi padre muriera antes de hacer muchas cosas: antes de tener hijos, antes de enamorarme… Lo mantuve vivo y lo maté poniéndolo en un libro, como hizo Kafka.

–Fue difícil porque era un patriarca, un gran hombre. Pero era también un hombre muy débil. ¿Es más difícil deshacerse de un padre débil que de un padre fuerte?

–Mi padre estuvo enfermo durante los últimos veinte años de su vida. Tuvo muchos ataques cardíacos y fue también un fracaso como escritor. Era un inmigrante y creo que siempre se sintió infeliz y alienado en Inglaterra. Entonces, aunque era mi padre, era un hombre humillado al que era difícil “matar”. Pasé mucho tiempo en mi juventud tratando de mantenerlo vivo, de escuchar sus historias, sus sueños, las novelas que quería escribir. Entonces fui, podría decirse, su analista, su apoyo, su amigo, su hermano, tanto como su hijo. Un padre así, un padre débil que no puedes tirar a la basura es una idea más compleja que cuando tú y tu padre son ambos fuertes y luchan. Es imposible. Pero lo que puedes hacer es evitar que sea un límite para ti, poder moverte más allá de tu padre. Y a la vez amarlo.

–En ese libro te inventaste un padre…

–Claro, lo inventé. Pero tanto como una invención mía fue una persona. (En ese momento, como si necesitara mostrar una prueba física de ello, se levanta, busca y me muestra un cuaderno de tamaño oficio y tapas oscuras, escrito sin darle respiro a las hojas en una letra prolija de oficinista). Tengo los diarios de mi padre aquí, que leo y leo. Pienso sobre ello.

–¿Es cierto que el psicoanálisis salvó tu vida?

–Muchas veces, de muchas maneras. Impidiéndome ser autodestructivo, me salvó de eso que no es poco. Y también me permitió aprender a hablar. Yo tuve que aprender y lo hice escuchándome hablar. Y escuchándome no hablar, ahí donde está el límite, lo que puedes pensar pero no puedes decir. Hoy en Londres alguien que se siente algo deprimido, va al médico que le prescribe pastillas. El análisis no te promete felicidad. No te promete nada. Nada excepto sentarte en una habitación y hablar. Me encantan las drogas, pero solo las ilegales. El psicoanálisis no ofrece nada. Aunque puedo decir que salvó mi vida.

–Hay fuertes lazos entre psicoanálisis y literatura.

–El psicoanálisis para mí siempre ha estado más cerca de la literatura y la filosofía que de la ciencia. Psicoanálisis y literatura se iluminan el uno al otro.

–Susan Sontag ponía de relieve el aspecto estético de la sesión analítica, como una suerte de instalación o performance.

–Es una performance, sí, podría decirse. No hay otra idea en el mundo como la de la sesión psicoanalítica, ¿o sí? Dos personas sentadas en una habitación por veinticinco años sólo hablando, varias veces por semana. Solo hablando, y acerca de las cosas más tontas… de hecho la tontería, podría decirse, es la esencia del trabajo. Es una idea extraordinaria. ¡Puede entenderse por qué no está de moda! Porque es una idea bizarra, aunque hermosa.

–¿Qué estás escribiendo?

–Un ensayo sobre las drogas en mi generación. Cómo empezamos a consumir drogas en los 60: LSD, anfetaminas, marihuana… Y lo que las drogas significan hoy, lo que han significado durante mi vida. Cuando era un joven de 15 años, teníamos a Jimmy Hendrix, empezamos a tomar LSD y pensábamos que era la píldora mágica. Eso nos llevaría hacia otros mundos y, en efecto, nos llevó a otros mundos, a una cultura alternativa. Desde entonces mis amigos y yo abusamos de muchas drogas. En mi ensayo, quiero pensar si las drogas fueron o no una liberación. Y, obviamente, ahora mis hijos toman drogas, pero nadie piensa que las drogas de hoy vayan a darte un “viaje” y ver “la verdad” y todo eso. Las drogas han sido reemplazadas por el ciberespacio. Esa es la alternativa actual a la realidad para los jóvenes. Para mi generación, las drogas representaban transgresión y placer, que para mí eran la misma cosa. Crecimos en una época muy inhibida en la que no se hablaba de sexo; las drogas representaban una solución al aburrimiento de la vida.

–¿En qué tradición de escritores te ubicás?

–Admiro a Nietzsche, Freud, Kafka, Dostoievski o Chejov, aunque no diría que formo parte de esa tradición. Me gusta escribir cerca de la vida. Mis libros no son puro entretenimiento, tratan de la falta de sentido, del fracaso sexual, tratan acerca del desastre tanto como del deseo y la felicidad y las familias. Quiero escribir sobre cosas oscuras, de un modo interesante, para un gran público.

–¿Cambió algo en Londres ahora que Sadiq Khan es alcalde?

–En el resto del mundo tenemos a Trump, tenemos el Brexit, entonces algo bueno que ha pasado es tener a Sadiq Khan, que es un muy buen hombre, de origen humilde y musulmán. Estamos muy ilusionados, aunque no necesariamente ganaría en una elección general.

–¿Cuál es el sentido de la extranjería viviendo aquí hoy?

–Me siento extranjero en Londres… ¡porque hablo inglés! Mi novia dice que es asombroso, caminas por Londres y todo el mundo habla italiano, árabe, farsi. Nadie habla inglés en Londres. Le dije: soy el único ahora, soy un indígena londinense.

Mariano Horenstein es psicoanalista y editor de la revista de psicoanálisis “Calibán”.

 

Tomado de: https://www.clarin.com/revista-n/ideas/ciberespacio-reemplazo-drogas_0_B1nLbonWW.html

Esquizofrenia, recuperar el control de la propia vida es posible

Dificultad en la capacidad de concentración, falta de energía, emociones menos intensas, perdida de interés en las relaciones sociales o la sensación de poco control sobre la propia vida son sólo algunos de los posibles síntomas que padecen alrededor de 40.000 personas en España diagnosticadas de esquizofrenia. El primer episodio psicótico suele tener lugar entre los 16 y 23 años, periodo en el que el joven está dando sus primeros pasos en el desarrollo de su proyecto vital.

Las principales preocupaciones para los jóvenes que sufren esta enfermedad están relacionadas con las realidades cotidianas del día a día, como obtener un trabajo o seguir estudiando, mantener su autonomía, establecer relaciones afectivas de pareja o de amigos y disfrutar con ellos de actividades de ocio. Ante esta dificultades, la Asociación Madrileña de Amigos y Familiares de Personas con Esquizofrenia (Amafe) ha puesto en marcha el proyecto #PuntoDeInflexión que tiene por objetivo mejorar el estado de ánimo de estos jóvenes, quienes deben creer en su propia capacidad de superación, retomar el control de su vida y afrontar con actitud positiva su recuperación.

La iniciativa incluye una campaña en redes sociales que pretende llegar a los jóvenes y la guía informativa cercana y positiva Punto de Inflexión, la cual orienta a los afectados en sus primeros pasos tras el diagnóstico. “Existen factores que facilitan el proceso de recuperación como la información, el optimismo, el apoyo profesional y el cariño de los allegados, entre otros”, asegura Jessica Matamoros, una de las autoras de la guía y terapeuta ocupacional en Amafe.

Llevar a cabo proyectos de vida

Las necesidades de una persona que sufre esquizofrenia son similares a las de cualquier otra. No obstante, las más significativas son las de tipo afectivo, en especial para los menores de 25 años, seguidas de otras como trabajar y/o estudiar, sentirse bien físicamente o potenciar su autonomía. Aunque la esquizofrenia haya irrumpido en la vida de cualquier persona todas las necesidades pueden ser superadas puesto que, como asegura la guía, “se puede volver a soñar y a diseñar el futuro”. Para ello sólo es necesario pensar, reflexionar, tomarse el tiempo necesario y elegir la vida que se quiere vivir.

Otra de las recomendaciones que ofrece la guía es moverse y relacionarse, puesto que el mundo está al alcance de cualquier persona independientemente de la enfermedad que padezca. Es fundamental vivir experiencias y compartirlas con la gente que está dispuesta a ayudar, tanto los profesionales, como los amigos y la familia. De esta forma el desaliento inicial desaparece y se recuperan las ganas de luchar y de vivir. “Creemos firmemente que los jóvenes pueden superar las dificultades y volver a tener una vida llena de proyectos, sueños y metas”, señala Daniel Jiménez, otro de los autores de la guía y psicólogo en Amafe, quien indica que hay que creer en las propias capacidades y enfatiza la esperanza en la recuperación.

Factores de protección para evitar las recaídas

“A medida que vamos tomando decisiones vamos andado por el camino de la recuperación”, afirma Jose Luis Rico, tercer autor de la guía, psicólogo y subdirector técnico de Amafe. No obstante, cuando la meta de la recuperación ha sido alcanza es importante evitar las recaídas. Para ello, la guía Punto de Inflexión establece una serie de factores de protección que ayudan a prevenirlas:

Adolescentes carrera

  • Desarrollar estrategias de estrés y resolución de problemas.
  • Los acontecimientos estresantes, como haber vivido experiencias psicóticas o los cambios que éstas han generado en la vida, no se pueden cambiar, pero sí es posible cambiar su percepción y valoración.
  • Lograr un equilibrio ocupacional.
  • Evitar el consumo de sustancias tóxicas, como el alcohol, el cannabis y otras drogas. “Éstas solo puede empeorar la situación”, especifican.
  • Potenciar los hábitos saludables.
  • Involucrarse en el tratamiento.
  • Buscar apoyo y unirse con las personas importantes en la vida de cada un

Fuente: http://www.dmedicina.com/familia-y-embarazo/adolescencia/2016/09/05/esquizofrenia-recuperar-control-propia-vida-posible-114388.html

El «glamour» de los fármacos

Psicoanálisis. Ficción y realidad se cruzan para reflejar y alentar los usos de los psicofármacos.
POR ALEJANDRA JALOF

Breaking Bad muestra las penurias para mantener en secreto una PyME familiar. Muy por el contrario, los grandes laboratorios anunciaron con bombos y platillos el lanzamiento de los “estabilizadores del ánimo” al tiempo que Hollywood reconoció su bipolaridad, así como la de familiares cercanos y amigos. Tal fue el caso de la madrastra de Robert Downey Jr., que asevera que el actor padece esa enfermedad aunque él lo niegue.
La bipolaridad resultó ser una denominación menos inquietante que la de la psicosis pasional descripta por el psiquiatra francés Gaëtan Gatian de Clérambault hace doscientos años. Su uso se ha extendido hasta el insulto: hoy, las mujeres que oscilan en sus preferencias eróticas ya no son locas sino “bipolares”. El trastorno se define por los “estados de ánimo cíclicos”. Mientras se sigue discutiendo qué es lo que define un “ciclo”, los laboratorios ya ganaron cifras suficientes como para pagar el cachet de todas nuestras celebridades juntas.
Alguien se habrá preguntado por qué en los 50 al mundo estadounidense de posguerra le costaba conciliar el sueño. Decididos a no alarmar el alma humana, optaron por la tecla farmacológica de los barbitúricos. Casi en secreto, los botiquines de Hollywood tenían en el fondo un frasco con etiqueta manuscrita. Salieron entonces los insomnes del placar –del botiquín– y, con charme y sin vida, se nos mostró a Marilyn dormida para siempre con un frasco de barbitúricos en la mano. A su vez, Elizabeth Taylor recomendaba dos medidas de Jack Daniels y una de Valium para combatir la ansiedad. El milagro de las benzodiazepinas (ansiolíticos) restableció la tranquilidad hogareña. Las mujeres ya no se intranquilizaban, se dormían. En medio de sus contorsiones, Mick Jagger cantaba Mother’ s little helper (La ayudita de mamá) mientras advertía a las agotadas genitoras sobre los peligros de la sobredosis de diazepam (ansiolíticos).
Los “ataques de pánico” llegaron con el filme Annie Hall . Hermanada con Woody la sociedad brindó con cantidades suficientes de Lexotanil y Rivotril sublingual como para dormir a un ejército de hunos. Freud ya había descripto las crisis de angustia en 1894, y descubierto que lo que se padece tiene relación con lo que no se recuerda; pero es más funcional al sistema, y rentable, que las personas lean prospectos a que hablen de lo que les pasa.
Si bien nuestro neurótico antihéroe hacía un guiño al psicoanálisis, lo que proliferó fue el olvido a causa del clonazepam. En los 90 estalló una ola de depresión mundial y el laboratorio Eli Lilly facturó, sólo en 1995, 2.300 millones de dólares con el Prozac (fluoxetina), bautizado “droga de la felicidad”. Mientras se frotaban las manos, los laboratorios salieron al mercado a buscar deprimidos, o mejor dicho, a inventarlos. Como no lo sabíamos, se nos explicó que si de los diez síntomas del cuadro teníamos tres, ya éramos depresivos en algún grado. Abrir el diario a la mañana dispara los demás. Entendimos, al fin, que la solución al problema que no teníamos era el Prozac.
Elizabeth Wurtzel escribió por entonces Nación Prozac para hablar de su exitoso tratamiento con la droga. El libro no llegó a contar, que después sufrió descompensaciones que nada tenían que ver con el medicamento ni con la depresión.
El apelativo TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo) fue el refreshing de la neurosis obsesiva. Con la película Mejor imposible , Hollywood logró, nuevamente, dar glamour al espanto al mostrar cómo Jack Nicholson mutó su carácter en 90 minutos, gracias al amor de Helen Hunt, y pasó de ser hosco e intratable a enternecedor como una mascota. Los laboratorios sugirieron, también en estos casos, la administración de antidepresivos en dosis distintas a las indicadas para la depresión para que los pacientes no se confundieran de cuadro. Otras ofertas fueron las llamadas terapias cognitivas o de reeducación, es decir, entrenamientos conductuales adaptados del mundo animal.
Gracias al ADD ( Attention Deficit Disorder ), en el tercer milenio, y contra las profecías apocalípticas, los laboratorios locales ganaron 900 millones de dólares con el metilfedinato (psicoestimulante), en la Argentina conocido como Ritalina. La droga llegó de EE.UU. 40 años después de ser descripto el cuadro por el psiquiatra estadounidense León Eisenberg. Durante esos años, la medicación se prescribió a pesar de sus efectos adversos. La droga, de la familia de las anfetaminas, apuntaba a que los escolares presten atención y se muevan lo menos posible. Es decir que beneficiaba, ante todo, a los maestros. En Desperate Housewives , la serie que logró calmar las ansiedades ricas de amas de casa suburbanas, una esposa, desquiciada por su propia hiperactividad, decide tomar la medicación de sus hijos.
El Alzheimer es una enfermedad que en Hollywood aqueja a escritores célebres o a quienes tienen cosas interesantes para olvidar; no así a la gente intrascendente. Tranquiliza al espectador porque se identifica con los primeros, pero se sabe entre los segundos. De todos modos el fantasma de la demencia atraviesa la sociedad. Hoy las personas deciden interpretar sus olvidos y actos fallidos como alguna forma de demencia senil o pre senil según la edad. El cerebro tiene la culpa, y si no veamos lo psicodélicas que son sus imágenes multicolores.
El libro sagrado de detección de nuestras enfermedades pasadas, presentes, y por venir es el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM), un manual confeccionado en los 80 de sospechada validez. Está basado en un sistema de preguntas donde el entrevistado es guiado a responder lo que se necesita para vender alguno de los nuevos productos del mercado. Como otros telemarketers, el interrogador tiene un stock variado: el químico, abastecido por laboratorios, el conductual, por domesticadores de la conducta, y uno más nuevo psico neurocientífico donde los condenados por el test pasearán sus neurotransmisores por interconsultas infinitas.
Los protocolos están mal adaptados de los originales estadounidenses. Si un incauto consultara por cansancio recurrente, una de las preguntas del protocolo podría ser si tiene un hobby. No tenemos precisión de la traducción al argentino del término anglosajón, pero supongamos que el de “pasatiempo”. Un operario que trabaja doce horas en una fábrica de autos podría contestar que su “hobby” es dormir. Dormir no es un pasatiempo, dado que es necesario a los fines de la producción. Por lo tanto, si el entrevistado no arma avioncitos, ni colecciona plumas de aves, o hace bonsái, es un firme candidato al vademécum. Hollywood logró rellenar la brecha entre las estrellas y sus fans con los psicofármacos. Nuestro operario automotriz no tendrá el auto de James Bond pero podrá compartir sus recetas.
Jalof integra la Asoc. Mundial de Psicoanálisis y la Escuela de la Orientación Lacaniana.

Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/glamour-farmacos_0_1614438686.html

Abordar las adicciones desde el psicoanálisis

Plantean que el adicto se ocupe de la relación con el inconsciente y su goce y sepa decidir para superar la adicción.
LILIANA ALFARO
El CONSUMO DE DROGAS en la provincia es una realidad y la recuperación continúa siendo un desafío en los distintos organismos que se dedican a ello. Aseguran que las más visibles en torno a la demanda son paco y pasta base. La visión de recuperarlos en su entorno refuerza la idea de la atención de centros de día, mientras una coordinación nueva apunta a integrar otros estamentos para ampliar la atención y no reducirla a los centros especializados.
LUIS DARÍO SALAMONE, licenciado en Psicología, doctorado en Psicología Social, miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL) y de la ASOCIACIÓN MUNDIAL DE PSICOANÁLISIS (AMP) brindó charlas en Jujuy invitado por la Biblioteca Analítica de Jujuy y con apoyo de Salud Mental del Ministerio de Salud.
Abordó la temática de las adicciones desde la mirada del Psicoanálisis planteando la función, cómo fue cambiando, el abordaje y el tratamiento frente a un multidisciplinario público que buscaba ahondar en la temática, en un encuentro desarrollado en el hospital «San Roque». Por la tarde la presentó su libro «El silencio de las drogas» que sintetiza su perspectiva tras lo cual plantearía ante los psicoanalistas el desarrollo en torno al abordaje.
Explicó que hay una diversidad de consumo en virtud de la oferta al entender que se juntó una cuestión de la ciencia con el campo del discurso capitalista, que promueven nuevas sustancias que salen todos los días algunas con preeminencia y la gente que busca lo nuevo.
«Siempre ha habido una relación del sujeto con el consumo. Dentro de la problemática que hay actualmente en general hay relación con muchas sustancias diversas, están las drogas más clásicas, el alcohol una sustancia más clásica como la marihuana, la cocaína, la pasta base y están saliendo las más sintéticas como el éxtasis y otras», afirmó.
Explicó que hay un discurso capitalista que hace que el consumo se generalice y llegue a un grado que mucha gente se acerque al consumo, una suerte de «empuje al consumo» no solamente de sustancias pero que no dejan de resultar adictivas para el sujeto.
«El Psicoanálisis lo que hace es llevar al sujeto a que se cuestione la relación que tiene con algo que nosotros denominamos el goce, que no necesariamente es el goce de algo productivo sino ser un goce de algo destructivo para el sujeto, que se cuestione la relación que tiene con ese goce y pueda hacer un uso responsable del mismo, decida cómo quiere manejarse», expresó.
El desarrollo lo realizó planteando algunos ejemplos e intercambió conocimientos con los profesionales del sector de Salud Mental.
El panorama en Jujuy
Sucede que la adicción a las drogas es un tema relevante y preocupante en la sociedad, y Jujuy no escapa a esa realidad.
Según la titular del Centro de Asistencia y Orientación en Adicciones «El Umbral», Laila Quintar, «hay un policonsumo: el que consume base consume alcohol, marihuana, a veces cocaína, sustancias legales también, roba a la madre o a la tía, mezclan drogas de laboratorio con drogas ilegales», afirmó la directora.
Contemplando que los pacientes llegan a veces porque los llevan, y la opción en «El Umbral» es que los jóvenes puedan preguntarse por qué lo hacen, qué están tapando.
Recordó que si bien hay muchos que procuran la internación para sus hijos, debido a que hace al menos diez años perciben consumo de base y paco en forma masiva desde hace diez años, y se probó con una internación tras otra cuyo resultado es del 1 % porque una vez que salen vuelven a lo mismo.
Es que se trata de que puedan elaborar, y supone un tiempo que tomen conciencia en un tratamiento ambulatorio donde puedan ser escuchados, hablar, desplegar sus dolores, sufrimiento, su condición como ser humano y no someterlo a un tratamiento que lo aísla donde no consume pero vuelve a hacerlo cuando sale.
Quintar explicó que el inicio en el consumo de drogas en la provincia, según los casos que les ha tocado tratar en «El Umbral», suele darse en la pubertad, sin embargo aseguró que los mayores problemas se dan de los 22 a 25 años que es cuando consultan, mientras si llegan a la consulta más jóvenes es porque los llevan.
El panorama del consumo se modificó desde que comenzó a funcionar el centro, hace 20 años, cuando tenían consultas reducidas por consumo experimental de marihuana y muy esporádicas de cocaína, y en 2003 cambió la demanda por pasta base y paco, y eventualmente por marihuana y mucho menos por cocaína.
La función de las drogas y el amor
En cuanto a la función de las drogas Luis Darío Salamone explicó que tiene que ver con qué lugar ocupa la sustancia en la economía psíquica de alguien, es decir para qué le sirve, con lo cual se plantea meterse con ello para determinar una manera de desmantelarse y encontrar una salida diferente que no sea mortífera. En su libro «El silencio de las drogas», el psicoanalista aborda la problemática del amor como aquellos nocivos, que matan, adictivos, planteando que no solamente una sustancia tóxica lo es sino todo puede resultarlo en alguien, y lo que se espera es que no sea nocivo.
Fuente: http://www.eltribuno.info/abordar-las-adicciones-el-psicoanalisis-n716234

Medicalización de la diferencia, el manejo del poder

“La pregunta es: ¿el niño tiene que ser como un adulto que se queda sentado ocho horas trabajando? ¿O el niño tiene que ser espontáneo, ruidoso, creativo, juguetón, molesto, impertinente? Un niño que ‘molesta’ al adulto en general es un niño saludable. Por otra parte, se lo normaliza, se lo vigila, se lo castiga dándole medicación, pero sin embargo este niño no aprende más que antes en la escuela. El niño solo deja de molestar.” Preguntas y respuestas como éstas desarrolla la autora en el libro que en estos días la editorial Paidós distribuye en librerías.


 Por Marisa Punta Rodulfo

Uno de los grandes temas que vengo puntualizando desde hace tiempo es lo que he denominado la medicalización de la infancia. No obstante, la medicalización de la vida cotidiana es algo que rebasa la clínica con niños y que se ha instalado como nuevo poder.
Existen diversos poderes que funcionan en la estructura de la sociedad; no es que “muerto el perro, se acabó la rabia”, según el dicho popular, o que una vez decapitado el Rey en la Revolución Francesa se acabó el poder de la monarquía. Robert Castel, en un estudio fundamental como es El orden psiquiátrico, al denunciar el papel que la psiquiatría viene a ocupar posteriormente –ser un nuevo orden que regula las estructuras de poder– dice:
“La intromisión del orden psiquiátrico en las prácticas sociales relativas a la locura aparece en el siglo XVIII y su objeto serán aquellos sujetos que no puedan adaptarse a la sociedad normal.” Desde entonces todo debe racionalizarse; generar discursos legitimadores (Castel, 1980).(1)
Más allá de las mejores intenciones y de los métodos científicos más rigurosos, el objetivo final es remodelar, racionalizar, rentabilizar económicamente, aumentar la eficacia y la moralidad. Encontramos algo predictivo en este texto de Castel de 1980, en relación a la psiquiatrización imperante en el momento actual. El orden psiquiátrico, además, no es solo cosa de psiquiatras, sino que nos afecta a todos aquellos que estamos trabajando en el campo de la salud mental y de la educación, a todos aquellos que no respetan la diferencia, a todos aquellos que no consideran la singularidad. El ser distinto es inmediatamente cualificado como signo de enfermedad; lo estamos patologizando, es sospechoso de enfermedad. Y todo esto sin que haya una interrogación previa por el papel de la familia, de la escuela, y del nuestro en tanto profesionales de la salud. De alguna manera reproducimos así la enfermedad, y eso se llama iatrogenia.
Lo que denomino medicalización o psicopatologización (Punta Rodulfo, 2002 y 2006b) son entonces, en nuestro caso específico, todas aquellas prácticas ligadas a la salud mental de los niños ejercidas por quienes, no respetando la diferencia, separan la diversidad, patologizándola: sea la familia, la escuela, los psicopedagogos, pediatras, psicólogos, neurólogos, biólogos, psiquiatras, etc.
Tomemos por ejemplo el caso del ADD/ADHD, el cual me preocupa y desvela, en razón de lo cual he producido tanto textos como documentos, dado que uno debe posicionarse cuando tiene una responsabilidad y una ética comprometida en la defensa de los Derechos de los Niños. Esta es una de las formas bien actuales y es un caso testigo de lo que Robert Castel denominara el orden psiquiátrico, del cual se han ocupado bastante los medios (no siempre con el fin de denunciar). Cuando un niño molesta en la escuela inmediatamente es clasificado y rotulado bajo esta nueva forma: el ADD. Entonces, el niño que supuestamente posee este síndrome, al cual se le adjudica un origen de características puramente biológicas (transcribo lo que es el discurso imperante), deberá ser separado (separado, vigilado y castigado, como dice Foucault) de acuerdo a distintas medidas profilácticas. La primera de ellas es la consulta inminente y sin mediación alguna, generalmente por pedido de la escuela, con el psiquiatra o con el neurólogo, quien habitualmente prescribe una medicación. Cabe aclarar que habitualmente se dan medicaciones no probadas en niños y en algunos casos sí probadas pero con efectos muy nocivos. La medicación que se indica generalmente es la Ritalina o Ritalin. No hay nada “mejor” que dar Ritalina a un niño para que este permanezca quieto. Es decir que se lo normaliza, porque un niño no es “quieto” por naturaleza, sino que es, por su ser niño, movedizo. Ahora bien, la pregunta es: ¿el niño tiene que ser como un adulto que se queda sentado ocho horas trabajando? ¿O el niño tiene que ser espontáneo, ruidoso, creativo, juguetón, molesto, impertinente? Un niño que “molesta” al adulto en general es un niño saludable. Por otra parte, se lo normaliza, se lo vigila, se lo castiga dándole medicación, pero sin embargo este niño no aprende más que antes en la escuela. El niño solo deja de molestar, y con ello se establece el “orden”, la “normalidad”. Nuevamente, al vigilar y castigar, el niño se incorpora, adaptándose a ese nuevo proceso, a los patrones que le marcan la cultura de su tiempo.
No olvidemos que la industria farmacéutica es casi tan importante como la de armas, por eso es necesario, a los efectos del mercado, que haya guerra y que haya enfermos. Lo que se propone cada vez más es extender el campo de la enfermedad al campo de la salud. Y es esto lo que denuncia Castel en El orden psiquiátrico. Cuando uno va a una escuela y de treinta y cinco niños veintiocho son sospechosos de ADD y quince ya están medicados, lo que pregunto es qué estamos haciendo con nuestros niños. Estamos vendiendo en salud, cada vez con más frecuencia, lo cual debe hacernos cuestionar en forma permanente nuestro quehacer, siendo que no se trata solamente de un problema de los psiquiatras y de los grandes laboratorios que han ido avanzando, sino que también compromete a nuestra práctica. ¿Qué quiere decir vender en salud? Rápidamente transformar –en este caso– a los niños en enfermos. Un niño que molesta es inmediatamente profesionalizado, como prefiero decir, ya que resulta más abarcativo que lo que marca Castel como psiquiatrizado, evitando así el pensamiento de que los únicos “malos” o los únicos que obran de esta manera son del campo psiquiátrico.
Cuántas veces por falta de formación –no hablemos por picardía o por conveniencia económica–, no pudiendo hacer un diagnóstico diferencial, algunos colegas pueden llegar a colaborar o a estar de acuerdo con la institución escolar, con la institución familiar, tomando en tratamiento a un niño que no lo necesita, sino que simplemente se encuentra atravesando situaciones vitales o haciendo síntoma de algo que pasa en la institución familiar o en la institución escolar.
Para tener una visión bien realista del tema he de puntualizar algunos materiales clínicos.
Llegó a la consulta Francisco, de 7 años, que desde los tres estaba siendo medicado con Ritalina porque “supuestamente” tenía ADD. Durante todo ese tiempo había ido al fonoaudiólogo, al psicopedagogo, al psicólogo cognitivo, al neurólogo, etc. Cuando lo conocí le dije: “Francisco, vos debés pensar: ‘Otra doctora más. ¿Qué me va a decir ahora?’. ¡Yo en tu lugar estaría harta! ¡Revolearía a todos los doctores y a todas las pastillas! Pero bueno, hoy estás acá y vamos a ver cómo te puedo ayudar”. Después de haber tenido varias reuniones con el niño y de tomarme el trabajo de investigar minuciosamente sus potencialidades intelectuales, su nivel de atención, concentración, etc., luego de ese período diagnóstico, consideré que si bien había que ayudar a Francisco, ya que presentaba una patología caracterizada por trastornos narcisistas (Rodulfo, 1995a), ese no era el momento de empezar una nueva psicoterapia. ¿Cuál fue la forma en que pensé que podía ayudar a Francisco en ese primer momento? Desmedicalizándolo. Así fue que me reuní con los padres y les dije:
“A Francisco le pasan cosas, pero en realidad no podemos saber quién es él ahora con sus 7 años. Está medicado, con psicoterapia, con fonoaudiólogo, con maestro particular, con su mamá controlándole los deberes todo el día, en una escuela ocho horas, con un papá que se pelea con mamá porque le dice que le está encima, con una mamá que le critica a papá que no se ocupa de Francisco.”
¡La situación era un caos! Lo que propuse entonces a la familia fue ir retirando, de forma cuidada, todos los tratamientos, dejarlo a Francisco tranquilo y esperar seis meses. Recién después de transcurrido ese tiempo, volver a verlo, justamente para poder, por primera vez, precisar qué niño tenía frente a mí, con qué niño me encontraba yo luego de haber retirado “el aparato médico/psicológico/psicopedagógico/escolar”.
Otro niño que llegó a la consulta para la misma época fue Matías, de 12 años. Estaba con psicopedagogo y psicomotricista por presentar problemas en la escolaridad: no podía aprender los contenidos esperados, tampoco prestaba atención, ni respondía, ni podía realizar pruebas. Estaba terminando su escuela primaria, con inminente paso a la escuela secundaria. Sus padres no sabían qué hacer con él. Lo recibí en la primera entrevista, después de un recorrido larguísimo por otros profesionales; al igual que Francisco, en ese momento sin intervención medicamentosa. El niño padecía una obesidad incipiente, se presentaba con su espalda encorvada, poco comunicativo. Después de un momento inicial poco productivo pudimos empezar juntos a realizar “juegos de palabras”. Matías se mostraba muy interesado tanto por el cine como por la literatura, al igual que yo.
Realizando un pequeño paréntesis introduzco una cuestión que considero importante y es que, tal como pensaba Freud, el psicoanalista es mucho más que un técnico; tiene que ser alguien profundamente comprometido con la cultura de su tiempo, ya que todo eso lo impregna de una manera muy particular. Si un púber de 12 años nos viene a hablar de sus intereses y nosotros no sabemos cuál es la música que escuchan los púberes o los adolescentes, no podemos acercarnos a él. Y si nos ponemos en contacto con estas cuestiones a posteriori, porque no tenemos la obligación de conocer todo, está el placer por que nos hagan descubrir otros horizontes, conocer otras cosas.
Volviendo a Matías, la forma de conectarme con él fue entonces a través de la literatura y del cine. Allí ese niño cambiaba: dejaba de ser ese “púber” con sus ojitos chiquitos, dejaba de moverse torpemente. Posteriormente le dije: “Matías, vos no parecés el que me cuentan que sos en la escuela. Decime una cosa, si yo te pongo un problema, como te ponen en la escuela, ¿vos lo podés resolver?”. Le solicité entonces que hiciera un dibujo y que narrara algo en torno al mismo, pero Matías no lo pudo hacer. Se quedó frente al papel mucho tiempo, todo lo que él pudo tolerar, sin poder lograrlo. Había un punto en que su conocimiento quedaba interceptado y dicho punto estaba relacionado con el proceso de conocimiento ligado al aprendizaje escolar. Fue así que le dije: “Matías, hay algo que vos no podés entender, hay algo que vos no podés aprender y que en vos hace mucho ruido y no te deja pensar”. Para no vinculárselo de una manera inaprensible para él en ese momento, esperé una o dos entrevistas más y le dije: “Contame un poco de tu familia”. Me empezó a contar de su mamá, de su papá. “Sé que tu papá tenía un hermano”, le dije, y me respondió: “Ah, sí, mi tío. Me puso muy triste eso, porque mi tío se mató hace unos años”. Le pregunté entonces: “¿Y cómo fue? ¿Qué sabés de eso? ¿Qué te contaron?”. Matías me dijo: “Mi tío coleccionaba armas, especialmente armas de fuego, y probando un arma que estaba cargada y él no sabía se le escapó un tiro y se mató”. A ello agregué: “Si querés, podés seguir preguntando a tus papás sobre esto”. No me correspondía a mí, no siendo ni su madre ni su padre, comunicarle algo de la historia familiar que había surgido de las entrevistas con los padres y que constituía un secreto familiar que, como tal, debía ser trabajado por el conjunto de la familia, con ayuda profesional en caso de ser necesario. Este tío paterno que Matías conocía era un tío que vivía en condiciones precarias y que jamás hubiera podido tener una colección de armas. Entonces, lo que se le negaba al niño era su propia percepción; se desdecía algo que él estaba viendo, y precisamente venimos sosteniendo en psicoanálisis que uno de los peores problemas para tramitar a nivel psíquico es la negación de una percepción; que se le diga a alguien: “No, eso que estás viendo no es de esa manera”. Entonces, rellenar los agujeros en la historia era el trabajo que uno tenía que hacer, tanto con Matías como con los padres. Se trataba de un trabajo de neoescritura, un trabajo de escritura de la subjetividad totalmente distinto al de levantar lo reprimido, por lo cual inferí que allí debía privilegiarse el trabajo con los padres. En razón de ello les dije: “Dejemos tranquilo en este momento a Matías y empecemos a trabajar con ustedes”, para, a partir de allí, poder pensar qué le obstaculizaba el conocimiento a Matías, el conocimiento de una verdad que hacía síntoma en el aprendizaje.
Ocupémonos ahora de Anthony Soprano (2) “sospechoso de ADD”. Los psicólogos escolares que lo ven y que hacen el diagnóstico solo encuentran cinco de los seis indicadores del supuesto síndrome de ADD. Por eso creo que esto es un “gag” del director de la serie, al cual le estoy agradecida por haberlo incluido, como también ocurrió en la serie Los Simpson, justamente en una forma muy polémica. Recordemos que en el DSM IV se diagnostica ADD cuando seis características se mantienen por lo menos durante seis meses. Esto ya es un serio disparate a la hora de hacer un diagnóstico. Pero lo que señala el director de Los Soprano avanza aún más: la parodia consiste en la sospecha de que Anthony Jr. tenía ADD, sospecha que se derivaba de sus manifestaciones de desobediencia escolar y malos tratos –golpeaba a sus compañeros y quería dominarlos–, mientras que, en realidad, nadie se podía plantear en esa escuela cuál era el entorno, qué es lo que estaba viviendo y viendo el joven en el contexto familiar, formando parte de una familia mafiosa.
Los anteriores materiales me llevan a plantear cuál es la postura que tenemos nosotros en tanto profesionales comprometidos en el campo de la salud en relación al niño que tenemos frente a nosotros. Lo que a mí me parece importante es poder desentrañar qué hay debajo de nuestra alfombra, en el inconsciente de nuestra teorización –en mi caso particular, el psicoanálisis–, qué es lo que sostenemos nosotros desde nuestra teoría en tanto ética y cómo la cuestionamos, porque, de no hacerlo, estaríamos en una situación muy grave, repercutiendo en la postura que tengamos frente al niño. En ese caso, no podemos ver al niño que tenemos frente a nosotros porque la teoría no nos lo permite. Entonces, si partimos de un niño enfermo, como lo postulara Melanie Klein en su momento, vamos a tratar de convalidar que todos los niños están enfermos, no pudiendo pensar que en verdad es la teoría la que está funcionando mal.
Cuando empecé a trabajar con clases sociales por debajo de la línea de pobreza introduje, en algunas situaciones diagnósticas, el Test de Bender. Los resultados no siempre coincidían con la clínica. Pero ¿quién es el que me interrogaba entonces? El niño que tenía frente a mí, dado que ni las entrevistas mantenidas con él ni las mantenidas con su familia permitían detectar indicadores de organicidad. Pero según los análisis establecidos para el Test de Bender se certificaban indicadores de organicidad.
En aquel momento escribí un primer trabajo (Punta Rodulfo, 1974) cuestionando estos aspectos en la implementación del Test de Bender. Lo que me planteo desde entonces es si el niño que se presenta frente a mí es poco estimulado y saludable o está afectado por procesos psicopatológicos con o sin organicidad. El dispositivo que armamos en esas villas de emergencia fue el de grupos de arte donde los niños de alrededor de 4 y 5 años pudieran trabajar con distintos materiales a través de todo un año, antes de su ingreso a la escuela primaria. El trabajar de esa manera con los niños, aunque la propuesta no siguiera el formato de grupos psicoterapéuticos, constituyó, por añadidura, un verdadero proceso terapéutico. Digo que hacemos terapia aunque no hagamos psicoterapia cuando tratamos de pensar al niño sano para que pueda, de esa manera, acompañándolo desde la salud, desplegar todas sus potencialidades. Posteriormente se hizo un seguimiento longitudinal con el grupo de trabajadores sociales y demás profesionales y nos encontramos con que luego de dos años había disminuido en forma significativa en dicho grupo el fracaso escolar.
Esa fue, sin saberlo, la primera pelea que tuve con la teoría, lo cual ha sido, hasta el día de hoy, una constante en mi carrera. Considero que en la vida uno debe seguir sus propias convicciones. Esto es lo que nos mantiene vivos. Es decir, debemos denunciar cuáles son las lógicas contenidas en las teorías, las lógicas que mueven a este determinado tipo de operaciones; cuál es el inconsciente de la teoría, no solamente de la de psiquiatría, de la neuropediatría, de la educación, de la familia, sino cuál es el inconsciente de la teoría psicoanalítica. Si pienso que la verdad absoluta está en el Test de Bender y no escucho a la mamá o no puedo ver al niño que tengo enfrente, es mejor que me vaya a mi casa porque no me estoy cuestionando nada. Entonces, está bien que cuestionemos el Bender, está bien que cuestionemos el DSM V. Este manual ya no es usado solamente por los psiquiatras, sino que nos obligan a usarlo a nosotros, psicólogos y psicoanalistas, en las instituciones en donde trabajamos. Es por ello fundamental que uno pueda interrogarse qué es lo que está haciendo y darse cuenta de que un diagnóstico no es una clasificación, sino algo que podemos cuestionar. Insisto: no solamente se trata de cuestionar a los otros colegas de Salud Mental, sino también a nosotros mismos. Los seres humanos somos muy sometidos; nos sometemos en general al poder del otro. Y el poder clasificatorio es un poder muy importante. No nos olvidemos, el “vigilar y castigar” no se reduce a los “otros”, sino que nosotros también somos vigilados y controlados desde las instituciones hegemónicas representantes del “poder central”. Existen, en todos los países, nuevas instituciones que manipulan la fuerza de trabajo de los jóvenes profesionales, y resistirse a esa forma de trabajo, en muchos casos, implica no tener trabajo. Es una forma de explotación y condicionamiento del trabajo, y no solamente del de los médicos, de los psiquiatras, de los neurólogos: el psicoanálisis allí tiene toda una batalla que debe llevar adelante, permanentemente. No estamos exentos de caer en la clasificación, la rotulación. Sin embargo, desde mi punto de vista, no debemos renunciar a trabajar bien y podemos hacerlo desde el psicoanálisis, aunque cada vez más la sociedad avanza hacia lo rápido, hacia lo supuestamente efectivo. En psicoterapia también puede efectivizarse un modelo “fast-food”, resultando en una “fast-psico”.
1. El destacado me pertenece.

2. Referencia a la serie televisiva Los Soprano.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-296407-2016-04-10.html